Una
generación que creyó que el cielo se tocaba con los dedos, pero que a
la vuelta de la esquina le sacaron la escalera. Es la de los 80 que
desempolva sus fantasmas de adolescencia y crea, con humor,
irreverencia y una cierta cuota de desenfado. Son los sobrevivientes,
los nuevos narradores del Chile de hoy.
por FARIDE
ZERAN
Escuchaban a Los Beatles,
Inti-Illimani, Piero, la Violeta Parra, Serrat. Participaban en las
asambleas estudiantiles, conciertos, festivales de cine, charlas y
mitines culturales. Leían La metamorfosis, Las aventuras de Arthur
Gordon Pym, y otros libros que sacaba Quimantú en ediciones de 50 mil
ejemplares. Tenían 16, 17 ó 18 años, y creían que el mundo era de
ellos.
... Eran lo que es hoy la generación de los 80. La de
Diego Muñoz Valenzuela, 35 años, casado, dos hijos, ingeniero civil
químico, narrador, finalista en varios concursos. Autor del volumen de
cuentos Nada ha terminado (Ediciones de Obsidiana, 1984), y de
las antologías Contando el cuento (Sinfronteras, 1986) con
Ramón Díaz Eterovic y Poetas de Nicaragua (Editorial Tranvía,
1987) junto a Esteban Navarro.
... Acaba
de publicar su primera novela, Todo el amor en tus ojos
(Mosquito Editores, 1990), finalista en el concurso de Casa de las
Américas y mención honrosa en el Premio Municipal de este año. Tiene
bajo el brazo otros títulos que aún dan cuenta del sino de su
generación. El golpe, el quiebre, la historia.
... En la SECh, entre las frías paredes de
Almirante Simpson, Diego Muñoz, cálido y coherente vocero de aquellos
escritores que se van acercando a los 40, habló de "nosotros" más que
de él mismo, porque para esa, su promoción, los verbos siguen
conjugándose en plural, y pese a los derrumbes quedan vivas algunas
utopías.
-Ingeniero civil químico
y escritor. ¿Por qué la literatura?
-Traté de sacarle la
vuelta durante muchos años, estudiando ingeniería. Mi padre era
escritor, mi madre también. Al igual que mi abuelo materno. Y toda la
gente que venía a la casa, los tíos de la infancia, eran escritores.
Iban Pablo Neruda, Juvencio Valle, en fin. Todo el mundo escribía a mi
alrededor, y todo el mundo se sentaba, conversaba y leía sus poemas. Y
yo también, muy pequeño, sin saber leer, pero escribía unos garabatos,
participando así en las tertulias. Era tan natural como respirar, y
nunca le di importancia.
-¿Entonces la ingeniería
fue una manera de marcar distancia, independencia frente a este
medio?
-De alguna manera sí, pero también en mis genes
debo tener la ingeniería ya que fui un buen alumno en matemáticas como
en castellano. Claro, era como buscar la contra. Tal vez tenía la
obsesión de ser distinto, diferente. Pero volvía una y otra vez a
escribir. En concursos, en los diarios murales.
-Eran poemas, y más
tarde cuentos. ¿Cuándo empieza a ser más sistemático con la
escritura?
-Viene el golpe. Yo tenía 17 años. Y post
golpe, quizás por la nostalgia, sufrimiento -perdí muchos amigos
queridos- y como catarsis, esto empieza a aumentar, y escribo poemas,
cuentos, formo un taller en la Escuela de Ingeniería que dura cuatro
años, hasta que egreso. Llegamos a ser casi cien personas. También
hicimos una revista, trabajé en otra. Y así me encuentro con Ramón
Díaz que estudiaba administración; Gregory Cohen, que estudiaba
ingeniería, después física, y más tarde termina estudiando literatura.
Pero al final de mi carrera la escritura ya es muy fuerte y comienza a
producirse esta dualidad.
-Todo el amor en sus
ojos es su primera novela. ¿La siente como desafío al incursionar en
otro género? ¿Es una opción definitiva?
