Por
Roberto Alifano
Director revista
Proa
28 de Septiembre de 2003
Si se los mira bajo el espectro de la política, fueron, en
apariencia, dos mundos opuestos, inconciliables. Neruda era militante
comunista y una de sus grandes preocupaciones era la cuestión social;
provenía de una familia humilde, hijo de un ferroviario que conducía
su tren por el lluvioso sur de Chile. Borges había nacido en un hogar
de aristócratas venidos a menos; de muchacho tuvo un fugaz paso por la
izquierda, del que luego se avergonzó. En España, hacia 1921, escribió
un libro que no llegó a publicar, Los salmos rojos, y un poema
titulado "Rusia", en el que celebra la revolución bolchevique; ya
viejo, curiosamente, se afilió al Partido Conservador, "por
aburrimiento", se justificaba. Era hijo de un abogado de ideas
anarquistas spencerianas y descendía de militares, héroes de la guerra
de la independencia. Pero Neruda y Borges eran esencialmente poetas,
habían nacido poetas y desde jóvenes empezaron a darse a conocer.
Jóvenes también, a través de la poesía tuvieron noticias el uno del
otro y no tardaron en relacionarse.
Cartas que vienen y
van
Atravesar el Atlántico para llegar a Europa era hacia
la década del veinte menos imposible que el cruce de los Andes para
llegar a Chile. La cordillera era un muro difícil de superar y los
viajes de chilenos y argentinos no eran frecuentes. El hábito
epistolar, que la mayoría de la gente cultivaba, era la forma ideal de
comunicarse. Por cartas, que lamentablemente no se conservan, ambos
poetas se hicieron amigos e intercambiaron textos que se encuentran en
revistas de uno y otro lado de la cordillera. "En la tertulia de
Rafael Cansinos-Assens, que se hacía en Madrid en el café Colonial,
conocí a un muchacho chileno llamado Salvador Reyes - me contó
Borges. Cuando regresamos a nuestros países nos seguimos
escribiendo. Reyes me presentó por carta a Alberto Rojas Jiménez, que
fue mi gran amigo epistolar; luego él me presentó a Pablo Neruda, con
el que también nos carteamos durante un largo período". Las revistas
Proa y Claridad dan testimonio de esa, casi secreta,
relación literaria.
El oro de los
tigres
Entre los años 1970 y 1973, durante el gobierno de
la Unidad Popular, estuve radicado en Santiago de Chile como
corresponsal de un diario argentino. Hacia fines de 1971, ya declarada
la enfermedad que lo llevaría a la muerte, Pablo Neruda regresó de
Francia, donde era embajador, para quedarse definitivamente en su
país. Durante esos últimos años lo frecuenté en su casa de Isla Negra.
En una de esas visitas le llevé un libro de Borges, que acababa de
recibir de Buenos Aires, El oro de los tigres. Neruda lo tomó
con cierta indiferencia y descalificó el título: "Las obsesiones de
Borges... - murmuró- . Raro título para un libro de poemas". Pero
pocos días después, en otra visita, me recibió entusiasmado para
hablarme con admiración de ese libro. "Hay que rescatarlo como poeta -
me dijo- . Es un maestro de la palabra; escucha este soneto
conmovedor: ¿Dónde estará mi vida, la que pudo/ Haber sido y no fue,
la venturosa/ O la de triste horror esa otra cosa/ Que pudo ser la
espada o el escudo". Se refería al soneto "Lo perdido". Se detuvo
después en el poema "El amenazado", y lo leyó en voz alta, marcando el
acierto del verso final: "Me duele una mujer en todo el cuerpo".
Señaló luego, casi como al pasar, las diferencias políticas que los
distanciaban. "Hace poco pasé por Buenos Aires y lo quise saludar,
pero él se negó; es una lástima que sea tan reaccionario", se lamentó.
Pero ese Neruda, menos ortodoxo que en otras épocas, creía en el
fondo, en curiosa coincidencia con Borges, que las opiniones políticas
son quizá lo menos importante en un escritor. "Fuimos amigos cuando
éramos muchachos agregó con nostalgia. Nos escribimos
durante un largo tiempo y nos publicamos nuestros poemas. Yo comenté
su primer libro en la revista Claridad, que hacíamos los
estudiantes de la Universidad de Chile. A principios de los años
treinta, cuando fui cónsul en Buenos Aires, nos conocimos en casa de
Oliverio Girondo, pero la relación no funcionó", concluyó Pablo, y
agregó luego con ironía: "Claro, cómo nos íbamos a entender: Borges
era un anarquista de derecha y yo un anarquista de
izquierda".
En el número 2 de la segunda época de la revista
Proa, en 1924, Borges publica un comentario sobre los "Veinte
poemas de amor y una canción desesperada". "Entre la nueva generación
poética de Chile, Pablo Neruda es uno de los dos o tres valores que se
han definido ya y cuya obra ha de perdurar. Adolescente aún, viene del
sur de la República y publica en Santiago su primer libro de poemas:
'Crepusculario'. La aparición del libro lo consagra sin réplicas.
