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Un puñetazo en la mitad del pecho

Malú Urriola “Bracea” LOM, Santiago, 2007, 119 págs.

por José Ignacio Silva A.

 

Los últimos años le han sido beneficiosos a Malú Urriola (Santiago, 1967). En el 2004, su libro “Nada” se adjudicó el Premio Municipal de Literatura y el Premio Mejores Obras Editadas, y el año pasado recibió (que incluyó medalla, diploma y jugoso cheque en dólares, en pleno funeral de Pinochet, más encima) el Premio Pablo Neruda de poesía, medalla que han obtenido vates de la talla de Raúl Zurita, y el recordado Gonzalo Millán, entre otros.

Ahora, la autora hace noticia con “Bracea” (LOM, 2007), segunda parte de una trilogía que inició con “Nada” y que seguirá con “Vuela”. Pero antes de entrar en la obra, hay que hacer una mención a la edición por parte de LOM. Hace ya varios años que esta editorial viene editando varios libros de poesía por año, por eso mismo no es muy decoroso que éste de Malú Urriola contenga imágenes pixeladas (específicamente de La Princesa Caballero, monito japonés especialmente recordado por los que hoy rozan las cuatro décadas), que denotan amateurismo antes que experiencia. Pifias como esta le hacen un muy flaco favor a la poesía de Malú Urriola, una autora que de amateur o inexperta, no tiene nada.

Vamos al texto, la segunda parte de esta trilogía poética -están de moda las sagas en la poesía chilena actual, pareciera-, que se inició en “Nada” con una autoflagelante retahíla de acertados y correctos poemas contra su propia condición de poeta, contra su propia escritura, el lenguaje y el mundo cotidiano, y la odisea que es levantarse y vivir todos los días en este mundo.

Ahora, la Urriola nos transporta hasta los días de la niñez, mediante poemas y prosas poéticas crudas, casi crueles, francas y descarnadas, con perros partidos por la mitad y chanchas pariendo; una escritura lárica, pero también macabra, terriblemente franca. “vida es un animal que muta todos los días. Y una piensa que/ los días son los mismos, iguales. Pero yo veo la vida todos los días, y casi nunca un día ha sido igual a otro (…) Se quiera o no, todos los gritos acaban subiendo al cielo/ o cayendo al vacío, que es casi lo mismo”, sentencia la autora, que nuevamente nos ilustra con su mejor arma: las imágenes (tremendamente más efectivas y profundas que aquellas que incluye este libro, como el antedicho cómic nipón, o las fotografías de los fenómenos de circo que encabezan los capítulos del libro).

La autora de “Piedras rodantes” mantiene la línea de sus libros anteriores, el ser testimonio no maquillado de una vida, de una existencia. Malú Urriola no tiene ganas de pasar gato por liebre, ni de entregar bellas y dulces estampas para el recuerdo; su honestidad, la fuerza de sus imágenes, su vigor, la conmoción y elocuencia lo aclaran rápidamente. El botón de muestra está en la página 56, donde en tres líneas, la poeta define todo, dice de qué va todo, el libro, su poesía, y quizás la poesía, “Tal vez las palabras vehementes puedan librarse y salir braceando/ como un centenar de mariposas de colores, negras y azules,/ dispersadas en el aire, liberadas de esta jaula infame”.

Tras leer este libro, se puede concluir que Malú Urriola bracea, chapotea, nada estilo crawl, pecho y mariposa, se mueve libremente en esa piscina poco transparente que es la poesía chilena.

 

 

 

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Un puñetazo en la mitad del pecho.
"Bracea" de Malú Urriola.
Por José Ignacio Silva A.