José Jiménez (Cajamarca, 1990)
Nunca
Nunca me alejo de este árbol,
un árbol caído, latente,
nunca me alejo de este árbol,
aunque corra sangre por mi pecho.
Debo llorar un pálido algarrobo,
debo llevar un río a su corona,
debo resguardar que la noche no lo lleve,
regarle hierro para siempre a sus raíces.
Nunca me alejo de este árbol,
porque escarabajos minuteros
desnudarán su ropa grisácea,
nunca me alejo de este árbol,
vendrá un tatuaje de mi agonía.
Ya todo sucedido.
Callejón anónimo siempre, escudo helado,
ya todo para nunca; huracán de luz,
mientras sombras escapan con alfileres.
Karina Moscoso (Lima, 1990)
Asalto Inútil
Coge mi alma y
oculta tu piel,
te pertenezco por más
que esté muerta.
Ya no duele tu mentira,
me acaricia la maldad.
Rasga la verdad
de un libro incomprendido,
lame la sangre de un pollo
a medio hervir,
es la herida putrefacta
que te deja soñando en el dolor.
Camina por detrás tratando
de robar la poca esperanza
que te queda,
se vuelve estéril al respirar
la canción de una niña
fallecida en media calle,
Y rompe su silencio tratando de reír.
Paolo Astorga (Lima, 1987)
Repetición De Una Calle
A Juan Ramírez Ruiz in memoriam
Mi barrio es de cuervos, de casas destruidas y aún hay fe,
una licuadora inmensa encendida en nuestros vientres.
No concluyo nunca mis ladridos, estoy harto de comer mis cicatrices,
mis palabras adornadas de flores y belleza.
Las ratas nos persiguen esperando la noche.
Las vacas gordas vomitan una guerra, y tengo que escribir,
sacar en hombros a un borracho y decirte hola,
oscurecer siempre a media tarde,
escupir a un policía,
que mi madre no me obligue a decirle padre a ese adefesio,
explotar, guardar un poco, la procesión va por dentro,
me guiñas el ojo derecho,
los ataúdes pasan muy aprisa, y me saludan los muertos,
un obrero sigue alzando el puño y lo pisan lo maltratan,
se lo cargan
y adiós, ya no sueña, ya no hay fiesta,
ni casco en este túnel atisbado de pólvora.
Veo hombres quemados,
mujeres sin falda mostrando sus sexos,
niñas golpeadas por sus tíos y tengo frío
y me han cortado las manos,
a pedazos se cae el cielo y no tengo un refugio, un ven aquí
que ya no duele.
Me quieren matar, me quieren matar.
Ya es tarde les digo, ya es tarde.
Andrea Rosado
Cómo… Cuándo?
Hállame impía entre las mujeres
Propala mi llanto entre tus amores
Observa el palmo de tus manos que con intento vano mi piel acarició
Deleitados tus labios que con vil bajeza saborearon el monte prohibido de mi cuerpo
Aléjate llevando en tu recuerdo una virgen candorosa
Aligera tus pasos…esquiva el dolor de una mujer enamorada
Ceñiste tus palabras a mis caricias…ahora sé que mentías.
Habitamos el paraíso entre sedas, sin temores…sin timidez.
Que el tiempo borre las heridas es mi única esperanza
El perdón buscará reposo dentro de mí, y podré gritar y confiar y decidiré amar.
José Chacchi (Huamanga, 1987)
Loncevado
Ocultándose
bajo la luz cutánea de tus ojos
desprevenida
despavorida:
tu voz.
Silencioso
en los espejos donde aun no nos recuerdan
Silencioso
perdiendo aquellas piedras
las altas
las altas
Aquella fortaleza creada por tu
silencio
es inmensa
inmensa
Tus estilísticos espejos
se sitúan donde la luna azul
solamente nos puede unir.
Eres sangre
Así te quedarás
Sangre
Y espero que nunca
te coagules.
César Pineda (Lima, 1980)
Hoy
Arde en ti
Mi cuerpo enlutado de tristeza
Y en el llanto helado de tu voz
Amanece una recta
Ensombreciendo el calor que dejan gemir nuestros cuerpos
Y la emoción de follar nuestro amor
Se derrite hasta el más humano desconsuelo
Y sin coger ningún cansancio
Se desvanece partido hacia un rincón
Como ahora lo hace mi cuerpo en otro lado
Incrustado en la sangrante herida de mis versos
Y nuestro corazón pegado al uno
De pronto
Danza y se oscurece
Sin poder agarrar a cachetadas nuestra pasión huérfana de piel y goce
Sin poder enterrar nuestro amor
Cuerpo a cuerpo
Beso a beso
Sexo a sexo
Besando la frente excitada de tus desvestidos deseos
Como una cálida caricia arropada
Locamente en ti
Degollando vorazmente toda hambruna de boca muerta sin compañía
Como este semen que dispara su cariño
Esparciéndote el vello de la muerte
Sin poder humedecer el aire ventilado de tu cuerpo.
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