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Representaciones de la violencia y postdictadura chilena: una posibilidad de relato nacional en
Avenida 10 de Julio Huamachuco de Nona Fernández[1]

Chilean post-dictatorship and Violence Representation:  A possibility of national tale on Avenida 10 de Julio Huamachuco
form Nora Fernánadez.

Milena Gallardo Villegas
Universidad de Chile
milenasusana@yahoo.es

 

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Resumen:

El presente artículo tiene por objetivo analizar la novela de Nona Fernández, Avenida 10 de Julio Huamachuco (2006), revisando el tratamiento que otorga al tema de las representaciones de la violencia traumática en el contexto urbano del Chile postdictatorial. Para ello, situamos la novela en su contexto de producción y buscamos rastrear el concepto de memoria traumática que está operando en la construcción de un relato de nación, o cartografía de la memoria chilena postdictatorial, que opera como un dispositivo contrahegemónico al relato nacional. Según esta propuesta de lectura, existen espacios de fuga en el discurso oficial que estarían esforzándose por elaborar un contrarelato basado en las diferencias culturales y los discursos heterogénenos y desestabilizadores de las minorías. De tal modo, postulamos que la novela de Fernández se posiciona desde esta deriva crítica y abre la posibilidad de testimoniar superando el límite del silencio de la muerte, mediante una estrategia narrativa ficcional que lo posibilita.

Palabras claves: narrativa, violencia, memoria, postdictadura, Chile.

Abstract:
The present article has as an objective to analize the novel of Nona Fernández, Avenida 10 de Julio Huamachuco (2006), reviewing the treatment that it gives to the matter of violence representations in the context of post-dictatorship urban Chile. For that, we put the novel in its context of production and seek to trace the concept of traumatic memory that operates on the construction of a nation’s tale, or the Chilean cartography of postdictorship memory, that operates as a apparatus counterhegemonic to the national narration. According to this insight proposal, there are vanishing points on the official lecture/discurso that would be trying to elaborate a parallel narration based on the cultural differences and the heterogenic destabilizing narratives of the minorities. That is how we propose that the novel from Fernández puts itself from this critical perspective and opens up the possibility of a testimony that overcomes the boundaries of silence and death, through a fictional narrative strategy that makes it possible.

Key Words: narrative, violence, memory, post-dictatorship, Chile.

 


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Introducción

La literatura chilena de postdictadura ha desarrollado diversas estrategias de elaboración del duelo postdictatorial y representación de la memoria traumática marcada por la violencia política de las décadas anteriores a 1990. A partir de la segunda etapa de la dictadura, correspondiente a lo que Moulian (1997) describe como “dictadura constitucional”, se produce un fenómeno literario que tiene profundas vinculaciones con los diversos tipos de experiencias de socialización política que viven los propios autores. En este contexto, una de las características de la prolífica producción cultural, es la emergencia de diversas discursividades en una misma obra; hecho que vendría a romper con la noción de género literario y que se vincula directamente con el paradigma posmodernista (Rojo, 2000). Desde el sistema generacional propuesto por Cedomil Goic (2004), este grupo de autores estarían agrupados en la denominación infrarrealismo:

“Los niveles de representación de la realidad muestran preferencia por el mundo histórico, político y social y por diversas dimensiones o sectores culturales, confrontación de la historia oficial y la memoria o la historia personal […] Esta novela deconstruye el megarrelato, lo ironiza y degrada como paradigma y propone al infinito la proliferación de la experiencia singular, el minirelato, y las limitaciones del conocimiento, en el momento individual y particular desde el sueño, la ilusión, y el engaño hasta la locura” (Goic, c.p. Álvarez, 38)

De tal modo, surgen publicaciones, tanto críticas como literarias propiamente tal, que entrecruzan niveles de sentidos identitarios (políticos, étnicos, de género, etc.) en torno a la configuración de las subjetividades y ponen el acento en la relaboración de la memoria histórica, en su dimensión individual y colectiva, por medio de dispositivos estéticos y representacionales. En este plano, un rasgo que nos interesa es el lenguaje poético que se introduce con mucha prestancia en las técnicas narrativas, dando lugar a producciones mixtas y complejas en términos de su definición. Los materiales y contenidos que contribuyen a este tipo de trabajos son variados, pero debemos destacar el papel protagónico que tienen los llamados géneros referenciales, tales como el testimonio, la autobiografía, el diario de vida, entre otros. Así también, la plasticidad de los textos se nutre del diálogo y la interrelación con otros dispositivos representacionales provenientes de las artes visuales y escénicas.  El proceso de tránsito o desarrollo hacia este nuevo escenario artístico-literario es complejo y se ve fuertemente marcado por el contexto histórico-político de la dictadura y la postdictadura. La novela de Nona Fernández que hoy nos convoca se inserta en un contexto de producción posterior a los inicios de este fenómeno y al cual podríamos definir a partir de la idea de una democracia inconclusa, en cuanto existen  una serie de procesos vitales para la legitimación de un sistema político fundado en la igualdad, la justicia y la participación social, que se ven marginados del debate político y del quehacer institucional. Es por esta razón que me interesa leer esta novela a partir de las condiciones de su producción (2006) y desde el contexto de enunciación correspondiente al inicio de la trama (1985). Considero que  los recursos utilizados en la narración, así como el lenguaje metafórico y la elección de un escenario marcado por las huellas de la dictadura cívico-militar y la neoliberalización econonómica, son piezas claves en la composición de un relato que  a partir de su estructura formal y su aparataje estético-figurativo consigue desarrollar conceptos de memoria que confrontan el relato nacional en torno a los hechos de horror que tuvieron lugar en nuestro país en el pasado reciente. En este marco, la novela se posiciona como un dispositivo contrahegemónico que problematiza la discusión en torno al  pasado en el contexto de la reconstrucción democrática y la constitución del imaginario país que de aquel se desprende.
 
Para ello, quiero revisar algunas aproximaciones conceptuales en torno a la vinculación existente entre identidad nacional y novela particularmente, entendiéndola desde el marco contextual de la posmodernidad. La hipótesis que da origen a este trabajo, dice relación con la elaboración de un relato que busca estrategias y posibilidades para nombrar la pérdida, referirse al horror y, de este modo, confrontar el discurso hegemónico actual en torno a las problemáticas de la memoria y la violencia política de las décadas anteriores.