Muchos de los jóvenes le siguen e imitan (...). Si 'Crepusculario' le
valió un nombre destacado en la República, los 'Veinte poemas' le
colocará muy alto entre los líricos modernos de lengua hispana. Y
Pablo Neruda alcanza el vértice más luminoso al cumplir los veinte
años".
Más tarde, en la revista Claridad, que la
Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile publicó entre
1920 y 1926, Pablo Neruda, con el seudónimo de Sashka, comentó el
primer libro de Borges, "Fervor de Buenos Aires", calificándolo a su
autor como "una de las voces líricas más originales de la joven poesía
de nuestra Améria".
La revista Proa, en su
segunda época entre 1924 y 1926, dirigida por Jorge Luis Borges,
Ricardo Güiraldes, Pablo Rojas Paz y Alfredo Brandán Caraffa, alcanzó
quince números. En el número 14, de diciembre del año 1925, aparece
una colaboración de Pablo Neruda, "Poesía escrita de noche", que
podemos considerar como un anticipo aún desfocalizado de lo
que pocos años después consolidará en el libro "Residencia en la
tierra". Ya ha quedado atrás el insuperable romanticismo amatorio de
los Veinte poemas..., y Neruda con un espíritu experimental y bajo el
influjo del surrealismo escribe una poesía alucinada, menos intimista
que pretendidamente vanguardista, con metáforas audaces y
sorprendentes. "Yo veo dirigirse el viento con propósito seguro/ como
una flor que debe perfumar;/ abro el otoño taciturno, visito el lugar
de los naufragios/ en el fondo del cielo de súbito aparecen los
pájaros como letras". Ese Neruda, colaborador de Proa, alcanzará la
cúspide de su poesía no mucho tiempo después con esa concatenación de
imágenes alegóricas, vindicadas por Paul Eluard, donde símbolo y forma
se conciben como inseparables de la intuición artística, logrando su
máxima expresión poética.
Borges, entre tanto, por otro camino,
alcanzará también en esa época de juventud, con sus libros "Fervor de
Buenos Aires" y "Luna de enfrente", una intensidad poética celebrada
por maestros de la palabra como Ramón Gómez de la Serna, Francisco
Luis Bernárdez y el ya reconocido joven poeta Pablo
Neruda.
Evocaciones de Borges
De regreso en
Buenos Aires, en 1973, tuve el privilegio de colaborar con Borges
durante un largo tiempo, de ser amanuense del poeta ciego. Le conté
una mañana aquella conversación que tuvimos con Neruda, cuando le hice
llegar su libro "El oro de los tigres", y el entusiasmo que le
despertó su poesía. "Yo también lo respeto y lo admiro a Neruda; fue
un gran poeta, sobre todo un gran poeta del amor. Los veinte poemas es
una de las obras mayores de todos los tiempos de la poesía amatoria",
me respondió Borges. Refirió después un episodio que le ocurrió en
París poco antes de obtener Neruda el Premio Nobel de Literatura. Un
periodista le preguntó si consideraba justo que se lo otorgaran a él
ese año. Borges respondió que teniendo la lengua castellana dos poetas
como Jorge Guillén y Pablo Neruda, lo correcto era que el Premio Nobel
se lo dieran a uno de ellos. "Neruda fue elegido y yo me puse muy
contento", concluyó Borges. Consideraba también que "era lícito" que
la política fuera uno de sus recursos poéticos. "Si la poesía
prevalece y el comunismo le sirve de estímulo e inspiración, sin
convertirse en algo panfletario, está muy bien." En otra oportunidad,
con su humor tan particular, lo oí responderle a un defensor del verso
libre que "si uno no toma la precaución de ser un Whitman o un Neruda,
es preferible escribir respetando las formas clásicas de la
poesía."
Cosas en común
Las coincidencias
literarias entre Neruda y Borges no se limitaban a la entrega de ambos
a la poesía; una larga lista de cosas en común se entrecruzan en las
preferencias de estos dos creadores. En primer término están
Shakespeare y Whitman. Uno de los retratos que acompañó a Neruda
durante toda su vida fue la del vate norteamericano, que se destacaba
en su lugar de trabajo. Borges tradujo "Hojas de hierba" y, aunque
poco aficionado a coleccionar libros, atesoraba en su biblioteca una
edición de Whitman, impresa en el siglo diecinueve, heredada de su
padre y que algunas veces mostraba con orgullo. Don Francisco de
Quevedo era considerado por ambos como el gran poeta de la lengua. "Es
el padre de los poetas", le oí decir a Neruda. Y Borges confesaba que
no concebía un solo día de la vida sin pensar en Quevedo. Ambos eran
devotos lectores de la literatura policial y consideraban a Edgar
Allan Poe el creador del género. Chesterton y Conan Doyle figuraban
entre sus autores predilectos. En la década del cincuenta Borges y
Bioy Casares crearon la colección "El séptimo círculo", donde editaron
a los principales autores del género policial. Neruda fue uno de los
asiduos lectores de esa serie. Pero las preferencias comunes no
concluyen aquí, ambos frecuentaron autores clásicos como Homero,
Virgilio, Catulo, Dante y tantos otros grandes de la literatura de
todas las épocas.
