Los comentaristas de Sartre no
han visto lo estrecho que es el vínculo entre dicho autor y Henri
Bergson, tal vez porque se han dejado llevar por el hecho de que Sartre
nunca reconoció esa deuda y por la abundancia de referencias a Hegel, a
Husserl y a Heidegger en su obra.
La biografía titulada "El siglo
de Sartre", de Bernard Henry-Levy (Grasset, 2000), puso de relieve lo
central que fue la figura de Sartre en el panorama intelectual tanto de
Francia como de otros países. Esa biografía, la publicación de
otros libros, el trabajo de varias sociedades científicas que consagran
sus estudios a Sartre, la ininterrumpida presentación de sus obras de
teatro y el hecho de que haya sido incluido en el programa del
prestigioso examen llamado "agrégation" (punto de partida de la carrera
académica) han permitido medir su verdadero valor. Más allá de las
polémicas que despertó en vida, eso permite, también, comprender su
relación con otros autores, como Bergson.
Los comentaristas de
Sartre (1905-1980) no han visto lo estrecho que es el vínculo entre
dicho autor y Henri Bergson (1859-1941), tal vez porque se han dejado
llevar por el hecho de que Sartre nunca reconoció esa deuda y por la
abundancia de referencias a Hegel, a Husserl y a Heidegger en su obra.
Otros factores objetivos contribuyen también a marcar las diferencias.
La primera es filosófica: tal como la entiende Bergson, la evolución
creadora, por poseer en sí una orientación y una finalidad, tiene un
sentido predeterminado hacia una mayor moralidad, sociabilidad y
conciencia. Sartre, en cambio, postula que la existencia humana no tiene
ningún fin dado previamente, por lo que es completamente libre y, por
eso mismo, absurda. La segunda diferencia entre ambos filósofos no
concierne a su pensamiento, sino a su vida profesional y social. Bergson
fue un profesor universitario completamente integrado a las
instituciones educacionales y políticas francesas, a las cuales debe
mucho y las cuales, también, le deben mucho a él. Bergson realizó dos
misiones secretas, a nombre del gobierno francés, ante el Presidente
Wilson, de los Estados Unidos, con la intención de convencerlo de que se
involucrara en la Primera Guerra Mundial. Sartre, en cambio, prefirió
mantenerse fuera de la universidad y atacó permanentemente, en calidad
de francotirador, las instituciones francesas. Para Sartre, el papel de
la filosofía era poner en cuestión la ciudad, para lo cual le pareció
imprescindible permanecer sin dependencia laboral o económica respecto
de ella, lo que pudo lograr gracias a que las ventas de sus libros le
garantizaron un pasar confortable.
Sin embargo, también hay
puntos comunes. Desde la perspectiva de la influencia, desde 1910 hasta
1940, aproximadamente, Bergson fue uno de los principales puntos de
referencia filosófico e incluso profesional del mundo intelectual
francés, mientras que Sartre hizo lo mismo durante también tres décadas,
es decir, desde mediados de 1940 ("El ser y la nada" es de 1943) hasta
mediados de 1970, cuando los nombres de Lévi-Strauss, Derrida y Deleuze
desplazan al existencialismo. Durante sus respectivas épocas, Bergson y
Sartre gozaron, además, de influencia y popularidad, lo que en gran
medida se debe a que ambos fueron leídos más allá de ambientes
universitarios, dando a conocer su filosofía por medio de libros con
tirajes tan altos como de novelas, llegando a constituirse en modelos de
la prosa francesa y siendo galardonados con el Premio Nobel de
Literatura en 1928 y 1964, respectivamente (aunque Sartre lo
rechazó).
Sartre
discípulo
Por eso, visto con la óptica que ofrece
analizar ese debate varias décadas después de haberse producido, y con
la perspectiva abierta por la publicación póstuma (1983) de los
"Cuadernos para una moral", de Sartre, la oposición entre ambos
filósofos se atenúa tanto en lo biográfico como en lo filosófico. De
hecho, en algunos aspectos Sartre es discípulo de Bergson, quien juega
un papel fundamental en la gestación de algunas ideas centrales del
pensamiento de Sartre, que no por ello deja de ser un autor original.
Uno durante el primer tercio del siglo XX y otro durante el segundo,
permanecen unidos en una crítica hacia el positivismo y hacia la moral
basada en imperativos de la razón.
Las primeras obras de Sartre
hacen uso de un lenguaje muy crítico respecto de Bergson. ¿Significa eso
un desacuerdo insuperable entre ambos? En realidad no. Por paradójico
que pueda parecer a primera vista, los estudios emprendidos por Sartre
relativos a teoría de la imagen serían inconcebibles sin la crítica que
previamente había hecho Bergson al mecanicismo y al empirismo. Sin
embargo, Sartre no es consciente de ello. En "L'imagination", Sartre
escribe que Bergson permanecería atrapado en la concepción cosista de la
imagen, la que le impide "pasar de la imaginación reproductora a la
imaginación creadora". Sartre afirma, sin embargo, que los discípulos
tenían en sus manos una posibilidad que hubiera significado superar el
cosismo de Bergson. Ahora bien, los discípulos de Bergson no habrían ido
lo suficientemente lejos y, finalmente, el aporte de él y de ellos se
habría limitado a "crear, en efecto, cierta atmósfera, una manera de
ver, una tendencia a buscar en todas partes la movilidad
viviente".