-Dejé de escribir
poesía el 84, al momento de publicar los cuentos de Nada ha
terminado. Esa etapa significó aproximarse definitivamente al
cuento, dedicarme a él. Todo el amor en sus ojos es una
novela, pero no pienso renunciar al cuento. Ahora estoy escribiendo
cuentos y otras novelas. Pero no digo nada al respecto porque pueden
morir antes de ver la luz (Ríe).
-Su novela recrea el
ambiente pre y post golpe, y es la juventud la que está presente allí.
De alguna forma tiene elementos autobiográficos y, como otras obras de
autores de su generación, este golpe se presenta como el marco de
referencia obligado.
-Es que el haber tenido 17 años para
el golpe marca una diferencia muy grande. Nosotros pensábamos que este
país iba hacia otra parte. A lo mejor con todos los sueños y las
expectativas ilusorias que uno se puede hacer a esa edad, pero
pensábamos que iba a ser otra cosa. Mi vida en ese tiempo, y tengo
suficientes recuerdos, circulaba entre las librerías, la sicología,
entre un sinnúmero de actividades. Y no era tanto participar en la
vida política en sí, sino de un ambiente de apertura, de algo nuevo,
de cambio. Y disfrutar de la lectura, de los libros de Quimantú, de
meterse la mano al bolsillo y comprar varios, cosa que hoy no puedo
hacer. Ese quiebre, si bien afecta a todo el mundo, es doble para
nosotros. Vienen momentos de pérdida, inestabilidad, y uno no podía
obviar esa realidad. Y estaba la censura.
-¿Qué influye cómo, en
su producción?
-Respecto a ese tema hay largas
discusiones. Creo que no me dejé llevar por ellas. No pudimos publicar
antes, pero no escribíamos bajo su influjo. Alguien dijo que la
censura nos obligó a decir las cosas de otro modo. Creo que no, que
esto tiene que ver con otros códigos, otras lecturas, con otras formas
de percibir la literatura, como es el caso de mi
generación.
-¿Cómo se perciben?
¿Cuáles son esos códigos?
-Nosotros no tuvimos maestros
directos. Y esto es algo importante y que está en el origen de todo.
Nosotros no pudimos asistir a talleres a la edad que podíamos hacerlo,
donde habriamos tenido contacto con gente que nos interesaba en el
momento preciso. No tuvimos maestros. Fuimos lectores omnívoros;
leíamos todo.
-¿Y esos maestros
estaban ausentes por el exilio?
-Por el exilio externo o
interno. Recuerdo que cuando Fernando Jerez se encontraba con gente en
la calle, todos le preguntaban: "¿Y cuándo volviste?". Y el había
estado todo el tiempo aquí, pero nosotros no lo sabíamos. Uno se
encuentra con él a mediados de los 80. Entonces uno es hijo del
boom, de los escritores norteamericanos, de algunos europeos,
de muchas cosas. De alguna manera tenemos pálpitos, estilos y
tendencias muy distintas. A lo mejor lo que nos da algún contenido
generacional hasta ahora es el hecho de haber sufrido este periódo
social, esta dictadura, este quiebre.
-Este contenido que los
uniforma como generación tiene sus riesgos, como caer en el panfleto,
en lo obvio.
-Existen excepciones, pero en general, por
esa multitud de patrones, de lecturas, no se ha tendido a caer en el
panfleto o en simplicidades. Esta es una generación que posee una
madurez estilística, conceptual. No pude obviar este hecho social,
pero tiene que hacer su catarsis escribiendo. Y muchas novelas que
estaban ocultas, están saliendo ahora. Yo, en cierto sentido, siento
que parte de esta catarsis está hecha, y que tengo que empezar a
buscar otras cosas.
-¿Cuáles? ¿En torno a
qué?
-Siento que efecto de todo esto han habido cambios
que se han producido en nuetro país. Cambio industrial, tecnológico,
de forma de vida de las personas. Y a lo mejor es más importante dar
cuenta hoy de todo esto, que de lo anterior.
-¿Significa que todo
este marco de la dictadura ha sido una suerte de camisa de fuerza
desde el punto de vista creativo y que hoy hay que sacársela de
encima?
-No. Diría que estan simple como que a uno le toca
vivir las cosas y tiene que responder a eso en mayor o menos medida.
