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ENTREVISTA A CRONWELL JARA

Por Miguel Ildefonso

 

Cronwell Jara (Piura, 1950). En 1979 fue galardonado con el primer puesto en el concurso "José María Arguedas", promovido por el Instituto Peruano-Japonés, con el cuento Hueso Duro. En 1985 ganó el Primer Premio Copé de Cuento con La fuga de Agamenón Castro. Entre sus publicaciones figuran las novelas breves Montacerdos (1981), Patíbulo para un caballo (1989), y los cuentos infantiles El creador del mundo visita Motupe (1996) y La hormiga que quería ser escritora (1996). Esta breve entrevista se realizó en un antiguo café del centro de Lima, cuando estaba en las últimas correcciones de imprenta de su libro de poesía Manifiesto del ocio. (Edit. San marcos, 2006)


- Usted es más conocido como narrador que como poeta. ¿Cómo nació su vocación de escritor?
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Tuve la desgracia y ahí la suerte de tener un origen pobre, en términos económicos, pero muy rico en términos de cultura popular. Nací en un barrio de Piura, Buenos Aires, y luego no bien tuve cinco o seis años fundamos con mi familia el barrio Mariscal Ramón Castilla, en el Rímac. Luego, he visto, he olido y he padecido la pobreza -no la desesperante miseria-- muy de cerca, hasta los 17 años; luego, cuando mis padres mejoraron económicamente, nos mudamos a un cómodo espacio, la Urbanización El Bosque, donde vivo actualmente. Pero, la experiencia me sirvió terriblemente. Amé y amo a mi barrio viejo, a mis amigos y a su gente; y alejarme de ellos me significó una natural dolorosa nostalgia a la que sólo se la mata escribiendo: "Montacerdos", "Patíbulo para un caballo", y varios cuentos donde rememoro lo que más me desconcertó o asombró. Como aquello que también me estremeció, por decir, la pobreza económica de mis amigos, de la gente que quise y quiero mucho. Y tal vez, por esa nostalgia y ese dolor y angustia por desear ver mejorar la calidad de vida en ellos, es que escribo como escribo. Tratando de decir como si fuese un poema lo que digo, con emoción, ternura, asombro. Como si fuese lo más sagrado, porque es lo más sagrado. Y tratando de ser honesto en lo que pienso y siento. Es decir, no finjo cuando escribo. Ni adopto una pose de escritor. Sólo escribo y cuando lo hago, lo hago sin creerme escritor o poeta. Ni me siento modelo de nada. Sólo escribo porque me gusta hacerlo, con delectación y esmero, con padecimiento y sacrificio. Tratando de corregir mil veces, rehaciendo o empezando de nuevo. Como, acaso, otros no lo hacen, engañándose a ellos mismos y tratando de engañar a los demás, aplicando facilismo o intelectualismo donde más debería existir pasión, sentimiento desbordante.

- Sé que ha viajado mucho por el país con sus talleres y por los encuentros literarios, ¿cómo ve la producción literaria peruana?
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Va por muy buen camino, porque, justamente, vivimos cada día en una olla de grillos. En un país de luchas de toda índole, con muchas carencias, injusticias, contradicciones y miserias; donde la hipocresía y la falsedad campean y gobiernan, enmascaradas en forma de ley, promesa, y que acaban en reiterada estafa, viniendo y yendo de todo lugar hacia todo lugar, en términos de institución o de personajes importantes, "prestigiosos". Por lo tanto, ¿te das cuenta cuánto buen material novelístico o cuentístico tenemos aquí, para motivarnos a escribir? En términos de miseria, tenemos minas de oro literario. Pero también, felizmente, tenemos aún esperanza, fe en un buen futuro, en salir de tanta miseria y confabulación, y todavía podemos aspirar a un país que se levante y surja positivamente en muchos sentidos. De aquí que el escritor que intente retratar cualquier lugar del Perú, desde cualquier rincón, esquina, cafetería o institución -sea andino, "criollo" o "regio"-, tiene aquí todo a su alcance para triunfar. Porque lo que interesa es el cuento o la novela bien escrita en términos artísticos, de calidad y de honestidad en el sentimiento. Porque el buen escritor puede estar en cualquier lugar, venga de la selva o de Miraflores, y, eso, bien lo sabemos. Y, de hecho, que así está ocurriendo, con desventajas para unos y ventajas para otros. Con facilidades para publicar y con miles de líos para sacar a luz una obra. Siempre fue así. Total, hay una realidad histórica, social, cultural, que es trágica, pero que al arte le sirve porque es muy rica. Ya Mario Benedetti lo dijo: "Y es que la gran literatura nace de la infelicidad"; pero, más de la infelicidad que de la felicidad.

