Víctor
Montoya nació en La Paz, en 1958. Su infancia transcurrió en las
minas de estaño de Siglo XX y Llallagua, donde conoció el sufrimiento
humano y compartió las luchas de los trabajadores del
subsuelo.
A mediados
de 1976, cuando los mineros decretaron una huelga general en defensa
del fuero sindical y el gobierno arremetió militarmente los centros
mineros, Víctor Montoya, a la sazón activista político y dirigente de
los estudiantes de secundaria, fue perseguido, torturado y
encarcelado. Estando en las celdas del Panóptico Nacional de San Pedro
y en el campo de concentración de Viacha, escribió su libro Huelga
y represión, hasta que en 1977 recobró su libertad, gracias a una
campaña de Amnistía Internacional que le ofreció asilo político en
Suecia.
La temática de sus
libros está dirigida fundamentalmente a relatar, en forma testimonial,
la explotación, la miseria y la represión de la cual ha sido objeto el
pueblo boliviano a lo largo de su historia. Sin embargo, en sus libros
más recientes aborda temas de carácter más universal, tal vez motivado
por las nuevas experiencias que asimiló en los últimos veinte años de
su vida, que transcurrieron fuera de su país y en una Europa cada vez
más moderna y multicultural.
Víctor Montoya es
autor de Huelga y represión (1979), Días y noches de
angustia (premio nacional de cuento otorgado por la Universidad
Técnica de Oruro, en 1984), Cuentos violentos (1991), El
laberinto del pecado (1993), El eco de la conciencia
(1994), Palabra encendida (1996), El niño en el cuento
boliviano (1999), Cuentos de la mina (2000) y Entre
tumbas y pesadillas (2002), Fugas y socavones (2002) y
Literatura Infantil: Lenguaje y Fantasía (2003) Fue gestor y
redactor de la Antología del cuento latinoamericano en Suecia
(1995), que, más allá de ser un excelente documento de época, es la
síntesis de dos décadas de producción literaria y el primer intento
serio de reunir en un solo volumen a narradores cuyos cuentos fueron
escritos y publicados en la diáspora del exilio.
Este intelectual
boliviano, aparte de dedicarse con frenesí a su vocación literaria, ha
desarrollado una labor polifacética en el campo de la cultura: dictó
lecciones de quechua en instituciones suecas, trabajó en una
biblioteca comunal coordinando proyectos culturales y organizó
talleres de literatura infantil. Dirigió las revistas literarias
PuertAbierta y Contraluz, y es asiduo colaborador de varias
publicaciones en su país y el extranjero. Es egresado del Institución
Sueco del Profesorado, donde cursó estudios de
especialización.
No cabe duda de
que estamos frente a un escritor que dignifica la presencia
latinoamericana en Escandinavia y cuyas opiniones merecen ser tomadas
muy en cuenta.
¿Tú crees que
los intelectuales latinoamericanos, entre ellos los escritores, han
aportado a la literatura sueca?
Estoy convencido de que los
escritores latinoamericanos en Suecia, a pesar de las limitaciones que
impone un nuevo idioma y una nueva realidad, han aportado a la vida
cultural de este país, a través de eventos literarios, revistas
orales, traducciones de textos y, sobre todo, a través de dar a
conocer sus propias obras, cuyos temas están vinculados al país que
los acogió en calidad de refugiados políticos. Por otra parte, si
escritores de la talla de Artur Lundkvist y Lasse Söderberg, entre
otros, se han preocupado en introducir la literatura latinoamericana
en Suecia, ahora nos toca a nosotros introducir a los escritores
suecos en América Latina, un continente donde poco o nada se conoce de
la literatura escandinava. Sé que no es tarea fácil, pero tampoco
imposible. Los proyectos están en marcha, sólo en los últimos años se
han dado a conocer varias traducciones, tanto en prosa como en verso,
de autores suecos y autores latinoamericanos residentes en Suecia; un
puente cultural que nos permitirá comunicarnos y conocernos mejor en
un futuro inmediato. También valga aclarar que la literatura que
estamos creando no sólo contribuye a la literatura sueca, sino también
a la literatura de nuestro propio continente. Recordemos que durante
el siglo XX, muchas de las obras hispanoamericanas que hoy se conocen
a nivel internacional, fueron escritas fuera de América Latina. Ahí
tenemos el caso Rubén Dario, Huidobro, Vallejo, García Márquez,
Cortázar, Vargas Llosa y muchos otros que, aun habiendo escrito y
publicado sus obras en Europa, tuvieron una gran resonancia entre los
lectores latinoamericanos, en parte, debido a que la literatura, como
la música y el arte en general, no conoce más fronteras que el
analfabetismo y la incomprensión.
