Benevolente con la narrativa chilena, Wacquez
destaca en sus ensayos por el gusto ecléctico, la profundidad
y cierta ironía caballerosa.
El creciente número de admiradores de las novelas
de Mauricio Wacquez publicadas recientemente en Chile -Epifanía
de una sombra y Frente a un hombre armado, quedando aún
por reimprimirse Toda la luz del mediodía y Ella
o el sueño de nadie- estará
feliz tras la lectura de Hallazgos y desarraigos, un libro
estimulante que producirá alegría y también más
de alguna incómoda sorpresa. La vasta recopilación de
ensayos, en torno a los más diversos tópicos, se debe
a Paz Balmaceda y posee la gran ventaja de que se puede abordar empezando
por cualquier parte, aunque, como siempre, es recomendable una revisión
inteligente, pausada, desde el comienzo hasta el final.
Para un crítico literario, la primera sección resulta
la más atractiva, pues bajo el título "Las fronteras
de la lucidez" se agrupan análisis sobre distintos
autores y textos, mostrando el gusto ecléctico, la profundidad
y cierta ironía caballerosa de un Wacquez radicado en Europa
y nunca desvinculado totalmente del suelo natal. En "Borges,
comentador y antólogo de Dios", el narrador chileno
logra el milagro de decir algo novedoso sobre el tantas veces citado
autor trasandino. En cambio, "El irónico cielo de Cortázar"
es un breve obituario, donde, sin aspavientos, recuerda la amistad
que le unió con el otro gran maestro argentino. Y aun cuando
Wacquez tenga una deuda generacional con Sartre, los tres extensos
estudios que dedica a Marguerite Yourcenar - sobre todo a la monumental
autobiografía El laberinto del tiempo- , demuestran
su mayor cercanía con quien fuera, tal vez, la más insigne
prosista francesa del siglo pasado.
Desde luego, muchos se saltarán páginas, con lo cual
se perderán los notables pasajes inspirados en literatos tan
disímiles como Cocteau o Hemingway. Esta prisa obedecerá
al deseo de conocer qué pensaba Wacquez acerca de la actual
narrativa chilena. En general, es benevolente, a veces elogioso e
incluso admirativo, si bien, cuando se refiere a Isabel Allende y
Ariel Dorfman, expresa: "En mi opinión, el problema de
estos dos escritores es que si se dedicaran a cualquier otra actividad
cosecharían quizás el mismo éxito". Sin
embargo, lo más valioso es el aporte de Wacquez a la literatura
nacional, sea en la memorable evocación que hace de Antonio
Skármeta, sea en la preclara interpretación del conjunto
de los títulos de José Donoso o la introducción
a Los convidados de piedra, de Jorge Edwards; la conciencia
generacional, la común sensibilidad, el grado de intercomunicación
con estos pares prueban que Wacquez navegaba por nuestras letras como
un nativo más. Hallazgos y desarraigos, en todo caso, se ocupa,
casi en sus dos tercios, de aspectos políticos y filosóficos,
contenidos en los capítulos "Distracciones de época"
y "Vestigios de un espíritu en movimiento",
siendo estos últimos la parte más copiosa y gratificante
de todo el volumen: una detallada reflexión alrededor de la
cultura como forma de seguridad y una investigación del lenguaje
de San Anselmo (Wacquez hizo clases en el país cuando ya era
doctor por La Sorbonne). Pero en "Súper literatura"
se permite ser liviano y divertirnos con observaciones evidentes y
un tanto paradójicas: "La economía es una ciencia
de derechas. No se puede jugar con ella, ni despreciarla ni mediatizarla.
El concepto 'economía revolucionaria' tiene una contradicción
en los términos. Como también nos parecía insensato
hablar de democracia revolucionaria, pues la adjetivación nos
hacía temer que tendríamos que pasar por... la dictadura
del proletariado, previa a la sociedad sin clases". Más
extraño parece todavía, en alguien que se declara un
anarquista liberal la afirmación de que "es posible advertir
una contradicción profunda en la preferencia electoral europea
por los socialistas... para eso están los socialistas, para
arruinar al país..."
Poco antes, Wacquez había rendido un homenaje a la antigua
previsión social, la vivienda popular, la salud y la educación
gratis en Chile, que le permitieron vivir en una época irrepetible.
Hallazgos y desarraigos es, además de lo antes dicho,
un testimonio de esa época, que produjo una mente tan lúcida,
tan perversa, tan multiforme.
Mauricio Wacquez
(1939-2000) nació en Colchagua y estudió Filosofía
en el Pedagógico y en la Universidad de La Sorbonne. Se radicó
en España a principios de los años 70. Fue traductor
y autor de novelas y cuentos.
Hallazgos y desarraigos
Mauricio Wacquez.
Universidad Diego Portales, Santiago, 2004, 384 páginas.