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Víctor Montoya

Entre la literatura y el compromiso

Por Kathy S. Leonard*


Víctor Montoya nació en La Paz, Bolivia, en 1958. Su infancia transcurrió en la población minera de Siglo XX-Llallagua, escenario constante de su mundo literario. En 1976, como consecuencia de sus actividades políticas, fue perseguido, torturado y encarcelado. Estuvo en el Panóptico Nacional de San Pedro y en el campo de concentración de Chonchocoro-Viacha, hasta que en 1977, tras ser liberado por una campaña de Amnistía Internacional, llegó exiliado a Suecia.

Es egresado de la Escuela Superior de Profesores de Estocolmo, en cuya Institución Pedagógica cursó estudios de especialización. Dictó lecciones de quechua en institutos, coordinó proyectos culturales en una biblioteca, dirigió Talleres de Literatura Infantil y ejerció la docencia durante varios años. Actualmente es colaborador de diversas publicaciones en América Latina y Europa.

Dirigió las revistas literarias Puerta Abierta y Contraluz.

Obtuvo el premio nacional de cuento otorgado por la UTO, en 1984, el premio de cuento breve del semanario Liberación, en 1988, y el primer premio de cuento de Escritores de la Escania, en 1993. Tiene cuentos traducidos y publicados en diferentes antologías.

Desde 1977 reside en Estocolmo, donde se dedica íntegramente a la escritura.


EL ORIGEN LITERARIO Y LA CONCIENCIA POLÍTICA


¿Puedes explicarme, ¿por qué te hiciste escritor?
En realidad, me hice escritor más por una necesidad existencial que por asumir una pose intelectual. Mi caso es muy kafkiano, pues hubieron en mi vida una serie de sucesos que marcaron profundamente mi vocación literaria y que me dejaron huellas por el resto de mis días. Uno de esos sucesos es el hecho de haber sido padre a los 12 años de edad, tras sostener una relación amorosa con una muchacha que, además de ser de ascendencia indígena, trabajaba como sirvienta en mi casa. Se trataba de un amor hermoso, ingenuo, pero imposible, y de una relación complicada, puesto que en Bolivia, donde sobrevive la discriminación social y racial, no se acepta una relación entre el hijo de los patrones y la sirvienta, peor aún si éste es todavía un niño. Creo que esta experiencia fue decisiva en mi vida, porque me enseñó a concebir el mundo desde la perspectiva de los de abajo, de los marginados, de los excluidos y despreciados. Pero a la vez, la detonante de esta experiencia, en gran medida traumática, hizo que dejara de jugar con los otros niños y me hiciera adulto de golpe. Por eso digo que no alcancé a tener una infancia normal, jugando a las canicas y la pelota.

Otro de los sucesos que marcó mi vida fue la masacre de San Juan. A los tres días de haber cumplido nueve años de edad, fui despertado y sorprendido por un tiroteo que se confundía con la explosión de las dinamitas y los cohetillos. El ejército, amparado por la noche y aprovechando la festividad del pueblo, cercó el campamento minero y la población civil, y ejecutó una de las masacres más horrendas que se conoce en la historia nacional. Esto ocurrió en la madrugada del 24 de junio de 1967, el mismo año que se desarrollaba la guerrilla del Che en Ñancahuazú. El gobierno, enterado del apoyo que los mineros tenían pensado brindar a la guerrilla, intervino militarmente en Llallagua y Siglo XX, y desató una masacre que para mí fue otro hecho traumático, no sólo porque vi los cadáveres tirados en las calles y una población en estado de llanto, sino también porque los policías, armados y con pasamontañas, allanaron posteriormente mi casa buscándolo a mi padrastro. Además, ésa fue la última vez que vi al dirigente minero Isaac Camacho, a quien, luego de apresarlo y torturarlo, lo desaparecieron sin dejar rastro alguno. De modo que estas experiencias, dramáticas desde todo punto de vista, calaron muy hondo en mi memoria y mi conciencia. Desde entonces no he dejado de pensar en la injusticia social y en la prepotencia de los poderes de dominación. Me hice más sensible ante el dolor humano y asumí una posición en defensa de los más desposeídos.

