Nadia Prado,
poetisa
SIMPLES Y AMARGOS
PLACERES
Por Eduardo Sepúlveda
No es difícil pensarla poeta, pero sí resulta casi imposible
creer que detrás de ese aspecto suave, casi tenue, se camufla
la creadora de versos llenos de dureza, de rigor y dolor; de choque
entre su cabeza,
su corazón y un sistema que no la interpreta para nada.
Tiene 26 años y hace un par comenzó a tirar sobre el
papel el material que se convertiría en Simples placeres,
su primer libro, lanzado por Cuarto propio, una editorial que abre
espacio a las letras jovenes y, especialmente, a las femeninas.
Se llama Nadia Prado y sus principales datos estan en sus versos.
Datos que nada tienen que ver con el carné de identidad, domicilio
o profesión, registros que bien poco le importan.
De hablar rápido, mirada suave y lejana a cualquier gesticulación
redundante, Nadia se acoge a las escasas pero preciosas franquicias
que entrega el arte: hablar casi exclusivamente de sus letras, de
las palabras que marcan el recorrido de sus Simples placeres;
hablar de una depresiva transición; hablar de un lugar (mental
y/o físico) en el cual ubicar su sencilla humanidad.
Simples placeres es una ironía -comienza su relato-.
Es como sugerirle al lector que se encontrará con algo placentero,
grato, para que luego se dé cuenta de que siente un dulce sabor
amargo. En el fondo es un libro que no tiene nada de gracioso ni alegre.
Tan lejos de la ciudad de la alegría que uno de sus poemas
comienza con el verso Dejé de creer a los 25, enunciado
con carácteres casi matemáticos para la mayoría
de los jóvenes de este país.
Un no creer que tiene que ver "con la exclusión del sistema.
A esa edad sentí la marginación, sentí que el
sistema no me interpretaba para nada. Por eso escribí ese poema,
pero sin caer en el nihilismo ni nada parecido. Sólo dejar
de creer en determinadas ideas".
Un convencimiento que la alejó también de toda militancia
(durante algún tiempo se puso la camiseta de un partido de
izquierda), y que la dejó creyendo sólo en algunas cosas.
-Dejé la militancia porque es restrictiva, reduce mucho, al
menos en el cas0 de alguien que escribe -explica-. Y siento que lo
mas importante es sentir la plena libertad para escribir y decir lo
que uno quiere. Igual sucedieron y están sucediendo cosas que
a una la arrojan a no creer, en el fondo te llevan a perden esa utopía
en que todavía cree alguna gente.
Y dentro de ese huir de las militancias está el completo alejamiento
del feminismo.
-Mi libro no es para nada feminista. Es un libro escrito por una
mujer, con distintos hablantes, masculinos y femeninos. De todos modos
soy pro-mujer, he sentido la problemática de la segregación,
la marginación, pero eso no me lleva a ideologizarme, porque
si uno toma ese camino termina siempre rindiéndole cuentas
a alguien. Y yo no quiero hacer eso. Si ya es bastante tener que rendirle
cuentas al sistema.
Su visión de los jóvenes y sus posibilidades es igualmente
pesimista: "Los jóvenes no hacen cosas. Están los
que se adaptan y los que se marginan, y estos luchan por introducir
cambios, cambios que
veo muy difíciles. Yo opto por el arte como vehiculo para esos
cambios, pero no veo una
posibilidad inmediata de que se produzcan. A través de la escritura
trato de transformar mi realidad,
no sé si la de otra gente. Al lector le queda esa tarea".
Entre esas coordenadas trata de establecer ese universo reconfortante,
que la saque del hastío.
-En la escritura me siento bien y segura. Y también se trata
de establecer mis relaciones interpersonales en torno a ese universo.
Con la escritura trato de buscar el lugar que no encuentro en ninguna
parte. En esta búsqueda ciega y sorda creo que encuentro algo
cuando me pongo a escribir.
Sus marcas son la transición a la democracia y la depresión
que surge ante un poder que ella define como "absolutista y arbitrario.
Además está esa idea del consenso, que creo que no conduce
a ninguna parte. En el fondo a una democracia que no es real, que
al menos yo sé que no es real".
Tal vez por eso su verso constante, que recorre la totalidad de Simples
Placeres: "No puedo ver el cielo ni horizonte seguro".
Al final su conclusión es clara: "Creo que la mujer no
tiene que escribir sólo desde sus ovarios, desde su corazón.
Hay otros temas, otros grandes e importantes temas. Y lo de la marginación
es sólo relativo, porque yo no me siento dentro ni fuera del
sistema. Al final lo único que quiero es no quedar marginada
de los ojos del lector".
Algo que seguramente conseguirá de mantener el volante firme
en la pedregosa pista de su poesía.
Foto: Carlos Espinoza