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El hombre elefante y otros poemas: entre el llamado
del abismo y la esperanza
(La consolidación de la poética de la esperanza)
Por David Antonio Abanto Aragón
.. .. .. .. ..
¿Acaso te pedí, Creador, que de mi arcilla
me hicieses hombre? ¿Acaso te rogué
que de la oscuridad me ascendieses?
Paraíso perdido, John Milton
Es cierto que mi forma es muy extraña,
pero culparme por ello es culpar a Dios;
si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo procuraría
no fallar en complacerte
Joseph Merrick
«Uno piensa hacer cosas buenas a través de la literatura, pero
uno se va convirtiendo en una especie de monstruo. Pero todo
artista tiene que aceptar su demonio».
Miguel Ildefonso en entrevista de Mijaíl Palacios Yábar.
Exordio
Todas las sociedades se definen por lo que excluyen. Toda definición social y estética contiene implícita —o explícitamente— la definición de su inversa. La normalidad requiere anormalidad, los vínculos comunes circunscriben la noción de extraño, la conducta adecuada refleja el espejo invertido de lo inaceptable. La imagen convencional de nuestro ser social está rodeado de parias, de extraños, de monstruos[1].
El reciente poemario de Miguel Ildefonso (Lima, 1970) El hombre elefante y otros poemas (Asociación Peruano Japonesa, 2016), ganador del IX Concurso Nacional de Poesía, premio «José Watanabe Varas», nos muestra a través de sus treinta composiciones (desplegadas en dos secciones del poemario: i los monstruos, ii otros monstruos y epílogo) que los monstruos[2] pueblan nuestro imaginario y han estado al acecho fuera de las murallas de nuestras «ciudades invisibles» desde los más antiguos «vestigios» de la literatura[3] en una comunión intensamente sensorial, corporal, con la energía que vitaliza el mundo.
Miguel Ildefonso nos lo recuerda colocando como eje central de la poética[4] desplegada en este poemario a la esperanza[5]. Una esperanza que no transita por caminos trillados, pero no por eso menos firme; una esperanza desprovista de un pretencioso saber racional pero lúcida. Alberto Manguel señala: «En español la palabra “espera” tiene la misma raíz que “esperanza”. Gide dice en su diario: “Sala de espera. ¡Qué idioma tan hermoso, que confunde espera con esperanza!”».
Para lograr plasmar esta poética de la esperanza Ildefonso establece una estética de disonancias, en la cual lo indeterminado se expresa mediante determinaciones (o a la inversa), lo complicado mediante frases sencillas (y viceversa), etc. Las tensiones disonantes principales son las que surgen entre la forma y la desintegración, la tradición y la ruptura, la inteligibilidad y el hechizo verbal, el intelectualismo y el antiintelectualismo, la percepción y la irrealidad, la precisión y la ambigüedad, la espontaneidad y el artificio, la verdad y la mentira, la belleza y la fealdad. Una poética que parecería ir a contracorriente del curso presente de la historia, un don que debe ser acogido creando en la historia, en nuestro mundo, en la vida de todos los días, razones de espera.
Umberto Eco ha demostrado que en apariencia belleza y fealdad son conceptos que se implican mutuamente, y por lo general se considera que la fealdad es la antítesis de la belleza hasta el punto que bastaría con definir la primera para saber lo qué es la segunda. No obstante, las distintas manifestaciones de la fealdad a través de los siglos son más ricas e imprevisibles de lo que comúnmente solemos creer.
El hombre elefante y otros poemas ha sido escrito para acercarnos a esta verdad. Y ningún creador puede imaginar algo más terriblemente monstruoso que la verdad. Sus páginas nos lo muestran en un itinerario sorprendente hecho de pesadillas, terrores y amores de casi tres mil años, donde los sentimientos de repulsa y conmovedora compasión se dan la mano, y el rechazo de la deformidad va acompañado de éxtasis decadentes ante las más seductoras violaciones de los cánones de belleza clásicos.
I
La primera aparición del monstruo se da con Joseph Merrick, «el hombre elefante»[6]. Su figura aparece como contrapartida y sombra de lo bello, lo sublime.Verlo inquieta, aterra, y ante la inquietud y el terror que provoca, el monstruo se esconde. Solo puede convivir con los seres humanos a condición de no ser visto.
el Hombre Elefante huye sin saber adónde ir
no sabe en qué ciudad está
esos carros de lata pasan raudamente por sus costados
las estrellas son de plástico
charcos de leche alimentan a los pocos árboles sin hojas
los perros ladran cuando sienten sus pasos
los sonidos son secos de sus zapatos de madera
¿de qué está hecha la belleza? se pregunta
Ha podido aprender cómo viven los hombres porque los demás no saben que él está allí, oculto junto a ellos, en su jaula, en su ventana. Cuando los otros lo descubren, lo persiguen para estigmatizarlo y quizá matarlo, sin preocuparse por saber si es bueno o malvado[7].