El contexto en el cual transcurre la historia es el Chile de la postdictadura, probablemente el mismo 2006, año de la primera edición del libro, sirve de escenario idóneo para situar los acontecimientos que se narran. Los protagonistas de la historia son Juan y Greta, quienes mantenían un romance y eran compañeros de Liceo durante la década del ´80.  Como estudiantes secundarios, participan en la organización de la emblemática toma de su Liceo en el año 1985, la cual acarrea como consecuencia que ambos, junto a otros compañeros de distintos liceos del sector, fueran víctimas de la represión ejercida por carabineros, quienes los detienen y hacen desaparecer a dos de los jóvenes que constituían el grupo movilizado, el Negro y la Chica Leo. Este hecho marca una etapa de quiebre en la relación de los protagonistas, quienes por motivos de traslado del centro educacional, pierden contacto y no vuelven a tener comunicación entre ellos ni con el grupo de amigos en común. La vida de los dos protagonistas transcurre dentro de los parámetros de la normalidad  de la clase media chilena; ambos se casaron, se desarrollaron laboralmente, Greta tiene una hija y Juan sigue habitando el mismo barrio cercano al Liceo, donde ha vivido desde joven. La narración se inicia en el relato de la crisis experimentada por Juan en relación a la dinámica de vida que lleva, marcada por la velocidad, la irreflexión y el agotamiento tanto físico como mental. El protagonista manifiesta que se ha cansado de vivir “anestesiado” a costa de antidepresivos y ansiolíticos, y un día decide paralizar su actividad y su ritmo cotidiano, renunciando al trabajo, a los horarios y a las presiones de cualquier tipo. A partir de entonces, inicia un periplo de recuerdos y bagajes por la memoria que lo llevan a tomar decisiones extremas como son, en primer lugar, negarse a la indemnización que le ofrece la constructora de un centro comercial que ha comprado todas las casas de lo que fue su barrio, y empecinarse por seguir viviendo allí en medio de las ruinas y el desarme del sector; y, en segunda instancia, su trabajo de memoria culmina en la decisión final del suicidio en el techo de su ex Liceo, ahora abandonado. Por su parte, Greta es profesora de colegio y vive una vida tranquila junto a su pareja y su hija; sin embargo, esta aparente armonía se quiebra intempestivamente cuando la “Greta chica” muere junto a otros niños mientras viajaban camino al colegio en el furgón escolar. Este hecho marca el inicio de la crisis y del trabajo de duelo de Greta, quien se sumerge en una tristeza que la inhabilita para seguir su rutina de vida y finalmente la empuja a dejar su trabajo y su vida de pareja. Al igual que Juan, inicia un trabajo de memoria que la lleva, en su caso, a la decisión fundamental de (re)construir un furgón similar al que llevaba a su hija el día de su muerte, en base a los repuestos de piezas pertenecientes a automóviles que han participado en distintos y diversos accidentes y crímenes. Así, se dedica a recorrer a diario la Avenida 10 de julio Huamachuco buscando partes de autos en las desarmadurías del sector. Una vez que concreta sus objetivos se decide a lanzarse con el furgón al Canal San Carlos, repitiendo lo más exactamente posible el recorrido que siguió  su hija el día del accidente. Por la aparición de Carmen Elgueta, una vendedora de seguros que maneja en profundidad y con una enorme cantidad de detalles la vida de los dos protagonistas, a quienes acosa permanentemente ofreciéndoles sus servicios, Greta se ve interrumpida en su propósito de suicidarse y su vida toma un curso diferente. Carmen  Elgueta le cuenta que Juan ha desaparecido dejando entre otras cosas unas cartas para ella; Greta hace un esfuerzo y finalmente recuerda a Juan, se decide a ir a su casa guiada por la vendedora de seguros y finalmente se instala allí, donde da comienzo a su propio ejercicio de memoria en base a los recuerdos que le trae la casa de Juan, las cartas, fotografías, el barrio, etc. El desenlace de la novela se inicia cuando Greta se decide a escribirle un mail a Juan, quien le responde dando curso a un intercambio de notas en las que él le cuenta que está en un lugar oscuro que no logra reconocer y donde solo se escuchan lamentos y voces aisladas. Luego de este episodio, Greta toma la decisión de lanzarse con el furgón al subsuelo de varios metros de profundidad que forma parte de la construcción del centro comercial; es entonces cuando también ella ingresa a la llamada “pieza oscura” y descubre allí no solo la presencia de Juan, sino también de la Chica Leo, del Negro, de su hija y de muchas otras personas que se encuentran muertas. Entre todos los sujetos que se encuentran aparentemente atrapados en este lugar, deciden organizar un modo de escape a través de la puerta de entrada, la cual se encuentra firmemente sellada. Gonzalo, un joven que se encuentra con el cuerpo completamente quemado, sufriendo un dolor extremo que lo lleva a lamentarse permanentemente, decide incinerarse para acabar con su pesar y los demás consideran que el humo y la presión del fuego podrá ayudarlos a hacer estallar la puerta de entrada. Es cuando Greta despierta en un hospital, se da cuenta que no puede hablar y que ha quedado parapléjica producto de su intento de suicidio. Max y Maite se hacen cargo de ella en adelante y la narración termina cuando, en plena inauguración del nuevo centro comercial, Maite inicia el trabajo de parto y Greta siente profundos temblores en la tierra.

Novela y nación

Nona Fernández plantea una discontinuidad en la cultura chilena actual, la cual se aprecia en múltiples vacíos de contenido y en la evidenciación de un espacio de la diferencia a través de la emergencia de puntos de fuga en el relato de la nación. Estos discursos marginales son entendidos como constitutivos de un espacio nación liminar, en el cual las marcas de las diferencias culturales y los relatos heterogéneos y desestabilizadores son claves en la conformación interna del relato nacional. De tal modo, la novela propone una lectura histórica que articula un nuevo concepto de nación postdictatorial. Según este, existiría la posibilidad de superar el límite impuesto por el silenciamiento oficial, representado de igual modo en las figuras de la muerte y la desaparición entendidas como experiencias límites frente a las cuales sólo resta lo indecible, a través de la posibilidad del testimonio en primera persona que ofrece para estos casos la ficción literaria, pero sobre todo, a través de la creación de un lenguaje metafórico que, en su oblicuidad y potencial de sentido, consigue nombrar, o al menos evocar ciertas zonas de la memoria traumática que han sido veladas por los diversos mecanismos de la represión. En este punto, nos enfrentamos a la labor del escritor de la postdictadura el cual debe enfrentarse a la dificultad de poder acceder a las huellas del horror, entendidas como las marcas que ha dejado el pasado y que deben ser evocadas para así reconstituir un relato coherente que les dé sentido en el marco del presente. Al respecto, Elizabeth Jelin (2002) señala:

“La dificultad no radica en que hayan quedado pocas huellas, o que el pasado haya sufrido su destrucción, sino en los impedimentos para acceder a sus huellas, ocasionados por los mecanismos de la represión, en los distintos sentidos de la palabra – “expulsar de la conciencia ideas o deseos rechazables”, “detener, impedir, paralizar, sujetar, cohibir”- y del desplazamiento (que provoca distorsiones y transformaciones en distintas direcciones y de diverso tipo)” (30)

De tal modo, tenemos que el mandato ético-político que ha sido entregado al testigo del horror, se desplaza hacia un autor que articula un relato en el cual la voz corresponde a las víctimas directas de la violencia, creándose así un espacio metafórico que no clausura la pertinencia del pasado en la construcción del presente. 

Ahora bien, en el marco de la emergencia de una nueva expresividad, que se inserta a su vez en el sistema posmoderno, entendido en un sentido amplio como una “lógica cultural” histórica, la del capitalismo tardío (Álvarez, 2009), revisaremos la pertinencia de la vinculación entre este tipo de producciones culturales y la “nación” propiamente tal.

