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Desde PERLAS Y CICATRICES en lejana tierra


Por Marcelo Munch
Desde Inglaterra


Existe un fresco del siglo XV de un tal Gozzoli, en donde unos ángeles de antiguo sacan la lengua.

Alguna vez he preguntado si todas las formas dicen más cuando se callan. Nunca he recibido respuesta. No sé si la haya, a lo mejor existe y al mundo no le gusta.

Tal vez en el fondo las formas sí dicen más. Esa imagen insolente casi maligna angelical de antiguo con esas hermosas lenguas con todo su oleaje libre, o ese sonido de transe de Prokofiev y su lobo, o ese nombre tan herético de Pasolini llamando Mateo a quien el mundo conoció por San, ahora me repletan a pulso con cada una de sus esquelas. Son más que verdad. Las recuerdo, las recuerdo mías y para mí. ¿Ellos, los autores?, no sé, ellos se hicieron verso, ellos mismos son su obra más poderosa, a veces obras tan grandes que ellos no existen, y entonces por esa extraña cosa que de repente se aparece de golpe en imprevisibles e invisibles circunstancias, nos dejamos mirar un día, y nos dejamos lamer por esas causas más allá de la flema y el traste, y entonces, si no tenemos nada que temer ni callar, nos callarán las bocas y nos dejaremos caer en esos sueños de cicatrices y perlas para aquellas pausas que después nos recordarán que estamos casi muertos.

Pero es mejor no pensar que estamos casi muertos. Mejor hablar de algo que todo mundo sepa. Lo marchito fragmenta las explicaciones, no hay posibilidad de jactancia ni error, y qué lástima. Es entonces que nacen los topes símbolos, y se escribirá de todo de aquello, del nombre tal y de tal, de las luces, de la luna bella, de la noche, de cómo se parió la noche, de cómo la noche nos parirá, y de ahí nacerán pericos y famas usufructuando beneficios, clamando razones varias, argumentos, subterfugios rebuscados, manierismos mutuos, literatura literatoza, inventos de mito y chapa free pass de ultrafulgurantes intelectualoides cardenalisios, condenas y demás.

Pamplinas. Pamplinas todas que no valen la pena. Ante el abismo de la entrega y la vida, ante el abismo del pulso y la cuna, ante la sangre, ante el hoy, el hoy mismo de ahora en este segundo que se fue, la literatura no tiene nada que aportar. A veces dibuja líneas, las más se nutre de ellas. La escritura es un ideal muy pobre. Está la vida, nada más. La escritura no se sostiene sobre su ego. Decae. Por sí sola no existe. Y nos conviene, claro que sí, creemos creer que la creencia es credo, lo refregamos a diario, pero hacia afuera, ante la bulla y el nervio. Los idearios de lucha que los empuñen los nietos de lejos.

Yo me quedo mirando los silencios, aunque la gloriosa vida muerte me fermente con lo impensado, yo me quedo mirando lo nada visto, no me importan los tildes que las mazmorras han pintado, los errores me nutren, me impregno de ellos, todo me incumbe, soy de mí. Cuidado de aquel que goza de voz, más no de voz, de nombre, de limbo, de orbe y portada, de firma, marca, dedo quemante. Yo no le creo, me quedo mirando el sin olvido, sé que antes de tiempo entre pestañas de intertantos, hurgaremos entre ruinas pero a ciencia incierta, pues hemos de corroborar nuestras llagas con la memoria, y la memoria ya es sabido, fue esculpida a nuestra imagen y semejanza.

En mi credo no está todo perdido, en una de esas entre hurgar y hurgar, algún día encontraremos los retazos desechos de los frescos del tal Gozzoli destruidos en la Segunda Guerra, y en una de esas descubriremos que el tal Mateo aún llora y gime como lo hacemos nosotros, y en una de esas podremos por fin oír sin censura el Cuento de un hombre auténtico de Prokofiev.

Y en una de esas, y si el destino y la luna están de mi parte, podremos dejarnos oír por aquellas hermosas lenguas con todo su oleaje libre de aquellos que tenemos en frente y aún no caemos en cuenta. Espero que no sea demasiado tarde. No vaya a ser que la condena se haga pacto nuevamente, y aquellos que son tan grandes y que no existen, un día contra el mundo se hayan hecho verso definitivamente, y hayan convertido su hermosa vida poeta de cicatrices y perlas, en su obra más poderosa.

 

DE PERLAS Y CICATRICES
de Pedro Lemebel
Lom Ediciones, 1998
214 páginas.

 

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