El líder del nazismo
esotérico en Chile editó este año por primera
vez en nuestro país La Flor Inexistente (1969). A sus 87
años, mantiene una mirada mítica sobre el mundo y
enarbola teorías sobre el control psicotrónico de
la población.
Miguel Serrano vive conectado al
lado derecho de su cerebro. Sin desligarse del izquierdo, y la racionalidad
que ello implica, el líder espiritual del nazismo esotérico
en Chile, mira el mundo desde una perspectiva mítica que para
cualquier mortal se vuelve simplemente incomprensible. Y a veces hasta
inverosímil.
“Estamos viviendo en un mundo extrañísimo. Estamos
viviendo en la superficie. Parecerá un chiste, una broma, pero
la mayoría de la gente son clones, no son seres humanos, y
actúan dirigidos, teledirigidos para lograr fines especiales”,
dice Serrano, quien a su lado hoy tiene a Isabela, una española
-gallega, para más datos- que le organiza todos sus trabajos
y con “magia blanca” anula la “magia negra” del computador. Su historia
es demasiado larga y polémica para reseñarla en un par
de párrafos.
Baste quizá con decir que fue diplomático en diversas
países del mundo, por ejemplo, en la India, donde se ligó
al mundo del budismo y las religiones orientales; miembro del llamado
Círculo Hermético con Herman Hesse y Carl Jung; y el
líder nazi de más peso y trayectoria en el país,
aunque nunca conformó un partido. Sin embargo, un “desorganizado”
grupo lo sigue y comulga con su hitlerismo esotérico. Mucho
antes de todo eso, fue parte de la generación literaria del
’38, muy cercano a la surrealista Mandrágora y a Vicente Huidobro,
y editó un polémico libro: La verdadera antología
del cuento chileno.
De vez en cuando su nombre es mencionado, con alto aprecio, por algún
escritor. Sin ir más lejos, Armando Uribe antes de ganar el
Premio Nacional de Literatura 2004, dijo que, a su juicio, quienes
debían recibirlo eran David Rosenmann Taub o Miguel Serrano.
Y alabó la prosa poética de este último, pero
en realidad justamente su postura política hace imposible pensar
que lo reciba alguna vez, pese a los méritos que pueda tener
su obra. “Jamás me lo van a dar. Yo dije un día, en
Mis Memorias, que a Volodia Teitelboim no le iban a dar nunca
el Premio Nacional, porque si se lo daban a él, me lo tendrían
que dar a mi también. Pero resulta que él es comunista.
Es decir, está dentro del establishement, de lo correcto.
A mí jamás me lo van a dar”, afirma.
Mundos paralelos
La bibliografía de Serrano es una extensa lista de libros
que no pueden ser incluidos en un solo género. Cruzan la prosa
y la poesía, atraviesan las memorias, la filosofía y
mantienen una veta esotérica, misteriosa, constante. Sus lectores
son muy pocos. Recién ahora fue editada en Chile por primera
vez La Flor Inexistente (Beuvedrais 2004), un libro clave dentro
su obra y que por primera vez se lanzó en Inglaterra, en 1971.
“El libro ha circulado bastante. Ha llegado donde debe llegar, los
libros tiene su destino. El destino de los libros es como el de las
personas, misterioso. Le llegan libros a uno que le pueden cambiar
la vida, no sabe cómo.”, asevera Serrano, que en realidad tiene
una idea bastante radical sobre el público.
“No me importa la gran masa. Son animales. Todos hipnotizados. En
este país la mayoría de la gente anda bajo la hipnosis,
que se produce en una de estas torres. De la embajada norteamericana
hasta la torre telefónica y proyectan con la maquinaria más
avanzada, psicotrónica. Logran lo que quieren, hacen que la
gente piense lo que ellos quieren. Y las cosas están decididas,
quien va a ser el Presidente…”, dice.
