NEW 
YORK CITY*
Por: 
Miguel Ildefonso
La mañana 
del 11 de septiembre del 2001, me encontraba alistándome para dar mis clases 
de español en la Universidad El Paso, Texas, cuando recibí la llamada 
de mi amigo narrador y compañero de estudios de la maestría, el 
mexicano Yuri Herrera. Con una voz extraña me dijo: "¿Miguel, 
estás viendo la televisión?" Imagino que algo así le 
sucedió a todo el mundo que vivió por televisión aquel 11-S. 
Fui a dar mi clase, y el campus universitario estaba algo desolado. En el Departamento 
de Español la cosa era parecida. Entré a mi salón, y di mi 
clase solo a la mitad de alumnos. El temor, el pánico, sobre todo. No por 
nada ya habían cerrado la frontera. 
Cuando llegué en el 2002 
a la Zona 0, no pude evitar fijarme en las miradas de los turistas que tomaban 
fotos o filmaban los escombros en el gigantesco cráter donde tractores 
seguían haciendo su trabajo. También veía a los otros turistas 
que se tomaban fotos con los bomberos, o teniendo de fondo las banderas del mundo, 
las fotografías de las víctimas y los recuerdos que dejaban en los 
alrededores. Un espectáculo.
Nueva York, un espectáculo, pero 
también una cierta melancolía que produce un arte, y aquel arte, 
una atracción. Derek Walcott, "el marginal", nacido 
en la isla de Santa Lucía, en 1930, y Premio Nóbel en 1992, cuando 
le preguntaron "¿Qué siente de Boston, la ciudad a la que ha 
llamado 'la ciudad de mi exilio'?", respondió: "Siempre me he 
dicho que tengo que dejar de usar la palabra 'exilio'. El exilio verdadero significa 
una pérdida total del hogar. Joseph Brodsky es un exiliado; yo realmente 
no lo soy. Puedo volver a casa. (…) Al principio era muy hostil hacia Boston, 
quizás porque amo Nueva York."
Hago mención de Walcott 
porque, aparte de que es el poeta vivo que más me gusta, es capaz de formularse 
estas preguntas en poesía: "¿y dónde, dividido hasta 
la médula, hallaré asilo?/ Yo, que he maldecido/ al ebrio funcionario 
del régimen británico, ¿cómo elegiré/ entre 
el África y el idioma inglés, al que adoro?/ ¿He de traicionar 
a ambos, o devolverles lo que ambos dan?/ ¿Cómo puedo enfrentar 
tal matanza y permanecer tranquilo?/ ¿Cómo puedo dar la espalda 
al África y vivir?"
Uno de los poquísimos libros que 
he comprado sin regatear ha sido El testamento de Arkansas, allí 
se puede leer un poema dedicado a Newark, además de estos versos: "'¡Ay, 
caramba, gringo!/ ¡Empieza a parecerse a la de Nueva York!". 
Sabiendo de mi admiración por Derek, mi amiga "la misteriosa A.P.", 
quien radica años en Washington DC, cultora del arte de la danza, el canto 
y la poesía, y asidua a eventos culturales en aquella ciudad, fue a ver 
la presentación de Walcott. En sus palabras: "La memorable 
velada literaria se llevó a cabo en las instalaciones del Navy Memorial 
Auditorium, dentro del marco del Tercer Festival Internacional de Poesía 
de Washington DC, el día sábado 13 de noviembre de 2004. Lo antecedieron 
el poeta mexicano Homero Aridjis y Leon Wieseltier, editor literario y escritor 
neoyorquino, quien presentó un homenaje a Czeslaw Milosz. Culminando con 
el programa del día y ante un selecto auditorio, Derek Walcott 
leyó un fragmento de The Prodigal, su última obra." 
 Uno 
de los regalos más especiales que he recibido en mi vida fue aquel libroThe 
Prodigal, en cuya página de respeto está escrito a puño y 
letra: "To Miguel, best, Derek Walcott, 2004". "La 
misteriosa A.P." emocionadísima le dijo que en Perú hay un 
poeta que lo admira mucho, y Derek, al enterarse que ella era peruana, se animó 
a hablar un poquito de español. Cuando me lo contó y me envió 
las fotos, yo sentí que había hablado con Derek Walcott 
a través de mi querida amiga. Aquí, como uno de mis tesoros, tengo 
el libro de pasta amarilla, editado por la Farrar, Straus and Giroux de New York..
Uno 
de los regalos más especiales que he recibido en mi vida fue aquel libroThe 
Prodigal, en cuya página de respeto está escrito a puño y 
letra: "To Miguel, best, Derek Walcott, 2004". "La 
misteriosa A.P." emocionadísima le dijo que en Perú hay un 
poeta que lo admira mucho, y Derek, al enterarse que ella era peruana, se animó 
a hablar un poquito de español. Cuando me lo contó y me envió 
las fotos, yo sentí que había hablado con Derek Walcott 
a través de mi querida amiga. Aquí, como uno de mis tesoros, tengo 
el libro de pasta amarilla, editado por la Farrar, Straus and Giroux de New York..