Yo hubiera preferido obviar todo eso y haber tenido otro desarrollo,
pro ocurrió así. Y muchos escritores de mi generación creen, como lo
creo yo, que uno tiene que hablar de lo que conoce. Y de repente se
puede pecar por hablar o escribir sobre lo que uno no conoce. Yo me
sentiría en una camisa de fuerza si alguien me dijera, como dice Bryce
Echeñique, escribe una novela sobre el sindicato de pescadores. Hay
que escribir de lo que uno conoce.
-¿Con qué elementos creativos
sortea el peligro del panfleto? En "Todo el amor en sus ojos" hay
humor, mucho humor. hay una mirada suelta y una cierta dosis de
irreverencia. ¿Esos son los ingredientes, o hay más?
-Eso habla
de lo que es finalmente la literatura, un mirarse a sí mismo. Un dar
cuenta de lo que ocurre en la sociedad, empezando por uno. El humor es
un componente muy alto en nuestro modo de vida, como generación y como
país. El humor está. Tampoco significa reírse de todo. Lo otro es
simple, porque muchas veces lo que se identifica como panfletario es
la inclusión de algún tipo de discurso. Creo que a comienzos de los 80
nosotros nos liberamos rápidamente de la tentación de los discursos.
Fuimos muy críticos. En los talleres que hacíamos entre nostros nos
cuidábamos de esto de "vender algún tipo de pomada". No había
necesidad. No había que pecar de lo obvio.
-¿Qué otros elementos están
presentes en esta generación de los 80?
-El jugar con el
lenguaje mismo. Jugar con el entorno, sin necesidad de explicarlo
todo. Y mi novela si trata de explicar algo es precisamente cómo
vivimos este periódo muchos jóvenes. Con qué esperanzas. Pensando en
la libertad como una entelequia especial, opuesto a lo
otro.
-¿Era la utopía?
-Así
es.
-¿Y cuál es la utopía de esta
generación hoy? Cuando me habla de los cambios actuales, tecnológicos,
industriales, de forma de vida, como fuente de otros temas. ¿aparecen
nuevas utopías?
-Cre que mi generación está muy perpleja, muy
confundida, pero también muy consciente de todo lo que está pasando en
el mundo. Pero al final, miro y pienso que la utopía en sí se mantiene
vigente. La democracia, la libertad, la solidaridad, la justicia
social, son cosas que nos siguen preocupando a todos. Si bien no
estamos activos como ocurrió en otra época, seguimos percibiendo la
necesidad de eso. Y es más clara en medio de esta explosión económica
de progreso, que uno puede mirarla de otros ángulos.Porque hay un
progreso real, pero hay otro aparente. Y eso es como la expectativa
que nos mantiene.
-No es una generación
conformista la suya.
-Para nada. Muchos estamos siendo bastante
ácidos. Miramos todo sin grandes apasionamientos. Podemos reírnos de
nosotros mismos. Hemos aprendido a criticar y a ver la parte oscura y
la luminosa de todo. Y una buena parte de lo que estamos empezando a
hacer va a tener mucho que ver con esto.
-Esa acidez, ese
escepticismo, ¿en qué se refleja cuando hoy escribe?
-Los
personajes que me surgen son variantes de gente que está inserta en
este mundo actual, de progreso económico pero lleno de
contradicciones. Gente que está interactuando en esto, que participa,
cuyos códigos morales son bien ambiguos, y que está viendo con cierto
cinismo lo que ocurre a su alrededor. Algo de este ambiente está en el
cuento publicado por La Epoca. El consumo, el progreso, las
apariencias...
-¿Quiere decir que se está
dando una reivindicación de lo ético en su generación?
-Sin
hacer propaganda de la ética, creo que sí. Para nosotros es muy
importante, por la transparencia. Y esto nos va a ir haciendo cada vez
más ácidos y más anárquicos. Esto de dar bastonazos a todos lados, sin
aceptar ningún tipo de censuras, de limitaciones. En efecto, sentir
que uno es, diciendo y siendo, plenamente.
-Profundicemos en un punto.
De algún modo Ud. señaló que su generación era huérfana en cuanto a
sus referentes literarios internos. ¿Tan así es?
-No es tan
así. Efectivamente no tuvimos maestros directos, ni tuvimos guías que
pudieran haber sido necesarios.