La posibilidad de pensar las posibles relaciones entre nación y novela, se abre, según la opinión de Ignacio Álvarez (2009), a partir de las reflexiones de Bendecit Anderson provenientes de la teoría política, quien define a la nación como una comunidad imaginada. Este hecho supone el entendimiento de la nación a partir de su composición cultural, dejando de lado las definiciones que la caracterizaban como algo natural, “con la indeterminación y el abuso demagógico que son inherentes a ello incluso en contextos académicos” (Álvarez, 24). Así también, el autor considera que la posmodernidad entendida según los términos señalados anteriormente, sería un escenario que propicia la vinculación de los elementos en cuestión. Finalmente el autor señala que el campo que se abre entre novela y nación está vinculado a la corriente de revisionismo histórico que se despliega en Chile a partir del fin de la dictadura y que señala que existiría una coherencia en la forma de convivencia que se da tutelada por el Estado y la ley entre la primera elección de Arturo Alessandri y los primeros años de la dictadura de Pinochet. Al mismo tiempo, y de la mano de los profundos cambios y transformaciones sociales ya características del siglo XX, se habría producido una modificación radical e irreversible de nuestros modos de convivencia.  Este contexto en el cual la comunidad imaginada  se transforma aceleradamente y también la novela altera profundamente sus mecanismos de representación, se nos presenta, según la hipótesis del autor, como un escenario especialmente idóneo para pensar una investigación de este tipo. Puntualmente,  Álvarez señala:

“[Este contexto] nos obliga, por de pronto, a reprimir el análisis del mero objeto, por insuficiente, y a abordar el estudio de las condiciones de producción de las obras literarias, especialmente de su textura retórica. No será esta, entonces, una investigación de la “imagen” de la nación, sino una reconstitución de su “representación”. Ya no un estudio del día, de aquello que los textos “dicen”, poética del enunciado. Un estudio de aquello que los textos callan, o dicen sin querer, o se niegan a reconocer: exégesis del sueño, poética de la enunciación” (26)

Desde la perspectiva de Grínor Rojo (2005) la nación es una construcción de identidad de orden particular, en cuanto es relativa a un conjunto de individuos. Estaría marcada asimismo por el hecho que no se puede definir a partir de términos esencialistas o inmanentes, pues, al igual que el sujeto, sufre modificaciones constantes en relación a su eje temporal (Álvarez, 28). Un alcance metodológico fundamental, advertido por Álvarez en el curso de su investigación, y que destaco por resultar muy pertinente al análisis que queremos llevar a cabo, se apoya en la afirmación de Grínor Rojo (2003) acerca de que la idea de nación “precede si es que no cronológicamente en cualquier caso éticamente  al ordenamiento (y por tanto a la división) de la sociedad en instituciones y grupos económicos diversos” (35). Esta precisión se adentra en la problemática en torno al proyecto político que aparentemente implica la nación; según observa Álvarez, esta definición nos permitirá “discriminar entre imaginarios nacionales y proyectos políticos.ideológicos que se le superponen” (30)

A partir de la lectura de Anderson en relación a la nación, y buscando vislumbrar la relación de esta con la novela chilena del siglo XX, Álvarez detecta que tanto la comunidad imaginada como su vínculo con la novela, son posibles gracias a un cambio en la percepción del tiempo que acontece en el contexto de la modernidad. Lo que se ve modificado en términos de la apreciación de la temporalidad, es el modo figural  de percepción del tiempo, es decir la conjunción del tiempo cosmológico y el histórico en una sola dimensión o “paradigma transtemporal” que no considera la historia en su acepción moderna de proceso o desarrollo sucesivo de acontecimientos. Siguiendo la argumentación de Anderson, quien a su vez concluye a partir de una cita de Benjamin que señala que la representación del progreso histórico es indisoluble de la idea de una marcha que recorre un tiempo homogéneo y vacío (Benjamin, 1940), la única temporalidad que podría contener la experiencia nacional entendida como comunidad imaginada, sería esta, “pues sus miembros ya no existen en el modo de la presencia física, sino solo en el de la imaginación” (Álvarez, 32). En este sentido es que la novela vendría a ser la única textualidad relevante que podría dar cuenta de la nación.

Ahora bien Álvarez destaca un aporte fundamental realizado por Jonatahan Culler en esta línea de pensamiento; se refiere a la distinción necesaria entre la novela “como una condición de posibilidad de imaginar la nación, y la novela como una fuerza dentro de la formación o legitimación de una nación que necesita mantenerse”[2] (Culler, “Anderson and the Novel” 48). En este sentido es donde nos interesa y nos es útil este marco de referencia, pues tendremos que el vínculo entre nación y novela no solo podrá ser detectado en las novelas que expresamente tienen a la nación como objeto (“nacionalistas”), sino que también podremos ejercitar esta reflexión en el análisis de textos “en los cuales lo nacional sea una lectura insterticial, una interpretación in absentia, la apertura de una negación” (Álvarez, 33).

Identidad nacional: una posibilidad de construcción

En una línea similar a la planteada por Álvarez (2009), Bernardo Subercaseaux (2002) reflexiona en torno a la identidad nacional chilena describiendo la conformación de una modalidad de construcción identitaria de corte marcadamente idológico-político que cristalizaría en lo que él considera una de nuestras marcas de identidad más persistentes: un déficit de espesor cultural. El autor parte de la concepción de una identidad nacional que sería “al mismo tiempo, una realidad constatable que existe y ha existido independientemente de la subjetividad, y una comunidad imaginada o relatada, vale decir un constructo intelectual y simbólico” (40). Por otra parte, considera una perspectiva más relacional en la cual el “nosotros” siempre estará ligado a la delimitación de un “ellos”. En este sentido, la identidad es un asunto de autoafirmación que vuelva la mirada hacia lo “otro”, la diferencia, lo heterogéneo, privilegiando “las identidades construidas en el descentramiento de la cultura y en su desterritorialización, las identidades que trasuntan un mundo crecientemente internacionalizado en que la cultura no reconoce ejes unificadores a nivel de la nación, sino yuxtaposiciones, culturas diversas e hibridajes” (Subercaseaux, 40-41). El autor destaca en esta línea un aporte de Chantal Mouffe (1996) que será clave en el análisis que propondremos; nos referimos a la afirmación en torno a que una identidad que se constituye a partir de una alteridad ausente , necesariamente remite y está contaminada por ella (Mouffe, c.p. Subercaseaux, 40). Así, plantea el autor que en el caso de la identidad chilena, el “otro”, ausente y referido de manera ineludible, es el mapuche. Esto, a su vez, provendría de un concepto de identidad homogénea propio del paradigma civilizatorio europeo, que ha sido asumido e internalizado a lo largo de nuestra historia y a través de los idearios republicanos y liberales, al punto que incluso los sectores conservadores y autoritarios lo han incorporado a su lógica de pensamiento. De tal modo, tenemos una identidad unificada, subproducto de posiciones arbitrarias y tendenciosas, nacida de una posición profundamente política e ideológica que tiene como objetivo “construir un país de ciudadanos, un país civilizado y de progreso, un país en que van quedando sumergidos y sin presencia sectores que no armonizan con esa utopía republicana” (Subercseaux, 44). Este es el origen de lo que el autor llama “déficit de espesor cultural”.