Pero 
de qué puedo hablar cuando se trata de hablar de una ciudad que es muchas 
cosas distintas, y que en ello radica su esplendor. Lo que sucedió, cuando 
llegué a New York, fue, como todo ojo, percatarme de su cosmopolitismo. 
Pero lo impresionante, más que la altura de sus edificios, era el orden, 
la sincronización, que se nota hasta en el andar, en el ritmo del caminar 
de sus habitantes, y que está en el subsuelo con sus metros, en la superficie 
con sus taxis y buses, y en el aire, con sus puentes y rascacielos.
Una 
tarde sentado en una de sus calles recordé, no sé por qué, 
aunque sí lo sé, perdonen la retórica, pero provengo, como 
Derek, de un lugar "al que le gusta la grandeza, los grandes ademanes (…) 
Esta es una sociedad retórica; una sociedad de desempeño físico; 
una sociedad basada en el estilo. El mayor logro del estilo es la retórica, 
como lo es en el habla y en la representación. No es una sociedad modesta 
(…) Crecí en un lugar en donde si uno aprendía poesía, la 
gritaba. Los niños la gritaban y la actuaban (…) Yo salí de esa 
sociedad de ademanes gigantescos. Y la literatura es así, sea griega o 
lo que sea." ¿Ya ven?, me desbordo, solo quería decir que recordé 
unos versos de Mañana mañana: 
Recuerdo 
las ciudades que nunca he visto 
exactamente. Venecia con sus venas de plata, 
Leningrado 
con sus minaretes de toffee retorcido. París. Pronto 
los 
impresionistas obtendrán sol de las sombras. 
¡Oh! y las callejas 
de Hyderabad como una cobra desenroscándose.
Haber amado un horizonte 
es insularidad; 
ciega la visión, limita la experiencia.
El espíritu 
es voluntarioso, pero la mente es sucia. 
La carne se consume a sí misma 
bajo sábanas espolvoreadas de migas,
ampliando el Weltanschauung 
con revistas.
Hay un mundo al otro lado de la puerta, pero qué inquietante 
resulta 
encontrarse junto al propio equipaje en un escalón frío 
cuando el alba 
tiñe de rosa los ladrillos, y antes de tener ocasión 
de lamentarlo, 
llega el taxi haciendo sonar una vez la bocina, 
deslizándose 
hasta la acera como un coche fúnebre-y subimos.
"Haber 
amado un horizonte es insularidad", me quedo con lo que me sugiere la palabra 
insularidad para acercarme a una voz que salió como de las aguas del Hudson, 
de esas orillas por los barrios de 1942, de aquel que cuando tenía 14 años 
grabó su primer disco, "So blue", con el grupo The Shades, y 
que dado su carácter difícil, sus padres decidieron enviarle al 
psiquiatra, quien le prescribió una serie de tratamientos, entre ellos 
sesiones de electroshock. Se llamó originalmente Lewis Allen Reed. 
Su nombre está vinculado a lo punk. "Punk" era un fanzine de 
1976 creado por John Holmstrom, Ged Dunn Jr. y Roderick Edgard, que eran del área 
más deprimida del Oeste de Nueva York. La revista "Punk" contó 
con una tirada de 2.000 ejemplares, y había entrevistas exclusivas a personajes 
extravagantes y desconocidos que luego serían leyendas como Lou Reed, 
sí, el "NYC man". 
Hago mención de Reed 
porque, aparte de que es uno de los rockeros vivos que más me gusta, es 
capaz de formularse estas preguntas en esa voz que de por sí ya es poesía: 
"¿Quién soy yo? ¿Por qué soy arrastrado a hacer 
lo que no debería? He luchado con este pensamiento innumerables veces: 
el impulso del deseo destructivo, el deseo de automortificación." 
Pero también lo menciono porque es el "Hombre de la Ciudad de Nueva 
York", aquella ciudad que primero vi en los ojos tristísimos de Charles 
Chaplin, en "Luces de La Ciudad" (1931), en aquella escena final cuando 
la muchacha (Virginia Cherrill), a quien había ayudado a recobrar la vista, 
lo reconoce, justo cuando le hace entrega de una rosa. En esos ojos chaplinescos 
de Chaplin, allí New York se divisaba en su horizontalidad, en esa insularidad 
con/de formada por millones de seres y lenguas como la escena en el espejo del 
baño en la película La Hora 25, de Spike Lee, y aquel monólogo-poema 
de Monty Brogan (Edward Norton). 