Experto en descubrir las conspiraciones secretas, desde hace años
insiste en que Douglas Tompkins ha venido como el primer emisario
para que el sur chileno se convierta en otro país. “El sur
de Chile se está perdiendo a pedazos porque ahí van
a establecer un nuevo país. Y quien es el que actúa
ahí: un clon, Tompkins. Quién lo maneja, Rockefeller”,
sostiene y agrega, que esto, claro, lo sabe el presidente Ricardo
Lagos.
Si su idea de los clones manejados psicotrónicamente es radical,
lo es más su idea de los dobles. Serrano está seguro
de que los nazis lograron duplicar científicamente a las personas
y que tras la caída del régimen, los mayores líderes
–Hitler incluido- se fueron a la base alemana en La Antártica.
Es por eso que ahora tiene su mirada puesta en el viaje que Claudio
Teitelboim realiza junto su grupo de Centro de Estudios Científicos
hasta el continente blanco.
La hipocresía chilena y el nazismo
En términos más contingentes, Serrano también
tiene una percepción sobre el Informe de Prisión
Política y Tortura. Muy lejos de todas las opiniones comunes
de repudio que se han vertido, asegura: “Eso ha existido siempre.
La hipocresía del chileno. Existió durante Gabriel González
Videla, durante Ibáñez. Ibáñez los tiraba
a los maricones. Los torturaba y los tiraba al mar. Entonces qué
se espera hoy día. El Ejército hace eso, que se espera
hoy día. Y que pasó con el MIR, cuando lo pillaban a
uno, pobrecito, pobre de ellos. Entonces no es nada más que
una vuelta de mano. Dentro de la hipocresía del chileno aparecen
como que no sabían nada. Entonces ahora hacen un enorme libro,
que para lo único que sirve es para liquidar a nuestras Fuerzas
Armadas”.
Sin embargo, la resistencia de Serrano ante los giros políticos
del mundo al parecer no son más que planteamientos teóricos.
Su condición de líder nazi le significa mantener una
serie de amistades y seguidores, pero jamás un organismo: “Me
dicen ‘por qué no creas un partido’, jamás: nos infiltran.
Nos infiltran los servicios de inteligencia; entonces, nos hacen cometer
crímenes y nos culpan. Lo que hay que hacer es no hacer nada.
Me preguntaban la otra vez, cuántos son ustedes: millones,
pero no los conozco. Y como están organizados: no estamos organizados,
estamos de la mejor manera”.
En realidad -y quizás desde siempre- para Serrano hoy ser
nazi es mantener una postura por lo menos misteriosa. “Tratar de hacer
trabajar el lado derecho del cerebro. ¿Para qué? Para
tratar de tener contacto con los que antiguamente llamarían
los dioses, llamémoslos los arquetipos. Eso es ser nazi”.
Escritura eterna
La activación de lado derecho de la mente también ha
sido su pretensión al escribir, que en realidad no tiene una
intención puramente literaria. Serrano escribe para la eternidad
para abrir compuertas, como si estuviera desplegando un conjuro. “Yo
he escrito un solo libro que se sigue desarrollando. Todavía
me falta”, dice y se hace imposible no pensar que Serrano es uno más
de los personajes que creó Roberto Bolaño en
el libro La Literatura Nazi en América.
“Mi escritura está fuera del tiempo, más allá
del tiempo o en otro tiempo. Si uno se mete en la gran poesía,
está hablando para la eternidad, no tiene tiempo. A mí
no me preocupa el tiempo, no me preocupa la recepción ahora;
dejó que los libros sigan su camino propio. Cuando uno está
metido en la poesía, en la verdadera poesía, no se preocupa
por el tiempo”, dice.
El peligro de Serrano, intemporal o no, es que como sus pares de
la generación del ’38, después de convertirse en una
simple caricatura de otro tiempo, sea olvidado. “No, no me va pasar
por una razón muy simple, porque estoy más afuera que
aquí. A ver, ¿me irá a pasar? No. No porque si
uno se conecta con los arquetipos de la vida, permite que los arquetipos
actúen a través de uno. Ellos se encargan, porque los
arquetipos no mueren y se encargan de resucitarlo a uno, de evitar
que muera. Yo no voy a morir nunca, además”, asegura.
