Jean Paúl Sartre afirmó que no se podía hacer
buena literatura con buenos sentimientos, pero este libro de Manuel
Silva Acevedo, Día quinto (Editorial Universitaria,
2002), demuestra todo lo contrario. Cada uno de sus poemas está
escrito desde un sincero amor a la naturaleza y a los animales,
y asume con gracia, técnica y oficio una actitud de denuncia
contra la destrucción del medio ambiente por parte del ser
humano, y de compromiso para preservar la vida en nuestro planeta.
El lenguaje es directo y coloquial, aunque cargado de una sabiduría
y de una belleza que sólo podemos encontrar en la sencillez
misma de la materia que trata: las especies de Chile ya "extinguidas/
desaparecidas" y las que están en peligro de extinción.
Por ellas pone el poeta un "recurso de amparo", título
del poema de entrada a la obra, y a ellas se asimila al final en un
"soy" que lo vincula con lo más elemental y puro
y espiritual de la existencia, con el alma de la tierra, ese "soplo"
que informa todos los códigos de un habitar que es "brasa
entre las cenizas", el calor que sostiene la vida y la proyecta
hacia todas sus posibilidades de trascendencia.
En el prólogo a esta obra, Gastón Soublette afirma que
"el poeta hace calzar algunos lugares comunes del decir cotidiano
con profundas reflexiones sobre los fundamentos sagrados del orden
natural". En efecto, es interesante en este sentido cómo
Silva Acevedo logra crear unos poemas que desde un habla casi prosódica
nos comunican una dimensión de conmovida ternura por un mundo
que desaparece, en la que muy pronto sólo imperará "el
horror de una tierra despoblada/ de sus criaturas animales,/ nada
vivo en el horizonte.../ ni siquiera un aullido de dolor interminable".
¿Cómo lo consigue? Simplemente con giros en los que
va alternando información científica, lenguaje teológico
y emocionada descripción de la naturaleza con las expresiones
que se han ido generando en la historia política, social y
económica dé Chile en los últimos treinta años:
"derechos humanos"-"decreto divino"-"felis
concolor"- "asomado a su agujero emite su gorjeo",
por ejemplo, hasta elevarse ya hacia el final del libro a unos poemas
de registro más lírico que se van internando en las
melancolías y auras del génesis.
Los titulados "El árbol de la vida" y "División
de las aguas" merecen un comentario especial, pues hay en ellos
el registro de una añoranza de los orígenes y la pureza
primordial, de una experiencia mística y de comunión
con la naturaleza, y la defensa de un orden transgredido por la estulticia
humana y la invocación a la superioridad de lo rural por sobre
lo urbano. El primero, dirigido a un joven que representa todo el
existir y todo el porvenir: "Siempre habrás de recordar/
que nuestro tronco común es aquel árbol./ Árbol
la viga, la casa y la mesa./ Árbol la cuna, el lecho y la urna";
y el segundo, que explora en los signos de la lluvia que en la ciudad
termina desleyendo "las últimas cuartillas manuscritas",
los secretos de todos los lenguajes revelados que sólo en el
campo encuentran la abundancia de la vida para la proyección
de sus significados.
Este es un libro que, además de ser poéticamente válido,
constituye un manifiesto ecológico necesario, ya que como dice
Soublette, con su publicación se estaría generando en
el país "una fuerza invisible" para evitar el saqueo
de la Tierra, generado por un "vacío de amor" que
Día quinto vendría a remediar, "porque también
el amor nos abre los ojos y nos enseña a percibir la verdad".
Ignacio Rodríguez A
Revista de Libros de El Mercurio
sábado 21 de septiembre de 2002
El Día Quinto de Silva Acevedo
Aullido para despertar
zopencos
por Juan Cameron
Día Quinto aparece como un libro en defensa de los
animales en extinción de la fauna chilena. Sin embargo, el
poemario del chileno Manuel silva Acevedo (1942), publicado
por Editorial Universitaria, va más allá de tan magnífica
intención y rescata, de paso, a varios especímenes de
necesaria existencia en esta copia feliz del Edén.