Entiendo que estuviste involucrado en la militancia en Bolivia. ¿Me puedes hablar de esa etapa de tu vida?
Lo rescatable de las experiencias que te conté es que me hicieron tomar conciencia del racismo y la discriminación existentes en Bolivia, y me impulsó a formar parte de una organización política de izquierda que luchaba contra estos males sociales. Así, a partir de los 13 años de edad, aunque parezca raro, me hice militante activo. Actualmente, en mi condición de escritor, me sigo considerando un rebelde y contestatario. Siempre lo fui desde que tengo uso de razón. No soporto la injusticia social como no soporto la discriminación racial o sexual. Creo en la igualdad de los seres humanos y en una sociedad más justa, tolerante y equitativa. Sigo pensando como siempre y no tengo razones para dejar de ser sensible. Sin una conciencia política ni una sensibilidad social es muy difícil acercarse a una realidad como la boliviana, donde persiste el desprecio por los de abajo, por los desposeídos y marginados.

Según tu biografía, fuiste encarcelado y torturado en Bolivia. ¿Te incomodaría hablar de las circunstancias?
La primera vez que caí en los registros de policía, por razones políticas, fue a los 15 años de edad, luego de una manifestación estudiantil en apoyo a la huelga de los mineros. Después me hice dirigente de los estudiantes de secundaria y esto me llevó a asumir abiertamente posiciones contrarias a las que ostentaba la dictadura militar de entonces. Por lo tanto, mi actividad como dirigente estudiantil y el hecho de militar en una organización considerada como un movimiento extremista, que proclamaba la insurrección armada como una de las vías para la toma del poder, me convirtió en prófugo de la persecución desatada por el gobierno. Por un tiempo permanecí oculto en el interior de la mina en Siglo XX y después me desplacé hacia la ciudad de Oruro, donde estuve clandestino junto a otros dirigentes mineros, hasta que en agosto de 1976, cuando recién había cumplido 18 años de edad, fui apresado, torturado y encarcelado. En 1977, gracias a una campaña de Amnistía Internacional, salí exiliado a Suecia.

Sin embargo, siempre supe que estuve en la cárcel no porque cometí un delito penal, sino porque formé parte de un movimiento de oposición contra la dictadura militar y porque propagué entre los estudiantes los ideales de justicia y libertad. Debo confesar que si bien abandoné las concepciones de la lucha armada, como una única vía posible para alcanzar la justicia social, no he dejado de contribuir a esa causa con las armas que me proporciona la escritura, puesto que para mí, en términos generales, la literatura es una forma de resistencia contra un sistema que detesto y un instrumento que me permite canalizar los ideales que abracé desde mi infancia, mucho más por instinto natural que por haber leído un programa político.

Algunos de tus libros recogen tus experiencias como preso político. ¿Es una forma de dejar un testimonio para la posteridad?
Sí, para evitar que estos hechos trágicos se repitan en la historia y para dejar constancia de la brutalidad con que actuó el terrorismo de Estado. Es más, el primer libro que publiqué en Suecia, en 1979, lo escribí estando en las mazmorras de la dictadura militar de entonces. Huelga y represión trata el tema de la persecución y los métodos de tortura que usaron los regímenes dictatoriales no sólo en Bolivia sino en el resto de América del Sur. Mi experiencia política y mi estadía en la cárcel, fueron también elementos que pusieron una impronta en mi literatura, como en mi libro Cuentos violentos, que aborda justamente los diversos sistemas de represión y métodos de tortura. No es sólo un testimonio personal sino también colectivo, porque los presos de conciencia y los exiliados de la diáspora latinoamericana, sufrieron los mismos atropellos y se vieron obligados a abandonar sus países por las mismas causas.

De otro lado, es reconfortante saber que Cuentos violentos es el primer libro que trata literariamente la temática de la tortura en Bolivia. No se conoce en la historia de la literatura nacional a otro autor que haya escrito cuentos sobre los diversos métodos de tortura, ni una sola obra que recree el tema de las secuelas con la misma intensidad con que se describen en Cuentos violentos. La razón es bien simple, yo experimenté este doloroso proceso en carne propia. Es decir, en el momento de escribir, manejé hechos y vivencias de primera mano. No tuve necesidad de recurrir a otras obras ni valerme del testimonio de otros compañeros que sufrieron la misma humillación y maltrato, pues bastó con mi experiencia personal para recrear los cuentos. Ahora bien, debo aclarar que los mismos métodos de tortura que se usaron en Bolivia, se aplicaron en el resto de América Latina. Por eso no es casual que existan otros autores latinoamericanos que trataron en sus obras el tema de la tortura. Las experiencias son similares, si leemos los libros escritos por chilenos, argentinos, uruguayos o paraguayos. Sus libros revelan también la bestialidad de las dictaduras militares que actuaron mancomunadamente bajo el denominativo de Operación Cóndor, que fue una organización militarizada cuyo afán era liquidar a la llamada subversión comunista a cualquier precio.

