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Un ilustre desapercibido
Viaje al país de los profetas de Manuel Rojas
. Ediciones Zlotopioro. Buenos Aires, Argentina, 1969

Por Carlos Walker
En "Noticias de la literatura chilena en Buenos Aires"
Publicado en Cuadernos Lirico, N°23, 2021.
(La vereda de enfrente. Cruces entre las literaturas argentina y chilena del siglo XX
)

 


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La Embajada de Israel en Chile, a sugerencia de la Sociedad de Escritores chilena, le hace llegar a Manuel Rojas una invitación para visitar Israel. Si bien Rojas sabía que estaba en una lista de posibles invitados no pensaba que sería el escritor elegido, pues apenas unos meses antes había presidido en Santiago la Conferencia Sudamericana de intelectuales sobre la situación de los judíos soviéticos[1]. Este encuentro había estado enfocado a denunciar la situación de los judíos en la Unión Soviética, y contó, entre otros, con la participación de José Revueltas, Enrique Espinoza, José Santos González Vera, Jorge Luis Borges. Aunque por cuestiones políticas dudó si debía aceptar la invitación, Rojas se decidió a ir para conocer de cerca la vida en los kibutz, a los que veía como “una realización en pequeño del sueño de tantos” (1969: 18), lo que lo lleva a declarar a continuación que nunca ha dejado atrás su formación socialista y anarquista.

Las circunstancias de ese viaje y las lecturas hechas sobre la situación de Israel, junto a las reflexiones a las que estas dieron lugar, son plasmadas por Manuel Rojas en Viaje al país de los profetas, un libro de unas noventa páginas publicado en Buenos Aires en septiembre de 1969 por Ediciones Zlotopioro.

De vuelta en Chile, Rojas concede una entrevista a la revista En Viaje, órgano de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, donde enumera su itinerario. Después de Israel estuvo en Grecia, Francia y España, para finalmente pasar unos días en Buenos Aires (Fuenzalida 2012: 187)[2]. La frecuencia mensual de la revista hace suponer que ya en marzo el escritor estaba de regreso, por otro lado, al final de Viaje al país de los profetas Rojas consigna que lo terminó de escribirlo en Santiago, el 14 de mayo de 1969.

Sin duda, en este recuento de fechas sobresale la velocidad con que el libro se imprime, y aquí cabría suponer que este breve intervalo entre el fin de la escritura y la edición responden, en buena medida, al renombre del autor a nivel continental. Con todo, el tema del libro y la editorial en que se publica ofrecen una explicación suplementaria para este intervalo. En este marco, se ha de considerar que las Ediciones Zlotopioro, cuyo nombre en la portada es protagónico, ofició muy rara vez como casa editorial, en cambio, sí tuvo un rol destacado en el escenario editorial del período –Tiempo Contemporáneo, Jorge Álvarez, Galerna, entre otras casas editoriales locales, y revistas como Los Libros Nuevos Aires, imprimían sus publicaciones en los Talleres Gráficos Zlotopioro hermanos[3].

Por su parte, las solapas del libro presentan a Rojas ante el eventual lector de solapas argentino. De entrada, se consigna su nacimiento en Buenos Aires y su filiación chilena, se anotan algunos títulos destacados, entre ellos su novela Mejor que el vino, cuya mención permite acotar lo siguiente: “A esta novela le da nombre un versículo del Cantar de los Cantares, pues Manuel Rojas ha sido un gran lector de la Biblia” (1969: s/p). Luego se consigna su relevancia dentro de la literatura chilena y latinoamericana, se detallan algunos de sus viajes –sobresale su visita a la URSS y una edición en ruso que alcanzó un tiraje de 100.000 ejemplares–, se menciona una antología en hebreo de sus narraciones y, finalmente, se anuncian dos prontas ediciones argentinas que lo competen: una biografía a cargo de Enrique Espinoza, que saldrá por el CEAL, y una edición completa de sus cuentos que publicará Sudamericana[4]. Como cierre del texto que ocupa ambas solapas, se menciona la Conferencia santiaguina de 1968 a la que ya hicimos alusión, presidida por Rojas, junto con una lista de participantes encabezada por Borges.

De todos modos y a pesar del lugar central que en ese entonces tenía Rojas en la literatura chilena y del subcontinente, lo que es refrendado por las solapas de Viaje…, el libro no concita la atención de las secciones literarias de los semanarios, ni de los diarios, ni de las revistas especializadas. La única nota encontrada está en el semanario Confirmado, dentro de un recuadro de “Novedades” que ocupa la mitad inferior de una página, y donde se reseñan en muy pocas líneas cuatro libros de aparición reciente, entre los que figura El fiord[5]. El breve texto reitera varios de los datos incluidos en las solapas, también ubica a su autor como “uno de los más grandes novelistas de Chile y de Sudamérica”, y agrega un juicio laudatorio sobre el libro en relación con la obra precedente: “está sin duda a la altura de los mejores títulos de su producción” (“Novedades” 1969: 22).