Joseph Merrick es la víctima modelo. Ildefonso lo elige y erige como símbolo central de la poética[8] de este libro (anunciada ya en sus poemarios anteriores) y de la figura del poeta que comparte su dura suerte con la de todos y cada uno de nosotros.
dices: me llamo Joseph Merrick
me complace mucho conocerla
realmente usted es muy hermosa
¿trabaja en Hollywood? ¿en Broadway?
no huya por favor
solo estaba actuando
no pretendo ser otro
soy lo que soy
soy otro
ocúltese tras el espejo si desea
no la voy a tocar
no tiene que verme
estas manos solo conocen la textura del papel
la densidad paquiderma de mis palabras
hace que tropiece tontamente
las palabras solo quieren marchar hacia las fuentes
beber bajo el sol de la primavera
la primavera que ha traído su belleza a mi jaula
usted es fantasía
Venus que surge de esas aguas cristalinas
proporción y rezo: ¡iluminación!
¡usted es iluminación!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . (EL HOMBRE ELEFANTE, pág. 18)
De ahí, la respuesta que Ildefonso brinda a Enrique Planas: «Ser monstruo es ser escritor. Es parte de ser incomprendido». Sin embargo, hay una paradoja muy conmovedora en el hecho de que «el hombre elefante», el monstruo, reaccione a su ser como lo hacen muchas personas: sufre el destino del marginal, el verse a sí mismo con los ojos del que odia.
dices: construyo la maqueta de una iglesia
........ no salgo de mi habitación
........ tengo muchas faltas: soy un pecador
........ es mejor no salir
........ vivo en el London Hospital
........ aterrado de mí mismo
........ puedo anudar algunos versos
........ pero me cuesta mucho
........ si respirar fuese orar
........ si respirar fuese librarme de las culpas
........ duermo sentado en esta dura cama
........ no conozco la horizontalidad
........ tengo pesadillas de mí mismo
........ máquinas infernales echando humo
........ aspirando el veneno
........ los pulmones: mis fauces irritadas
........ el mundo es una feria espectacular
........ yo soy la zona oscura
........ soy la contaminación: las aguas servidas
........ construyo la maqueta de una iglesia
........ donde no hay dios
........ la belleza es la materialización
........ de la bondad
........ pero yo soy el crimen
........ soy el asesino y el asesinado
........ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . (EL HOMBRE ELEFANTE, pág. 15)
Pero también «el hombre elefante», el monstruo, la figura del poeta, está reconociendo, bajo los rasgos bestiales, la posibilidad de una violencia malvada. Joseph Merrick, hecho como todos nosotros, es, en parte al menos, como lo es el poeta, nuestro espejo, reflejo de aquello que no queremos o no nos atrevemos a recordar. Quizá por eso nos conmueve, nos inquieta, nos da miedo. Él es nosotros. Nosotros somos él. «Por ello es necesario reconocer que todos somos el monstruo, y hay que dejar de ver solo su lado horrendo y maligno. También dejar de ver el monstruo solo en los demás y advertirlo en uno mismo», dice el poeta en la misma entrevista.
A menudo, afirma TzvetanTodorov, añadimos a un esquema elemental (criminal/ víctima-bienhechor /beneficiario) la distinción entre nosotros y los otros que nos permite dar cuenta de una serie de prácticas que consisten en atribuirnos los papeles valorados de héroes y bienhechores y de las víctimas, y en confinar a la otros en el papel menos glorioso de bestias, animales, asesinos, verdugos, criminales, victimarios o, simple y llanamente, monstruos.
Dice Alberto Manguel: «Occidente reconoce al Otro sólo para despreciarlo mejor, y luego se sorprende de la respuesta que recibe. Ferdinando Camon le dijo en una ocasión a Primo Levi: “Hay algo en la cultura cristiana que recomienda las relaciones con ‘el Otro’ por el único motivo de lograr su conversión… El destino de ‘el Otro’ carece de importancia frente a tal conversión. Si examinas esa afirmación, al cabo de cierto tiempo se puede ver que conduce al exterminio”».
Olvidamos que el ser humano encuentra «razones» para los crímenes que lleva a cabo en aquello que, precisamente, nos aleja de los «animales». Mientras estos matan por necesidad (para comer o defenderse), los seres humanos lo hace para protegerse de los peligros que a menudo solo existen en su imaginación o, como dice Umberto Eco, de enemigos que construye a falta de los verdaderos, incluso para llevar a cabo proyectos surgidos de su intelecto (o, en el peor de los casos, por el solo placer de matar por matar)[9].
El poeta, el creador, nos revela en su creación lo que el otro nos muestra: aquello que, en nuestro interior, nos recuerda lo que vemos en ellos. Constatar que son humanos como nosotros o que nosotros somos capaces de convertirnos en inhumanos como ellos vienen a ser dos caras de lo mismo («porque escribir solo se parece al horror», nos dice en el insecto k, pág. 29).
Descubrir que los grandes criminales o monstruos de la historia son tan humanos como nosotros es uno de logros del poeta que nos permite acercarnos a ellos.
Al respecto, Ildefonso le dice a Enrique Planas: «Por ello es necesario reconocer que todos somos el monstruo, y hay que dejar de ver solo su lado horrendo y maligno. También dejar de ver el monstruo solo en los demás y advertirlo en uno mismo. Las guerras empiezan cuando vemos al monstruo solo en el otro».