A esta situación agregamos el fenómeno de la globalización y la desterritorialización de la cultura, que da origen a lo que García Canclini (1995) ha llamado identidades híbridas o locales. Profundizaremos brevemente en este contexto por resultar pertinente a la novela, en cuanto uno de sus rasgos más notables es la abierta utilización de la retórica de los mass-media.

Ciudad latinoamericana contemporánea

Beatriz Sarlo (2001) señala que la ciudad se desvanece cuando “tanto los sectores populares como las capas medias (por razones diferentes y desigualmente fundadas) sienten que el Estado ha dejado de darles la seguridad que, por definición, le toca garantizar; se debilitan los motivos de pertenencia que, en la tradición filosófico-política y sus narraciones fundadoras, sustentan el contrato de producción de lo estatal” (55). Entonces, estamos frente a un debilitamiento de la identidad nacional unificada, hecho que además es tristemente armonizado por el contexto de aparición de nuevos y múltiples escenarios sociales. En este punto me interesa situar la influencia que ejerce la globalización y la desterritorialización de las culturas (pensemos en este caso en la cultura de masas); elementos, ambos, que actúan socavando aún más el sentido de pertenencia y expandiendo indefinidamente la aparición de diversos esquemas culturales que luego alimentan al sujeto en crisis de pertenencia y así el círculo de vicios y retroalimentación.

La autora hace mención al surgimiento de lo que llama “nebulosas afectivas” o “configuraciones de proximidad inestables, pero intensas” (57) que hablan precisamente del debilitamiento de los lazos que antes definieron la pertenencia a una sociedad “moderna”. Los seres ponen una fuerte intención emotiva en estos amores fugaces y sin embargo cada uno va cambiando como un verdadero caleidoscopio, en palabras de la misma autora. Estos pequeños motores generadores de una identidad momentánea van armando por parte el panorama de la ciudad. Para Néstor García Canclini, es el consumidor quien, en relación al mercado y no a otro tipo de institución, va generando estos nuevos tipos identitarios. Sin embargo, lo que es cierto es que los lazos sociales en Latinoamérica se van transformando y se van instalando “formas de reconocimiento propias de escenarios reducidos, menos universalistas y más específicos culturalmente, caracterizados por una fuerte carga emocional” (Sarlo, 58). Entenderemos entonces este fenómeno como un efecto de la desterritorialización de las culturas y como un rasgo de la no pertenencia de los sujetos habitantes de la ciudad.

Pasando a otro aspecto, tenemos que la reconfiguración de la ciudad se debe, en opinión de Beatriz Sarlo, a las brechas culturales y económicas que van en aumento. A esto se suma la crisis de seguridad, aumento de la sensación de desprotección, incremento de la cesantía y de la mano de esta, el crecimiento de los niveles de frustración y angustia. Los sitios de pertenencia se reducen a lo íntimo y nuevamente una sensación de frustración frente a la sociedad y a la idea de esta como un cuerpo homogéneo, se posiciona. De allí que podamos afirmar que la violencia urbana surge de un contexto con horizonte de expectativas precario y no sólo por razones económicas. Recordemos también que a la crisis se suma la deslegitimación de las instituciones que portaban autoridad y actuaban a modo de canales de participación y contención social. En este marco cabe señalar el papel fundamental que juegan los medios masivos en la medida en que alimentan un clima antiinstitucionalista mediante el populismo con el que juegan poniéndose muchas veces en el lugar de las víctimas de la violencia sin serlo. Concluimos entonces que la “nueva violencia” posee causas sociales y culturales y que, por tanto, la literatura ofrece idóneas posibilidades para expresar y canalizar este impulso y sus consecuencias a nivel de las discursividades.

En lo que respecta al análisis de la novela desde la perspectiva señalada, revisaré la relación que los protagonistas establecen con los ámbitos en los cuales repercute la violencia, identificando además la proyección y la forma que esta adopta en cada uno de sus despliegues. Y por otra parte, me preocuparé de analizar en qué medida la violencia radica en el espacio de la colectividad y de la individualidad, determinando los puntos de tensión que allí pudiesen expresarse.

En este punto, vale la pena hacer un alcance en torno a la vinculación entre cultura de masas y borramiento de la memoria, en cuanto esta relación no debe entenderse de manera mecánica, sino como un fenómeno posible, pero dentro del cual operan lógicas retóricas que pueden ser flexibilizadas, relaboradas y canalizadas hacia otros objetivos contrahegemónicos.

Aproximaciones al texto

En  primera instancia, y en vista que el concepto de violencia es un signo de forma y no de contenido, creo pertinente contextualizar el sentido  de violencia que en esta novela se está trabajando.  Podemos advertir entonces la manifestación de una violencia estructural en el escenario de una sociedad postraumática, que eclosiona en un nivel social y se proyecta, a mi juicio, en distintas direcciones. Antes de detenerme en cada una, quiero señalar que observo el funcionamiento de esta suerte de mecanismo devastador a partir de la relación que los sujetos protagonistas establecen con los distintos ámbitos en los cuales la violencia en cuestión estaría repercutiendo.

Nivel sujeto-ciudad

El primero de estos aspectos, y desde mi perspectiva uno de los principales en la medida en que contribuye notablemente en la conducción del relato, lo identifico a partir de la relación que los sujetos entablan con el marco de la ciudad.

En el caso de Juan, la relación con la ciudad se configura a partir de la demolición del barrio en el que ha vivido desde niño y en el cual tienen lugar los eventos traumáticos que marcan el curso de su historia. En este punto, el espacio de la ciudad es abarcador, demoledor  y, en una de sus dimensiones, actúa en contra del ejercicio de memoria que el protagonista emprende.  Su relación con el entorno está marcada, por una parte, por la amenaza, el avasallamiento y la hostilidad que el espacio urbano presenta y, por otra, por la resistencia y el arraigo a otra dimensión ruinosa y fantasmagórica de la misma urbe:

La gente se fue de aquí rápidamente como si hubiese caído una plaga de la que había que arrancar. Las cuadras quedaron desiertas. Hasta los viejos del almacén de la esquina y los italianos de la panadería se fueron. El quiosco de la plaza cerró y la misma plaza de juego ahora parece un lugar fantasma, sin niños y con los resbalines oxidados por la lluvia.