El gran novelista chileno, entonces, suscita escaso interés en la prensa literaria porteña, apenas le dedican algunas palabras de circunstancia. Esta situación contrasta de manera elocuente con la recepción de la que es objeto Desnudo en el tejado de Antonio Skármeta, profusamente reseñado en los medios escritos, tal y como veremos más adelante.

Si bien se podría atribuir este fenómeno de recepción a la temática del libro, arguyendo que narrar una visita oficial a Israel tiene de entrada una vocación discreta –y esto bien a pesar de la confusión que puede suscitar la existencia de temáticas discretas cuando de literatura se trata–, también es posible señalar que, justamente, esa temática le permite a su autor desplegar toda una reflexión sobre la actualidad de las disputas geopolíticas. Es más, a través del relato del viaje Rojas refrenda su posición política a expensas de su desconfianza ante el aparato estatal y de la concomitante utopía de un mundo sin Estado y sin dinero (1969: 14, 36), a la que le agrega una apuesta y una confianza en el destino de Israel y sus ideales comunitarios, y un llamado a la “izquierda limpia y moral” a pelear por el destino de Medio Oriente (91)[6].

Por otro lado, y siguiendo con la atención puesta sobre la falta de interés, se puede evocar un episodio de Viaje… en el que Rojas detalla su paso por la Universidad Hebrea de Jerusalén. Una vez terminado el encuentro con los estudiantes de literatura hispanoamericana le informan que, al día siguiente, en el mismo contexto, se entrevistarán con Borges, quien también está de visita en el país (68). Esos mismos días, Rojas asiste a una recepción en el Instituto Central de Relaciones Culturales Israel - Ibero América, España y Portugal. El evento está abarrotado de gente, y a poco de llegar, casi a los empujones, Rojas consigue salir de allí, no sin antes haber divisado a lo lejos a su colega trasandino: “hace un gran calor, me pregunto qué sentirá Borges, que veo ahí como si estuviera emparedado” (70). En resumen, dos de los más grandes narradores de sus respectivas literaturas nacionales, sino los más grandes, comparten un mismo evento en Israel hacia fines de los sesenta, pero ni siquiera se saludan. Rojas, que lo ve a lo lejos, no se acerca, y nadie produce el encuentro, ni siquiera sabemos si Borges habrá estado al tanto de la presencia de Rojas allí. Como sea, la indiferencia que hay entre ambos narradores es palmaria.

Ahora bien, ante la falta de interés con la que circula el libro de Rojas en Buenos Aires, se podría tantear una conjetura: tal vez el desinterés responda a que el autor de Hijo de ladrón  representaba una parte consolidada de la tradición narrativa chilena, cuyas manifestaciones no habían suscitado hasta ese entonces la atención del campo cultural argentino. Como si el foco, o el punto de vista evocado en un principio, al menos en lo referido a la literatura chilena, estuviese puesto ante todo en lo producido por los escritores más jóvenes, o al menos, como veremos a continuación, en aquellas escrituras que llegaban precedidas por la promesa de lo nuevo.

 

 

 

 

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Notas

[1]  Las aprehensiones son del propio Rojas (1969: 14-15). A pesar de ello, no queda claro porqué su defensa de los judíos en la URSS hacía, a sus ojos, poco probable que lo invitaran a Israel.

[2] La entrevista, realizada por Sonia Quintana, se publica originalmente en la revista En Viaje, en el n426 correspondiente a la edición de abril de 1969.

[3]  Fundada en 1948 por los hermanos Jacobo y David Zlotopioro, llegados desde Polonia en 1920, y vigente al menos hasta el fallecimiento de Alberto en 2017, hijo de David, los Talleres Gráficos no sólo fueron una imprenta clave para las pequeñas editoriales nacionales de los sesenta, también jugaron un papel decisivo en la impresión de textos en yiddish y, por lo tanto, en la difusión de la tradición judía en Buenos Aires (Dujovne 2013).

[4]  Tal y como lo detalla el mismo Espinoza, en el colofón de su libro sobre Rojas, la biografía fue una iniciativa de José Bianco para una colección de Centro Editor de América Latina, pero no llegó a publicarse por ese sello y recién se publicó en 1976 en Ediciones Babel, dirigidas por el mismo Espinoza (1976: 55). El libro de Sudamericana fue editado en 1970 y en 2016 reeditado en Chile por la Universidad Alberto Hurtado.

[5] También hay algunas palabras en el número 4 de  Los Libros, dentro de la lista de publicaciones que cierra el número, en la sección que estaba a cargo de Ricardo Piglia: “Un relato de viaje donde el autor de Hijo de ladrón, narra una visita a Israel realizada en 1969” (29).

[6]  Estas características le permitieron a Jaime Concha ponderar la importancia de este libro en la obra de Rojas: “Decimos esto para precavernos de lo que vamos a señalar más adelante, en el curso de este mismo trabajo, respecto a Viaje al país de los profetas (1969), una de las últimas publicaciones de Rojas y a la que siempre hemos concedido gran relevancia para comprender los valores e impulsos espirituales que habitaron su obra” (2011: 224).

 

 

 

 



 

 

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