Debemos recordar que en el proceso de creación que se renueva inagotablemente a través de la lectura[10] , el yo lírico se convierte en el otro hablante para el lector y la respuesta del lector es siempre única e íntima, pero no termina con la respuesta del lector ya que es la correlación yo-tú la que perdura, la cual no pertenece al poeta ni al lector sino a los dos juntos en el diálogo poético. El ser humano existe realmente mediante las formas verbales del yo y el tú. La armonía está en la simetría de yo y tú y en la incongruencia que el yo dice lo que tú sientes… o eres.
De raigambre esencialmente romántica, Ildefonso despliega en su poema y, en el conjunto del libro, un elemento subjetivo como tema: el yo del poeta. El poema canta (y cuenta) el tema del poeta y del poema mismo. Poema de la poesía o poema del poeta.
déjenme ser el monstruo que miente
miento: invento historias
invento mi monstruosidad
invento mi bondad
es cierto: no tengo madre
mi madre murió
invento sus caricias
su comprensión: su abrigo
mis manos no respiran: viven en otro cuerpo
les escribiré un poema que les hable de la bondad
no aspiro a que sea muy bello
aspiro a que se acerque a la bondad
........ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . (EL HOMBRE ELEFANTE, pág. 16)
El poema del poeta se funde en el poema del poema.
entre los sueños orales de los perros
el aire abandonó su cuerpo
nunca quiso entrar tan fácilmente
como la música o la poesía
sus pasos aún resuenan
en unas cuantas pesadillas
solo se apiadan de él
los sueños viscerales de los perros:
. . . . el mundo está en tus pies
. . . . Hombre Elefante
. . . . que venga el Óscar
. . . . tú podrás contra todos nuevamente
........ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . (EL HOMBRE ELEFANTE, pág. 15)
El hombre elefante y otros poemas recoge y une estos dos temas de índole romántica: la poesía del poeta y la poesía del poema.
II
El tema de El hombre elefante y otros poemas no es la presencia del monstruo en la poesía, sino el tema es el poeta mismo. Joseph Merrick, el hombre elefante (pero también, el insecto K, el niño de madera, el marqués de Sade, el fantasma de la ópera, el hombre de hojalata, Ana Frank, el joven manos de tijera, Dante, Freddie, Vincent, el niño que yace en su cama, Darcy, el poeta, Caicedo, Draw Barrymore, Eleanor, etc.) no es una alegoría del poeta (en singular y minúscula): es una máscara simbólica, una persona[11]. El poeta es el poeta, pero también es el reflejo que lo trasciende: el Poeta (en singular y mayúscula) rebelde y libre. El reflejo terrestre, la copia corporal y espiritual de un arquetipo.
Un logro mayor de la poesía ildefonsiana es forjar personajes que son seres, criaturas, que a través de la lectura salen de la literatura y pasan a formar parte de nuestras vidas, se convierten en auténticos mitos de esta edad del mundo. Una edad en la cual, le dice Ildefonso a Pedro Escribano «la estética de lo bello se ha enclaustrado en un mercantilismo, en una reproducción de la belleza, de lo bello que se consume» y añadimos por nuestra parte, pero no se vive. Y todo ello no es más que una de las manifestaciones de nuestra época: «Es parte de la hipocresía que se ha instaurado en nuestras vidas, y que hay que cambiar por una simple razón de supervivencia» advierte el mismo autor, esta vez a Enrique Planas.
Por eso, los poetas y los seres humanos tendrán que crear una moral, una política, una erótica y una poética del tiempo presente. Le dice Ildefonso a Enrique Planas: «No hay poesía que no aspire a la moralidad. La estética es un medio para alcanzarla. Cuando uno entiende la estética, se da cuenta de que belleza y moral van unidas. No pueden existir la belleza y la fealdad sin la moral».
El poeta sabe que el camino hacia el presente pasa por el cuerpo, pero no debe confundirse con el hedonismo mecánico y promiscuo del mundo de hoy. Por ello, el creador ofrece, dona, da su creación al servicio de la memoria[12] para hacer recordar a los seres humanos su esencia[13]. El poeta convierte la memoria y la verdad en temas de diálogo entre los seres humanos. Nos recuerda que la memoria está ahora en nuestras manos, o mejor dicho en nuestra voces. La palabra, el logos, de todos debe ser escuchada para poder forjar solidariamente, entre todos, el paradigma de la memoria[14].
Es tarea del poeta hacernos recordar que podemos ser como el niño protagonista de «El traje nuevo del rey» de Hans Christian Andersen. Dice Ildefonso en un artículo de opinión: «cada uno de nosotros tiene la capacidad de ser como el niño del cuento y desconfiar del poder oculto en los medios de comunicación que reproducen y forjan “valores y actitudes fundamentales” de las sociedades (competencia, violencia, cinismo, etc.)» (2014). La palabra, la poesía y el arte en general serán de gran ayuda en esa tarea o, quizá, su tabla de salvación.
Precisamente la poesía de El hombre elefante y otros poemas nos muestra que el verdadero héroe es la imaginación poética. Nos muestra cómo nace en un niño, cómo se debilita y está a punto de perderse y cómo, por obra de la contemplación y acción poéticas sobre la sociedad humana, el poeta maduro la restaura. Es un poemario animado por un doble movimiento: el tránsito hacia la madurez es también un regreso a la infancia. La restauración del saber inocente y de la indefensión de la criatura humana. «En conclusión: lectores, oyentes y televidentes de esta posmoderna cultura soft del mundo unidos, seamos pues como el niño», hace el llamado Ildefonso en el artículo mencionado.
