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INFORME TAPIA de Marcelo Mellado


Por Roberto Careaga Catenacci
El Mostrador, 2 de Enero de 2005


Publica en editorial independiente como gesto ideológico
Marcelo Mellado: ''Me estoy sintiendo el escritor de una comunidad''. En su primera novela sobre San Antonio, La Provincia, Mellado enfrentó una fuerte polémica con la sociedad del puerto. Con esta, "por ahora no".

Asentado en San Antonio, el autor acaba de publicar la novela Informe Tapia en la que describe paródicamente las pugnas por poder en las organizaciones culturales. Un mundo con el que convive a diario y con el cual ahora está dispuesto a colaborar.

El escritor Marcelo Mellado quería tener un cámara en ese momento. Quería grabar a su amigo de San Antonio haciendo una descripción de la situación de la ranchera en Chile. Totalmente en serio, enumeraba los festivales a lo largo del país y las ventajas y desventajas del evento que el hombre en cuestión dirige en Placilla, Quinta Región. Su posición era política y superaba los límites del ritmo mexicano: era parte de una estrategia multidiciplinaria para contrarrestar las políticas culturales oficiales de la municipalidad porteña, en la que Mellado estaba siendo incluido.

"Yo decía 'no tengo a nadie, esto hay que grabarlo'", cuenta. No pudo grabarlo, pero terminó escribiéndolo. En su nueva y tercera novela, Informe Tapia (La Calabaza del Diablo), Mellado describe con una retórica prestada de las ciencias sociales y en clave sarcástica, la situación de la cultura y las instituciones en el litoral central chileno. A través de la Asociación de Poetas de la Cuenca del Maipo, ingresa a un mundo lleno de agrupaciones y sindicatos ligados a la cultura, que desde el restaurant local, organizan disputas públicas y privadas, para hacerse un espacio en el poder. Un poder, claro, de mínimo impacto. Alguien muere, alguien escribe un informe y los poetas terminan con las responsabilidad de hacerse cargo de toda una debacle social.

La situación, Mellado la conoce. La vive a diario. Asentado en San Antonio desde hace casi una década, trabaja como profesor escolar a la vez que detenta el grado de escritor del pueblo. Al menos, así le gusta pensar. Desligado del circuito literario santiaguino, mantiene relaciones de amistad básicamente con los escritores Jorge Guzmán y Gustavo Frías, ambos con domicilio en la costa. Con el resto del mundo de las letras, muy poco contacto. “No, pa’ qué. Es muy aburrido. Tengo colegas, sí, pero no soy amigo de escritores. Aunque soy un poco amigo de Jaime Collyer, de Pablo Azócar, de Germán Marín”, cuenta.

De hecho reconoce que le falta leer a los chilenos y apunta que sus escritores son José Donoso y Joaquín Edwards Bello. “Me quedé en la época de Lezama Lima, Severo Sarduy. Me falta rigor, me falta tiempo, me faltan ganas, me falta acceso. Quiero leer mejor a Roberto Bolaño, a Cristián Barros, a Claudia Donoso”, dice y añade que a nivel latinoamericano le interesa Cesar Aira y los clásicos.

El gesto editorial

Marcelo Mellado, 49 años, en realidad nunca ha estado cerca de lo que se llama el circuito literario. Antes de publicar ya se había ido de Santiago arrancando de la década de los ’80 -"cuando se profesionalizó la cultura". Intentó la vida de campesino en Chiloé y aunque estuvo a punto de lograrlo, problemas familiares lo trajeron de vuelta a Santiago. Editó la novela El Huidor en 1992, el volumen de cuentos El Objetor (1995) y luego un segunda novela, La Provincia (2002) que desató las iras de su pueblo. Con fobia de la capital, la dejó y se instaló en San Antonio donde hoy vive solo. “Me gusta la vida de pueblo. La estoy practicando, o sea, voy a bautizos, primeras comuniones, asados... Realmente entretenido”, cuenta.

Aunque La Provincia fue publicada por Sudamericana, esta nueva novela es editada por la independiente La Calabaza del Diablo. Un opción finalmente ideológica. “Es un gesto importante. Esta editorial es una Pyme (pequeñas y medianas empresas). Es el mismo tema que en otras cosas: la lucha entre las Pymes y las grandes empresas. Random House Mondadori son unos perros, esa guevá está clara. Yo les debo plata en este instante según sus cálculos, aunque no me la cobran. Es un gesto editorial, hay que promover a las Pymes y hay que legislar para ellas o hay que protegerlas porque los otros guevones son unas bestias”.