-¿Y existieron maestros
indirectos que acompañaron el desarrolllo de esta generación?
-Esta lectura omnívora. Para muchos de mi generación -pienso
en Ramón Díaz, Gregory Cohen, Roberto Rivera, Pía Barros, Jorge Calvo,
Antonio Ostornol y otros- parte por buscar las fuentes. Para muchos es
así. Leer literatura chilena, familiarizarnos con nuestra narrativa,
no darla por terminada, leerla, estudiarla.
-¿A quiénes? ¿Cuál es su
experiencia?
-Surgen muchos nombres. Primero me llamó la
atención Baldomero Lillo. Más tarde llegar a autores como Manuel
Rojas, un hombre extraordinario. Creo que uno no puede hacer
literatura sin conocer a fondo estos aportes, con todo lo bueno o lo
malo que puedan tener. La generación del 38, con Nicomedes Guzmán,
Carlos Sepúlveda Leighton o González Vera, son nombres y obras que uno
tiene que asimilar. O autores extraños que son casi ajenos a nuestra
tendencia, como Juan Emar, que es un prodigio casi único en la época,
y también es una influencia muy importante. Uno descubre cosas en la
medida que lee. Hay autores que yo leía a los 17 años, como Antonio
Skármeta, Poli Délano, Carlos Olivárez. Los conocía, y lo normal
hubiera sido que al promediar los 20 uno se hubiera acercado a ellos,
pero los conocimos cerca de nuestros 30 años, y cuando les seguíamos
la pista y leíamos sus cosas. Y está José Donoso. En fin.
-Luego, ¿no estamos frente a
una generación rupturista?
-Siento que no. En general, no hay
una voluntad rupturista. Yo no me siento rupturista porque creo que
uno hace siempre una literatura que es continuidad de la anterior, que
tiene un débito con todos los que han escrito antes, y están
escribiendo ahora. Ruptura tiene que haber, de algún modo, porque debe
haber algo nuevo. Uno tiene que incorporar algo más.
-¿Qué ha incorporado su
generación a la literatura?
-Al lenguaje de la novela y del
cuento se ha incorporado la poesía, y esto es muy importante. Se
percibe en mi novela, que tiene una fuerte carga poética, en la prosa
de mucha gente, como es el caso de Juan Mihovilovich o de Roberto
Rivera. También irrupción de otros discursos, que son hasta casi
avisos comerciales, o cosas de la televisión, del comic o del
cine. Esa es la línea de trabajo de Gregory Cohen, que podría
interpretarse como una línea rupturista en ese sentido. Pero sé
también que Cohen es un gran lector de literatura chilena y que de
alguna manera reconoce esa continuidad. No tenemos, en general, una
voluntad de ruptura, pero la incorporación de la poesía y de otro tipo
de discurso sí es una tendencia de mi generación.
-Frente a la literatura
chilena actual, ¿cuál es su percepción? ¿Crítica, complaciente,
comprensiva?
-No podría tener una visión complaciente de
nuestra literatura porque tampoco la tengo de mi literatura. Sí estoy
complacido con el hecho de que la generación nuestra comienza a salir,
comienza a mostrar una propuesta. Pero siento al mismo tiempo la
enorme carencia de estímulos que se traduce en una falta de
conferencias, de concursos. En la posibilidad de vivir de esto. En que
exista una preocupación de los medios de comunicación que ayude a
volver a la lectura, ni siquiera digo a la literatura, porque hoy hay
una crisis de lectores, y que tiene que ver con la crisis de los
escritores, porque no se vive de lo que se escribe.
-¿Y cuales eran las
expectativas?
-Siento que estamos atrás, y que entre las
utopías que teníamos de los cambios que iban a venir, podía esperarse
una explosión de cultura, una preocupación más grande, entendiendo
también que cultura y desarrollo están ligados. Pero de alguna manera
eso no está, y es algo crucial. En ese sentido es difícil ser
complaciente. No sé si hay esperanzas o no. Y tal vez una de las
utopías de hoy es que la cultura y la literatura ocupen el lugar que
les corresponde. Que haya un correlato entre el desarrollo económico y
el cultural. Si no todo esto se deshumaniza.
en La
Epoca
18 de agosto de
1991