[…] A diario yo paseo por ahí y por el resto del barrio con mi perro. Caminamos por las calles vacías y contemplamos la debacle. La maleza ha crecido rápida en los antejardines, las flores se han secado. Las hojas de los árboles caen amontonándose […]A veces espío hacia adentro de las casas con la idea de que veré a alguien, de que escucharé algún sonido, una radio, una enceradora, los gritos de algún cabro chico, pero nunca pasa nada. Sólo silencio (Fernández, 2006:26-27)

Es entonces cuando interviene la significación que el sujeto realiza del espacio, dotándolo de nuevos sentidos y abriendo el espectro de la proyección de la violencia hacia otros niveles de afección:

Imagino que ocurrió una gran tragedia, una matanza, una peste negra que hizo desaparecer a la gente y dejó sólo las construcciones en pie. Los vestigios de una civilización que ya no existe, que murió. Quizá el que yo era huyó en un camión de flete, como el resto, y el que está aquí, sobreviviente de la hecatombe, mutó la piel como una culebra y quedó convertido en esto que soy. Único habitante en ocho cuadras a la redonda, viviendo en una especie de isla en la que nadie quiere estar (Fernández, 2006: 27)

En el caso de Greta, la relación con la ciudad se establece de forma distinta, sin embargo también podemos observar una propuesta de resistencia radical similar a la que plantea Juan.  El espacio de la ciudad en este caso también se presenta como devastador y omnipotente, en tanto allí muere en un accidente y sin posibilidad alguna de resguardo, la hija de Greta. Este evento define el trauma y el concepto de memoria que surge a partir de la relación que esta segunda protagonista entabla con el espacio urbano. A modo de resistencia frente a la muerte, desde el accidente, Greta deambula por la “Avenida de los repuestos” buscando las piezas que le permitan reconstruir el furgón en el cual murió la “Greta chica”. En este sentido, hay un espacio en la ciudad que le facilita la concreción de sus objetivos y de tal modo colabora con su proyecto. Así también, el Canal San Carlos, donde murió estrellada su hija, se le ofrece como una suerte de vía para  lograr el rencuentro con ella después del frustrado intento de suicidio que lleva a cabo. Esto en una primera instancia, pues luego, al igual que ocurre con Juan, se hace parte de una sumisión total en el espacio ruinoso y decadente que es el barrio donde se ubica el Liceo y la casa de este. Para ella, a diferencia de lo que ocurre con Juan, la devastación que día a día tiene lugar en el sector por el trabajo de las máquinas y la construcción de un centro comercial, no tiene la misma connotación amenazante que tiene para él, pues no se encuentra conectada con esa memoria al llegar. Más bien aparenta una continuación de su deambular en búsqueda de “repuestos” y “parches” que puedan ayudarla a seguir viviendo. De tal modo, se decide a esperar a Juan, a cuidar de su perro y mantener una especie de status quo que se prolongue hasta que él regrese y la situación se “estabilice” de algún modo. El mismo lugar funciona esta vez como un refugio y a la vez como un espacio que facilita el flujo de la memoria por medio de la activación de los recuerdos:

Algo se congela dentro de un sobre cerrado. El aire del momento, el olor de la tinta, el perfume de quien escribe. Algo queda atrapado en el papel y al liberarlo puede tomar la forma de una caricia o una bofetada. Yo sentí un temblor suave recorriéndome los brazos, el pecho y la nuca antes de enfrentarme a ese riesgo. Abrí el primer sobre con delicadeza. Saqué el papel blanco y perfectamente doblado. De golpe recordé la mano zurda de Juan, con esa pulsera de hilo rojo y negro, escribiendo sobre la hoja cuadriculada de algún cuaderno, redactando alguna frase, quizás copiando un poema malo para regalármelo después, y todo eso fue una caricia y una bofetada al mismo tiempo […]Tardé el día completo en leer carta por carta. Había recortes de diarios viejos, algunas fotos, boletos de micro, un pase escolar del año ochenta y cuatro, una revista de esas que hacíamos a mano. La Muralla, así se llamaba. Un arsenal de recuerdos añejos, recopilados con cuidado y envasados en esos sobres celestes (Fernández, 125)

De tal modo, para Greta el sitio al que ha llegado se transforma en una suerte de cápsula del tiempo, un museo en donde todo está intacto y la memoria se conserva petrificada; al igual que hizo con su casa y con la pieza de la “Greta chica” después de su muerte, decide habitar los lugares sin intervenirlos con su presencia más que lo estrictamente necesario. Así, se configura una identidad que se define a partir de la búsqueda y el deambular permanente por vestigios de la propia memoria que se actualiza, de manera incesante, en el transcurso de toda la novela.  

Tanto Juan como Greta establecen relaciones conflictivas con el espacio de la ciudad y ante esto optan por resistir en los distintos niveles de la debacle. Sin embargo, existen diferencias entre un modo y otro de sobrevivencia; es así que mientras Juan opta por un enfrentamiento radical en el cual se desenvuelve como si nada estuviese pasando alrededor y persevera en su afán por no moverse de su casa; Greta circula permanentemente buscando anclajes para su memoria y de ese modo comprender y otorgar coherencia a su relato de vida. De tal modo se revela la propuesta de una nueva cartografía de la memoria que sienta sus bases en una ciudad culturalmente discontinua, con múltiples vacíos de contenido que actúan como fachada decorativa del status quo; en este plano, la imagen de un furgón construido en torno a piezas usadas y repuestos marcados por un pasado traumático, actúa a modo de dispositivo de extrañamiento que circula removiendo los cimientos del presente y actualizando los múltiples sentidos de un pasado que se ha querido silenciar no sólo a través de la aplastante implementación del nuevo esqueleto urbano, sino también a partir de las pautas de sociabilidad que determinan los márgenes de lo que es permitido y avalado por los paradigmas imperantes.

Resulta interesante observar cómo la propuesta narrativa cruza lo meramente discursivo e instala el imaginario visual de una ciudad marcada por la muerte, la cual busca ser invisibilizada con el nuevo diseño arquitectónico, pero que sin embargo emerge en diversos elementos que se niegan a desaparecer. En términos de la construcción del relato, me gustaría destacar el tratamiento que se le da a la prensa escrita, herramienta clave  en el nuevo ordenamiento social, político y económico de la postdictadura chilena. Encontramos en este espacio nada más que el acontecer de la crónica roja que relata el origen trágico de los diversos repuestos con que Greta construye el furgón; en este sentido, destaco no sólo la figura de la reiteración en relación a la muerte, sino además la utilización de un mecanismo funcional a los discursos oficiales, que actúa en este caso contribuyendo a develar los puntos de inflexión del status quo de la ciudad. En estos resquicios trágicos encuentra Greta el fundamento de su ejercicio de memoria y los transforma en un estímulo para su proyecto de intervención urbana que es el furgón de repuestos.