Los torturadores fueron entrenados en una misma escuela y por los mismos instructores; por ejemplo, los elementos que a mí me torturaron no tenían el acento de bolivianos sino de argentinos. Claro que no los podía identificar, porque estaba encapuchado, además de desnudo y maniatado. Algunas veces me colgaban del techo cabeza abajo, otras veces me hacían el submarino sumergiéndome de cabeza en un recipiente de agua fría y maloliente. Después estaba la maquinita de picar carne humana, que consiste en aplicar electricidad en los testículos, las orejas, los dedos, los genitales y el ano.

Cuentos violentos es un libro que, de algún modo, representa una etapa importante de mi vida y refleja uno de los períodos más sombríos de la historia boliviana. A estas alturas de mi vida, extrañamente, podría decir que fue una suerte -acaso una desgracia- el hecho de haber experimentado en carne propia la persecución, la tortura, la prisión y el exilio. En este sentido, creo que tuve el privilegio de pasar por ese proceso dantesco para luego narrarlo en un libro con un lujo de detalles, incluso uno de los cuentos del libro, Días y noche de angustia, fue premiado por la Universidad Técnica de Oruro en 1985.

LA LITERATURA MINERA Y EL TÍO

Se ve la influencia de la vida y la literatura minera en tu último libro “Cuentos de la mina”, Háblame de esa influencia. ¿De dónde surgió y qué papel ha tenido en tu vida?
Aunque nací en La Paz, en la Maternidad Primero de Mayo, he vivido desde mi infancia en un pueblo minero, donde los campesinos se proletarizaron apenas se descubrió en Llallagua, al norte de Potosí, la veta de estaño más grande del mundo. De manera que los campesinos de las zonas aledañas, ante el requerimiento de fuerza de trabajo, emigraron a las minas y se proletarizaron. Esto influyó decisivamente en la realidad socioeconómica del país; pero también en gran parte de la literatura boliviana del siglo XX, que, desde los albores de la minería nacional, es una de las ramas más firmes del tronco de la literatura boliviana, constituida por innumerables novelas, cuentos y poemas. En mi caso, ha sido positivo el hecho de haber vivido en Siglo XX y Llallagua, porque me acercó a la temática minera, que posteriormente me permitió rescatar al menos una parte de todo ese universo de mitos, tradiciones y leyendas, que hoy se reflejan en mi libro Cuentos de la mina.

La realidad minera ha sido un manantial del cual han bebido no sólo los escritores, sino también los pintores, quienes han retratado en sus cuadros la vida dantesca de los mineros, que durante más de un siglo constituyeron la columna vertebral de la economía nacional. En los centros mineros tuvo su origen el sindicalismo nacional y en sus galerías se formaron los líderes políticos más influyentes que conoció la Revolución Nacionalista de 1952. Los mineros, en sus mejores épocas, decidieron la suerte histórica de la nación. Ellos lucharon en las calles, fusil en mano, contra los guardianes de la oligarquía minero-feudal, aunque fueron los partidos ajenos a sus intereses de clase los que se aprovecharon de los triunfos alcanzados en las contiendas sostenidas contra los dueños del poder y la rosca minero-feudal.

Podrías especificar, ¿cuándo se inició al ciclo de la llamada literatura minera?
Los escritores bolivianos han abordado la temática minera desde la época colonial, pero más específicamente desde principios del siglo XX. Ahí tenemos a Jaime Mendoza cuyo libro, En las tierras del Potosí, se publicó en 1911, dando inicio al ciclo de la llamada literatura minera en Bolivia. En el ciclo de la literatura de ambiente minero se distinguen dos etapas fundamentales; la primera marcada por el realismo social, cuya función era de denuncia y reivindicación; y, la segunda, por el llamado realismo mágico, que, además de rescatar las costumbres ancestrales y los ritos pagano-religiosos de los mineros, se ocupa de reflejar sus sueños y pesadillas, sus tragedias y esperanzas. Es decir, la literatura minera, que empezó denunciando la explotación de los trabajadores, terminó rescatando los mitos, las leyendas y tradiciones ancestrales.

De otro lado, se debe recordar que durante el siglo XX se valoraban las obras de ambiente minero más desde la perspectiva ética que estética, sobretodo en todo aquello que ha sido la literatura influenciada por el realismo social, de protesta y denuncia. Sin embargo, después de las novelas de Guillén Pinto, Ramírez Velarde o Guzmán Aspiazu, por citar algunos, se empezó a considerar también el aspecto estético de la obra, a partir de su estructura, su lenguaje y el manejo de las nuevas técnicas literarias. Pienso que estos dos factores, tanto lo ético como lo estético, están siendo considerados por los críticos modernos de la literatura de ambiente minero.

