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Bracea
Lom Ediciones, 2007

Malú Urriola
Premio Pablo Neruda 2006

 

No sé si caen lágrimas del cielo o llueve.
No sé si llueve o caen miles de lágrimas del cielo.
La vida llora cuando ella llora. Eso sí lo sé.
No sé si la ventana da a una noche real,
o sueño una noche que se proyecta desde el fondo
de este cuerpo malformado.

Soy un sueño aberrante.
Y por cargar este deforme destino he aprendido a desprenderme de las
gentes como se desprenden las plumas de los pájaros, las palabras de
las palabras y las hojas del viento.



Tres Piernas

Estaba perdidamente enamorado de mi hermana. Pero
mi hermana no lo soportaba cerca suyo, como suele ser
el amor no correspondido. Nunca he entendido por qué
la gente busca desesperadamente amor, y cuando alguien
los ama, lo repelen con un odio brutal.

Tres Piernas sentía esa dolorosa vergüenza de no ser
correspondido por mi hermana, aunque fuera mínima e
imperceptiblemente como se cimbra el cardo blanco
cuando una mariposa aflorisa sobre sus pétalos.

Así es que para no recibir de manera tan directa el desprecio,
Tres Piernas se sentaba a mi lado, cruzando tristemente
dos de sus piernas, mientras movía la otra
compulsivamente.

De vez en cuando inclinaba la cabeza, para preguntarle
algo tonto a mi hermana. Todas sus frases introducen la
palabra sabes, cosa que irrita enormemente a mi hermana,
porque dice que se cree un sabelotodo pero tiene
más piernas que cerebro.

Cuando mi hermana decidía marcharse dejando a Tres
Piernas, yo me tenía que ir con ella.

Una tarde que giré la cabeza al partir, vi a Tres Piernas
limpiarse la cara.

Estaba llorando. Siempre lo negó. Pero estaba llorando.



Eu ñao sou eu nem sou outro.
Sou qualquier coisa de intermedio.
Pilar da ponte de tédio.
Que vai de mim para outro.

Mario de Sá-Carneiro


I

EL PERRO

El viento del tren
rasgaba mi cara como una lija que bien pudiese habérmela arrancado.
No me moví ni un segundo.

Quedé paralizada frente al viento que chirriaba sobre los rieles.
El sonido de los pitazos del tren me había ensordecido tanto,
que podía escuchar el bombeo de la sangre corriendo velozmente por mis venas.
Confundiéndose con el crujido que producían las ruedas metálicas,
mientras sacaban chispas de fuego de los oxidados rieles.

Entre cada porción de vista -dónde se separaban carro y carro- podía ver el sembradío de la modesta casa del frente. Y la vecina que me mira con horror.

Cuando el tren se alejó llevándose el ruido.
El silencio violentamente había partido al perro en dos.

***

La parte delantera de nuestro perro
me miraba como si quisiese salir corriendo de ese lugar donde el radiante sol del medio día se le iba anocheciendo en mitad del cielo.

Una mascara de lágrimas temblaban en los ojos de nuestro perro -como en los ojos de la Princesa Caballero- aquella valiente heroína japonesa que veíamos por la tevé.


***

Los ojos del perro volvían esa temblorosa mirada directo a los míos,
como se devuelven aquellas cosas que jamás se ofrendaron.

Unos metros más allá.

Las patas traseras, fatalmente separadas del cuerpo,
aún rasguñaban la tierra queriendo volver a ser un perro.

Imposible.

Así, tan desmembrado por un corte perfecto. Imposible pensar que pudiese ser posible.
Salvo por un desdedoñoso, cándido deseo, de volver a unir aquello que yace separado.

But

El 1 se había convertido en2
Y 2 son 2

***

Su parte delantera, dio 3 saltos, 3 convulsiones, 3 estertores, 3 agonías.
Unos metros más allá
las patas traseras aún obedecían con una lealtad sobrecogedora el ritmo de las patas delanteras.

Aquel corte perfecto, no despedía una gota de sangre. Las tripas seguían latiendo sin haberse derramado un milímetro. El perro partido en dos añoraba seguir siendo uno. Y de pronto, como se marchan las cosas de esta vida, de sus ojos empezó a zarpar la angustia. Y los clavó en los míos, con la paz que se consigue cuando ya no hay para qué desear nada, en ninguna parte. Ni esperar que nada cambie, ni que nada se una. Porque se cuenta con la liberadora certeza que uno es uno. Nada más. Pero nada menos.

 

 

 

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