Nivel sujeto-sociedad

También podemos observar la proyección de la violencia en la relación que los sujetos establecen con el espectro social, donde radica el proyecto que genera la violencia estructural. Este motivo es transversal a todos los tiempos del relato, sin embargo, se concentra con especificidad y mayor fuerza en los recuerdos del año 1985, momento de la toma del Liceo, de la fotografía que gatilla el emprendimiento de memoria y de la detención que es, a mi juicio, el fundamento clave de la memoria traumática de los protagonistas. El enfrentamiento con la estructura de poder dominante es el motor que justifica los acontecimientos que se suscitan en dicho momento:

El ministro salía en la tele diciendo que no habría más tomas de colegios, que los pingüinos se iban a quedar tranquilos, Eso nos hirvió la sangre porque no éramos pingüinos sino que estudiantes y porque no era él quien iba a decidir cuándo parábamos o cuándo nos tomábamos los colegios. El Negro escribió en esta misma revista que estoy leyendo, el número cinco de La Muralla, que cuando las cosas no funcionaban había que detenerse y arreglarlas, así es que las tomas seguirían y los secundarios pararíamos cuántas veces fuera necesario hasta que el sistema se arreglara (Fernández, 22-23)

En otro nivel, ahora en el presente de la narración, ambos sujetos se presentan como desajustados en relación a la normativa social establecida. Juan, en un ejercicio que hemos identificado como de resistencia radical, renuncia a su trabajo, no acepta la indemnización por su casa, desiste también de la terapia psicológica que le había sido indicada, fracasa en su matrimonio con Maite, etc. Por su parte, Greta transforma su vida en función de la búsqueda de repuestos para un furgón, después de la muerte de la “Greta chica” continúa habitando su propia casa, pero como lo haría una intrusa, sin mover más que los objetos que sean imperativamente necesarios, deja su trabajo en el colegio, también fracasa en su matrimonio, etc. Observamos nuevamente un desajuste o discontinuidad entre la cultura imperante y los sujetos en proceso de reconstrucción identitaria. Ambos protagonistas identifican determinados vacíos en sus respectivos trabajos de duelo y toman la decisión de relaborar sus memorias en torno a los hechos traumáticos; de tal modo, diseñan un nuevo esquema de vinculación con lo social, que confronta el relato oficial y devela sus grietas estructurales validando nuevos sentidos en la lectura de los fenómenos históricos[3].

Nivel sujeto-lazos filiales y afectivos

En este ámbito también podríamos desglosar los tipos de violencia que se presentan en los diferentes niveles de las relaciones; en primer lugar, podemos hablar de una violencia explícita, que se manifiesta en los momentos de crisis de ambos protagonistas en relación a sus respectivas parejas, mediante el trato agresivo o el no-trato en el contexto de un vínculo anteriormente fraterno y actualmente fracturado. En este plano también podríamos incluir la relación de Greta con su hija y observar cómo a partir de este lazo descuidado se desprende un sentimiento de culpabilidad que invade a la protagonista durante todo el relato. Igualmente, aquí tenemos que incluir la figura de la “traición” representada por el romance entre Maite y Max, la cual también puede ser entendida como una forma de violencia relacionada con el choque que se produce entre la normativa de la sociedad y los individuos.

Por otra parte, podemos abordar el impacto que las situaciones traumáticas que han azotado las existencias de los personajes, han tenido sobre el modo en que estos sujetos se vinculan con los demás.

La fragilidad del vínculo entre Maite y Juan, aparentemente está relacionada con el momento de crisis del protagonista y la incapacidad de su pareja de soportar las consecuencias de las decisiones que toma en este contexto. Sin embargo, ambos personajes dejan entrever que existe un motivo de desconexión aún más profundo y que tiene que ver con el hecho de que Juan se ha mantenido “anestesiado”, como él mismo señala, hasta el momento en que decide emprender su trabajo de memoria, desconocido e incomprendido por Maite.

Era de noche cuando bajó, todo sucio de polvo. Yo estaba acostada, viendo una serie del cable, me encantaba acostarme a ver tele, todavía me encanta, aunque den puras leseras, cuando Juan apareció en la pieza lleno de recortes, papeles y porquerías viejas y me dijo que no iba a tomar más sus pastillas. Desde antes que lo conociera Juan tomaba a diario unas pastillas, nada serio, creo que era ravotril o fluoxetina, no sé cual, pero en todo caso una cosa completamente normal, como tomo yo, como toma todo el mundo, pero esa noche, decidió que no las quería más. Estoy chato de estas porquerías, no puedo estar anestesiándome toda la vida, esas cagadas hacen que la gente pierda la memoria y se me olviden las cosas importantes, dijo. No me preguntes qué relación había entre el orden del entretecho y sus pastillas, pero por alguna razón bajó con esa idea fija y desde entonces no las tomó nunca más […] me chatié, me dijo, no quiero andar en ese auto nunca más, no quiero tacos, no quiero carreras, no quiero horarios, no quiero vivir pendiente del reloj todo el día, renuncio. Y así fue. Dejó la pega, se desconectó de todo y se quedó aquí fumando marihuana el día entero (Fernández, 151-152)

Por otro lado, se encuentra el vínculo entre Juan y Greta, el cual destaca por poseer una suerte de carácter fundador de la emocionalidad de ambos sujetos en la medida en que su romance juvenil transcurre en una etapa formativa y en medio de una experiencia límite. Haciendo alusión a ese recuerdo, Juan encuentra nuevas respuestas para la situación en que actualmente se encuentra:

No sé cómo no pensé en todo esto antes. Hicieron bien su pega, Greta. Nos desarmaron. Nos marearon con tanto olor a flor seca y cementerio. Nos dejaron funcionando a punta de antidepresivos, calmantes ansiolíticos y pastillas para dormir, despertar y funcionar. Nos injertaron un reloj en la muñeca y nos dejaron corriendo apurados de un lado a otro sin tener tiempo para pensar. Entre tanta carrera estúpida olvidamos lo importante y sólo ahora, que me detuve, tú y el resto de las imágenes regresan a mí, me inspiran y me vuelven el alma al cuerpo otra vez. Es como si recién me hubiera sacado esa venda sucia que me pusieron en la comisaría sobre los ojos. Lástima que ya sea tan tarde. Lástima que ya no estés y sólo tenga que conformarme con verte en la foto desteñida de un recorte de diario del año ochenta y cinco (Fernández, 127)

Como señalamos anteriormente, como un ejemplo más de la violencia latente que cruza las relaciones afectivas de los personajes, tenemos la relación de Greta con su hija. Podríamos decir que también Greta vive adormecida hasta el momento en que un nuevo acontecimiento traumático la despierta y comienza a desarrollar un sentimiento de culpabilidad que se representa en una toma de conciencia de su pasado por medio del ejercicio de memoria y el avance paulatino en el nivel y alcance de sus recuerdos. El hilo que conduce esta lectura en la novela está marcado por el cuento con que intenta hacer dormir a la “Greta chica” la noche antes del accidente y las imágenes posteriores que la hacen creer que puede ser la Greta (Gretel) chica quien busca el caminito de migas de pan o que la llama desde adentro de un espejo retrovisor de repuesto. Advertimos aquí una representación de la toma de conciencia de Greta, en cuanto finalmente es ella misma quien termina buscando(se) mediante un trabajo de memoria que la llevará a tomar la decisión de intentar suicidarse. Al igual que ocurre en el caso de Juan, existe un desdoblamiento de los personajes adultos que los hace buscarse en la imagen del joven de 15 años que es Juan y la Greta niña que se confunde con la Greta chica dentro de los espejos retrovisores. Hallamos entonces aquí un llamado de conciencia que los hace dirigir las miradas hacia el pasado:

