Himnos o los cantos a la vida en continua creación
          David Antonio Abanto Aragón
           
          “siempre todo  poema, hasta el más cursi, significa un riesgo. En un 
  poema 
            me juego no sólo  unas cuantas palabras, está mi vida allí”.
          Miguel  Ildefonso en entrevista concedida a Carlos M. Sotomayor 
            publicada en el 
            diario Correo, el  27 de mayo de 2008 
           
          Con admirable  oportunidad, se acaba de publicar Himnos de uno de los grandes poetas  peruanos contemporáneos: Miguel Ildefonso.
            
            No acabábamos de mostrar nuestro asombro frente a la lectura de Los  desmoronamientos sinfónicos, para algunos la propuesta poética más  arriesgada de Ildefonso, y ya el poeta nos vuelve a deslumbrar con la sinfonía  de Himnos que bajo el sello Apolo Land acaba de ver la luz.
            
            En plena madurez creadora, Ildefonso nos ofrece un nuevo homenaje  poético a la vida a través de un volumen que subraya el virtuosismo con que  rehace de un modo personalísimo composiciones famosas por  sus exigencias  formales y: los himnos, en la línea iniciada por el poema hímnico-místico entre el Cantar  de los Cantares y cómo no Dante, destacada por Novalis  y Höldering y, de algún modo, reinventada, hecha suya, por Whitman, Rilke,  Pound y el Walcott de Omeros (en nuestra  tradición la lección de Vallejo, el Arguedas de Katatay, Romualdo, Belli  y más cerca Ojeda, Verástegui y Montalbeti) gracias a una maestría sin parangón  entre todos sus cultores.
sus exigencias  formales y: los himnos, en la línea iniciada por el poema hímnico-místico entre el Cantar  de los Cantares y cómo no Dante, destacada por Novalis  y Höldering y, de algún modo, reinventada, hecha suya, por Whitman, Rilke,  Pound y el Walcott de Omeros (en nuestra  tradición la lección de Vallejo, el Arguedas de Katatay, Romualdo, Belli  y más cerca Ojeda, Verástegui y Montalbeti) gracias a una maestría sin parangón  entre todos sus cultores.
            
  Himnos, ha declarado Ildefonso a Carlos M. Sotomayor, «contiene mis poemas más  sencillos o, diría mejor, que es “el menos arriesgado”», pero precisa «la sencillez es lo  más difícil de ejecutar en poesía». Y es que la ilusión de “sencillez” de las imágenes  es producto de una ardua labor del creador que nos ofrece ya no, como en el  poemario anterior, la certeza de “los desmoronamientos” que nos permite  afrontar nuestra “temporada en el infierno”, sino la melodía (con los  antecedentes de los cancioneros chicheros) de unos himnos compuestos de un modo  personalísimo (“Desde un inicio me ha gustado la musicalidad en la poesía, aun cuando no  practique la métrica; la música es importante para mí, de ahí que no ensaye el  excesivo coloquialismo”, ha dicho).
  
            El título, Himnos, nos remite  a esas grandes composiciones  poéticas en loor de los dioses o de los héroes, expresadas en un tono  celebratorio y grave, con júbilo o entusiasmo ante victorias o sucesos  memorables para una colectividad; pero los himnos de Ildefonso son una especie de anti himnos (pero en la misma  línea de los anti sonetos de Martín Adán), su riqueza nada tiene que ver con el ornamentalismo de  un Novalis y el intelectualismo autosuficiente de Whitman: son espuma (imagen vallejiana  del anti-soneto “Intensidad y altura”) agónica que proclama en tono reflexivo  una inmersión en el mundo con la certeza que es del dolor, de la frustración y de la  debilidad (no de la abundancia y la suntuosidad) que ha de brotar una humanidad  mejor. 
            
  Himnos instala la  confidencia de un hablante que, consciente de sus limitaciones idiomáticas  (además de su timidez) y de la penuria espiritual de nuestra época, encuentra  la solución amparándose en las hospitalarias estrofas que se nutren de los  poetas de la gran tradición. Y su carencia, que es también la nuestra, se torna  abundancia, belleza, expresividad.
  