El crear esa atmósfera y la tendencia a buscar la
movilidad no son accesorias para el pensamiento sartreano. En sus
primeros trabajos, la teoría de la imaginación sirve de "laboratorio"
desde el cual Sartre evoluciona desde temas de sicología hacia otros más
generales, de carácter ético y ontológico. Ese ejercicio, realizado a
través de artículos especializados que sólo después aparecieron como
libros, constituye el germen de su filosofía. Sartre, entre 1936 y 1940,
busca liberar la teoría de la imagen de las concepciones que la
identificaban con una cosa. Su propósito es concebirla a la vez como
actividad y resultado de una síntesis libre, es decir, como una
actividad no determinada por la percepción. Éste es el núcleo de lo que
Sartre denomina la diferencia entre la imaginación reproductora y la
imaginación creadora, que al mismo tiempo se identifica con una
conciencia autónoma y libre, tal como (es) desarrolla en "El ser y la
nada". Cierto es que el paso hacia una teoría de la imagen no cosista lo
realiza Sartre gracias a sus lecturas de Husserl, pero no es menos
cierto que el filósofo francés se sitúa para ello en el espacio
intelectual y en un deber ser filosófico que han sido establecidos por
Bergson. Sin la búsqueda bergsoniana, el aporte de Husserl hubiese sido
menos fructífero para Sartre. Éste se vuelve especialmente notorio al
examinar la concepción sartreana más tardía de una libertad entendida
como creación moral. Esta última se caracteriza, como la moral
bergsoniana, por la creación e invención de nuevas formas de vida.
Detengámonos en este punto.
Creación
en Bergson
Para
Bergson la vida avanza sobrepasando la materia bruta con algo que ella
no posee. Para este filósofo, la evolución creadora se produce en un
sentido preciso, que es el de la creciente libertad de la vida en
relación con la materia y la creciente libertad de la moral en relación
con el instinto. No habría vida si no hubiera un impulso creador que
"relaje" el vínculo del ser humano con las cosas y con las estructuras
materiales. Por eso mismo, para Bergson, el progreso de la civilización
no se debe fundamentalmente a la inteligencia. Esta se relaciona
demasiado estrechamente con los intereses individuales y las necesidades
inmediatas como para poder manifestar la creatividad e invención que se
encuentra en la vida. La inteligencia, dándole a conocer al ser humano
que va a morir, corroe el impulso vital (élan vital) confrontándolo con
representaciones de los males futuros. Para Bergson, la inteligencia
sobrepasa la organización instintiva de las sociedades animales, pero
apenas es capaz de crear la posibilidad de una sociedad abierta al
conjunto de la humanidad. La inteligencia somete la vida y la creación
que ella implica a moldes demasiado estrechos. Al mismo tiempo que priva
al ser humano de su existencia inmediata (por ejemplo, de la percepción
del tiempo como duración y no como cronología regular), lo hace
consciente de los intereses individuales y lo vincula a
ellos.
Según Bergson, para comprender la evolución moral es
necesario darse cuenta de que la inteligencia no es el único guía de los
seres humanos y de la vida que llevan. Las representaciones que ella
produce todavía están ligadas a la percepción sensorial o a los
intereses materiales, lo que es contrario a una tendencia moral que hace
al ser humano libre de dicha dependencia gracias a un impulso (élan) que
coloca al ser humano en el plano de la libertad, de la humanidad
universal y del amor. A la dependencia material se opone el contrapeso
de una facultad fabuladora y de la religión, que es "una reacción
defensiva de la naturaleza contra lo que pudiera haber de deprimente
para el individuo, y de disolvente para la sociedad, en el ejercicio de
la inteligencia". La vida así entendida es una creación continua, un
arreglo nuevo que lucha contra todos los límites de la materia bruta y
que sólo se acomoda a ella para sobrepasarla mejor.
En otras
palabras, para Bergson la vida humana no sólo es biología, la cual sería
insuficiente para explicar la moral y la libertad. Se sigue de ello que
en la vida hay un momento, esencial para ella, en el cual está ante
opciones. La vida y la moral abierta son inconcebibles sin creación, la
que supone un "rudimento de elección". Ahora bien, esta elección es
libertad, cuya base es la invención de formas de sociabilidad y vínculo
que no surgen de lo que las cosas son. La vida, la creación y la moral
no se limitan a realizar opciones entre cosas existentes, sino que se
caracterizan por situarse más allá de ellas. En resumen, la moral, para
Bergson, queda fuera del ámbito determinista y supone
creación.
¿Insuficiencias de Bergson?
En Bergson existe la notable intuición
de que la moral, y especialmente la moral del llamado (apel), supone
sobrepasar lo dado y, además, inventar hábitos y reglas sociales. Sartre
y la mayoría de sus comentadores han descuidado el hecho de que la moral
fundada en la invención de valores, que es la propuesta por él, posee
algunos rasgos comunes con la intuición recién descrita de Bergson.