Entre los mitos y leyendas se encuentra el Tío, deidad protectora de los trabajadores y dueño absoluto de las riquezas minerales. Me puedes decir ¿cómo conociste a este personaje?
En principio es necesario aclarar que Bolivia es un país mágico y secreto, donde conviven en simbiosis la cultura ancestral y la cultura occidental llevada por los conquistadores. Es un país donde el mito y la realidad se funden en una suerte de sincretismo que supera a la fantasía, ya que las costumbres y ritos, con sus leyendas y mitos paganos, son tan dominantes como las costumbres del catolicismo occidental. Se trata, pues, de un mundo mágico y mítico que pobló mi fantasía desde la infancia. Escuché tantos relatos mineros cuyo personaje central era el Tío, ese ser demoníaco que no aparece ni en el Metal del diablo, de Céspedes, ni en Socavones de angustia, de Ramírez Velarde, ni en En las tierras del Potosí, de Jaime Mendoza. Para mí, el descubrimiento del Tío ha sido fundamental no sólo porque determinó mi carrera literaria, sino también porque estimuló mi fantasía, y el responsable directo de todo esto fue mi abuelo, un chuquisaqueño que respondía al nombre de Enrique Lora Fiengo, quien, además de mujeriego y aventurero, era un fabuloso contador de historias. En su juventud quiso ser uno de los magnates de la minería boliviana, pero fracasó en su intento. Lo único que encontró entre las montañas fue la decepción y la pobreza.

Cierto día, cuando se desató una tormenta sobre Llallagua, acompañada de relámpagos y truenos, pero de esos relámpagos y truenos que sólo se experimentan en la cordillera andina, mi abuelo me refirió por primera vez la leyenda del Tío. “Dicen que una noche de tormenta llegó el diablo a las minas”, dijo con una voz sugestiva. Fue entonces cuando nació mi curiosidad y mi interés por saber quién era ese personaje misterioso. Entonces mi abuelo, tendido en su cama, empezó a relatarme algunos de los cuentos que yo conservé en la memoria y que luego los recreé a mi manera en el volumen de Cuentos de la mina, cuyo personaje central es el Tío.

Háblame más del Tío
El Tío, según la tradición minera, es una deidad bondadosa, si se lo trata bien, y vengativa y celosa, si se lo trata mal. Los mineros, en su afán de congraciarse con él, le ch’allan (brindan en su honor) y le dan ofrendas mensuales y a veces quincenales. Se le prepara un k’araku (banquete), con abundante bebida, comida, coca, cigarrillos y otros. Además dicen que le gustan las cosas dulces como a los niños, por eso se preparan de azúcar unas bolitas llamadas colaciones o confites. En los días festivos y de carnaval le adornan con serpentinas y mixturas. También se dice que los únicos que pueden tener contacto con el Tío son los hombres. Las mujeres no pueden ingresar a la mina. Su presencia está prohibida allí donde reina el Tío, porque, de acuerdo a las creencias de los mineros, la menstruación de la mujer hace desaparecer los filones de estaño, aparte de que el Tío se enamoraría de ella para luego darle muerte en una galería lejana y abandonada. Aunque esta creencia no fuese cierta para nosotros, lo es para el minero de mentalidad proclive a las supersticiones.

Lo único que yo hice en mis cuentos fue rescatar, con pelos y señales, los mitos, creencias y leyendas que escuché desde niño en boca de mi abuelo y de otros parientes que han sido mineros toda su vida. Asimismo, este personaje dio origen a una de las danzas más famosas y fastuosas del Carnaval de Oruro, conocida como la diablada, una fraternidad que fue constituida ya en el siglo XVIII por los mismos trabajadores de la mina, quienes empezaron a disfrazarse de este ser demoníaco para demostrarle su veneración y rendirle culto, junto a la Virgen del Socavón, a quien la consideran su patrona y protectora hasta el día de hoy. Es decir, la danza de la diablada no es más que la representación simbólica de este ser subterráneo, llamado respetuosamente Tío. Así, gran parte de mi literatura gira en torno a la temática minera y sus asuntos, aparte de rescatar las tradiciones y creencias de esa realidad compleja y contradictoria, de la que no se han preocupado debidamente los académicos de la literatura.