La callada pasión de Manuel Silva Acevedo no marcha a la par
del discurso en boga, sino se opone a éste frente a la inútil
manía de la estupidez por dominar el escenario. Su poesía
es como la lluvia; está presente en el acontecer diario, comprometida
con la tierra y con sus habitantes y desapercibida en su permanente
validez y esencialidad.
Hay en ella una visión renovadora, fresca, que siempre aporta
en su silencio a la grandeza de nuestras letras y de nuestro pensamiento.
Algunos de sus títulos contribuyen con su voz acusadora al
reordenamiento frente al caos. Lobos y ovejas (1976) apunta
con el mejor tratamiento estético a la barbarie del dominador
en una época en que el dolor oscurece al país y al continente.
Algo similar sucede con Mester de bastardía (1977).
Su poesía directa y clara resultó por entonces demasiado
críptica para el entendimiento de los censores. Y pasaron sin
ser advertidos textos como «Decadencia de la dinastía»,
«Pareja humana», «El árbol de Neruda»
y otros tantos donde la burla y la desazón denuestan la actitud
del tirano: Tú, entre los luminosos rumores/ del campo al mediodía/
mi semejante, mi hermano/ masacrado.
Continuando en ese estilo, Monte de Venus (1979) mantiene
su protesta entrelineada entre eficaces y terribles poemas de amor:
Un agua como suero de muertos/ inundó la sala de máquinas/
Todo salió a remate/ Compradores, buitres, alcatraces/ se arrebataron
todo a picotazos. Y en Palos de ciego (1986) y Desandar
lo andado (1988) continúa con este programa debastador
del amor (la otra dictadura) y del tonto poder: Le doy esta lectura
con la aviesa intención/ de iniciarle en artes perfectas; o
Usted, la favorita/ de mis crímenes inconfesables. Más
directo en Canto rodado (1995) -que le valió el Premio
Eduardo Anguita otorgado por la Universidad de Chile en 1997- su búsqueda
lo encamina en un sentido religioso que esconde, a la vez, la reflexión
iniciática opuesta al credo institucional: Me pregunto quien
soy: ¿el loco, el lunático,/ el colgado?
En Día Quinto, su más reciente producción,
persiste en su cruzada contra la estupidez, esta vez bajo el lema
de la defensa animal. La protección de los desamparados que
aquí sustenta, ha sido la constante a través de toda
su obra. Y en este poemario, el autor se permite una variada gama
de recursos bajo un discurso aparentemente «sencillo, coloquial
(...) destinado a un auditorio de niños o de adultos que se
han vuelto tales, según el mandato evangélico»,
como apunta Gastón Soublette en el prólogo del libro.
El oficio mayor de Silva Acevedo va más allá de una
mera comunicación o defensa ideológica -que por cierto
existen. Es una puesta en escena del lenguaje para mostrar al ciego,
al pelafustán, al ignorante la barbarie de la cual somos cómplices:
nada vivo en el horizonte, sólo máquinas y edificaciones;/
ni un graznido, ni un gorgeo, ni un trino, ni un bramido,/ ni siquiera
un aullido de dolor interminable.
Una reflexión aparte merece, por su valor poético,
el último verso reciente. La, al menos, triple significación
contenida en el aullido de dolor interminable incorpora en la expresión
a la bestia extinguida en el tiempo (en su último aullido frente
a la muerte), al dolor de la tierra por su pérdida y a la voz
del poeta que se conduele ante tanta miseria. A la pregunta de quién
aúlla el lector tiene múltiples posibilidades.
Día Quinto se presenta como una defensa de los animales
frente al arrasamiento cometido por el mercader que ocupó el
templo, la conciencia, la ética y cualquier soberanía.
El quirquincho, la comadreja, el halcón peregrino y la chinchilla
son algunos de sus personajes. Por todos ellos cuenta con el patrocinio
del Comité de Defensa de la Flora y Fauna.
Pero también expresa la defensa de los poetas y artistas patrios.
