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DIRIGIDO POR MANUEL BASOALTO Y CON GUION DE JOSE MIGUEL
VARAS
Preparan
filme sobre la huida clandestina de Neruda
.....
Un grupo de cineastas chilenos trabaja en secreto en una película que
llevará por primera vez a la pantalla grande uno de los episodios más
desconocidos de la vida del poeta chileno Pablo Neruda: su huida
clandestina de Chile en 1949. ..... La
cinta, cuyo estreno se espera para septiembre u octubre de 2003, narra la escapada a la Argentina del laureado poeta a través
de la Cordillera de los Andes. "La película busca ser una recuperación
de un fragmento de nuestra memoria colectiva", señaló el director del
filme, Manuel Basoalto, en declaraciones al diario electrónico El Mostrador
difundidas por la agencia española EFE. Destacó que la preparación
de la película sobre uno de los grandes creadores de la lengua
castellana de todos los tiempos ha sido lenta y por eso "la cinta aún
se encuentra en proceso de pre-producción". ..... "Es una gran tarea, pero de alguna forma
queremos sacar a la luz uno de los pasajes más olvidados de la vida
del poeta chileno", agregó. La primera película que se realiza sobre
el Premio Nobel de 1971 busca dar cuenta de su dramática huida a fines
de los años 40, cuando por su militancia comunista fue perseguido por
el gobierno del presidente radical Gabriel González Videla. ..... "La travesía duró varios días y fue en
medio de la espesa nieve de los Andes", comentó el cineasta Manuel
Basoalto, quien añadió que su filme espera dar cuenta de este
episodio, así como de la posterior llegada del poeta a Francia donde
es recibido por el pintor español Pablo Picasso.
en La
Hora lunes 28 de octubre de
2002
LA MONTAÑA
ANDINA
La montaña andina tiene pasos
desconocidos, utilizados antiguamente por contabandistas, tan
hostiles y difíciles que los guardias rurales no se preocupan
ya de custodiarlos. Ríos y precipicios se encargan de atajar
al caminante. ..... Mi compañero
Jorge Bellet era el jefe de la expedición. A nuestra escolta
de cinco hombres, buenos jinetes y baqueanos, se agregó mi
viejo amigo Victor Bianchi, que había llegado a esos parajes
como agrimensor en unos litigios de tierras. No me reconoció.
Yo llevaba la barba crecida tras año y medio de vida oculta.
Apenas supo mi proyecto de cruzar la selva, nos ofreció sus
inestimables servicios de avezado explorador. Antes ya había
ascendido el Aconcagua en una trágica expedición de la que fue
casi el único sobreviviente. ..... Marchábamos en fila, amparados por
la solemnidad del alba. Hacia muchos años, desde mi infancia,
que no montaba a caballo, pero aquí íbamos al paso. La selva
andina austral está poblada por grandes árboles apartados el
uno del otro. Son gigantescos alerces y maitines, luego tepas
y coníferas. Los raulíes asombran por su espesor. Me detuve a
medir uno. Era del diámetro de un caballo. Por arriba no se ve
el cielo. Por abajo las hojas han caído durante siglos
formando una capa de humus donde se hunden los cascos de las
cabalgaduras. En una marcha silenciosa cruzábamos aquella gran
catedral de la salvaje naturaleza. ..... Como nuestro camino era oculto y
vedado, aceptábamos los signos más débiles de la orientación.
No había huella, no existían los senderos y con mis cuatro
compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata
-eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles
ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando más
bien- el derrotero de mi propia libertad. Los que me
acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre los
grandes follajes, pero para saberse más seguros marcaban de un
machetazo aquí y allá las cortezas de los grandes árboles
dejando huellas que los guiarían en el regreso, cuando me
dejaran solo con mi destino. ..... Cada uno avanzaba embargado en
aquella soledad sin márgenes, en aquel silencio verde y
blanco: los árboles, las grandes enredaderas, el humus
depositado por centenares de años, los troncos semiderribados
que de pronto eran una barrera más en nuetra marcha. Todo era
a la vez una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una
creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se
mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de
mi misión. ..... A veces
seguíamos una huella delgadísima, dejada quizá por
contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e
ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos
de repente por las glaciales manos del invierno, por las
tormentas tremendas de nieve que, cuando en los Andes se
descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de
blacura. ..... A cada lado de la
huella contemplé, en aquella salvaje desolación, algo como una
construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados que
habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de
centenares de viajeros, altos túmulos de madera para recordar
a los caídos, para hacer pensar en los que no pudieron seguir
y se quedaron allí para siempre debajo de las nieves. También
mis compañeros cortaron con sus machetes las ramas que nos
tocaban la cabezas y que descendían sobre nosotros desde la
altura de las coníferas inmensas, desde los robles cuyo último
follaje palpitaba antes de las tempestades del invierno. Y
también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una tarjeta
de madera, una rama cortada del bosque para adornar las tumbas
de uno y otro de los vijeros desconocidos. ..... Teníamos que cruzar un río. Esas
pequeñas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se
precipitan, descargan su fuerza vertiginosa y atropelladora,
se tornan en cascadas, rompen tierra y rocas con la energía y
la velocidad que trajeron de las alturas insignes: pero esta
vez encontraron un remanso, un gran espejo de agua, un vado.