De modo que la poesía constituye una vía privilegiada para tomar conciencia de esa dignidad que todos sentimos pero que, sin la poesía, raramente logramos aprehender. Citemos en extenso las palabras del poeta en una de sus aproximaciones a la inasible[15] definición de poesía:
«La poesía —sigamos jugando con sus libres definiciones—, por eso mismo, linda con la marginalidad, con los pasajes oscuros de la historia oficial, y por eso es peligrosa, sospechosa, estigmatizada. Escribir un poema es un acto de rebeldía en sí, es conquistar el futuro en ese acto, porque la palabra anuncia a un futuro lector o, mejor dicho, lo crea; crea a ese otro que se verá luego impulsado a tomar conciencia de su insularidad, a dudar de lo que siempre ha creído, a querer ser libre. La poesía es una declaración de guerra a la corrupción del espíritu y del cuerpo»[16].
El hombre elefante y otros poemas nos muestra las diversas máscaras que asume el poeta como reflejo del arquetipo que lo trasciende. En entrevista con Pedro Escribano, Ildefonso afirma: «Yo me siento de verdad como un monstruo en el sentido que me he vuelto más solitario, por eso creo en los monstruos de mi libro», y más adelante enfatiza: «Sí, yo creo que dentro, inclusive, dentro de la literatura misma o de las letras, el poeta es el monstruo de la literatura» (las cursivas son nuestras).
El ser humano se ha quedado solo en la ciudad inmensa y su soledad es la de millones como él. El sujeto poético de la poesía ildefonsiana es como el monstruo, un solitario inmerso en la muchedumbre, o mejor dicho, una muchedumbre de solitarios. Él es uno entre tantos y, a la vez, es un ser único. Una multitud inmersa no en un pasado o en un futuro, sino en un presente, el ahora que ha sido siempre el tiempo de los poetas y los amantes, de los epicúreos y da algunos místicos. El poeta es consciente de que el instante es el tiempo del placer, pero también lo es de la muerte, el tiempo de los sentidos y el de la revelación del más allá. El presente es el fruto en el que la vida y la muerte, hontanares que jamás cesan, se funden.
Inclusive el libro mismo, la creación, la obra, se constituye como un símbolo mismo del monstruo, de la criatura (creatura, en tanto creación). El hombre elefante y otros poemas es una obra formada, hecha, de fragmentos-poemas, de pedazos, donde cada uno de ellos, estricto sensu, no tiene completa existencia autónoma en tanto parte de un todo, pero cada uno existe como parte. Los problemas de la creación —los problemas del creador y los problemas de la criatura, la obra en sí— pueden y deben verse también como los desafíos del trabajo artístico. En esa dirección entendemoslo que responde Ildefonso a Enrique Planas: «Al poeta le corresponde indagar en esta monstruosidad para hacerla más racional, como sugería Goya»[17], porque añade: «Para mí, lo monstruoso tiene que ver con el afán depredatorio, animal, que hoy nos caracteriza. Está en la política y en la economía».
El poeta, como el monstruo mismo, a pesar de su sufrimiento—o quizá por ello mismo—, no quiere dejar de ser, no quiere morir. Aunque la vida solo sea una acumulación de angustias, le es preciosa. Es un don que el poeta como creador comparte con la divinidad. Su labor se enlaza con un mito muy anterior: el de Adán, el buscador de conocimiento, quien, al igual que Prometeo, se atreve a emprender lo que Dios prohibió.
El anhelo de creación del poeta es un eco del intento legendario del ser humano por crear vida, y arrojar luz sobre la oscuridad (como hizo Prometeo al robar el fuego a los dioses) es sin duda una de las definiciones de la creación y del arte propiamente dichos. En ambos, «la vida» es creada a partir de fragmentos, de piezas montadas, unidas con la esperanza de que el resultado de alguna manera tenga vida, se mueva, ande.
Una vez más el poeta se transforma en una figura que participa del heroísmo altruista de Prometeo, la osadía del vuelo luciferino de Ícaro y el amor a la libertad y esperanza. Subversión e ironía, caída y melancolía. Pero también esperanza de redención.
El monstruo de El hombre elefante y otros poemas no es ni un horror de confección ni un Lázaro: es, si se quiere, una Gestalt[18] imposible cuyo nacimiento vamos a presenciar en el acto renovado de la lectura. En la estirpe de la criatura innominada forjada por Viktor Frankenstein fruto del genio creador de Mary Shelley[19], El hombre elefante y otros poemas es una entidad formada de pedazos y articulaciones que de alguna manera, en contra de lo que podía esperarse, puede moverse, tiene vida.
Bajo el doble principio de la unidad en la diversidad y la diversidad en la unidad, esta entidad hechiza vive. La creación poética es vida. «Sí, si no es un aparato verbal, tema para estudios lingüísticos nada más», le dice Ildefonso a Pedro Escribano y, añade en profesión de fe el poeta, «Tiene que conmover, tiene que estar ahí el hombre elefante. El hombre no debe perder el habla. Qué es el lenguaje solo... no es nada sin la voz humana». La poesía no es ajena a la vida. La asunción de la poesía es la asunción de la creación entera.