Ante la persistencia de la tontera, del marketing, de la voz destemplada
del ignorante dueño del micrófono, vemos como nuestros
autores van extinguiéndose hacia el silencio. Como Manuel Silva
Acevedo, quien tiene méritos de sobra para acceder al Premio
Nacional de Literatura, hoy oscurecido en discusiones menores y más
bastas (con «b»). Instituciones como este galardón,
la Academia Chilena de la Lengua y la Sociedad de Escritores de Chile,
deben ya intervenirse por el Estado en defensa de nuestros valores
y la imagen y honor de la literatura nacional. Para no continuar desapareciendo,
como la poesía de Silva Acevedo, en esta selva de vivientes
aplastados por el tiempo y por la podredumbre medio ambiental.
30-Agosto-2002
NUEVO
GRITO A LO SAGRADO
Día quinto está en continuidad
y desgarro con la poesía anterior de Manuel Silva. Con
mayor
fuerza que nunca, resurge su habla profética a la que nunca
renunció, a pesar de ser tan extraña a los poetas de
su generación, herederos de la antipoesía parriana tan
esquiva de cualquier lenguaje trascendente. Enrique Lihn, poeta al
que está dedicado su poema (por tantos años en las catacumbas)
“Lobos y ovejas”, asegura: “las profecías me asquean“.
Sin embargo, el poeta-vate no sesga: “No hará falta que pase
mucho tiempo/ para que se cumpla esta profecía:/ o todos de
pie frente a la Puerta/ o todos de cabeza al Abismo ...” (en Terrores
diurnos, 1982).
Su hermandad con los animales, presente también en los poemarios
precedentes, como en Desandar lo andado (1988, el poema “Sabe
Dios”: “¿Y el canto del cisne qué?/ ¿Y la golondrina
que no hace verano?...”, toma en Día quinto toda su
carne. Se recrean poemas de libros anteriores, cambiando títulos;
retocando imágenes; agregando urgencia y precisando, sobre
todo, como el poeta que -como dice Gastón Soublette en el prólogo-
“ha debido absorber mucha información”. Por ejemplo, los versos
que, en Mester de Bastardía (1977) se titulaban “Diluvio
universal”, en este nuevo poemario se nombran “División de
las aguas” y “el patio empedrado” donde se van a guarecer las palomas
domésticas es, ahora, un patio elegante de adoquines; las gallinas
no erizan ya
“las plumas”, sino ”la rabadilla”; ya no es sólo la lluvia
que se precipita, ahora “arrecia con furor/ y arrastra ...” En los
versos dedicados a su hija Constanza, poema que corona el libro, hay
algunos cambios, también.
Pero, sin duda, la verdadera novedad con respecto a su poesía
anterior, se produce en la materialidad del lenguaje, más que
en su contenido. Las palabras poéticas ya no están aquí
tan preñadas de imágenes, en cada verso no se detiene
a parir una metáfora, en este nuevo libro el mensaje se vuelve
apremiante y, por tanto, el estilo es directo. Como afirma Gastón
Soublette: ”Diríase que la urgencia del mensaje le exigió
como nunca ser directo, sencillo, coloquial.” Y, quizás, también
su receptor principal, su nieto Nicolás, le sugirió
un “discurso sin muchas metáforas”, que le permite “historiar”
cada capítulo a la manera de un cuento breve ...”
Manuel Silva, con su palabra poética transfigurada en profecía,
no sólo transmite un mensaje a los
hombres, se da cuenta de su sordera moderna y clama por cordura en
el borde de la desesperación:
“Ya quisiera el autor que el poema fuera el arca/ de la salvación
para las desamparadas criaturas silvestres/ de la Tierra,/ y emitir
un fuerte silbido de alerta como la vizcacha/ para que la fauna chilena
se pudiera guarecer entre líneas/ de su escritura,/ mimetizarse
con las figuras y los tropos/ y convertir las palabras en seguras
madrigueras./ Pero debe conformarse con prestarles la voz/en la ilusa
esperanza de que alguien escuche/en el zoco de las frivolidades nacionales.”
Por la palabra Dios trae a sus criaturas a la existencia, al mundo;
el poeta siente la urgencia de traerlas de vuelta al verbo, como cálido
refugio uterino, original, para arrancarlas de la mano exterminadora
del
hombre que se ha vuelto tirano desquiciado.
La Gironda Julio de 2002.