EL EXILIO Y EL QUEHACER LITERARIO

¿Por qué elegiste Suecia para el exilio? ¿O tuviste la oportunidad de elegir?
Llegué a Estocolmo como exiliado político, porque era la única posibilidad que tenía para salir de la cárcel; o me quedaba encerrado por algún tiempo más, sin proceso alguno, o tenía que abandonar el país. Esta era la única oportunidad. De modo que, para salvarme de ese calvario y reponerme tanto de los maltratos físicos como psicológicos, opté por salir de Bolivia, gracias a un grupo sueco de Amnistía Internacional que me adoptó como a uno de sus presos de conciencia.

¿Cómo fue el proceso de asimilación en Suecia? Lo que me interesa específicamente son las diferencias culturales, el aprendizaje del idioma y la aceptación de los suecos a los exiliados latinoamericanos.
El proceso de adaptación, más que de asimilación, no estaba exento de dificultades, puesto que provenía de un país que se diferencia de Suecia en varios aspectos: el idioma, la historia, las costumbres, las tradiciones y los códigos de vida. Sin embargo, a diferencia de otros exiliados latinoamericanos, tuve la ventaja de haber llegado joven, porque esto me permitió asimilar con más facilidad un nuevo idioma y adaptarme más rápidamente a las condiciones que me imponía la nueva realidad.

En los ’70 y ’80, contrariamente a lo que sucedió posteriormente, la aceptación de la inmigración política en Suecia fue masiva y positiva. Por ese entonces la mayoría de los suecos simpatizaban con los movimientos de liberación que se venían gestando en los países del llamado Tercer Mundo. Cuando irrumpen en el escenario político las dictaduras militares en Sudamérica, los suecos siguen con expectativa los acontecimientos y se manifiestan a favor de los presos, perseguidos y desaparecidos. Lo que quiere decir que los exiliados somos recibidos con los brazos abiertos. En realidad, yo correspondo a esa primera tongada de exiliados latinoamericanos que tuvieron la suerte de encontrar en Suecia una segunda patria.

¿Cómo es la situación literaria en Suecia, en el idioma sueco? ¿Y la situación para los hispanohablantes?
La literatura sueca goza de muy buena salud. Es un país que cuenta con excelentes cultores de la palabra escrita y un público lector que se interesa en el quehacer de los escritores, que están agrupados en una poderosa asociación que vela por sus intereses y hace respetar los derechos del autor. La producción literaria está subvencionada por el Estado y las bibliotecas son verdaderas instituciones donde se dan cita ancianos, jóvenes y niños. Esto lo pude comprobar cuando trabajé en una biblioteca municipal, donde, además de desarrollar proyectos culturales, dirigí talleres de literatura infantil.

Aun siendo escritor boliviano, soy miembro de la Asociación de Escritores Suecos, donde no se hace diferencia alguna entre un autor nativo y otro que es inmigrante, incluso una parte de la directiva está compuesta por escritores que tienen otra nacionalidad diferente a la sueca.

Los escritores latinoamericanos en Suecia tenemos muy buena reputación, quizás debido a que provenimos de una rica tradición literaria, con escritores de la talla de García Márquez, Pablo Neruda, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Cortázar y otros. Entre los escritores latinoamericanos residentes en Suecia existen quienes escriben directamente en sueco y otros que tienen obras traducidas al sueco, sobre todo en antologías y trabajos colectivos.

Sé que te dedicas al periodismo cultural. ¿Puedes definir ese término y darme algunos ejemplos de tus colaboraciones?
Para empezar, debo aclarar que ejercí la docencia durante varios años, hasta el día en que decidí abandonar el magisterio, a pesar del buen salario y los horarios cómodos, para dedicarme íntegramente a la literatura. Digo que hago periodismo cultural, porque mis trabajos, a diferencia del periodismo de información cotidiana, abordan temas que están más relacionados con la literatura, las ciencias y el arte; mis artículos, más que ser artículos, son una suerte de crónicas o pequeños ensayos.

¿Con cuáles revistas/periódicos colaboras?
En la actualidad colaboro con publicaciones en América Latina y Europa, y en Bolivia colaboro asiduamente con diarios y revistas de La Paz, Santa Cruz, Cochabamba, Oruro y Sucre.