Hoy se conoce
mucho más de Suecia en el mundo, gracias a los premios Nobel, pero
también gracias al aporte de los intelectuales latinoamericanos. ¿Qué
opinas tú?
Desde luego, la concesión anual del premio Nobel constituye
todo un acontecimiento cultural, no sólo por la seriedad con que
trabaja la Academia Sueca en la elección de los candidatos, sino
también por las motivaciones y las consecuencias políticas que derivan
de este premio que, en más de una ocasión, ha provocado polémicas
encendidas y ha sido motivo de controversias. Con todo, los
galardonados han contribuido, en cierta medida, a que se conozca
Suecia en otras latitudes del mundo. Los escritores latinoamericanos,
por su parte, han aportado con su granito de arena, a tiempo de haber
sido merecedores del premio.
Se dice que a
muchos escritores se les vino abajo la inspiración de escribir en
Suecia, en cambio otros encontraron una nueva fuente de creación.
¿Cuál es tu opinión al respecto?
Para empezar, debo aclarar que
yo no creo en los escritores que escriben bajo el dictado de la
inspiración, en vista de que la actividad literaria, como cualquier
otro oficio, requiere de esfuerzo y dedicación. García Márquez dijo
que sus obras contenían 20% de inspiración y 80% de transpiración.
Además, no es lo mismo ser un escritor de fines de semana que un
escritor a tiempo completo. Pero, en fin, a mi no me corresponde
juzgar este asunto. Lo único que yo puedo aseverar es que los
escritores latinoamericanos en Suecia, sin citar nombres, han seguido
creando sus obras con seriedad y persistencia; algunos han sido
ganadores de importantes premios literarios, mientras otros han sido
reconocidos por la crítica literaria de sus respectivos países, donde
hoy se pueden leer sus obras, cuyos ejes temáticos y giros
idiomáticos, en muchos de los casos, reflejan sus experiencias
adquiridas en el exilio. Para darte un solo ejemplo, en la
Antología del cuento latinoamericano en Suecia, que publiqué en
1995, hay cuentos que llevan como subtítulo la palabra exilio. Es
decir, contrariamente a lo que muchos creen, los escritores
latinoamericanos en Suecia, tocados o no por las hadas de la
inspiración, han seguido creando y recreando los temas de su entorno
más inmediato. Yo diría que el mismo hecho de vivir lejos de América
Latina, en un país que tiene un idioma y una idiosincrasia distinta a
la nuestra, ha sido para muchos una excelente fuente de inspiración y
creación. De otro modo, no se explicaría la enorme cantidad de libros
de autores latinoamericanos que han sido publicados en este
país.
¿Qué opinión
tienes sobre el intelectual y la literatura latinoamericana en
Suecia?