Varias amigas en común también los unían. Las
hermanas Bombal, en primer término. En una grabación que aún conservo,
Pablo me contó su relación con ellas. María Luisa, según él, era la
más talentosa y extravagante. "Las conocí de muchacho en Temuco.
Solían venir en las vacaciones de verano, escandalizando al pueblo.
Pelo cortado a la garçonne y vestidas a la moda de París." Borges,
alguna vez recordó así su relación con las hermanas Bombal: "Fui muy
amigo de ellas. María Luisa tenía talento literario, era una gran
escritora, injustamente desconocida; "La amortajada" es una breve obra
maestra."
En los años veinte, los hermanos Borges habían sido
también amigos de las hermanas Del Carril. Norah y Jorge Luis, las
recordaban siempre con afecto y en especial unas vacaciones que habían
compartido en las sierras de la provincia de Córdoba. "Fui más amigo
de Adelina, la mujer de Ricardo Güiraldes, que de Delia, que fue la
mujer de Neruda - me dijo Borges- . Delia, antes estuvo casada con un
banquero, Adán Dihel, un personaje bastante extravagante, que
construyó un hotel en Formentor, en las Islas Baleares. Güiraldes
viajó algunas veces allí; yo fui invitado también. Delia quería hacer
una comunidad de artistas; pero después no sé en qué quedó todo eso.
Ella se separó de Dihel y la propiedad creo que se
vendió".
Rojas Giménez
Las cartas, como ya
señalamos, no se han conservado. En Chile, Neruda, Rojas Giménez y
Salvador Reyes los interlocutores epistolares de Borges
llevaban por esa época un estilo de vida bohemio, casi sin domicilio
fijo, lo que hizo que la correspondencia se traspapelara o se perdiera
definitivamente. "La vida transcurría por aquellos años de pensión en
pensión recordaba Neruda en sus memorias. Llegado a Santiago
tuve que buscar en pleno invierno, dando tumbos por las calles, un
sitio donde alojarme. Lo encontré en una lavandería. En esa casa y en
esa habitación pasé un tiempo; pero todo era transitorio y debí seguir
deambulando por otras pensiones." Borges, en Buenos Aires, jamás
conservó cartas. "Yo nunca tuve agenda ni archivo y mi epistolario fue
muy breve y disparejo y no lo conservo", me confesó una vez. Ese
descuido lo tuvo también con casi todos los originales de sus libros,
que fueron olvidados en los cajones de viejos muebles e
irremediablemente se perdieron; los que se conservan fueron salvados
por editores o alguna amiga, alcanzando en nuestros días una alta
cotización en el mercado coleccionista (El manuscrito de El Aleph, que
conservó la escritora Estela Canto, una de sus novias, fue comprado
por la Biblioteca Nacional de Madrid en casi veinticinco mil dólares,
en los años ochenta).
Pero el amigo epistolar con el que Borges
mantuvo una prolongada relación fue Alberto Rojas Giménez. "Él fue mi
gran amigo chileno. La última carta me llegó una semana antes de su
trágica muerte recordaba Borges. Durante más diez años nos
escribimos al menos una vez al mes. A través de él yo estaba al tanto
de lo que ocurría en la literatura chilena. Qué curioso, nunca
llegamos a conocernos personalmente; los viajes no eran fáciles por
esos tiempos. Rojas Giménez estuvo varias veces a punto de venir a
Buenos Aires, y alguna vez yo le prometí ir a Santiago, pero no era
nada fácil cruzar la cordillera entonces."
Alberto Rojas
Giménez falleció en 1934 y sus colaboraciones en Prisma y
Proa se remontan a principios de los años veinte.
Borges
siempre tuvo en su recuerdo el nombre de Alberto Rojas Giménez. "Era
un excelente poeta me dijo en otra oportunidad. Yo publiqué
en Proa algunos poemas de Carta-Océano, antes de que apareciera el
libro." Gran memorioso, Borges recordaba muchos versos de Rojas
Giménez: "Adolescencia acodada al marco de las ventanas./ Comenzó por
entonces la canción que hoy continúo./ Era la vieja historia del
arcoiris y la palabra amor"; y el comienzo de otro poema: "Tu gesto
era dulce y triste/ cuando hablabas de tu infancia." "Mi memoria
conserva muchos versos de Rojas Giménez. Cuando viajó a París escribió
unas crónicas muy lindas, que yo hice publicar en Buenos Aires, en la
revista Nosotros; Rojas Giménez era además un excelente prosista."
Borges recordaba los nombres de otros integrantes de la revista
Claridad: Romeo Murga, Armando Ulloa, Rosamel del Valle y Humberto
Díaz Casanueva; con este último también había mantenido
correspondencia. No sabemos si se conservan algunas de esas
cartas.