"El 
Regreso de Horacio Morell"
Entrevista 
a Eduardo Chirinos
Por 
Miguel Ildefonso
- ¿Cómo nació 
"Cuadernos de Horacio Morell"?
- Como la mayoría de los 
primeros libros, surgió de un estado de asombro ante la belleza y la miseria 
del mundo. Por supuesto que ese asombro no termina nunca, pero cuando tienes diecisiete 
años es tan perturbador que lo único que puedes hacer es tomar un 
cuaderno (o cualquier cosa que tengas a la mano) y empezar el largo camino que 
registra ese asombro. Los cuadernos de Morell no nacieron como un proyecto definido, sino como un hacerse 
a cada instante: todas las cosas que experimentaba -los años finales de 
la adolescencia, el entorno familiar y universitario, las voraces y desordenadas 
lecturas- tuvieron cabida en una escritura que no podía ni quería 
encontrar su centro. Pronto me di cuenta de que esa falta de centro, sumada la 
variedad de registros y a la evidente ausencia de un estilo único, era 
precisamente lo que me permitía poner en escena mi sorpresa y mi asombro: 
de ese modo la devastadora heterogeneidad del libro terminó convirtiéndose, 
paradójicamente, en su homogeneidad. La timidez y el pudor me aconsejaron 
construir una máscara para no mostrarme. Creía ingenuamente que 
esos poemas me iban a mostrar desnudo ante el mundo, y eso me atemorizaba. No 
sabía que la máscara que oculta también revela, pero la de 
Morell me ayudó a justificar la diversidad de estilos y la variedad de 
búsquedas: en vez de solaparlas preferí evidenciarlas atribuyéndoselas 
a un poeta suicida.
 
Los cuadernos de Morell no nacieron como un proyecto definido, sino como un hacerse 
a cada instante: todas las cosas que experimentaba -los años finales de 
la adolescencia, el entorno familiar y universitario, las voraces y desordenadas 
lecturas- tuvieron cabida en una escritura que no podía ni quería 
encontrar su centro. Pronto me di cuenta de que esa falta de centro, sumada la 
variedad de registros y a la evidente ausencia de un estilo único, era 
precisamente lo que me permitía poner en escena mi sorpresa y mi asombro: 
de ese modo la devastadora heterogeneidad del libro terminó convirtiéndose, 
paradójicamente, en su homogeneidad. La timidez y el pudor me aconsejaron 
construir una máscara para no mostrarme. Creía ingenuamente que 
esos poemas me iban a mostrar desnudo ante el mundo, y eso me atemorizaba. No 
sabía que la máscara que oculta también revela, pero la de 
Morell me ayudó a justificar la diversidad de estilos y la variedad de 
búsquedas: en vez de solaparlas preferí evidenciarlas atribuyéndoselas 
a un poeta suicida.
- ¿Qué tanto de esa máscara 
ha habido en tus obras posteriores?
- Como te decía, la máscara 
también puede revelar la intimidad y dejarla tan desguarnecida como cualquier 
desnudez. En mi caso, el uso de máscaras evidencia una necesidad de revelar 
las diversas personas que me habitan: Horacio Morell, el equilibrista de Bayard 
Street, el Herrero del Arca son emblemas de mi propia diversión, pero diversión 
no en el sentido superficial de "pasarla bien", sino de hablar en voz 
alta con las distintas versiones de mí mismo.
- ¿Cómo 
ves los distintos espacios donde te desplazas?
- Los espacios de desplazamiento 
preexisten a los desplazamientos mismos. Uno construye su cartografía particular 
a partir de poemas, novelas, cuentos, películas, pinturas, etc; así 
se forja su propio universo. Cualquiera sabe que experimentar otros países 
y otras culturas significa cotejar ambos universos para descubrir que casi nunca 
coinciden, que más bien entran en entredicho mostrando sus fisuras y sus 
afirmaciones, es decir su validez. Nunca he ido a El Paso, pero cuando vaya lo 
cotejaré con el que yo he creado a partir de tus cuentos.
- ¿De 
qué manera la globalización enriquece estas lecturas?