En nuestra vida cotidiana sabemos que para vivir hay que ser inconcluso, abiertos a lo que venga y, por excelencia, al próximo encuentro con nuestros otros. La poesía de Miguel Ildefonso, fiel a su pensamiento, es también inconclusa, porque es una poesía abierta al mundo y a la creación de sus lectores. Nos vemos y nos hablamos y, a veces también, no vemos a los que nos acompañan y podemos, también, dejar de hablarnos los unos a los otros. Así somos los seres humanos: frágiles y llenos de imperfecciones. Por esa razón, la poesía y, en especial, la poesía ildefonsiana, viene a llenar ese vacío y a completarnos como seres humanos.
III
El mundo de hoy suele caracterizarse como el de la quiebra de la visión del tiempo como sucesión lineal y progresiva orientada hacia un futuro cada vez mejor y la noción de cambio como forma privilegiada de la sucesión temporal. Ambas ideas se conjugaron en nuestra concepción de la historia como marcha hacia el progreso. El tiempo fuera del tiempo fue desalojado por el culto al progreso.
Hoy el futuro ha dejado de ser y se desvanece la noción del tiempo que la sustentaba y que lo justificaba. Se vive en un presente continuo en el que la poesía que es movimiento en su esencia, al parecer, no tiene lugar. Un periodo a-poético. Sin embargo, no lo creemos. Es indudable que algo le falta a la poesía y la creación artística contemporáneas. Algo que la re-vitalice. Ese algo es la sílaba No, una sílaba que ha sido siempre anuncio de grandes afirmaciones. Pero la poesía y el arte requieren de un tiempo especial. En la misma entrevista con Enrique Planas, dice Ildefonso:
La poesía requiere más atención para su lectura, para procesar su lenguaje y lo que puede decir de la realidad. Creo que nuestra realidad es más compleja e incierta que antes para moldearla en poesía. Y es un trabajo que se está haciendo lentamente.
La poesía es, como dice Octavio Paz, la otra voz. Voz a la que debemos estar atentos. Su voz es otra porque es la voz de las pasiones y las visiones; es de otro mundo y es de este mundo, es antigua y es de hoy mismo, una antigüedad sin fechas, una temporalidad sin tiempo. Como las imágenes de los monstruos que pueblan nuestra historia y las páginas de El hombre elefante y otros poemas.
Leer cualquier poema de El hombre elefante y otros poemas tiene un efecto inmediato, como un principio activo de lucidez y ensoñación simultáneas. Sus poemas son tan subversivos y su dicción, sus éxtasis de bellezas pasajeras, de ruido urbano, de vitalismo desbordante e irreverente atravesado por el exteriorismo callejero es de una radicalidad que todavía estremece, aun después de leídos.
Qué es el amor
sino una oscura esperanza
y viajar en este transporte celestial
me da cierta desolación
como los rostros que sentados
como yo miran a los rostros allá afuera
que entran y salen de las tiendas
manos que desean agarrarse
porque todo se mueve
el ruido el cosmos el corazón
y yo no quiero caer en la tristeza
como tantas veces
me apuro a acogerme al verde del grass
que a lo largo de la cervecería
pone algo de certeza a la poesía
ese grass que cubre a los amigos muertos
poetas con quienes me embriagué en esta ciudad
que ahora pretende otra vez expulsarme
o quizás no sea solo el grass
sino el libro de Bukowski
traducido por Hanz Polilla
¿dónde estará Hanz?
porque al final viene un texto
de Ricardo K.
también lo conocí
y bebíamos varias botellas
y se quiso morir como Luchito Hernández
y lo logró
la muerte se posesiona en este viaje a Los Ángeles
es como el bajón del amor
una responsabilidad con Dios
sentir su poder
y no dejar de pensar en Carlos
en Juan en José en Elí
en Rodolfo en todos
en la forma en que se ama cuando se muere
en la forma en que se vive
cuando no hay forma de entender la muerte
las ruinas de Puruchuco aquí
los niños hechos del barro viejo
que se quedó mudo
las ruinas crecerán y los niños crecerán
y en cada lápida escribiré mi nombre
para no olvidar que fui niño
que soy barro
que siento el brazo de la muchacha
sentada a mi lado
y que el libro que leía se quedará
en Los Ángeles
porque es de noche en los ojos de los perros
las luces de los hostales
ya están encendidas: habitaciones de 15-20-25
solo el amor trabaja
porque es 1 de mayo
veo el foco rojo en un segundo piso
es el amor
pienso otra vez en el amor
pero llego a Los Ángeles
y tengo que bajar
piso firme
hace un poco de frío
me saco una legaña
nace Dios
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .. (BUS CAMINO A LOS ÁNGELES / ATE, pág. 85)
En el balance vital de las tribulaciones cotidianas que nos ofrecen las composiciones de El hombre elefante y otros poemas lo fundamental es que Miguel Ildefonso, desde sus propias vivencias y sus propias soluciones expresivas (exploración sintáctica y léxica, imágenes intransferibles), «recoge» el legado fundamental de la tradición poética no solo peruana y labra un mundo creador, que le pertenece y nos pertenece (por medio de la lectura), lleno de una profunda esperanza a través de personajes que por obra de la palabra a través de la lectura sufren conjuntamente con el lector (la correlación yo-tú) una metamorfosis que perdura en un proceso de humanización en el que desaparece gradualmente ante nuestros ojos su naturaleza monstruosa para revelar su naturaleza esencialmente humana y viceversa.