* * *
Miguel
Serrano: Eterno, aunque tardío retorno
por
Adán Méndez
Revista de Libros de El Mercurio, viernes 15 de octubre de 2004
Inédita en Chile por
40 años, La flor inexistente, mítica obra del
escritor nacional, llega ahora a hacerse cargo de su leyenda.
En el interesante y prístino postfacio a este libro, Armando
Uribe destaca las facultades poéticas de Miguel Serrano, y
entrecoge una buena cantidad de fragmentos poéticos que encuentra
en La flor inexistente, señalando que fácilmente
podrían multiplicarse. Y es así efectivamente, sin duda
el mérito mayor de este libro —descontando el saber oculto
que pueda o no contener, del que poco sé— es su poesía.
Poesía en el más acrítico de los sentidos: una
poesía hipnótica, aquello que precisamente suelen las
mayorías silenciosas entender por poesía. En casi todo
aspecto, cabe señalar, algo enteramente opuesto a la poesía
crítica y autocrítica que el propio Uribe practica.
Además, se trata de una narración. No estoy nada seguro
que tanta poesía, así entendida, sea virtud en un relato.
El lirismo tiende a diluir en el ensueño, a crear un medio
indiferenciado, en el cual, de partida, los personajes tienden más
a desaparecer que a distinguirse, y sin personajes no hay drama. Sostengo
que más de cinco páginas sin drama, empiezan a serlo.
Una novela de iniciación, género de por sí catete
—aunque muy capaz de entregar obras maestras, como Encuentro con
hombres notables, Las enseñanzas de don Juan, Demian—,
necesita sostenerse en un individuo concreto, una persona reconocible,
que va aprendiendo algo, con familia, situación económica,
pulsiones personales, enamoradas, amigos, enemigos, poseedores también
de semejante contexto. Y el humor siempre es necesario. En La flor
inexistente no encontramos nada de esto, sino sólo buenas
—y a menudo, muy buenas— alegorías, más o menos hiladas
unas con otras. Y magnífica la última, “Los confines”,
a la que un saludable influjo kafkiano convierte en el quizá
mejor momento del libro. Notables también algunos monólogos
de náufragos y capitanes.
El diseño de la edición, bonito, pero algo alejado
de los diseños inteligentes que luce la editorial Beuvedráis,
incluso puede llevarnos a asociar este libro a esa, horror de horrores,
“literatura infanto-juvenil”. En este ámbito, Miguel Serrano
irrumpiría como un elefante africano para pánico de
los pigmeítos de Isabel Allende. Y por cierto, infinitamente
preferiría que fuera este libro la lectura recomendada para
los niños de mi patria. Sin embargo ello no ocurrirá,
porque los profesores pensarán que es difícil, que se
nombran demasiados héroes, dioses y culturas; porque intentarán
encontrar algo más allá de su música sublime
y única, por lo cual preguntar a sus alumnos, y no lo hallarán.
Yo tampoco, pero quisiera que esos alumnos conocieran esta música.
Cuarenta años permaneció inédita en Chile La
flor inexistente, pero brota ahora para regocijo de los selectos
y crecientes lectores de Serrano; entre los cuales contamos varios
que consideramos a la literatura iniciática o de revelación
—“mistagógica” señala Uribe— un género entre
otros. Un género ni más ni menos importante que los
relatos policiales, por ejemplo; o que, también por ejemplo,
los picarescos. Un género, en definitiva, que no debiera prestigiar
de por sí a los libros que a él se adscriben. En su
género, a eso quiero llegar, La flor inexistente es
una obra más bien menor, aunque de un autor indudablemente
mayor, y logra por momentos despertar el bovarismo que siempre despierta
la gran literatura.