- ¿De dónde surge este libro?
- El rayón mío en ese momento era el tema de los discursos. Alrededor de uno, no sé por qué, se mueven siempre cientistas sociales o intelectuales que manejan una jerga que tiene que ver con los desarrollos territoriales, que viene de las estudios culturales, de los estudios de género. El tema que más me interesó es todo esto del desarrollo territorial es el “bicentenarismo” cultural; una especie de ocupación discursivo del territorio. Y también esto agarra a los artistas y los poetas, de participar como en un gran proyecto nacional, de incorporarse al desarrollo a nivel turístico, etc.

- La novela está llena de agrupaciones, asociaciones, sindicatos ¿eso da cuenta de la situación de la cultura o simplemente estás dando cuenta de una realidad?
- Paséate por San Antonio... hay una cantidad de sindicatos, asociaciones de jubilados, está lleno. La capital de lo que queda del estado chileno benefactor es San Antonio. O sea, te paseas por cualquier calle y están las sedes de agrupaciones, de asociaciones, está lleno.

- ¿Por qué eliges a los poetas como protagonistas? Por cercanía de profesión...
-Ah, porque "Chile, país de poetas". Todos son poetas, todos recitan. Allá hay muchas agrupaciones de poetas. La Fundación Vicente Huidobro, Litoral de los poetas. Dicen que son curados. La cofradía del frasco les dicen. Pero no quiero hablar mal de ellos, porque en el fondo son poetas que se mueven en un registro medio gremial, curricular, por lo general son profesores. Es una manera de abundar el currículum. Pero en este caso, en San Antonio hay poetas buenos. Químicamente puros. Está la Florencia Smith, que tiene otro nombre, creo que se llama Yasna Sepúlveda. Está el Roberto Bescos.

¿La supremacía de la cultura?

- Según la novela, en San Antonio y en todo el litoral se recita mucha más poesía que en Santiago, como algo común.
- Pero el otro día recitaron aquí, cuando Raúl Zurita presentó la antología de la poesía joven (Cantares).

- Pero a esos eventos va un grupo pequeño y el resto de Santiago nunca supo.
- No, allá recitan. Gente que no está ligado a ese mundo escuchan poesía. Ayer me encontré con don Ramón Acuña, que yo le digo el poeta corredor de propiedades porque se dedica a vender casas. Es un caballero antiguo, es parte del coro del adulto mayor en San Antonio y recita, escribe poesía; obviamente tiene un estilo modernista decimonónico. Ese es un registro muy potente allá, la recitación y la declamación. En el libro aparece algo también, de esos viejos que recitan a Rubén Darío.... Yo los conocí en el sur, en Chiloé. Bueno y está la paya.

- ¿Cómo toma esto la institucionalidad cultural? ¿Logra aprehenderlo o usa códigos muy sofisticados?
- Le cuesta mucho delimitarla. Pero, sí, la toma en cuenta por voluntarismo político. Es muy acogedora esa institucionalidad. Hay un poquito de puertas abiertas, pero eso genera expectativas de todo tipo. Hay muchos artesanos. En reuniones institucionales por ejemplo, la mitad son artesanos. Y muchos de ellos son tributarios del hippismo clásico, marginalidad cultural y social que ven la artesanía como una forma de sobrevivir. Pegan un par de guevás con poxipol y son artesanos. Entonces la pelea que tienen los artesanos locales es quienes son artistas y quienes no son. Yo he asistido a ese problema.....

- ¿Es un problema que sólo te da risa o te parece interesante también?
- Es que es interesante, pero me cago de la risa. Conozco buenos artesanos que tienen que pelear contra chantas. Me pasa algo parecido, porque el presidente de la Sociedad de Escritores de San Antonio es un profesor que instaló la guevá. Un profesor que vino de Santiago, que era profesor del Instituto Nacional, un caballero mayor, bastante mayor y que hizo esa sede en San Antonio, construyó esa guevá y así que es el escritor oficial de allá. No lo conoce nadie, más aun se oculta. Son personas que jubilan y se dedican a la cultura. No solamente eso, hacen institucionalidad: este tipo le pide a Bienes Nacionales un terreno para instalar su sociedad. Porque la institucionalidad cultural naciente permite que ciertos sujetos, grupos, accedan a beneficios que no les corresponden. Así de simple.