Los caballos entraron, perdieron pie y nadaron hacia la otra
ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por
las aguas, yo comencé a mecerme sin sostén, mis pies se
afanaban al garete mientras la bestia pugnaba por mantener la
cabeza al aire libre. Así cruzamos. Y apenas llegados a la
otra orilla, los baquianos, los campesinos que me acompañaban
me preguntaron con cierta sonrisa: ... -Tuvo mucho miedo? ... -Mucho. Creí que había llegado mi
última hora -dije. ... -Íbamos
detrás de usted con el lazo en la mano -me
respondieron. ... -Ahí mismo
-agregó uno de ellos- cayó mi padre y lo arrastro la
corriente. No iba a pasar lo mismo con usted. ..... Seguimos hasta entrar en un túnel
natural que tal vez abrió en las rocas imponentes un caudaloso
río perdido, o un estremecimiento del planeta que dispuso en
las alturas aquella obra, aquel canal rupestre de piedra
socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos pasos
las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los
desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban
chispas en las herraduras: más de una vez me vi arrojado del
caballo y tendido sobre las rocas. Mi cabalgadura sangraba de
narices y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, el
espléndido, el difíci camino. ..... Algo nos esperaba en medio de
aquella seva salvaje. Súbitamente, como singular visión,
llegamos a una pequeña y esperada pradera acurrucada en el
regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores
silvestres, rumos de ríos y el cielo azul arriba, generosa luz
ininterrumpida por ningún follaje. ..... Allí nos detuvimos como dentro de
un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y
mayor condición de sagrada tuvo aún la ceremonia en la que
participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el
centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una
calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente,
uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en
los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda
destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas
las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del
toro muerto. ..... Pero no se
detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos
amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña
danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera
abandonada, repasando la huella circular dejada por tantos
bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí
entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables
compañeros, que existía una comunicación de desconocido a
desconocido, que había una solicitud, una petición y una
respuesta aun en las más lejnas y apartadas soledades de este
mundo. ..... Más lejos, y a
punto de cruzar las fronteras que me alejarían por muchos años
de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas de las
montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio de
cierta habitación humana y, al acercarnos, hallamos unas
desvencijadas construcciones, unos destartalados galpones al
parecer vacíos. Entramos a uno de ellos y vimos, al claror de
la lumbre, grandes troncos encendidos en el centro de la
habitación, cuerpos de árboles gigantes que allí ardían de dia
y de noche y que dejaban escapar por las hendiduras del techo
un humo que vagaba en medio de las tinieblas como un profundo
velo azul. Vimos montones de quesos acumulados por quienes los
cuajaron en aquellas alturas. Cerca del fuego, agrupados como
sacos, yacían algunos hombres. Distinguimos en el slencio las
cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción que,
naciendo de las brasas y de la oscuridad, nos traía la primera
voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción
de amor y de distancia, un lamento de amor y de nostalgia
dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciudades de
donde veníamos, hacia la infinita extensión de la vida. Ellos
ignoraban quienes éramos, ellos nada sabían del fugitivo,
ellos no conocían mi poesía ni mi nombre. O lo conocían, nos
conocían? El hecho real fue que junto a aquel fuego cantamos y
comimos, y luego caminamos dentro de la oscuridad hacia unos
cuartos elementales. A través de ellos pasaba una corriente
termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que se
desprendía de las cordilleras y nos acogió en su
seno. ..... Chapoteamos gozosos,
lavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata. Nos
sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer
emprendimos los últimos kilómetros de jornada que me
separarían de aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos
cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de un aire nuevo,
de un aliento que nos empujaba al gran camino del mundo que me
estaba esperando. Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente)
a los montañeses algunas monedas de recompensa por las
canciones, por los alimentos, por las aguas termales, por el
techo y los lechos, vale decir, por el inesperado amparo que
nos salió al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento
sin un ademán. Nos habían servido y nada más. Y en ese "nada
más", en ese silencioso nada más había muchas cosas
subentendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos
sueños. ..... Una choza
abandonada nos indicó la frontera. Ya era libre. Escribí en la
pared de la cabaña: "Hasta luego, patria mía. Me voy pero te
llevo conmigo".
CONFIESO QUE HE
VIVIDO Memorias Pablo
Neruda Seix Barral . 1974
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