Estos rasgos, probablemente, llegan a Sartre mediatizados por la
influencia de la fenomenología alemana. La moral bergsoniana se opone a
moral de la sociedad cerrada, al igual que la moral de Sartre se opone a
las filosofías morales que sólo toman en cuenta el estado de hecho,
tanto de las cosas como de las exigencias. Tanto Bergson como Sartre
valoran la creación moral y social y los dos, también, evitan el sin
sentido o el caos que surgiría de una invención azarosa o carente de
intencionalidad. Ni Bergson ni Sartre estarían dispuestos a sostener que
la simple aparición de una nueva forma de vida o nueva forma social
basta para que ésta tenga derechos. Por ello, la crítica de Sartre a
Bergson no es exactamente anti-bergsoniana - como el mismo Sartre cree-
, sino que más bien es una queja por no haber aprovechado aquél ni
tampoco sus discípulos las potencialidades que entregaba a la filosofía
esta búsqueda de lo viviente y de lo móvil. A pesar del progreso hecho
por Bergson relativizando el poder de la razón en tanto fuente de la
moral, no da el paso decisivo que sí da Sartre al hacer del derecho y de
la obligación nociones completamente independientes.
También para
Sartre la moral supone creación de nuevas formas de existencia. Ahora
bien, para Sartre la creación no implica progreso, sino sólo cambio,
aunque para ambos supone el alejamiento de las necesidades inmediatas.
La libertad, para Sartre, puede distanciarse de lo dado gracias a que es
capaz de crear un mundo distinto de aquel puesto en duda. La creación
supone un papel importante de la imaginación, base de la capacidad
moral. El ideal moral que permite pensar la posibilidad de una
existencia distinta introduce una realidad de derecho que no se
desprende ni de la acción ni del poder. El ideal moral, fruto de la
producción de la conciencia, no posee límites, y se agrega a lo que ya
está dado, rompiendo así, ya sea la línea de evolución natural, ya la
iteración de formas de vida. La novedad de Sartre en relación a la moral
del llamado (apel), de Bergson, consiste en asumir la insubstancialidad
del ideal moral y, en consecuencia, del derecho. El papel de la
invención en la moral queda de manifiesto en el análisis que hace Sartre
del joven que desea vincularse a De Gaulle. ¿Debo permanecer y cuidar a
mi madre enferma o debo comprometerme en la resistencia?, es la pregunta
que le hace un estudiante. El joven está ante dos deberes que no tienen
más fundamento que la libertad que los coloca ante sí: "Así, viniendo a
verme, sabía la respuesta que iba darle, y sólo tenía una respuesta: Ud.
es libre, escoja, es decir, inventa". Esto implica, en Sartre, que no
hay moral sin participación de la imaginación creadora ejercida en
relación a la libertad y a sus elecciones. Creando opciones, se
reproduce e inventa la libertad.
La moral sartreana, fundada en
la invención de valores, posee algunos rasgos comunes con la intuición
antes descrita de Bergson. La moral bergsoniana se opone a la moral de
la sociedad cerrada, al igual que la moral de Sartre se opone a las
morales que sólo toman en cuenta el estado de hecho, tanto de las cosas
como de las exigencias. Con todo, los rasgos comunes entre ambas morales
tienen un fondo de divergencia. Tomando en cuenta del sentido de la
filosofía bergsoniana, que apunta a mayores niveles de libertad, es
posible comprender la filosofía de Sartre como parte de una línea más
larga de filosofía moral francesa, cuyos máximos exponentes, en el siglo
veinte, son Bergson y el mismo Sartre. Sus divergencias son demasiado
evidentes para soslayarlas, pero eso no impide que, analizados con la
perspectiva de algunas décadas, pueda apreciarse entre ambos un vínculo
que consiste en cierta inspiración y orientación filosófica general, y
un vínculo de formación, según constatan los biógrafos de Sartre. Tal
vez la "atmósfera" creada por Bergson en cuanto a la teoría de la imagen
no haya rendido sus mejores frutos en sus propios discípulos, sino en
Sartre, quien siempre se manifestó alejado de aquél. Es justamente esa
atmósfera creacionista, esa movilidad y ese distanciamiento de la
libertad respecto del mundo empírico y de la racionalidad lo que hereda
Sartre, contribuyendo así a otorgar a la fenomenología - que conocería
después- un sentido ético que no se deriva directamente de Husserl. La
preocupación por la creación, por la movilidad y la independencia
respecto de la razón, tan constantes en Sartre, operan también como
control en relación a la filosofía hegaliano-marxista, que, aun
contribuyendo a dar fuerza moral a la filosofía de Sartre, se opone al
aspecto inventivo de la libertad existencialista. Sartre, en definitiva,
se inserta más plenamente de lo que él mismo creyó en una tendencia de
largo plazo de la filosofía moral, tan típicamente francesa (Pascal,
Rousseau, el mismo Bergson, etc.), que es justamente lo que le permite
desarrollar el potencial ético y liberador que la fenomenología
husserliana no tiene de por sí.