Publica en editorial independiente como gesto
ideológico
Marcelo Mellado: ''Me estoy sintiendo el escritor de una comunidad''.
En su primera novela sobre San Antonio, La Provincia, Mellado enfrentó
una fuerte polémica con la sociedad del puerto. Con esta, "por
ahora no".
Asentado en San Antonio, el autor acaba de publicar
la novela Informe Tapia en la que describe paródicamente las
pugnas por poder en las organizaciones culturales. Un mundo con el
que convive a diario y con el cual ahora está dispuesto a colaborar.
El escritor Marcelo Mellado quería tener
un cámara en ese momento. Quería grabar a su amigo de
San Antonio haciendo una descripción de la situación
de la ranchera en Chile. Totalmente en serio, enumeraba los festivales
a lo largo del país y las ventajas y desventajas del
evento que el hombre en cuestión dirige en Placilla, Quinta
Región. Su posición era política y superaba los
límites del ritmo mexicano: era parte de una estrategia multidiciplinaria
para contrarrestar las políticas culturales oficiales de la
municipalidad porteña, en la que Mellado estaba siendo incluido.
"Yo decía 'no tengo a nadie, esto hay que grabarlo'",
cuenta. No pudo grabarlo, pero terminó escribiéndolo.
En su nueva y tercera novela, Informe Tapia (La Calabaza del
Diablo), Mellado describe con una retórica prestada de las
ciencias sociales y en clave sarcástica, la situación
de la cultura y las instituciones en el litoral central chileno. A
través de la Asociación de Poetas de la Cuenca del Maipo,
ingresa a un mundo lleno de agrupaciones y sindicatos ligados a la
cultura, que desde el restaurant local, organizan disputas públicas
y privadas, para hacerse un espacio en el poder. Un poder, claro,
de mínimo impacto. Alguien muere, alguien escribe un informe
y los poetas terminan con las responsabilidad de hacerse cargo de
toda una debacle social.
La situación, Mellado la conoce. La vive a diario. Asentado
en San Antonio desde hace casi una década, trabaja como profesor
escolar a la vez que detenta el grado de escritor del pueblo. Al menos,
así le gusta pensar. Desligado del circuito literario santiaguino,
mantiene relaciones de amistad básicamente con los escritores
Jorge Guzmán y Gustavo Frías, ambos con domicilio en
la costa. Con el resto del mundo de las letras, muy poco contacto.
“No, pa’ qué. Es muy aburrido. Tengo colegas, sí, pero
no soy amigo de escritores. Aunque soy un poco amigo de Jaime Collyer,
de Pablo Azócar, de Germán Marín”, cuenta.
De hecho reconoce que le falta leer a los chilenos y apunta que sus
escritores son José Donoso y Joaquín Edwards Bello.
“Me quedé en la época de Lezama Lima, Severo Sarduy.
Me falta rigor, me falta tiempo, me faltan ganas, me falta acceso.
Quiero leer mejor a Roberto Bolaño, a Cristián Barros,
a Claudia Donoso”, dice y añade que a nivel latinoamericano
le interesa Cesar Aira y los clásicos.
El gesto editorial
Marcelo Mellado, 49 años, en realidad nunca ha estado cerca
de lo que se llama el circuito literario. Antes de publicar ya se
había ido de Santiago arrancando de la década de los
’80 -"cuando se profesionalizó la cultura". Intentó
la vida de campesino en Chiloé y aunque
estuvo a punto de lograrlo, problemas familiares lo trajeron de vuelta
a Santiago. Editó la novela El Huidor en 1992, el volumen
de cuentos El Objetor (1995) y luego un segunda novela, La
Provincia (2002) que desató las iras de su pueblo. Con
fobia de la capital, la dejó y se instaló en San Antonio
donde hoy vive solo. “Me gusta la vida de pueblo. La estoy practicando,
o sea, voy a bautizos, primeras comuniones, asados... Realmente entretenido”,
cuenta.
Aunque La Provincia fue publicada por Sudamericana, esta nueva
novela es editada por la independiente La Calabaza del Diablo. Un
opción finalmente ideológica. “Es un gesto importante.
Esta editorial es una Pyme (pequeñas y medianas empresas).
