Canción en la frontera de la noche
Nuevas soledades y hallazgos de Miguel Ildefonso
Por José Carlos Yrigoyen
Miguel Ildefonso
Los desmoronamientos sinfónicos
Hipocampo Editores, 2008
61 pp.
Miguel Ildefonso (Lima, 1970) no solo es el poeta con la obra más sólida de la llamada generación del noventa, sino también el que mejor ha comprendido e interpretado el significado de aquellos años inciertos en que su poesía y la de sus compañeros de oficio comenzó a desarrollarse. Desde Canciones de un bar de la frontera (2001) hasta hoy sus poemarios están compuestos principalmente por textos escritos diez años atrás y centrados temáticamente en las más inquietantes vicisitudes individuales y colectivas de la última década del siglo XX, convirtiendo en frescura, vitalidad y urgencia el problema de la falta de distancia ante los hechos relatados. Esto, sumado a sus frecuentes aciertos formales y las personales reelaboraciones de mitos y personajes literarios en el Perú de nuestros días, hace de la suya una voz compleja y sostenida tanto en sus proyectos mayores como en los de menor envergadura.
La primera cuestión que se la presenta a quien lee Los desmoronamientos sinfónicos es qué lugar ocupa este nuevo volumen en la prolífica carrera de Ildefonso. Libro denso, nocturno, coral, no hay en él nada que el poeta no nos haya dicho antes: persisten en sus páginas las visiones del río Rímac -divinidad pestilencial que personifica a la ciudad-, los héroes confidentes que lo acompañan en sus travesías por los barrios marginales –Cioran, Holderlin- y los recuerdos de la guerra interna, casi inmediatamente posterior a la escritura de este largo poema en prosa. Sin embargo, el propósito central de este proyecto esta vez está enfocado en otro aspecto. Si a su entrega anterior, M.D.I.H. (2004) se le podía reprochar que, más allá de varios poemas logrados, era notorio un estancamiento y hasta una involución en el trabajo con el lenguaje, en Los desmoronamientos sinfónicos somos testigos del mayor alarde formal de Ildefonso hasta la fecha, tanto en lenguaje como en estructura. Y es con esta exploración que consigue, de paso, afinar y reinventar de algún modo su ya trajinado imaginario.
Dividido en más de un centenar de fragmentos de variada extensión, Los desmoronamientos… atrapa al lector desde sus primeras imágenes, que se suceden con la rapidez y eficiencia de un buen relato cinematográfico, haciéndonos partícipes de la época que intenta retratar abriendo el poema con la definición simbólica de ésta: “un vago espejo refleja la putrefacción. Es la materia que nace y muere. La larva que se nutre de una masa de carne. (…) una gangrena crece a mis pies de esa gangrena crecen ojos y pies largas algas fulgentes de luz anaranjada”. El fraseo sostenido en el que están enhebrados las visiones, signos y reflexiones de Ildefonso va convirtiendo al poema en un organismo vivo, alterado, donde los desbordes, fugas y embalses se van sucediendo de tal manera que nos sumerge en un vértigo basado en un incesante ritmo y manejo del dramatismo, así como en la continua variación, muchas veces afortunada, de sus temas y personajes, variaciones que van deformándolos o transfigurándolos según la circunstancia en que está inmerso cada uno. Ahora, este es un vértigo en el que es tan fácil entrar como salir. Los desmoronamientos… demanda al lector mucha paciencia para afrontar los momentos más ásperos y complejos de esta crónica en verso, los eminentemente analíticos y oscuros, para luego pasar a los parajes más exaltados y emocionantes: los diálogos entre el poeta y sus criaturas, la palabra que se solaza con la decadencia, las descripciones luminosas de una ciudad inmersa en “los signos de una época no muy lúcida”.
Los desmoronamientos sinfónicos significa una bocanada de aire puro, una saludable vuelta de tuerca en la poesía de Miguel Ildefonso. Más que una variante de sus poemarios anteriores, es una conseguida reinterpretación de la realidad que ya antes había examinado desde un prisma distinto. No obstante, haciendo las sumas y las restas, queda claro que no está a la altura de sus mejores libros, (Canciones de un bar…, Las ciudades fantasmas) pero que en riesgo y logros supera a los conjuntos menores (M.D.I.H., Heautontimoroumenos) Quizá esta entrega sea el calculado inicio de un viraje basado en la experimentación formal, aunque tratándose del fecundo, diverso e impredecible Ildefonso, nada se puede asegurar.