En Bolivia es casi imposible ganarse la vida de la escritura. ¿Cuál es la situación en Suecia?
En Suecia, como en Bolivia, es difícil vivir de la literatura, a no ser que cuentes con el respaldado de una gran empresa publicitaria que convierta tu obra en un best seller y haga de ti un escritor rentable. Pero como éste es el caso de muy pocos elegidos, la mayoría de los escritores están obligados a ganarse el pan del día en otros oficios ajenos a su vocación literaria, ya que la escritura no es una profesión sino apenas una vocación que puede darte satisfacciones, pero también dolores de cabeza, sobretodo cuando tu obra es machucada por la crítica o rechazada por una editorial comercial, que está más interesada en sacar dividendos que en difundir la obra de tu creación. En mi caso, por suerte, he logrado estabilizar mi situación económica y dedicarme a tiempo completo a la literatura. Además, aparte de los magros ingresos que me proporcionan mis colaboraciones, he obtenido becas literarias del Fondo de Escritores y de otras instituciones culturales; lo suficiente como para poder vivir holgadamente y dedicado a la gran pasión de mi vida, que es la literatura y el periodismo cultural.

Sin embargo, como dije en algunas ocasiones, considero que la literatura, como el arte en general, debería de recibir la atención que se merece de parte de las instituciones estatales pertinentes, ya que la literatura cumple una función social en provecho de la colectividad, que tiene derecho a tener acceso a los libros, del mismo modo como tiene derecho a la educación, la salud, el trabajo, el cine, el teatro, la música, la pintura y otros. Por suerte, en Suecia, a diferencia de lo que ocurre en Bolivia, los escritores están considerados como trabajadores de la cultura y cuentan con el respaldo no sólo del Consejo Cultural del Estado, sino de la población en general, que, contrariamente a lo pasa en Bolivia, no tiene problemas de pobreza ni analfabetismo. Además, se considera que cada escritor, con sus proyectos y obras concretas, aporta con su granito de arena a la gran pirámide cultural, manteniendo viva la historia, el idioma y las costumbres de la colectividad.

Entiendo que no has vuelto a Bolivia desde el año 1977 cuando te exiliaste. ¿Puedes explicarme por qué no?
Porque no se ha dado la ocasión o, tal vez, porque mantengo una relación ambigua con Bolivia, debido a las experiencias negativas que marcaron mi infancia y adolescencia. A veces, el simple hecho de pensar en un probable retorno, me causa una sensación de malestar y se me erizan los pelos. Pero otras veces, en los momentos de mayor nostalgia, me desespero por volver y pienso que no podría vivir desarraigado de esa realidad por el resto de mi vida. Creo que en algún momento, no sé todavía cuándo, voy a tener que tomar la decisión sería de retornar a Bolivia, porque al fin y al cabo es el país donde aprendí no sólo lo bueno sino también lo malo. Pero sobretodo es el país donde forjé mi personalidad y adquirí mi identidad cultural. Por eso mismo, aun estando en la luna, jamás dejaré de considerarme escritor boliviano.

Si mantienes una relación de amor y odio con Bolivia, ¿por qué te interesa tanto la situación política y el destino del país?
No debes olvidar que yo, como cualquier otro ciudadano, llevo a Bolivia enclavado en mi corazón, por muy conflictiva que fuese mi relación con el país. Por eso me interesa su situación y su destino. Tú, por ejemplo, cuando analizas la literatura de escritoras inmigrantes, o hijas de inmigrantes en EE.UU., manifiestas que éstas están ligadas con amor y odio a las experiencias de su pasado o al pasado de sus padres. Del mismo modo, yo mantengo una relación de amor y odio con el país donde transcurrieron los primeros dieciocho años de mi vida, con experiencias que, acéptese o no, fueron trágicas y hasta traumáticas. Esas experiencias de mi pasado, sin lugar a dudas, se reflejan, de manera consciente o inconsciente, en gran parte de mi literatura.

Aunque pasé la mitad de mi vida en Suecia, donde subsané, con creces, los vacíos y las heridas psicológicas que me perseguían desde la infancia, he creado o re-creado una literatura enteramente boliviana, puesto que mis personajes y temas tienen relación con ese país que me vio nacer. Ahora bien, abordar esos temas contextualizados en un ámbito de la realidad boliviana, más concretamente, de la región andina, es una suerte de terapia fundamental, una forma de ajustar cuentas con mi pasado y un modo de desatar los nudos emocionales y reconciliarme con los fantasmas que pueblan mi alma. Más aún, creo que la función de mi literatura es a la vez, para bien o para mal, una especie de revancha contra quienes no confiaron en mi capacidad creativa y creyeron que, por haber nacido en un hogar humilde, estaba condenado a vivir eternamente sumido en la ignorancia y el olvido. En todo caso, debo aclarar que esta sensación de revancha responde a un acto enteramente inconsciente o subconsciente, sin que por esto quiera negar la verdad de que a través de la literatura puedo expresar, en absoluta libertad, mis sentimientos y pensamientos, lo que me gusta y no me gusta en este mundo, lo que prefiero o detesto. No creo, sinceramente, que exista un solo escritor que no tenga conflictos con su entorno social ni una obra que no sea el producto, al menos en parte, de los conflictos emocionales del autor. Pienso que los escritores, de una manera o de otra, son seres sensibles y meditabundos, inconformes y contestatarios; escriben porque no están conformes con los chalecos de fuerza que les impone su contexto social.