Es el mismo tema que en otras cosas: la lucha entre las Pymes y las
grandes empresas. Random House Mondadori son unos perros, esa guevá
está clara. Yo les debo plata en este instante según
sus cálculos, aunque no me la cobran. Es un gesto editorial,
hay que promover a las Pymes y hay que legislar para ellas o hay que
protegerlas porque los otros guevones son unas bestias”.
- ¿De dónde surge este libro?
- El rayón mío en ese momento era el tema de los discursos.
Alrededor de uno, no sé por qué, se mueven siempre cientistas
sociales o intelectuales que manejan una jerga que tiene que ver con
los desarrollos territoriales, que viene de las estudios culturales,
de los estudios de género. El tema que más me interesó
es todo esto del desarrollo territorial es el “bicentenarismo” cultural;
una especie de ocupación discursivo del territorio. Y también
esto agarra a los artistas y los poetas, de participar como en un
gran proyecto nacional, de incorporarse al desarrollo a nivel turístico,
etc.
- La novela está llena de agrupaciones, asociaciones, sindicatos
¿eso da cuenta de la situación de la cultura o simplemente
estás dando cuenta de una realidad?
- Paséate por San Antonio... hay una cantidad de sindicatos,
asociaciones de jubilados, está lleno. La capital de lo que
queda del estado chileno benefactor es San Antonio. O sea, te paseas
por cualquier calle y están las sedes de agrupaciones, de asociaciones,
está lleno.
- ¿Por qué eliges a los poetas como protagonistas?
Por cercanía de profesión...
-Ah, porque "Chile, país de poetas". Todos son poetas,
todos recitan. Allá hay muchas agrupaciones de poetas. La Fundación
Vicente Huidobro, Litoral de los poetas. Dicen que son curados. La
cofradía del frasco les dicen. Pero no quiero hablar mal de
ellos, porque en el fondo son poetas que se mueven en un registro
medio gremial, curricular, por lo general son profesores. Es una manera
de abundar el currículum. Pero en este caso, en San Antonio
hay poetas buenos. Químicamente puros. Está la Florencia
Smith, que tiene otro nombre, creo que se llama Yasna Sepúlveda.
Está el Roberto Bescos.
¿La supremacía
de la cultura?
- Según la novela, en San Antonio y en todo el litoral
se recita mucha más poesía que en Santiago, como algo
común.
- Pero el otro día recitaron aquí, cuando Raúl
Zurita presentó la antología de la poesía joven
(Cantares).
-
Pero a esos eventos va un grupo pequeño y el resto de Santiago
nunca supo.
- No, allá recitan. Gente que no está ligado a ese mundo
escuchan poesía. Ayer me encontré con don Ramón
Acuña, que yo le digo el poeta corredor de propiedades porque
se dedica a vender casas. Es un caballero antiguo, es parte del coro
del adulto mayor en San Antonio y recita, escribe poesía; obviamente
tiene un estilo modernista decimonónico. Ese es un registro
muy potente allá, la recitación y la declamación.
En el libro aparece algo también, de esos viejos que recitan
a Rubén Darío.... Yo los conocí en el sur, en
Chiloé. Bueno y está la paya.
- ¿Cómo toma esto la institucionalidad cultural?
¿Logra aprehenderlo o usa códigos muy sofisticados?
- Le cuesta mucho delimitarla. Pero, sí, la toma en cuenta
por voluntarismo político. Es muy acogedora esa institucionalidad.
Hay un poquito de puertas abiertas, pero eso genera expectativas de
todo tipo. Hay muchos artesanos. En reuniones institucionales por
ejemplo, la mitad son artesanos. Y muchos de ellos son tributarios
del hippismo clásico, marginalidad cultural y social que ven
la artesanía como una forma de sobrevivir. Pegan un par de
guevás con poxipol y son artesanos. Entonces la pelea que tienen
los artesanos locales es quienes son artistas y quienes no son. Yo
he asistido a ese problema.....
- ¿Es un problema que sólo te da risa o te parece
interesante también?
- Es que es interesante, pero me cago de la risa. Conozco buenos artesanos
que tienen que pelear contra chantas. Me pasa algo parecido, porque
el presidente de la Sociedad de Escritores de San Antonio es un profesor
que instaló la guevá. Un profesor que vino de Santiago,
que era profesor del Instituto Nacional, un caballero mayor, bastante
mayor y que hizo esa sede en San Antonio, construyó esa guevá
y así que es el escritor oficial de allá. No lo conoce
nadie, más aun se oculta. Son personas que jubilan y se dedican
a la cultura. No solamente eso, hacen institucionalidad: este tipo
le pide a Bienes Nacionales un terreno para instalar su sociedad.