La aceptación de este proceso de transmutación mutuo nos permite reconocer al monstruo en el ser humano y al ser humano en el monstruo. Ellos y nosotros, nosotros y ellos. El yo poético dice en el poema que cierra el poemario «todos vivimos un mundo diferente / todos somos un mundo diferente». De este modo, gracias al descenso a los abismos donde habitan los monstruos se da el encuentro con el ser humano en su totalidad. El hombre elefante y otros poemas se inserta en uno de los mayores universos creadores, uno de los más admirables de la poesía peruana actual cuando se trata de entregar poesía perdurable y decantada con rigor, una honda y franca necesidad expresiva ajena a los falsos rituales, al margen del mercado y de la figuración literaria.
Envío
La aventura humana —sus locuras, pasiones, iluminaciones y raptos— prosigue de modo intenso en los poemas de El hombre elefante y otros poemas, pero sus interlocutores han cambiado. La vetusta naturaleza ha desaparecido, en su lugar está la ciudad abstracta y entre sus calles con sus viejos monumentos, la terrible y monstruosa novedad de las máquinas, la tecnología y el ser humano. Cambio de realidad, cambio de mitologías.
Las imágenes de monstruos de las composiciones de El hombre elefante y otros poemas convocan una riqueza metafórica de la imagen del Monstruo más vasta. Abarcan, en pleno siglo XXI, una sociedad tecnocrática de implantes corporales y milagros genéticos, igual que sus precursoras, las fábricas satánicas y las leyes de Malthus, pero también reflejan la tierra de nadie más allá de las fronteras de la sociedad, un territorio para el cual no tenemos un vocabulario y cuya geografía apenas reconocemos, a veces, solo a veces, en los sueños, en la literatura y el arte.
Cedamos la palabra al poeta:
La poesía es otro mundo / es posible allí dejar de escribir / tan solo una palabra bastaría para salirse de ese otro mundo / es por eso que salgo todas las mañanas / camino a mi bar favorito / pido una botella de cerveza / leo el periódico y espero que un ángel me conduzca a la morada de su dios / bastaría la voluntad para cambiar de hábito / pero la poesía es otro mundo donde solo se mueve una mano para mover ciudades enteras / guerras / parques / equipos de fútbol / todos vivimos un mundo diferente / todos somos un mundo diferente / este es el mensaje subyacente / ahora tomémonos de las manos / seamos niños / seamos animales
(epílogo, pág. 121)
Independencia, julio de 2016
* * *
Notas
[1] La palabra monstruo viene de moneo advertir, o monstro, mostrar. Luis Fernando Chueca, en la presentación del libro trazó de modo agudo una cartografía con los modos cómo se desarrolla esta idea en las diversas encarnaciones de los monstruos que desfilan por las páginas de El hombre elefante y otros poemas. Por nuestra parte, en aquella ocasión buscamos complementar esa lectura con la aproximación a la figura del monstruo como símbolo mismo del poeta, la creación artística y del ser humano, apoyándonos en las luminosas lecturas de Octavio Paz, Alberto Manguel, Umberto Eco y Tzvetan Todorov.
[2] El polígrafo Marco Aurelio Denegri ha escrito: «En latín, monstrum significa prodigio, maravilla, rareza, cosa singular, portento, fenómeno, cosa admirable, sorprendente y pasmosa. Monstra narrare es referir cosas prodigiosas; y monstradícere, decir cosas increíbles.
»Monstrum significa también, y ésta es la acepción secundaria, calamidad, desgracia, azote, plaga, cosa funesta, crimen. Cuando Quintiliano dice que se han cometido crímenes contra el Estado, usa el término monstra, esto es, monstruos, para referirse a esos crímenes» y termina Denegri: «Pero la significación primaria de monstrum, en latín, y que nuestro idioma conserva, es la de prodigio y maravilla».
[3] En el folclore europeo, desde el cíclope Polifemo de la Odisea pasando por el gigante en los relatos de los hermanos Grimm hasta llegar a la criatura de Frankenstein, el mito del monstruo despliega su horrible sombra sobre enormes bibliotecas de la literatura y el cine occidentales, hasta tal punto que el Dr. Moreau de H. G. Wells y el infortunado científico de La mosca, el Hombre de lata de El mago de Oz y los humanos artificiales, los replicantes, de Blade Runner (basada parcialmente en la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?), el señor Hyde (contraparte monstruosa del doctor Jekyll) de la obra de Robert Louis Stevenson, el hombre soñado de «Las ruinas circulares» de Jorge Luis Borges, el hombre elefante de la película de David Lynch inspirado en la vida del propio Joseph Merrick, el Andrew de El hombre bicentenario (basado en el cuento homónimo de Isaac Asimov) y el horripilante e interminable Terminator de James Cameron encarnado por Arnold Schwarzenegger, comparten el mismo vasto reino mítico.
