A
65 años de su muerte
Miguel
Hernández: "Un hombre abundante de hombre".
Ricardo Musse Carrasco
El poeta pastoreando sus versos hacia el corazón de los hombres contempla,
con su humildad morena y aldeana figura, premonitoriamente un horizonte sangriento.
Miguel Hernández tiene la actitud del sencillo pastor que guía su
lacerada sensibilidad hacia las fuentes primordiales: Los versos pacen ahora,
líricos y rumiantes, dentro de los extensos prados del espíritu
donde las palabras esenciales nos interrogan sobre su destino postrero. ¿A
qué se debe entonces que la muerte conmueva
temáticamente tu poesía?: "Desde muy pequeño viví
en carne propia los signos de la muerte. Aunque los latidos pastoriles nos sustentaban
diariamente, eso no impedía su precaria resonancia dentro de nuestras vidas.
Es que la muerte, desde muy dentro de nosotros, se revela en esa postrera luz
que nos ensimisma para siempre" (1).
El Levante alicantino es árido y seco, sólo dos ríos lo
refrescan un poco: El Segura y el Vinalopo, ambos en su extremo meridional.
Qué difícil entonces para Miguel darle vida, en medio del estéril
panorama de Orihuela, a sus palabras vegetativas, pues el agua escaseaba entonces
y los pastos se agostaban: Espinos, nardos, hinojos, lirios, azahares, granadas,
eucaliptos, carrascas, alhucenas, cardos, hierbabuenas, nopales, higueras, ortigas,
madreselvas, cerezos, almendros albahacas, azucenas, hayas, azafranes, dátiles,
gramas, trigos, pinos, algodones, robles, guirnaldas, cebollas, amapolas, hierbas,
centenos, limonares, rosales, tueras, trebolares, jazmines, arrayanes, olivos,
mirtos, laureles y enebros.
Pero la vida emerge siempre, aunque con la
lozanía un tanto quebrantada, hasta en los más extensos eriales
de la existencia. Entonces nace el 30 de octubre de 1 910 el tercer hijo de la
familia Hernández Gilabert. La trágica trinidad de España:
El vislumbrado trienio cruento. "El alba del diecinueve de Julio y el
viento del pueblo, el viento que muevo y aliento pasó a mi lado y pasó
hacia el 5º regimiento" en 1936. Se organiza el II Congreso Internacional
de Escritores Antifacistas en el verano de 1937 y "Sobre el cadáver
de Teruel te impones, y el alma en los disparos se te escapa frente a la nieve
y a sus municiones, en su sangre se envuelva la victoria". Entonces estremecida
la palabra, circulando dentro de su lacerada interioridad el discurrir trágico
de la historia, los versos inundados ahora por la sangre de los acontecimientos
se conmueven (elegías sanguíneas) con la muerte de los hombres,
esto es, de los desposeídos de la tierra:
"Sangre
donde se puede bañar la muerte apenas:
fulgor emocionante que no ha
palidecido,
porque lo recogieron mis ojos de mil años.
Abismo de
siempre, tierra de siempre: entrañas
donde desembocando se unen todas
las sangres:
Dejad el pie descalzo para pisar el punto
donde cayó
la sangre de las mejores venas:
Dulce es la sangre, dulce, la sangre de los
pobres,
la sangre de los pueblos con la que tantos juegan".
1937:
"A la Rusia que sueño mientras la gleba oscura de mi cuerpo se
pone pálida y menos recia, a saludar a Rusia por Moscú y por Ucrania"
y "Eres la noche, esposa (ese inolvidable 9 de marzo de 1937, mi amada
Josefina Manresa): La noche en el instante mayor de su potencia lunar y femenina.
El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido, y a su origen (su
prematura muerte) infunden los astros una siembra. Te has negado a cerrar los
ojos, muerto mío, abierto ante el cielo como dos golondrinas".
La tribulación por la muerte de su primer hijo se eclipsa -sólo
por un momento- por el nacimiento, en 1939, de Manuel Miguel: "La cebolla
es escarcha cerrada y pura. Escarcha de tus días y de mis noches, en la
cuna del hambre mi niño estaba. Con sangre de cebolla se amamantaba".
Cuenta una leyenda, acontecida el siglo pasado, que a Miguel de las cien cabras
que cuidaba sobre los montes de Orihuela una de ellas, la más débil
y desposeída, se le extravió. Entonces dejó a las noventa
y nueve y marchó en penitente búsqueda de la cabra perdida. Cuando
al fin, herida y hambrienta, la encontró; ya exhausto pero gozoso por el
bienaventurado sacrificio, la subió sobre sus hombros, llevándola
hacia su nuevo redil junto a las demás que, obedientes, los circundaban
humildemente (éstas siempre hacia su izquierda). Después de un buen
tiempo una voz exclamaba: ¡Mi redimida España!, entonces la cabra
(antaño perdida) junto a las otras, lo seguía a él hasta
ese perentorio horizonte sangriento.
Miguel ¿Tus tiernas cabras,
en esa inmensidad de secos matorrales y abundante y espinosa aridez, qué
te enseñaron cuando acogían -sin embargo-los diarios ramojos cortados
por tus propias manos?: "Cuando eso acontecía ellas, con la sosegada
humildad en la mirada, simplemente me observaban; hasta que se los arrojaba para
que el viento los revitalizara primero y entonces, no obstante la sequedad del
suelo, ellas -mis humildes cabras- les extraerían sus inmarcesibles esencias,
ramoneando modestamente, y para siempre, dentro de los pastoriles versos de mi
querida Orihuela"(2).
"Aquel
hombre labraba su cárcel. Y en su obra fueron precipitados él y
el viento". Franco declara concluida, en abril de 1939, la guerra civil.
Finalmente, ese horizonte definitivo que es la muerte cobijó, dentro de
sus cabreras entrañas, el luminoso cuerpo de Miguel Hernández el
28 de marzo de 1942.
(1)
La respuesta se ha construido tomando como base estos versos: "Este rayo
ni cesa ni se agota: de mi mismo tomó su procedencia y ejercita en mí
mismo sus furores, (…) sugerencia de huesos y de muertes, inminencia de hogueras
y de males".
(2) En vista
que -pues no calzaban con el propósito de la nota- sólo se encontró
cinco versos, se ha especulado, ahora sí, arbitrariamente parte de la respuesta
de Miguel: "Por el cinco de enero, cada enero ponía mi calzado
cabrero. Siempre tuve regatos, siempre penas y cabras".