No quisiera entrar más en los rascacielos 
de la memoria, solo cantar con su letra: 
It can only lead to 
trouble if you break my heart
if you accidentally crush it on the ides of March
I'd 
prefer you were straight forward
you don't have to go through all of that
I'm 
a New York city man, baby, and say "go" and that is that
New 
York city man, you just say "go" and that is that
I'm a New York 
city man, you just say "go" and that is that
It's far too complicated 
to make up a lie
that you'd have to remember and really why
I wouldn't want 
to be around you
if you didn't want to have me around
I'm a M-A-N-N man, 
you blink your eyes and I'll be gone
M-A-N-N man, you blink your eyes, 
honey, I love you, I'll be gone
New York city man, you blink your eyes and 
I'll be gone
Conocí hace años a la periodista 
Liliana Bringas. Ella editó Los poemas del ropero de Luis Hernández 
y Arte de navegar de Juan Ojeda, entre otras actividades culturales de 
la Lima de los 90. La perdí de vista durante años, hasta que hace 
poco me escribió a mi e-mail diciéndome que está nada menos 
que viviendo en Nueva York, que tiene un blog (http://libringasunitedstates.spaces.live.com/), 
sigue haciendo periodismo cultural, y que así ha conocido a Tom Wolfe. 
Al final de mi mensaje le dije a la volada y en chiste "salúdame a 
Lou". Casi al mes, recibí un mensaje de ella: "Encargo cumplido". 
Acompañaba a su mensaje unas fotos del autor de: "Solo un día 
perfecto/ Hiciste que me olvidara de mí mismo/ Yo pensé que yo era 
alguien/ Alguno otro, alguien bueno." 
"Miguel, te cuento. Yo 
fui a la 92Y, es un auditorio ubicado en Manhattan, en el East 
Side. Por la 
mañana leí en el periódico sobre la presentación de 
Lou Reed. Fui por la noche; después del conversatorio, Lou 
se situó en una pequeña sala a firmar sus libros, así  que 
yo me quedé hasta el final. Cuando casi no había gente - éramos 
4 ó 5 personas - le pregunté si podía tomarme una foto con 
él para mi periódico. "Sure", me dijo, y me senté 
a su lado. Estando con él, le dije que era peruana y periodista. Casi me 
muero cuando Lou me miró a los ojos. Con esa mirada tristísima y 
asombrado me volvió a preguntar "¿de Perú?", "Sí, 
Sudamérica, y en ese país te escuchamos, hay un amigo poeta, Miguel, 
que te envía saludos", le dije. Lou sonrió y fue cuando se 
me acercó, como ves en la foto, él está inclinado hacia mí. 
Luego volvió a preguntarme:
que 
yo me quedé hasta el final. Cuando casi no había gente - éramos 
4 ó 5 personas - le pregunté si podía tomarme una foto con 
él para mi periódico. "Sure", me dijo, y me senté 
a su lado. Estando con él, le dije que era peruana y periodista. Casi me 
muero cuando Lou me miró a los ojos. Con esa mirada tristísima y 
asombrado me volvió a preguntar "¿de Perú?", "Sí, 
Sudamérica, y en ese país te escuchamos, hay un amigo poeta, Miguel, 
que te envía saludos", le dije. Lou sonrió y fue cuando se 
me acercó, como ves en la foto, él está inclinado hacia mí. 
Luego volvió a preguntarme:
- ¿Allá me escuchan?
- 
Claro, le dije, y quizá quieres ir por allá, yo te admiro.
- 
¿Por qué? - me dijo.
- Porque eres un poeta - le dije, y sostuvimos 
un momento nuestras miradas.
Qué pena que la cámara no captó 
esos momentos en que estaba con Lou face to face. Su esposa tenía 
mi cámara digital y fue ella quien tomó esa foto donde estoy con 
Lou. Pero te lo cuento porque esos momentos tan sólo los viví Lou 
y yo. (…) Lou Reed debe medir 1.70 o algo menos, es por eso que 
se tomó la foto sentado, tiene el tamaño del promedio peruano y 
es delgadísimo. Su voz es grave, y cuando hablé con él me 
impresionó su forma de mirar, te mira como si quisiera ver tu alma, te 
mira los ojos, las cejas, los pómulos, la boca, impresionante. Te mira 
desde la quijada hasta el cabello. Es increíblemente serio, tan solo sonrió 
en la ocasión que te comenté, pero no lo vi sonreír con nadie 
más y eso que hubo mucha gente que se quedó para un autógrafo. 
Cuando la gente se acercaba a él, los escuchaba, los miraba y no soltaba 
una sonrisa, increíble."
Este texto en realidad es de agradecimiento 
a la poesía, a la música, al cine, y especialmente a "la misteriosa 
A.P." por la ubicuidad del arte, y a la extraordinaria Liliana por haberle 
transmitido mi saludo a Lou Reed, por darme esa felicidad de haberle 
sacado una sonrisa a mi ídolo, y con él, a toda Nueva York.City 
de mis recuerdos de inicios del nuevo milenio.
 
* 
Texto publicado en la revista electrónica Nacho Dog Blog. Septiembre, 2006.