Al lado de estos monstruos, también conviven las imágenes de criaturas menos escabrosas como la del muñeco de madera de Carlo Collodi, Pinocho (con su correlato cibernético en el David de A. I.Inteligencia artificial de Steven Spielberg basada en el relato de ciencia ficción Los superjuguetes duran todo el verano de Brian Aldiss) o los adorables seres que pueblan la imaginación de las páginas de Maurice Sendak, David McKee y Tim Burton.
[4] Empleamos poética en el sentido que le otorga Umberto Eco: «el programa operativo que una y otra vez se propone el artista, el proyecto de obra a hacer, tal como el artista explícita o implícitamente lo entiende» (1965, pág.345), es decir, poética (en singular y minúscula) alude a la concepción particular de lo poético o literario, vigente para un grupo de obras dentro de ciertas coordenadas geográficas e históricas.
[5] Las alusiones a la esperanza están al servicio de un mensaje humano y humanizador, profundizando una conversión en términos humanos de lo monstruoso. En la mitología griega Elpide o su nombre más común Elpis, la divinidad griega de la Esperanza (recordemos que fue la única que quedó en la caja de Pandora) nos permite leer en castellano él pide (la Esperanza como lo que se espera se nos dé), una espera que no es esperar de modo pasivo, sino que conlleva forjar activamente razones de esperanza, en nuestro caminar, y dar cuenta de ello con un compromiso activo como seres humanos con nosotros y los otros más allá de las apariencias.
[6] Joseph Merrick (Leicester,1862-Londres,1890), referente real de la obra, ha inspirado los libros El hombre elefante y otras reminiscencias (1923) de Frederick Treves y El hombre elefante. Un estudio de la dignidad humana (1971) de Ashley Montaguy la pieza dramática El hombre elefante (1977) de Bernard Pomerance. En 1980 David Lynch llevó su historia al cine en El hombre elefante donde es interpretado por John Hurt que da vida a John Merrick.Su cultivada sensibilidad se plasmó en los versos: Es cierto que mi forma es muy extraña,/pero culparme por ello es culpar a Dios;/si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo/procuraría no fallar en complacerte.
[7] Alberto Manguel: «[Graham Greene] Sobre el Otro, en El poder y la gloria: “Al mirar con detenimiento a un hombre o una mujer, siempre se llegaba a sentir piedad; ésa era una cualidad que la imagen de Dios traía consigo. Cuando se veían las patas de gallo, la forma de la boca, el modo de crecer el pelo, era imposible odiar. El odio no era más que el fracaso de la imaginación”» [Las cursivas son nuestras].
[8] En la entrevista que realiza al autor, Pedro Escribano parece aludir a la presencia de una poética del horror en El hombre elefante y otros poemasque sería correspondiente a «estos tiempos feos». Por nuestra parte, consideramos que lo que se despliega en este poemario es una poética de la esperanza humana actuante ya en el primer libro de 1999. Como ya hemos afirmado en otras ocasiones, no debemos olvidar que Miguel Ildefonso es un creador que muestra una evolución ideológica y estética considerable que se nos ha ido revelando gradualmente como parte de un todo del cual solo tenemos unos avances. Seguimos ante un work in progress en continua reelaboración. Precisamente el autor declara a Enrique Planas: «con este libro [El hombre elefante y otros poemas] estoy explicándome mi existencia. Hay muchas señales biográficas en él. Es un proyecto que quiero continuar».
[9] Lo que los seres humanos tienen de más que los animales es la capacidad de abstracción, la imaginación disociada de la realidad, las elaboraciones mentales sin base en la experiencia práctica; saben representarse las representaciones de los otros y manipularlas. Y por eso se convierten ellos también, como lo señalan voces como las del propio Todorov, Umberto Eco, Naomi Klein y Noam Chomsky, en un peligro para la sobrevivencia de la humanidad.
[10] El primer lector y el primer crítico de una obra es su propio autor en su proceso de creación.
[11] Persona, del griego πρόσωπον prósōpon, que origina el latín persōna, etimológicamente alude a la máscara de actor.
[12] Yosef Hayim Yerushalmi: «haré una distinción provisional entre la memoria (mnemne) y la reminiscencia (anamnesis). Llamaré memoria a aquello que permanece esencialmente ininterrumpido, continuo. La anamnesis designará la reminiscencia de lo que se olvidó».
[13] En griego practicar la anamnesis, la rememoración. Los seres humanos deben dejar de olvidar. Por eso el papel del poeta fue y es motivo de sospecha. Su labor está vinculada a la verdad.
[14] Traigamos a colación el hecho de que el poemario está dedicado a otro gran poeta: José Pancorvo, profeta en el cielo, para señalar la ostensible complementariedad de esta aproximación poética con la del profeta terrenal que es Ildefonso. Si Pancorvo elaboró una poética esperanzadora fruto privilegiado de la fusión entre lo místico, lo religioso y apocalíptico, Ildefonso lo hace a partir de una inmersión, un descenso abisal a la experiencia terrena, en una especie de divina comedia a la vez que comedia humana, humanísima.
[15] Intento que reconoce antecedentes en la imagen de Febo Apolo, dios de la poesía y de las Musas, persiguiendo inútilmente a la ninfa Dafne —la belleza inalcanzable.
[16] Miguel Ildefonso al comentar el poemario Variaciones de Karina Valcárcel.
