La solapa del libro dice que Luis Domínguez ha sido crítico de cine, libretista de radio, profesor de la Escuela de Periodismo, etc., es decir, ha desempeñado algunos o todos los trabajos que actualmente puede desempeñar un escritor joven en Chile, si es que ser profesor de una escuela universitaria es trabajo para escritores jóvenes.
Este es su primer libro, hecho que extraña si se piensa que hace cuatro años era uno de los participantes del Taller Literario de la Universidad de Concepción. ¿Cómo crecen, de dónde vienen, cómo llegan los jóvenes a la literatura? De seguro, como llegué yo, crecen como pueden y vienen de todas partes. El horizonte es amplio y generoso. Hay en Luis Domínguez cierta finura que se podría tomar por timidez o encogimiento. De todos modos, no es un ser vulgar. Lo demuestra este libro, en cuyas páginas desaparece cualquier timidez y se afirma la idea de finura.
No le había leído sino artículos y este libro me toma de sorpresa, sobre todo porque en estos últimos tiempos sus trabajos periodísticos mostraban gran intermitencia; no le creía ocupado en armar este libro. Y a propósito de trabajos periodísticos, debo decir que lo primero que leí de él fue un artículo que trataba de un libro mío, una novela, y me pareció, por su forma, que no quería o no se atrevía a decir lo que pensaba de esa mi novela, prefiriendo citar a otros, a Alone. a Latcham y a alguien más. Después, ya a medias instalado en Chile, me hizo una larga y afectuosa entrevista.
Hasta el momento en que escribo estas líneas no he leído nada que se refiera a su libro, "El Extravagante", publicado por Zig-Zag. Su libro me permite ver que, como muchos escritores jóvenes chilenos, escribe sobre niños, aunque sus niños no son iguales a los que aparecen en las páginas de otros escritores jóvenes, niños contemplativos y pueriles, que miran o recuerdan el jardín de su casa, hablan del abuelo o de sus hermanos y primas, oyen sonar la campana de alguna iglesia, casi siempre una iglesia del centro de la ciudad; no, los de Domínguez no son iguales a esos niños, son casi muchachos, observan, se defienden, tienen obsesiones y deseos.
Es posible que el escribir sobre niños, sobre todo de los niños que he descrito más atrás, denote, como me indica un amigo, falta de experiencias más interesantes que contar. Hay escritores chilenos jóvenes y más o menos jóvenes que no pueden salir del patio o del "solar" familiar y de los niños o adolescentes que conocieron y que fueron; escriben muy bien, como en general escriben los escritores jóvenes de nuestros días, pero, al parecer, no tienen nada más que contar; se han casado, han viajado, y ahí están, a veces padres de familia, sin salir del solar de la familia y del viejo barrio de la clase alta de Santiago. Cuando Nicomedes Guzmán publicó su primer libro, habló inmediatamente de hombre, ¡y qué hombre!, los obscuros (antes de eso me llevó una novela de trescientas páginas, tamaño oficio, pidiéndome que la leyera y le diera mi opinión. La novela tenía el mismo lenguaje que lució, años después, en "La luz viene del mar", un lenguaje en que el adjetivo "cerúleo" hacía nata. Le dije que me parecía mala y se la llevó y la quemó, aunque la experiencia le sirvió sólo durante algunos años. Después reincidió y ya nunca pudo librarse de ese lenguaje retórico).
El libro consta de cinco cuentos y dos epígrafes, uno de Edgar A. Poe y otro de Jean-Arthur Rimbaud, ambos anunciadores de hechos angustiosos y tristes. El de Poe dice que había "pesadez en la atmósfera, sensación de asfixia y de angustia. Y, sobre todo, había ese terrible modo de vivir que sufren las gentes nerviosas cuando están los sentidos vivos y despiertos cruelmente, y adormecidas y tristes las facultades del espíritu". Rimbaud, por su parte, habla de un niño que podría ser "abandonado sobre un muelle
partido hacia alta mar, el pequeño sirviente siguiendo un pasaje cuyo extremo toca el cielo". Todo esto no augura, por supuesto, nada bueno. Y, en efecto, nada bueno sucede en el libro, que guarda, hasta un límite casi justo, el ambiente de que habla Poe.