- Me 
gustaría responderte con una experiencia reciente. Hace poco tuve la oportunidad 
de participar en el Festival Cosmopoética de Córdoba y conocer al 
poeta Mahmud Darwish. Darwish es considerado el mejor poeta palestino del momento, 
pero él mismo reconoce que tiene enemigos que le reprochan que sus últimos 
poemas no hablen de la situación palestina. Él, que ha militado 
en el partido comunista, que ha sufrido la cárcel por defender la causa 
palestina, que ha perdido a tantos familiares y amigos en la guerra. Esto me hizo 
pensar hasta qué punto el compromiso militante y regionalista entorpece 
la capacidad para leer, en poemas en apariencia intimistas, el carácter 
universal que reclaman. Recuerdo que aquella vez leyó un poema que me conmovió 
mucho.  Hablaba de 
un hombre que tomaba un café en un bar, ese hombre veía a un hombre 
que repetía sus gestos: yo tomo un café, él también 
toma un café. Yo levanto una mano, él levanta la otra mano, yo me 
miro en el espejo, él también se mira en el espejo. Al final, el 
poema dice: ese hombre tiene miedo, yo también tengo miedo. Parece un poema 
construido para señalar especular y paralelamente los movimientos de un 
otro en relación al tuyo. Pero una segunda lectura más cuidadosa 
(que no niega la primera) revela una situación de miedo paranoico, de la 
otredad que se expresa en los movimientos de una persona que te busca para asesinarte 
o para ponerte una bomba. Todos tenemos en nuestro interior a nuestro propio enemigo. 
Si tuviera que elegir un poema que exprese los miedos y paranoias sociales del 
Perú de los 80 elegiría este poema de Darwish, cuya manera de universalizar 
es personalizando. Un poeta no puede escapar de eso.
Hablaba de 
un hombre que tomaba un café en un bar, ese hombre veía a un hombre 
que repetía sus gestos: yo tomo un café, él también 
toma un café. Yo levanto una mano, él levanta la otra mano, yo me 
miro en el espejo, él también se mira en el espejo. Al final, el 
poema dice: ese hombre tiene miedo, yo también tengo miedo. Parece un poema 
construido para señalar especular y paralelamente los movimientos de un 
otro en relación al tuyo. Pero una segunda lectura más cuidadosa 
(que no niega la primera) revela una situación de miedo paranoico, de la 
otredad que se expresa en los movimientos de una persona que te busca para asesinarte 
o para ponerte una bomba. Todos tenemos en nuestro interior a nuestro propio enemigo. 
Si tuviera que elegir un poema que exprese los miedos y paranoias sociales del 
Perú de los 80 elegiría este poema de Darwish, cuya manera de universalizar 
es personalizando. Un poeta no puede escapar de eso. 
- ¿Cómo 
sentía la tradición el poeta de este primer libro, libro con el 
que recientemente te has reconciliado?
- Yo tenía 17 años, 
era un lector voraz de la tradición peruana y de todas las que podía 
acceder. Pero ¿cómo podía yo a esa edad abrir una ventana 
en la página negra de la tradición y decir algo? Esto genera una 
angustia mayor aún que la de página blanca que es un mito, prestigioso 
sí, pero un mito. No existe tal página blanca, sino la página 
negra, ennegrecida por todo lo que ya se ha dicho y vuelto a decir de mil modos. 
Me di cuenta de que estaba solo en la titánica tarea de abrir un blanco 
en esa página y decir aquí estoy, aunque mi herencia fueran fragmentos, 
ruinas de un decir que podía ser maravilloso pero ruinas al fin y al cabo. 
Sólo me quedaba dar la espalda a esos fragmentos o divertirme con esos 
materiales. Preferí construir mi casa con esos materiales y trazar varios 
caminos posibles, la mayoría de los cuales he terminado recorriendo. Entre 
ellos el que más me seduce es el que retorna a los "grandes temas" 
como si los experimentara por primera vez. Pero esta limpieza de mirada sólo 
es posible si estás "podrido" de literatura, lo otro es ingenuidad.
- 
¿Qué recomendarías al joven que empieza, que quiere ser poeta?
- 
Lo único que le recomiendo es que no le haga caso a nadie, ni a los viejos 
poetas, ni a Rilke en su Cartas a un joven poeta, ni por último 
a mí mismo, porque esa experiencia es intransferible. Que escriba lo que 
quiera escribir, que se exprese tan libremente como pueda. Ni la fama ni el reconocimiento 
funcionan como estímulo. Si tienen que llegar llegarán después.