            Porque lo ha  declarado el propia poeta en la entrevista mencionada: “mis libros son el  resultado de mis exploraciones por este monstruo de mil cabezas y, claro, otras  ciudades” exploraciones que evidencian “un problema con el mundo” (y el mundo  es Lima) que por momentos se hace invivible, “excepto cuando camino con la poesía”.  Y el artista sabe que es el arte —la poesía— lo que nos redime, aunque sea de  modo aparente, del paso del tiempo hacia la finitud. La poesía no es un  privilegio, es un don y como tal hay que trabajarlo en beneficio de la  humanidad.
            
            Una acotación:  “problema” no lo entendemos como un obstáculo que impide la marcha, sino como  un estímulo, un acicate que obliga a hurgar en la intimidad, en busca de las  fuerzas secretas que respalden la verdadera fuerza, los rasgos inherentes al  individuo (ya los griegos proponían problemas para que, al tropezar con ellos,  el ciudadano descubriese su capacidad para organizar y perfeccionar las  destrezas, limar asperezas, corregir errores: agudizaba la actitud crítica). 
            
  Himnos comienza con composiciones que privilegian la imagen del poeta  contemplando la ciudad como un espejo al que con su mirada como aliento que lo  empaña lo llena de gozo y disfrute de seguir teniendo el aliento vital y no se  deja abrumar por el asco moral que genera la realidad circundante. En el centro de Himnos palpita la “maravilla de desentrañar la vida” que se sostiene por el poder  liberador de la palabra poética que armoniza al yo con la pareja sexual, con la  creación y la estructura del mundo y el universo.
  
            Un rasgo del cual pocos han dado  noticia es la presencia del humor en obra. Su humor, por ejemplo, nos remite a  Sterne, Swift, Joyce y, en nuestra tradición, Vallejo, Adán, Eielson,  Verástegui y Santiváñez. El  desgarramiento y el desarraigo que atenazan a sus  personajes y deriva en lo cómico se muestra quizá con mayor claridad en su  narrativa donde se aprecia de modo más diáfano como lleva al absurdo las  situaciones dramáticas —como en su emblemática novela Hotel Lima— y  distiende su carácter trágico mediante la parodia y un lenguaje exasperante que  acaban por crear una ambivalencia realista y fantástica.
desgarramiento y el desarraigo que atenazan a sus  personajes y deriva en lo cómico se muestra quizá con mayor claridad en su  narrativa donde se aprecia de modo más diáfano como lleva al absurdo las  situaciones dramáticas —como en su emblemática novela Hotel Lima— y  distiende su carácter trágico mediante la parodia y un lenguaje exasperante que  acaban por crear una ambivalencia realista y fantástica.
            
            Las 143 composiciones de Himnos las podemos agrupar en cuatro  tipos. El primero, sobre la existencia con sus búsquedas en ese afán de  aferrarse a la vida a pesar de su inevitable fugacidad hacia la muerte. El  segundo, sobre la poética de Ildefonso como instantes de iluminación que  revelan imágenes como “El solitario espejo recuerda el invierno en que el musgo  crecía lleno de esperanza donde no había esperanza” (p. 8), cundo “lo divino se  convierte en otro cuerpo” (p.11) cuando “mi amor era la poesía” (p. 13) y es  que “Dentro de la poesía están las palabras / que no se pueden ver fuera del  paraíso” (p.18) porque le dicen “la poesía es darle claridad a la nada” (p. 7)  donde se encuentra “el lenguaje anterior a la poesía” (p. 8), ya sea “bajo  cuatrocientas estrellas visibles y una en especial que se llama Rimbaud” (p.19)  o aproximándose al mar donde el poeta exclama “yo vengo a oír de tus labios lo  que siempre sabido”, incluso considerando que la mar es el morir “porque esa  sustancia es la palabra /con la que no se nombra nada / nada que es eternidad”  (p.25) y en la cotidianidad de las calles, cuartos y lupanares; en las aceras,  carteles y parachoques de autos, etc.  y en medio de ese caos “en el ángulo obtuso entre el cielo y el infierno”  acceder a la revelación (p.56). Y es que hablamos de “eternidad” en relación  con lo que conocemos o la esperanza que sentimos. El tercero contiene  experiencias diversas (entre la realidad y el deseo, entre el delirio y la razón,  entre el silencio y el canto), sirviendo de hilos conductores el amor (tanto el  del poeta con su pareja, como el de sus padres) y la pasión que rompe el  equilibrio y la sensatez, mostrando que el deseo conecta con la oscura energía  de la naturaleza. Y el cuarto, que tiene la emoción del poeta que traslada a lo  humano lo que la experiencia religiosa torna divino. 
            