La literatura latinoamericana en Suecia goza de muy buena
salud. Se está trabajando seriamente con la palabra y existe ya un
número considerable de creadores que tienen por oficio la actividad
escritural. De ahí que en cierta ocasión, cuando se me preguntó si
acaso la literatura latinoamericana en Suecia es un producto de gueto,
contesté categóricamente que no, porque el hecho de vivir como
minorías en una población mayoritariamente sueca, no implica que
nuestra literatura sea una obra de marginados o de gueto; por el
contrario, considero que los creadores latinoamericanos hace tiempo ya
que empezaron a romper con los cercos de las periferias para abrirse
mayor espacio en el contexto cultural sueco. La prueba está en que
varios de los escritores, que sobrevivieron a la represión, la cárcel
y el exilio de los años 70, hoy son reconocidos tanto en Suecia como
en sus países de origen. Esto demuestra que la palabra escrita no
conoce balas que la maten ni barrotes que la encierren, al margen de
las dificultades que plantea el aprendizaje de un nuevo idioma y la
asimilación de nuevos códigos de vida. Tampoco se debe olvidar que
provenimos de una rica tradición cultural y literaria, con voces que
sorprendieron desde principios de siglo. Tenemos varios premios Nobel
y una pléyade de escritores cuya lucidez intelectual dará más de una
sorpresa en el próximo milenio.
¿Cómo se
expresa el interés de los suecos por conocer la obra de los escritores
latinoamericanos?
A más de veinte años de
nuestra presencia en este país, no se puede ya desconocer nuestra
existencia ni la vigencia de nuestras obras. Ahora mismo, algunas
editoriales suecas de reconocido prestigio, que cuentan con el apoyo
económico del Consejo Cultural del Estado, están trabajando en la
traducción y publicación de antologías que recogen textos de autores
latinoamericanos; un capítulo que aún no está contemplado en los
libros oficiales de historia, aunque se sabe que todo éxodo lleva
consigo sus causas y consecuencias, porque los individuos que nos
desplazamos de un territorio a otro, ya sea por razones políticas,
religiosas o económicas, llevamos en nuestras maletas, además de ropas
y recuerdos, una carga de experiencias y conocimientos que compartimos
con los habitantes del país que nos acoge. Pienso que la idea de
publicar estas antologías es una muestra de que los lectores suecos
tienen interés por conocer quiénes somos y de dónde venimos y, lo que
es más importante, quieren saber cuál es nuestro aporte a la sociedad
multicultural de hoy. Por lo demás, dejemos que el tiempo juzgue si
nuestro aporte es importante o no, porque el tiempo es una ley
inexorable, sucumbe lo que está por demás y conserva la impronta de lo
que es rescatable.
¿Crees que la
sociedad sueca está preparada para comprender y respetar nuestra
identidad cultural y comprender la diversidad?
Aunque algunos sectores
conservadores no quieran aceptar, lo cierto es que los inmigrantes,
aproximadamente desde el siglo XVII, han contribuido decisivamente a
la vida cultural y económica de este país. Los inmigrantes no sólo han
levantado iglesias, puentes y canales, sino que, al mismo tiempo, han
sido protagonistas de la literatura sueca. No es casual que varios de
sus representantes más destacados tengan apellidos extranjeros como
Guillou o Kalifatides. De modo que en varios de los niveles de la
historia reciente se pueden encontrar influencias mutuas entre los
suecos y los inmigrantes. Además, desde el arribo de latinoamericanos
a estas tierras, se han intensificado las relaciones multiculturales
en todos los aspectos de la vida social y cultural, desde la formación
de círculos literarios, clubes deportivos y salsotecas, que permiten
una integración más rápida y efectiva de lo que suponen los políticos.
Por otra parte, se sabe que el 10% de la población tiene relación
directa o indirecta con la inmigración. Lo que quiere decir que
Suecia, a partir de la II Guerra Mundial se ha convertido en una
nación multilingüe y multicultural, cuya diversidad ha modificado
tanto la fisonomía de su población como los valores que antes se
consideraban inmutables.
¿Y qué opinas
de los grupos neonazis y los partidos de extrema derecha que
últimamente se han lanzado a la ofensiva?
