La monotonía del absurdo
          Por favor, no  empujen
  Fernando González Nohra. 
            Lima, Mesa Redonda, 2007
          Por Miguel Ildefonso
           
          Los cuentos  de Fernando González Nohra buscan sorprendernos, y lo logra en base a una  naturalidad, no exenta de ironía, para deslizarnos por un mundo lleno de  analogías, con un lenguaje a veces sutil, a veces intempestivamente hiriente,  con los que toca nuestra vulnerable posición de lectores. Son historias de  escritores, en que la realidad se cruza con lo literario, en que los roles actanciales  de los personajes saltan a jugar en diferentes planos, desconcertándonos por  veces, pero luego para demostrar que la realidad en que  vivimos no es menos  inocente que la realidad de la ficción. Y es lo que vemos en “Puta en ciernes”.  Con ambientes, climas, que nos recuerdan al más fino Julio Ramón Ribeyro, nos  vemos inmersos en una ciudad implacable, nos dice: «En  Lima abundan esas personas que fuman como si al día siguiente se fuera a acabar  el mundo, pero que son absolutamente incapaces de comprar sus propios cigarros».
vivimos no es menos  inocente que la realidad de la ficción. Y es lo que vemos en “Puta en ciernes”.  Con ambientes, climas, que nos recuerdan al más fino Julio Ramón Ribeyro, nos  vemos inmersos en una ciudad implacable, nos dice: «En  Lima abundan esas personas que fuman como si al día siguiente se fuera a acabar  el mundo, pero que son absolutamente incapaces de comprar sus propios cigarros». 
            
            En “Pavarotti, en vivo”, el  humor nos recuerda que vivimos en constante peligro a caernos de nuestras  propias caretas. Somos marionetas del destino, somos actores de nuestras  desgracias y tercos aventureros a la conquista de una felicidad quizás  inexistente o imposible de vivirla en la tierra, en la vida que conocemos, bajo  los moldes implantados por la cultura. Los personajes exagerados de Fernando  González, buscan no solo impactarnos por sus perversiones u obsesiones, sino  además por la caracterización realista y a la vez sobrenatural en que han sido  trazados. Su humor, por ratos, a lo Alfredo Bryce, nos devuelven a una Lima un  tanto pintoresca, rescatando la oralidad, el habla coloquial de las calles más  representativas de una ciudad en constantes cambios. Esa relación  hombre-ciudad, por ejemplo, la vemos en estas líneas: «Ya era tarde, tenía que  hacer. Pagué y me fui caminando a mi casa: pasé por la iglesia, atravesé el  parque, vi al Greñas, también a Aceituna Kateska, iba de la mano de un gringo  con pinta de intelectual, llegué a Diagonal, el semáforo cambió de luz y pude  cruzar; caminé por Mártir Olaya esperando ver a alguien. No había nadie. Salí  por el pasaje Champagnat, y otra vez Diagonal; ya estaba en Pardo y seguí  andando, por la alameda... Llegué a mi casa, nueve y media de la noche. Nadie  había llamado. Me puse a ver televisión. Sonó el teléfono. No contesté». 
            
            Un hombre consciente de su ciudad es un hombre obsesionado por conocer  al otro. Y allí que nos vemos con estos personajes confrontados, en el que la  vida se puede convertir en una lucha grotesca por sobresalir, o por ser quien  quisiéramos ser para no ser lo que somos cuando nos hastiamos de vivir una  simple cotidianeidad, la muerte cotidiana, como la que le tocó al personaje  Pavarotti.
            
            En “Preservado en formol”, el cuento más largo y más ambicioso, entramos  a lo que se propuso el narrador, acceder a una realidad plena de paradojas,  juegos absurdos, en el buen sentido de la literatura esperpéntica de Valle  Inclan. Leamos un fragmento: «Después de vomitarlo todo,  llegué a la conclusión que todos estábamos hechos de la misma clase de mierda;  claro que en diferentes grados y con distintos niveles de incidencia, pero al  final no éramos más que eso: mierda, y en estado puro. Lo que realmente quiero  decir es que hay casos —la mayoría— en que la gente no solo evacua mierda por  el culo, sino que además se les sale por todos los demás orificios corporales;  a saber: poros, orejas, conductos nasales, vagina, uretra, etc.; mientras que  en otros, la mierda alcanza solo la cuota necesaria para poder llamarnos con  propiedad seres humanos, y es que la mierda es inherente a la especie humana...  Y esto es cierto, aunque te duela».
            
              Por favor, no empujen parte de la realidad más descarnada  en un mundo moderno canibalesco: una Lima saturada, en donde para vivir hay que  despojar el lugar del otro, empujarlo, como reza el título. Se puede leer  también como una sátira a nuestros modelos culturales, también como una parodia  al mito del progreso. Ciertos pasajes aluden al tipo de crítica que hacia  William Burroughs en El Almuerzo Desnudo.  Es poco probable que el lector salga del todo ileso.