He dicho que los escritores jóvenes chilenos escriben bien, muy bien algunos. ¿A qué se debe esto? La verdad, no se me ocurre. ¿Será que la prosa chilena ha alcanzado una madurez que es visible hasta en los jóvenes? Vanidoso, pero podría ser. ¿Se han dado cuenta de que, antes que nada, hay que escribir bien? ¿Es que vienen mejor preparados? Lo ignoro, pero lo cierto es que Domínguez, como otros, escribe bien. Véase este monólogo con que empieza el cuento "Almejas", uno de los dos mejores cuentos del libro que con un poco de esfuerzo habría podido ser una novela:
"Nadie comparte conmigo la afición a las almejas. Me gusta comerlas crudas, casi al mismo tiempo que se las quito al mar. Ahora he cambiado mi cortaplumas por un cuchillo bastante grande. Luego de abrirlas, hago una circunferencia en el borde con la punta afilada. El agua de mar les da más sabor. "El mango del cuchillo es de hueso", juró el amigo de mi hermano, haciendo una cruz con los dedos. Yo no lo vigilé para que la besara, y por eso no me consta de que jurara bien. Mi madre dice que tengo dientecillos de gato. Los colmillos, especialmente, me son muy útiles para raspar la concha. La carne de las almejas es un poco dura, como nervuda. Pero esto es más aparente que real, porque en la boca se va haciendo blanda y casi se deshace".
Hay ahí, en primer lugar, originalidad; en seguida, percepción de sensaciones definidas y de calidad: "me gusta comerlas crudas", "hago una circunferencia en el borde con la punta afilada", "Los colmillos, especialmente, me son muy útiles para raspar la concha", "en la boca se va haciendo blanda y casi se deshace"; además, todo escrito sin necesidad de metáforas ni de inútiles adjetivos. El total indica, con una gran claridad, de qué niño se trata. No es uno de esos que miran los retratos del abuelo en el salón o recuerdan la gardenia que había en un rincón del patio; no, es un niño que abre almejas con un cuchillo con mango de hueso y raspa la valva de las almejas con sus colmillos. Se comprende, se justifica, que ese niño haga, al final, lo que hace. La parte en que huye por la arena, desnudo, de las manos del hombre que lo
persigue, y lo que siente cuando el hombre ya lo ha tomado y "Buscaba tranquilizarme y pidióme que lo mirara a los ojos" está escrita con el mismo rigor, sin nada de más, y lo que siente y lo que parece sentir el hombre que "Estaba como borracho, acezando", es sobrecogedor. Valdría la pena examinar, en un trabajo más extenso o en una larga conversación amistosa si la frase que dice el niño al final es apropiada o no. Si no lo es, el cuento no pierde mérito. Por lo demás se trata de un niño, de un casi muchacho, y aunque pueda realizar determinado acto no se le puede pedir que su pensamiento sea muy lógico, aunque el del autor lo pueda ser.
"Un pollo para Julián" es también un buen cuento, también con un poco de misterio, sensaciones fuertes y buen desarrollo. Se trata igualmente de un niño, un niño observador, astuto, de un oído maravilloso, un oído de cuentista, como dijo Waldo Frank. Empieza por oír un ruido, "algo así como una piedra que golpea un tubo de hierro"; después, el suspenso, la espera; "Tendría que venir otro sonido. Los goznes, los goznes: era preciso poner aceite en los goznes de la puerta del cuarto de Sonia. Pocas veces alcanzaba a sentirse los pasos sobre el césped de la entrada para automóviles. Ni siquiera un saludo. Simplemente un discreto murmullo en el umbral. Más tarde entraban. Y cada noche lo mismo".
Es un niño, tal como el otro, que actúa, no que mira embotado caras de viejos parientes con pera y bigote, nada de eso, esos ruidos tienen un significado, son producidos por alguien o por algo, y, aunque el miedo le impide obrar ante las voces murmurantes o contenidas, es el único que sabe lo que pasa en la noche, excepto Sonia, la criada, que resulta la victima de los pasos, las voces, los murmullos, los ruidos nocturnos. Si el niño hubiese tenido al lado a Homero, ser enemigo del silencio y del disimulo, las cosas habrían ocurrido de distinta manera, pero Homero había huido saltando la tapia y abandonándolo.
Pero no todo dura en la vida y los demás cuentos están muy distantes de los citados. El maestro parece haber perdido la medida, el rigor, y los personajes y el tiempo y los elementos hacen de las suyas. "Soledad", un cuento que pudo ser tan bueno como "Un pollo para Julián" y "Almejas", tiene, sobre treinta y ocho páginas de texto, catorce de diálogos, la mayoría diálogos que pudieron ser resumidos, diálogos a veces realmente inútiles. Los monólogos, por otra parte, tan sabrosos en los dos cuentos citados, no tienen en los demás el interés que tienen aquéllos, no hay en éstos, observaciones o sensaciones de interés. ¿Qué pasó? Lo ignoramos. Sabemos, sí, que Domínguez llegó a dos niños y los trató bien, muy bien. Los demás se escondieron entre diálogos y monólogos y divagaciones y se le escaparon. No importa. Con dos hay bastante, sobre todo si salen a la medida, y salieron. Domínguez debe ahora olvidar a los niños e ir hacia los hombres, hacia el "Pescador Negro" y Omar, que parecen estar esperándolo.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com "El Extravagante" de Luis Domínguez
Zig-Zag, 1965, 190 páginas
Por MANUEL ROJAS
Publicado en revista ERCILLA, N°1569, 16 de junio de 1965