…Quédate tranquila que aquí te va tu maldito cuento: esta era una vez un par de hermanos gritones y desordenados que sus padres abandonaron en el bosque para vivir tranquilos de una vez por todas (87)

[…] La última noche que estuve con mi hija la hice dormir con un cuento. Era esa historia del par de hermanos que se pierden en el bosque. Para no olvidar el camino a casa lanzan migas de pan a medida que caminan, pero los pájaros se las comen y los niños pierden toda orientación. Se quedan encerrados entre los árboles sin saber cómo volver a su casa, sin tener idea de cómo salir del bosque. A menudo imagino a mi hija buscando esas migas de pan. Yo misma las he buscado. He recorrido todas las calles, todas las tiendas, he golpeado todas las puertas, me he dado contra todas las paredes tratando de hallar alguna de ellas hasta que lo logré. Fue aquí afuera, al frente del Palacio del Repuesto (Fernández, 62)

La violencia en esta dimensión, entonces, estaría representada en la forma del sentimiento de culpa, pero también en la magnitud del impacto de la muerte de la niña asumida por Greta como una suerte de muerte de sí misma, que la conduce a buscarse y a poner en práctica técnicas de resistencia y sobrevivencia que justifican sus decisiones posteriores. 

Nivel reflexivo (Sujeto-“sí mismo”)

En este nivel se presenta un desajuste en la relación reflexiva del sujeto consigo mismo, en donde además interviene el cuestionamiento acerca de la locura o sensatez de los personajes y en donde una memoria perturbadora ocupa un lugar fundamental.

La tensión, a mi juicio, se produce cuando el sujeto se enfrenta al panorama histórico de sí mismo y este significa un quiebre con la presencia actual. El desajuste que se produce entre el sujeto que llamaremos “anterior” y el “actual”, existe a partir del lazo generado por una memoria que podemos definir como perturbadora en tanto sostiene este desequilibrio. El escenario es el siguiente: evocación de un pasado en el cual se produce un quiebre radical que culmina en la monotonía, el desgano, la oscuridad y los frágiles vínculos que sorprenden a los personajes en el momento de las respectivas crisis.

En este marco es que igualmente cabe el cuestionamiento acerca de la locura o sensatez de los sujetos que son poseedores de esta memoria traumática.  E. Jelin, recogiendo las reflexiones de Gillis (1994),  plantea la existencia de una estrecha relación entre memoria e identidad que en este caso nos interesa particularmente.  Para señalar esto la autora parte de la base de que

El núcleo de cualquier identidad, individual o grupal, está ligado a un sentido de permanencia (de ser uno mismo, de mismidad) a lo largo del tiempo y del espacio […] La relación [entre memoria e identidad] es de mutua constitución en la subjetividad, ya que ni las memorias ni la identidad son ‘cosas’ u objetos materiales que se encuentran o se pierden. ‘Las identidades y las memorias no son cosas sobre las que pensamos, sino cosas con las que pensamos. Como tales, no tienen existencia fuera de nuestra política, nuestras relaciones sociales, nuestras historias’  (Jelin, 2002:25)

 De este modo, tenemos que los ejes movilizadores de las acciones de nuestros protagonistas están constituidos a partir de la evocación que realizan de un pasado traumático al punto que termina desdibujándose en el presente que hoy ayuda a conformar, dejando en evidencia estas luces de posible locura, que así hemos querido llamar. La zona indeterminada que se genera a partir de este cuestionamiento acerca del grado en el que el acontecimiento traumático ha marcado al personaje, pudiendo haberlo conducido incluso a la locura, surge sobre todo a partir del relato que, en primera persona, realizan los mismos sujetos. Estamos frente a lo que Elizabeth Jelin llama memoria narrativa:

El acontecimiento rememorado o ‘memorable’ será expresado en una forma narrativa, convirtiéndose en la manera en que el sujeto construye un sentido del pasado, una memoria que se expresa en un relato comunicable, con un mínimo de coherencia […] Lo que el pasado deja son huellas […] pero, esas huellas en sí mismas no constituyen ‘memoria’ a menos que sean evocadas y ubicadas en un marco que les de sentido (Jelin, 30)

Así, podemos explicar la conducción que organiza el relato a partir de la huella que son los repuestos del furgón o  el recorte de diario que muestra una fotografía del año 1985 y que abre la novela:

Ordenando cosas viejas encontré este recorte de diario, Es del invierno del ochenta y cinco, un poco antes de que cumpliéramos quince años. Las letras del reportaje están casi borradas, pero la foto se ve bien todavía. Estamos en el techo del liceo ¿te acuerdas? […] Yo lo guardé y con el tiempo se destiñó y por poco se deshizo. Pero aquí está todavía, resistiendo. Seguro que si no lo hubiera encontrado  lo olvido todo. ¿Lo olvidaste tú?

[…]Te hecho de menos, Greta. A ti y a los demás. Seguro que si me encontrara en la calle con alguno de ustedes no me reconocerían. A veces ni yo mismo me reconozco. No sé qué tengo que ver con ese pendejo de cara cubierta que me mira desde el recorte. Obsérvale los ojos. Es el único que está viendo a la cámara. ¿Qué estaría pensando en ese momento? ¿Acaso sabría que veinte años más tarde tú y yo lo estaríamos espiando en este pedazo de papel? A ratos lo miro y creo que quiere decirme algo. No sé qué. Demasiado tiempo y tinta desteñida nos separan. Pendejo de mierda. Seguro que por su culpa te escribo esta carta que no sé a dónde te voy a mandar[4] (Fernández, 13-14)

La constitución de un relato que se articula en torno a múltiples huellas y signos evocadores, se relaciona, a mi modo de ver,  con un concepto de memoria cíclica que en definitiva es el fundamento de la posibilidad de generar un nuevo relato nacional o una nueva cartografía de la memoria chilena. En este sentido, la imagen de la pieza oscura sería la clave que nos habla de un reducto de memoria latente que emerge y amenaza con desestabilizar los cimientos del relato oficial.  La celda oscura de la comisaría podría presentarse como el inicio de una memoria cíclica que luego nada más se actualiza en diversas imágenes repetitivas como puede ser por ejemplo el kinderhaus. En el caso de Greta, también podemos identificar este retorno permanente a la “pieza oscura” que fue la celda y luego su propia vida una vez que muere su hija (pienso sobre todo en la casa oscura a la que llega el día que encuentra a Max con la niña vendedora de flores); de tal modo, el Canal San Carlos se transforma en la puerta de entrada a un subsuelo con las mismas características, así también la casa de Juan entendida como una cápsula que decae en medio de la modernización y, en particular, el cuarto oscuro desde donde escribe los mails, ofrecen el contexto que nos permite esta lectura.

