HIMNOS
    Poesía de Miguel Ildefonso 
    
      En Himnos el lenguaje es parte de esa metáfora quemada por la vida, es aquella luz que   deviene de lo cotidiano de una fruta, de una falda sencilla, de una calle o un   cielo oscurecido.  La poesía es horror y fascinación, es Dios y el Infierno que   no pueden ver el otro lado del jardín.  Miguel Ildefonso logra derrumbar los   encabalgamientos de lo conversacional, el muro desabrido de lo coloquial, y   afina así, a manera de concierto urbano, un tipo de poesía que trae una novedad   por su ensimismamiento en los objetos, las calles, los sueños y las cosas   infinitas del alma. Su destino es enterrar al lenguaje con la vida. Estos himnos   son una muestra no sólo del canto genuino, sino de una poesía original, mundana   y pura.
    Miguel Ángel   Zapata
     
    * * * 
     
    Tres   himnos:    
    ¿Quién   no ha matado a su dios?
      yo   lo maté tantas veces que no recuerdo – antes de eso lo busqué
      por   la ciudad infinita sobre todo en las noches
      cuando   miraba el paisaje infinito descubría bocas manos abiertas
      poros   vacíos cargué mi cuerpo hasta dar con el amanecer
      luego   me senté en una plaza vacía: un sol aparecía y desaparecía
      si   algo se mueve —pensé— no es por algún motivo en especial
      pero   dicho movimiento nos crea una sensación: surge la
      necesidad
      lo   divino se convierte en otro cuerpo
     
     
    Yo   escribiré en el suelo de Lima un poema que no tenga final
      que   el principio sea el parachoque de un carro
      en   marcha y las nubes que a veces suelen llegar
      se   queden atrapadas en los árboles
      para   que los niños que circulen por el poema
      se   escondan de los castigos
      ah   la soledad una canción de Lou Reed
      que   se oye de un carrito de plástico que pasa
      un   niño atrapado en su juego lento como fluido de nieve
      una   pandereta la cascada de lágrimas y la basura más allá
      la   basura humana muriéndose por dinero
      todos   los crepúsculos los he visto
      todos   los caminos de la tarde los recorrí de mañana
      por   eso ahora tengo tiempo para escribir
      bajo   cuatrocientas estrellas visibles
      y   una especial que se llama Rimbaud
    
     
    Estaba   sentada en la esquina pequeña con sus arrugas
      dormitando   al lado de sus bolsas
      las   manos juntas cruzando los dedos
      la   gente pasaba bajo la noche vacía
      apenas   la vi quedé paralizado / el lado invisible del universo
      radicaba   en la indiferencia hacia la anciana
      ella   con su mandil sucio sus zapatillas rotas de niña
      sus   cabellos blancos que salían del gorro
      mientras   las gente mataba y moría
      vivía   entre los carros en ese atolladero del semáforo
      yo   me enfrentaba y me aniquilaba
      las   casas se descascaraban en cámara lenta
      en   el ángulo obtuso entre el cielo y el infierno
      quinientos   diez dicotiledones como versos de ningún poeta
      encontraban   sus respectivos corazones arriba en las estrellas
      la   anciana miraba la avenida y dormitaba
      así   fue que vi a dios.