[17] El autor alude al grabado «El sueño de la razón produce monstruos», el número cuarenta y tres de la serie Caprichos de Francisco de Goya.
[18] Gestalt, significa figura en alemán, idioma en el que el verbo gestalten significa «diseñar» (en el sentido de «dar forma»).
[19] Alberto Manguel dice: «El Monstruo de Frankenstein es el paradigma de este exceso: no sólo son enormes sus partes corporales sino que él mismo es un resultado exagerado de los poderes creativos humanos, fruto de una imaginación que traspasa violentamente sus fronteras. Los antropólogos y los historiadores han señalado con frecuencia las similitudes entre la imagen que construimos de nuestro propio cuerpo y la del cuerpo político».
Alessandra Miyagi complementa esta idea manifestando que «la trágica historia de la criatura es en realidad la historia de todos aquellos individuos o pueblos a los que alguna vez se les negó la condición de humanidad».
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Referencias
Solo consignamos los títulos de libros que nos han sido de mayor utilidad para la elaboración del contenido y/o que abordan los temas señalados en esta aproximación a la obra El hombre elefante y otros poemas.
CHUECA, Luis Fernando. Palabras de presentación a El hombre elefante y otros poemas leídas en el marco de las actividades de la 21° edición de la Feria Internacional del Libro de Lima, realizada el jueves 21 de julio de 2016. Dicho evento contó con la participación del autor del libro y de GimenaVartu.
DENEGRI, Marco Aurelio. «Introducción a la teratología». Articulo disponible en la siguiente dirección electrónica:
http://perso.wanadoo.es/maraudenegri/prueba.htm.
ECO, Umberto(2012). Construir al enemigo. Traducción Helena Lozano Miralles. Madrid. Lumen
(2007). Historia de la fealdad. Traducción de María Pons Irazazabal. Italia. Lumen.
(1965) Obra abierta. Traducción de Roser Berdagué. Barcelona. Seix Barral.
ILDEFONSO, Miguel (2016). El hombre elefante y otros poemas. Lima, Fondo editorial de la Asociación Peruano Japonesa. Poemario ganador del IX Concurso Nacional de Poesía, premio «José Watanabe Varas». Incluye, el discurso de premiación del autor.
«Variaciones de Karina Valcárcel». Comentario al poemario bifronte Variaciones/Otros te(a)mores publicado por Paracaídas editores en 2012.
Disponible en la siguiente dirección electrónica:
http://letras.mysite.com/mil150512.html
«¿Y si el rey está desnudo?». Columna de opinión publicada en el diario limeño La Primera, el 25 de mayo de 2014.
Disponible en la siguiente dirección electrónica:
http://laprimeraperu.pe/columna/y-si-el-rey-esta-desnudo/
Lectura del poema noviembre del libro El hombre elefante y otros poemas:
http://elcomercio.pe/arte-en-el-comercio/letras/miguel-ildefonso-nos-lee-su-poema-noviembre-video-noticia-1916335
MANGUEL, Alberto (2011). La novia de Frankenstein. Villatuerta, Navarra, España. Gedisa.
(2004). Diario de lecturas. Traducción de José Luis López Muñoz. Edición acompañada de fotos de Ana Obiols. Madrid. Alianza editorial.
MIYAGI, Alessandra. (2016) «La vida exagerada de Victor Frankenstein». En: El Dominical suplemento del diario El Comercio. 24 de enero.
Disponible en la siguiente dirección electrónica:
http://elcomercio.pe/eldominical/actualidad/vida-exagerada-victor-frankenstein-noticia-1873211
PAZ, Octavio.La otra voz. Poesía y fin de siglo (1990). España. Seix Barral/Biblioteca Breve.
TODOROV, Tzvetan. (2012) «Barbaros o civilizados». Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.Tribuna publicada en el diario El País, el 19 de junio.
Disponible en la siguiente dirección electrónica:
http://elpais.com/elpais/2012/05/16/opinion/1337162902_507717.html
(2008) El miedo a los bárbaros. Traducción de Noemí Sobregués.Barcelona. Galaxia Gutenberg.
YERUSHALMI, Yosef Hayim. (1998) «Usos del olvido». En:Yerushalmi, Y.; Loraux, N.; Mommsen, H.; Milner, J. C. y Vattimo, G. Usos del Olvido. Buenos Aires, Nueva Visión. , pp. 13-26.
Entrevistas y reportajes a Miguel Ildefonso
ESCRIBANO, Pedro. «El poeta es el monstruo de la literatura». Entrevista publicada en el diario La República. Viernes, 15 de diciembre de 2015.
Disponible en la siguiente dirección electrónica:
http://larepublica.pe/impresa/ocio-y-cultura/726336-el-poeta-es-el-monstruo-de-la-literatura
PALACIOS YABAR, Mijail. «En el ambiente poético hay más afán de figurar». Entrevista publicada en el diario limeño Perú 21. Miércoles, 13 de enero de 2016.
Disponible en la siguiente dirección electrónica:
http://peru21.pe/cultura/miguel-ildefonso-escritor-ambiente-poetico-hay-mas-afan-figurar-2236449
PLANAS, Enrique. La criatura que nos habita. Entrevista publicada en el diario El Comercio. Sección Cultura, pág. 4. Sábado, 16 de enero de 2016.