No, no puedo desligarme de la realidad boliviana por mucho que lo intente. Es mi país de origen y allí tengo enclavadas muchas de mis vivencias y recuerdos, por muy negativos que éstos sean. No existe un solo ser humano que no sea el fruto de sus años de infancia. No en vano dice el sabio proverbio inglés: El niño es el padre del hombre. Es decir, lo que fuimos de niños, somos de adultos. Por eso mismo me resulta difícil dejar de pensar en esa realidad que me marcó de por vida. No es simple mandar al carajo todo un pasado que te pesa en el cuerpo y la conciencia. Como fuere, no puedo decir que jamás volveré Bolivia, porque sé que esa afirmación es utópica, debido a que tanto sus paisajes como sus gentes viven dentro de mí, en el pozo de la memoria. Y, aunque a veces el deseo de volver a pisar sus tierras sea como el deseo de volver a las catacumbas del infierno, sé también que algún día debo de volver para tranquilizar los tormentos de mi alma y alcanzar una muerte, si acaso no feliz, al menos poco dolorosa.

EL COMPROMISO SOCIAL Y LA TRAGEDIA DEL ESCRITOR BOLIVIANO

¿Qué opinión te merece la situación actual de la literatura boliviana?
Considero que la situación del escritor boliviano sigue siendo la de un marginado social, a pesar de la existencia de nuevas casas editoras que, más con afán comercial que literario, están empeñadas en publicar las obras de los autores que se mueven en las esferas de gobierno o cuentan con el beneplácito de los críticos de turno. Actualmente, aparte de Los Amigos del Libro y Ediciones Plural, una de las editoriales más importantes es Alfaguara, que ingresó a Bolivia con el propósito de buscar nuevos mercados para sus libros, pero también con la intención de promover a los autores más destacados. Esta misma editorial, con el apoyo del Ministerio de Educación y Cultura, ha creado el Premio Nacional de Novela que se lleva a cabo anualmente, con el propósito de rescatar a uno que otro escritor talentoso que, si la suerte lo acompaña, será publicado bajo este sello y difundido en el ámbito latinoamericano y europeo.

Con todo, la escasa producción literaria refleja el malestar económico del país, donde no existe una política cultural que promocione a los autores y sus obras. Tampoco existe una producción literaria que pueda competir con el resto de la literatura latinoamericana y mundial. La prueba está en que los escritores que brillan con luz propia en la constelación de la literatura universal son poquísimos. Algo más, la mayoría de las traducciones que se conocen han sido hechas más por la buena voluntad de los amigos del autor, que por un interés real de las editoriales.

Entonces, ¿Cuál es la situación del escritor boliviano?
Sin duda, el escritor boliviano, desde el nacimiento de la República, ha sido un don nadie, exceptuando a quienes incursionaron en la política y terminaron en la diplomacia, que les dio dinero para vivir y tiempo para escribir. Algunos, aun teniendo talento y buena formación intelectual, acabaron en el alcoholismo o la locura. Los demás decidieron retirarse de la actividad literaria, porque sabían que de la escritura no se podía vivir. De ahí que en Bolivia, un país con un alto porcentaje de analfabetismo y deserción escolar, los escritores que tienen una vasta producción son pocos y los pocos que existen se pueden contarse con los dedos de la mano, debido a que no se fomenta el desarrollo de esa expresión noble que permite expresar los sentimientos y pensamientos por medio de la palabra escrita.

La literatura boliviana no tiene un García Márquez, que tiene Colombia, un Vargas Llosa o un Bryce Echenique, que tiene el Perú. No tiene un Icaza como la hermana república de Ecuador, un Roa Bastos, que tiene el Paraguay, un Cortázar o un Borges, que tienen los argentinos. ¿Por qué? La respuesta es única y concluyente: ser escritor en Bolivia, como en el pasado, sigue siendo una tragedia tan grande como la tragedia del propio país. Ya dije que los escritores, si no acaban en la borrachera, acaban en la locura. Los que sobreviven a estos dos males, acaban siendo escritores de fines de semana, porque el resto de su tiempo están obligados a ejercer cualquier otro oficio ajeno a su vocación literaria.