Creo que estos grupos son
la expresión más clara de la crisis estructural de la sociedad en que
vivimos, por lo tanto, no es extraño que en la medida en que se
producen cambios sustanciales en la política económica, se van
agudizado también los problemas sociales, cuyas consecuencias se
expresan en el aumento de la desocupación, la segregación social, la
criminalidad y la discriminación contra el extranjero. La crisis
económica trae como consecuencia el resurgimiento de los viejos
nacionalismos y de los partidos de extrema derecha, que, a tiempo de
enarbolar las banderas del nazismo, utilizan métodos de violencia que
ni tú ni yo estamos dispuestos a tolerar, porque toda forma de
racismo, ya sea abierto o sofisticado, es un peligro que debe ser
erradicado de raíces, no sólo porque pone en juego los principios
elementales de la democracia, sino también porque amenaza la
estabilidad de la convivencia ciudadana. Hay que entender que el
nazismo, por su propia naturaleza, es análoga a las concepciones
autoritarias de poder y un peligro para quienes optan por el camino de
la democracia, la libertad y la justicia. Sin embargo, a pesar de las
adversidades, estoy convencido de que la sociedad sueca, de un modo
general, está preparada para comprender y respetar la diversidad
cultural. No hay vuelta que dar, ya estamos aquí y aquí nos
quedamos.
¿Entonces piensas que los latinoamericanos deben participar
más activamente en la política sueca?
Sí, tenemos no sólo la
obligación, sino el deber de participar en todos los niveles de la
vida social y política, si queremos que se respeten nuestros derechos.
Los latinoamericanos tenemos una larga tradición de lucha y un alto
grado de conciencia política, porque eso mismo creo que andamos por
buen camino. La prueba está en que son cada vez más los
latinoamericanos que incursionan activamente en la política sueca, con
programas y representantes propios, y nuestra obligación es apoyarlos
en su cometido. No existe otra manera de hacer respetar nuestros
derechos si no a condición de participar en el seno de las instancias
de poder donde se deciden la suerte económica del país y el destino de
sus ciudadanos. Por suerte vivimos en un país que tiene tradición
democrática y un régimen de consenso. No hay tanquetas ni soldados
patrullando las calles, ni se encarcelan a los opositores políticos.
Para referirte un caso de este fenómeno, que a muchos les puede
parecer extraño, te diré que el primer ministro sueco no anda con
guardaespaldas ni sujeta su vida a protocolos oficiales. Cualquier
ciudadano se le puede acercar en la calle, darle la mano y hacerle
preguntas. El propio ex primer ministro sueco Ingvar Carlsson, que es
vecino del barrio donde vivo, camina por las calles como un ciudadano
común, sin exigir consideraciones especiales ni molestarse con
quienes, a pesar de cruzarse en su camino, no le dirigen ni el saludo.
A este sistema de vida, sin privilegios reservados para los políticos
conocidos y los personajes famosos, yo lo llamo una democracia formal,
aunque no por eso este país está libre de un sistema económico que
acrecienta las desigualdades sociales y estimula la ley del más
fuerte, y donde el rico se hace más rico y el pobre más pobre.
Siguiendo tu
razonamiento, ¿Cuál debe ser entonces la función del
escritor?
Pienso que los escritores no podemos mantenernos al margen de
los acontecimientos sociales. Deberíamos de ser, en el mejor de los
casos, los primeros en armarnos de coraje civil y denunciar los
atropellos que cometen los sistemas de poder a nombre de la
estabilidad social. Al fin y al cabo, los escritores somos los
portavoces de nuestro tiempo y de nuestro medio, los moduladores de
voces anónimas y, por qué no decirlo, los portavoces de quienes están
condenados a vivir en la marginación y el desprecio. A estas alturas
de la historia, de nada sirve enfrascarnos en discusiones semánticas y
metafísicas; lo mejor será que tomemos parte de las protestas
populares y llamemos las cosas por su verdadero nombre. Los escritores
comprometidos con la causa de los desposeídos, deberíamos de
preocuparnos mucho más por los cambios que se están suscitando en el
mundo: la globalización del neoliberalismo, la polarización de las
clases sociales y el resurgimiento de los nacionalismos de todo
pelaje. Considero que nuestra palabra, sin desmerecer la calidad
literaria de nuestras obras, debería de ser una suerte de aliento en
los momentos más inciertos.