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Murilo
Mendes. Poeta brasileño nacido en
Juíz de Fóra (Minas Gerais) en 1901, y muerto en Lisboa en 1975. Su extensa obra poética, que lo sitúa entre los
nombres más relevantes de la literatura brasileña, está compuesta por
los siguientes títulos: Poemas (1930), História do Brasil (1932),
Tempo e Eternidade (1935, en colaboración con Jorge de Lima), A poesia
em pânico (1938), O visionário (1941), As metamorfoses (1944), Mundo
enigma e os 4 elementos (1945), Poesia liberdade (1947), Janela do
caos (1949), Contemplação de Ouro Preto (1954), Poesias (1925-1955)
(1959), Siciliana (1959), Tempo espanhol (1959), Convergência (1970),
Poliedro (1972); y O menino expermiental, (1979) y Janelas verdes
(1989), aparecidos postumamente. Publicó, también, numerosos artículos
sobre artes plásticas y literatura.
Lamento del poeta actual
Me dieron un cuerpo, sólo uno Para
soportar callado Tantas almas desunidas Que chocan unas con
otras De tan variadas edades; Una nació mucho antes De
que yo apareciera en el mundo, Otra nació con este cuerpo,
Otra está naciendo ahora, Hay otras, ya ni sé bien, Son
mis hijas naturales, Deliran dentro de mí. Quieren cambiar
de lugar, Cada una quiere una cosa, Ya no tengo más sosiego.
Oh Dios, si existes, junta mis almas desencontradas.
De O visionário (1941) Trad. Rodolfo Mata
El taxi
Mi lengua rompió mi pelo
delicado hasta erizarte los huesos de esas piernas tuyas
que invenciblemente me abrazaron. Y el hombre del taxi
volandero que arrasaba las calles buscando un hotel se
fue de los espejos despreció los silbatos los semáforos eligió
otros rumbos y a la puerta de su casa nos puso exactamente. Ah
Erótica mía recuerdas que bajamos repletos de música y
zumbidos tú ibas saltando en un zapato mío yo tenía en el
pecho tu suéter de miel. El señor del taxi nos trajo dos
copas amarillas de ron: después que bebimos supo desnudamos
con un gesto de hambre global. Erótica mía nos condujo a
su cama de ropas alteradas periódicos cenizas cuerpo en
soledad. Y así fue Erótica mía que ejercimos nuestra esgrima
inevitable en aquel territorio sin noche ni sol. El
señor del taxi observaba la espuma furiosa que rompía las
puertas y rasgaba la pared. Nos esperó sentado en su
barco de ruedas como un almirante besado por el mar.
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