Porque la institucionalidad cultural naciente permite que ciertos
sujetos, grupos, accedan a beneficios que no les corresponden. Así
de simple.
“Tengo amigos funcionarios que me dicen si él está
pidiendo, porque no piden ustedes. Y nosotros pedimos, pero lo que
pasa es que nosotros no tenemos el aparataje político, el lobby,
que tienen muchos de estos viejos que son masones y que llaman a su
amigo radical. Nosotros no funcionamos así porque ya no lo
hicimos, ya no sabemos, además a mi me da vergüenza hacer
eso. Es divertido porque termina siendo una guevá muy charcha,
como es todo. Eso es lo bonito entre comillas, la cultura no tiene
una especie de supremacía moral sobre otras cosas, es tan ordinaria
como el ‘pavimento participativo’ y el gueón que se quedó
con la plata”, cuenta.
El escritor del pueblo
- ¿Cómo te ubicas tú dentro de este contexto?
- Te lo podría contestar a través de una imagen que
le conocí a un ex suegra que tuve, que era psiquiatra y decía
que Freud habían inventado el diván porque era fóbico.
No quería mirarle la cara a los pacientes. Yo soy bastante
fóbico. Estoy seguro de que no vivo en Santiago porque le tengo
fobia. Allá vivo pero circulo de una manera bastante externa
a todo lo que realmente ocurre. O sea, allá si hacen un seminario
de escritores chilenos puede que no me inviten.
- ¿Por qué? ¿Tienes una mala relación
con la gente del ámbito de la cultura?
- En realidad ya no. Con cierta institucionalidad que ya la echaron
a toda tenía mala relación. Entonces, realmente soy
acogido, creo, pero soy un poco el loquito. No el loquito, soy el
otro. Pero también para encajar tendría que hacer ciertos
protocolos a los que no estoy dispuesto.
- ¿El problema es que no eres del pueblo, que eres un afuerino?
- No. Como es tan chico los protocolos allá son. Yo tenía
hartos problemas de pega allá, no me daban pega porque no soy
presentable. No soy presentable. O sea, se ríen conmigo, se
cagan de la risa, pero en la práctica esa guevá no es.
No te pueden contratar. Un colega no hizo nada por mi para contratarme
en un lugar porque me decía "tú no vas a funcionar
aquí". Entonces, soy una especie de otro absoluto. Funciono
en una especie de registro menor. En la parte institucional, institucional
-esto puede sonar un poco arrogante, yo no quiero que suene arrogante-,
cuando necesitan recurrir a mi lo hacen. ¿Qué? De repente
me llama alguien porque yo puedo conocer gente. Me ha tocado llamar
a (Alfredo) Jocelyn Holt, al Subercaseaux.
- ¿En San Antonio saben que eres un escritor, que estás
publicando?
- Creen que soy como el escritor profesional. No sé si alguna
vez existió el escritor de una comunidad. Me estoy como sintiendo
el escritor de una comunidad, como una función; así
como está el loquito, está el curado, el farmacéutico,
el juez, el policía. O por lo menos me miro así. Esa
sería mi ficción. El escritor que se va caminando, vuelve
a su casa caminando, se va a tomar un café -en el Caoba-, me
vuelvo; vivo solo. Hago vida solitaria entre comillas.
- Esa es una imagen literaria.
- Es una imagen como clásica igual. Ordinaria igual, pero a
mí me conviene. En Santiago no me hallo. Pero allá sí,
por los lugares, por los modos de circular. Mi manera de enfrentar
la neurosis es haciéndome escritor de otra parte. Es como la
estrategia fatal; la estrategia es irme y hacerme en otra parte.
De hecho, Marcelo Mellado se está haciendo de nuevo en San
Antonio. Acaba de entrar decididamente en el sistema de la institucionalidad
cultural naciente y presentará una propuesta para crear un
centro cultural para San Antonio. “Con museo, biblioteca, teatro,
salas multipropósito y una escuela experimental artística.
Un proyecto de verdad. Voy a jugar a ese proyecto, si es un juego
más. Lo voy a llevar a cabo”, explica.