“Tengo amigos funcionarios que me dicen si él está pidiendo, porque no piden ustedes. Y nosotros pedimos, pero lo que pasa es que nosotros no tenemos el aparataje político, el lobby, que tienen muchos de estos viejos que son masones y que llaman a su amigo radical. Nosotros no funcionamos así porque ya no lo hicimos, ya no sabemos, además a mi me da vergüenza hacer eso. Es divertido porque termina siendo una guevá muy charcha, como es todo. Eso es lo bonito entre comillas, la cultura no tiene una especie de supremacía moral sobre otras cosas, es tan ordinaria como el ‘pavimento participativo’ y el gueón que se quedó con la plata”, cuenta.

El escritor del pueblo

- ¿Cómo te ubicas tú dentro de este contexto?
- Te lo podría contestar a través de una imagen que le conocí a un ex suegra que tuve, que era psiquiatra y decía que Freud habían inventado el diván porque era fóbico. No quería mirarle la cara a los pacientes. Yo soy bastante fóbico. Estoy seguro de que no vivo en Santiago porque le tengo fobia. Allá vivo pero circulo de una manera bastante externa a todo lo que realmente ocurre. O sea, allá si hacen un seminario de escritores chilenos puede que no me inviten.

- ¿Por qué? ¿Tienes una mala relación con la gente del ámbito de la cultura?
- En realidad ya no. Con cierta institucionalidad que ya la echaron a toda tenía mala relación. Entonces, realmente soy acogido, creo, pero soy un poco el loquito. No el loquito, soy el otro. Pero también para encajar tendría que hacer ciertos protocolos a los que no estoy dispuesto.

- ¿El problema es que no eres del pueblo, que eres un afuerino?
- No. Como es tan chico los protocolos allá son. Yo tenía hartos problemas de pega allá, no me daban pega porque no soy presentable. No soy presentable. O sea, se ríen conmigo, se cagan de la risa, pero en la práctica esa guevá no es. No te pueden contratar. Un colega no hizo nada por mi para contratarme en un lugar porque me decía "tú no vas a funcionar aquí". Entonces, soy una especie de otro absoluto. Funciono en una especie de registro menor. En la parte institucional, institucional -esto puede sonar un poco arrogante, yo no quiero que suene arrogante-, cuando necesitan recurrir a mi lo hacen. ¿Qué? De repente me llama alguien porque yo puedo conocer gente. Me ha tocado llamar a (Alfredo) Jocelyn Holt, al Subercaseaux.

- ¿En San Antonio saben que eres un escritor, que estás publicando?
- Creen que soy como el escritor profesional. No sé si alguna vez existió el escritor de una comunidad. Me estoy como sintiendo el escritor de una comunidad, como una función; así como está el loquito, está el curado, el farmacéutico, el juez, el policía. O por lo menos me miro así. Esa sería mi ficción. El escritor que se va caminando, vuelve a su casa caminando, se va a tomar un café -en el Caoba-, me vuelvo; vivo solo. Hago vida solitaria entre comillas.

- Esa es una imagen literaria.
- Es una imagen como clásica igual. Ordinaria igual, pero a mí me conviene. En Santiago no me hallo. Pero allá sí, por los lugares, por los modos de circular. Mi manera de enfrentar la neurosis es haciéndome escritor de otra parte. Es como la estrategia fatal; la estrategia es irme y hacerme en otra parte.

De hecho, Marcelo Mellado se está haciendo de nuevo en San Antonio. Acaba de entrar decididamente en el sistema de la institucionalidad cultural naciente y presentará una propuesta para crear un centro cultural para San Antonio. “Con museo, biblioteca, teatro, salas multipropósito y una escuela experimental artística. Un proyecto de verdad. Voy a jugar a ese proyecto, si es un juego más. Lo voy a llevar a cabo”, explica.

 

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"Informe Tapia" de Marcelo Mellado,
por Roberto Careaga Catenacci,
Fuente: El Mostrador,
2 de enero de 2005.