- Está publicando ahora un libro de poesía, luego de muchos años sin hacerlo, ¿por qué esta decisión? ¿Cuándo escribió este libro?
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"Manifiesto del ocio", es el poemario que hoy aparece, pero que emocionalmente lo he vivido muchos años atrás mientras me cargaba de experiencias y leía otros poemarios, toda una vida. Porque nunca he dejado de leer y disfrutar la poesía. Creo que leo más poesía que cuentos. Tanto es así que, incluso, cuando hago cuentos suelto el tono poético, aquello que es imprescindible para un buen relato y que sostiene al buen cuento. Por lo menos, siempre intento esto. De ahí que, crear este poemario me resulta algo natural y ciertamente cómodo porque nunca separé poesía de prosa. Sobre todo si considero que el arte es uno solo, y para que lo sea tendría que sostenerse en algo vital: la poesía. El misterio de la poesía. ¿Hay arte sin poesía y misterio? Veo poesía en todo lo que hizo Picasso, oigo poesía en Vivaldi o Beethoven. El libro en realidad pertenece a un conjunto mayor, que llamo: "Poesía en sartén de palo", de donde es parte "Manifiesto del ocio"; luego, vendrán nuevos títulos, "Academia de la tristeza", "Las cucarachas bailan mambo", "Academia del ocio"… Y, aunque no lo creas, todo esto deviene de un libro en prosa que estoy por publicar ahora mismo: "El libro de las jodas", un conjunto de unos doscientos relatos y cuentos breves, brevísimos, y no tan breves.

- ¿Cómo diferencia la poesía de la narrativa?
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No veo ninguna diferencia. Sólo es cuestión de formas. Ambas, poesía y narrativa, si son dignas de serlo: son poesía. Si no es así, ahí está Borges o Alejo Carpentier, Chejov o Maupassant, sólo tienes que releerlos para confirmar o corroborarlo. Todo arte en esencia es poético y se sostiene en un aire de misterio. Todo arte transmite poesía. La poesía, cuando quiere, a capricho cambia a novela, teatro, cuento, música o cine. Pero todo es poesía, como la vida lo es. Vivir lo es. Vivimos en poesía.


 

¿QUÉ DEBO HACER
PARA QUE NO ME DEJES?

¿Qué debo hacer para que no me dejes?
¿Qué debo? ¿Cazarte un dinosaurio?
¿Sacarle la muela a un lagarto?
¿Incendiar la cola de un gato?
¿Cortar en siete tiras mi corbata roja?

¿Qué debo hacer, amor, para que no
me dejes? ¿Qué debo?
¿Desplumar un león en la jaula de un canario?
¿Pescar una ballena azul en un rocío?
¿Atrapar en el rocío un sinfín de rayos?
¿Beber en un vaso de agua un sinfín de astros?

¿Qué debo hacer para que no me dejes?
¿Decir me muero por tu sexo de saurio?
¿Proclamar el undécimo mandamiento?
¿Escalar las escaleras de un rayo enamorado?

¿Qué debo hacer? ¿Qué debo, para que tú
no me dejes? ¿Volver a crucificar a Cristo?
¿Desplumar un ángel?
¿Vender media docena de obispos?
¿Meterme en un convento y decir soy santo?
¿Hacer confesar al Papa todos sus pecados?

¿Qué debo hacer para que no me dejes?
¿Convencer al mundo que todos están locos?
¿Atrapar un racimo de planetas en mi mano?
¿Si dieras esto por hecho, amor, te parece poco?
¿Qué debo hacer si de tan loco me tienes cuerdo,
y por cuerdo, como palo de gallinero, aquí, cagado?

 

 

 

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