La literatura boliviana, a pesar de los esfuerzos desplazados por sus autores, sigue siendo una ilustre desconocida en el contexto de la literatura universal. Fuera de las fronteras nacionales, así como es desconocido el país, es también desconocida su literatura. No son muchos los compendios y antologías que registran la producción literaria de los escritores bolivianos, quienes, casi siempre, brillan por su ausencia. No es que ese país, marginado y acorralado en el corazón de América Latina, carezca de talentos literarios, no; lo que pasa es que nunca hubo una política cultural del Estado que permita promocionar a los escritores y sus obras. No obstante, a pesar de la situación dramática que los aqueja, hay quienes abrazan el arte de la palabra escrita, intentando dejar un testimonio de su época, puesto que cada escritor, de un modo u otro, no hace otra cosa que ser un modulador de voces anónimas, la voz de los sin voz, ya que la literatura no sólo es la expresión de los pensamientos y sentimientos de un autor, sino también el testimonio colectivo de una época.

¿Qué opinas sobre el compromiso social del escritor?
De partida, en lo personal, nunca escondí mis ideales ni mis simpatías por las ideas del socialismo democrático. Sigo siendo utópico, porque sigo creyendo que es posible un cambio social, político y económico en países donde muy pocos tienen mucho y donde la inmensa mayoría no tiene nada. Creo en los ideales de justicia y libertad. Ya varios escritores han afirmado que, además de tener un compromiso con la literatura, debemos tener un compromiso humano, un compromiso social. No se trata de hacer de la literatura un panfleto político ni ponerla al servicio de un partido. El escritor debe seguir expresando a través de la palabra sus emociones y fantasías, sin desligarnos demasiado de la realidad social que nos toca vivir. Hay que hacer, por darte un ejemplo, lo que hace García Márquez, quien, a pesar de escribir obras que nada tiene nada que ver con la protesta social de los obreros o campesinos, asume un compromiso con los desposeídos, un compromiso político y social, y creo que esa toma de posición es algo fundamental. Pienso que los escritores, de algún modo, tenemos que sentirnos atraídos por la problemática del ser humano, ya que si somos escritores es debido a que tenemos una sensibilidad potencial que nos permite comprender los gritos de desesperación de los más necesitados.

No soporto la indiferencia ni la insensibilidad de algunos escritores que desoyen las protestas populares y se convierten en lacayos de los sistemas de poder. Tampoco creo en esa perorata de que los escritores deben escribir para ganar premios literarios o crear, con la ayuda de las empresas publicitarias, obras que se conviertan en best sellers. Creo más en aquellos escritores que escriben por una necesidad vital, en aquellos que no tienen más remedio que escribir para no sucumbir en los horrores de este mundo cada vez más cruel y competitivo. En otras palabras, como casi todos los escritores comprometidos, sigo apostando por una literatura que, sin perder sus valores éticos ni estéticos, refleje la realidad de su tiempo y sirva como punto de referencia para comprender mejor los desmanes de una sociedad donde el rico sigue siendo el patrón de los pobres y donde las mujeres siguen siendo las siervas de los hombres.

¿Qué esperas lograr con tu literatura?
No sé qué voy a lograr con la literatura, pero lo cierto es que tampoco espero nada. Si lo único que quiero es escribir y escribir cada día más y mejor. Pienso que éste debería ser el objetivo principal de cada artista, de cada escritor, de cada ser humano: la de superarse constantemente.

 


* Kathy Leonard es catedrática de idiomas y lingüística hispánica de Iowa State University, Ames. Es autora de las siguientes obras: Fire from the Andes: Short Fiction by Women from Bolivia, Ecuador, and Peru; Cruel Fictions, Cruel Realities: Short Stories by Latin American Women Writers; Index to Translated Short Fiction by Latin American Women in English-Language Anthologies; Aurora (la traducción inglesa de La flor de “La Candelaria” por la boliviana Giancarla de Quiroga); Una revelación desde la escritura: entrevistas a narradoras/poetas bolivianas (dos tomos); y Bibliographic Guide to Latina and Chicana Narrative (de próxima aparición). Desde el año 1996 ha trabajado casi exclusivamente con autores bolivianos y su literatura. En 1998 recibió la beca Fulbright-Hays para una estadía en Sucre, Bolivia, donde completó sus investigaciones para los libros de entrevistas.

 

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Víctor Montoya: Entre la literatura y el compromiso.
Entrevista por Kathy Leonard.