  Himnos tiene varias redes de lectura: teorías filosóficas, creencias  religiosas, tratados eróticos, creaciones artísticas y —sobre todo— literarias.  El estremecimiento privilegiado de la poesía recorre sus versos, presto siempre  a desencadenar arrebatos de belleza que en un complejo fluir de imágenes  arrasan  las pautas acostumbradas de la moral, la gramática y el lenguaje poético  sometido a fáciles juegos de corrección, armonía domesticada y buen gusto  acicalado. Una lectura de los  himnos ildefonsianos nos permitirá apreciar la presencia de lo que en los  asedios a los libros de Ildefonso se ha llamado poéticas “del desencanto”, de  la “marginalidad” que en algunas interpretaciones han recibido el peso  primordial, cuando no exclusivo, esta lectura la consideramos errada ya que  solo se queda en uno de los polos de la poética del autor. Tanto en el poemario  anterior (como en la obra previa) la presencia de esos elementos se da, pero en  un estado de lucha, de crisis, de una pugna irresuelta de la que había que  salir primero reconociéndola (a eso invita Los desmoronamiento sinfónicos)  y luego asumiéndola para emprender una nueva búsqueda (esta es la propuesta de Himnos). 
  
            En las composiciones  de Himnos esa pugna continúa y en ella batalla el dejarse arrastrar por  la deshumanización y la proclamación del nihilismo, frente a la búsqueda  liberadora de algo nuevo y lo desconocido a modo de hazaña del espíritu en este  mundo. Por lo general, al momento de abordar la obra de Ildefonso se ha  exagerado la importancia de la visión de mundo expresada en Vestigios,  juzgándola actuante ya para siempre en los niveles más profundos de su obra  posterior. No se debe olvidar que Ildefonso es un creador que ha mostrado una  evolución ideológica y estética considerable que se nos revela gradualmente  como parte de un todo del cual solo tenemos unos avances. Estamos ante un work  in progress en continua reelaboración. 
            
            La afirmación de Ildefonso a Sotomayor es testimonio de la conciencia  del creador sobre su proyecto: “Todos mis libros nacieron del intento de hacer  una sola obra”. Una sola obra, agregamos, que reconoce ya varios caminos  expresivos (poema, estampa, cuento, novela) que se nutren entre sí y le dan  cohesión. Una mirada a Himnos dentro del conjunto de la obra de  Ildefonso nos muestra a un autor que no ha perdido ni rigor artístico ni  concisión expresiva ni hondura simbólica. Un autor que libro a libro ha erigido  un universo poético claramente suyo e intransferible con un sujeto poético capaz,  libro a libro, de cambiar y evolucionar, de vivir ante nosotros las  consecuencias de su propia transgresión. En ese sentido Himnos es una  prolongación de la búsqueda ética y estética propuesta en el conjunto de su  obra. Logro mayor de una obra que se levanta como una propuesta totalizante y  totalizadora que ya otea nuevas indagaciones sin caer en el fácil optimismo (o  pesimismo) de quienes postulan un renacer (o lo niegan) refugiándose en los  extramuros del mundo contra la frustración y la soledad; la poesía de Ildefonso  se “entropa” (imagen arguediana) en el mundo a través de un proceso de  desenmascaramiento radical que efectúa de la palabra en tanto artificio, en  tanto adorno estético o retórico mostrándonos la contradictoria condición  humana: miserable en su grandeza, pero, a la vez, grande en su miseria. Una  humanidad que por su belleza y su luminosa alegría está próxima a lo divino,  está próxima a lo divino y lo encarna en el mundo.
          Independencia, mayo  de 2008