Cito a continuación un fragmento clarificador:

[Greta] En esta casa el tiempo gira, las deudas penan. Los recuerdos rebotan en los muros, vuelven a entrar en uno con nuevas formas. No hay posibilidad de dejar atrás lo que nos incomoda, todo regresa entre estas cuatro paredes. Tú desapareces igual que mi Greta, igual que el Negro y la Chica, y entonces yo busco y espero, busco y espero, y en ese ritmo circular las cosas giran y la condena se vuelve cíclica  porque esta sensación ya la tuve antes en ese tiempo que ahora se me mezcla con éste, en ese tiempo que resucita para escupirme a la cara lo que no me atreví a hacer (Fernández, 171-172)

Lo colectivo y lo individual: proyecciones y expresiones de la violencia

A partir de la actitud de cada uno de los protagonistas, podemos desprender distintas formas de proyección de lo colectivo y de expresión de lo individual en la novela. En primera instancia, en la decisión conciente de los sujetos por resistir y reaccionar ante la oposición que el “afuera” impone sobre sus subjetividades, identifico un movimiento que va desde lo individual hacia lo colectivo y que, aun cuando contribuye en la elaboración de un nuevo concepto de memoria fundadora del relato nacional,  no busca transformaciones radicales a un nivel externo, sino que más bien apunta a la comprensión de ciertos fenómenos que tienen lugar a un nivel íntimo. En el caso de Greta, el ejercicio de conciencia y elaboración de la memoria es, desde mi perspectiva, muy notable, pues opta por buscar en el espacio exterior los elementos que puedan contribuir a su trabajo personal. Sin saber bien qué es lo que está buscando, se decide por involucrarse en una serie de asuntos que implican la participación de terceros y, por tanto, se desarrollan en un contexto público. De este modo, ella valida un concepto de memoria en el cual ésta estaría compuesta por múltiples fragmentos y partes pertenecientes a diversas historias particulares.

Así también, lo colectivo radica en la importancia que la ciudad tiene en la relaboración de estas memorias traumáticas. Un espacio urbano en demolición y hostil es para Juan la forma en que lo público representa un peligro y una forma de hostigamiento frente a su trabajo de memoria. Sin embargo, al mismo tiempo la colectividad se le presenta como un reservorio de la memoria que él busca articular; es decir que percibe con claridad que allí es donde debe hurgar  y es por eso precisamente que se decide a defender su espacio con tanta fuerza. En su caso entonces, podríamos hablar de una simbiosis entre el espacio público y la individualidad, que finalmente resulta en una suerte de inmolación mediante la cual Juan busca establecer un gesto de resistencia a nombre propio y de la colectividad (representada en la significación que para él adopta su barrio).  Aun así, este gesto se ve minimizado por el hermetismo y la dificultad de Juan a la hora de expresar sus búsquedas y articularlas en un modo coherente y comprensible que le permita comunicarse con los demás. Lo individual se expresa en él como un ensimismamiento, un resguardo que la memoria le permite al ofrecerle el soporte emocional que constituye el recuerdo de  los lazos íntimos fraguados en el momento del trauma.  Por su parte, como hemos visto, Greta estalla, reconstruye desde afuera, busca algo que no encuentra en sí misma.

En mi opinión, no se postula precisamente un quiebre o ruptura entre el ámbito colectivo e individual en términos de proyección de la violencia, sino que se intenta articular un modo de profundizar en el conflicto latente por medio de la actitud que hemos llamado de “resistencia”. En un nivel superficial, se instala en la ciudad la destrucción de la memoria, el olvido, lo “nuevo”; sin embargo, por debajo estalla la ruina de una colectividad que ha negado sus múltiples debacles particulares, “anestesiando” sus emociones y dejando atrás el pasado doloroso. Bien puede concentrarse esta idea en la persistencia de la palabra hecatombe en el relato: 

“Recuerdo la palabra hecatombe. No sé por qué, pero se me viene a la cabeza. En ese tiempo no sabía lo que significaba y por alguna razón hasta el día de hoy tengo memorizado lo que leí ahí. Hecatombe: Cualquier sacrificio solemne con muchas víctimas. //Matanza de personas en una batalla, asalto, etc. // Desastre con abundancia de víctimas. Después de enterarme de qué se trataba la palabra, me dio miedo y como cábala nunca la nombré. La pensaba, pero no la decía. Creo que no sirvió de mucho. Hecatombe. Hecatombe. Hecatombe” (Fernández, 20-21)

Una forma interesante en que se aborda la conflictividad existente entre el plano colectivo y el individual es por medio de la imagen de los “rituales” que los personajes, en particular Greta, levantan ante la muerte.  En los dos casos que referiré, el dolor individual comulga con el sufrimiento de los demás en base a lo inasible de la muerte y sella una significación común para todos los participantes del rito. Sin embargo, y en vista que no para todos el sentido del duelo se proyecta del mismo modo, la significación inicial se abre potenciando la aparición de nuevas interpretaciones frente a la muerte y a la relaboración del pasado. En este marco de resignificación es que encontramos en los protagonistas distintos modos de resistencia y de confrontación a los fenómenos de la historia y de la memoria.

Antes no lo habíamos notado, pero de pronto la casa estaba inundada de ella. Cada objeto cobró sentido. El rompecabezas que había dejado a medio armar en la mesa del living. Sus libros para colorear y sus lápices en el comedor. […] Cada rastro que quedó de ella lo respeté como quien venera señales sagradas. Cada cabello que descubrí, cada rayado en la pared, cada juguete desparramado por la casa, todo fue detenido en el tiempo y establecido en un nuevo orden inamovible. Fue Max el que después de unos meses, y siguiendo los consejos de la terapeuta, decidió sacar el rompecabezas inconcluso que se encontraba sobre la mesa y guardarlo en su caja. Fue entonces cuando supe que no nos quedaba mucho tiempo juntos (Fernández, 130)

[…] Recuerdo el último día de clases. Muchos jugaban en el patio a tirar bombas de agua, huevos crudos y harina. Nosotros nos fuimos al galpón de Serrano con Riquelme, Pizarro, Peña, el Ubilla grande y la Juana Ibañez. El galpón estaba oscuro. Tú encendiste unas velas y las pusiste cerca del hoyo ese que había en el centro. Todos nos acercamos. Nos sentamos alrededor mientras la Juana sacaba de su mochila la boina del Negro y tú el bolso de lana de la Chica Leo. No dijimos nada. Ningún discurso heroico o revolucionario de esos que tanto nos gustaba hacer. Nos quedamos callados. Tú tiraste al fondo del pozo el bolso de la Chica y la Juana hizo lo mismo con la boina del Negro. Permanecimos ahí mucho rato. Desde afuera llegaba el ruido de la calle, de los autos, algunas voces. Nosotros sólo fumábamos y mirábamos para abajo como despidiéndonos de algo[5] (Fernández, 157)

Como hemos visto, ambos protagonistas utilizan distintos mecanismos de resistencia frente a la amnesia que propone el colectivo; sin embargo, podríamos decir que si bien el proyecto de Greta fracasa, se anuncia al final de la novela una sentencia que nos lleva a concluir que el duelo individual y colectivo que adeuda la sociedad chilena posee una relevancia fundamental y la magnitud de su alcance es aún inconcebible. Afirmamos entonces que en esta propuesta de final, se emite un juicio histórico a nivel de la participación de la autora en el debate actual sobre el tema de la memoria histórica y la reparación en torno a las violaciones a los derechos humanos en Chile; posicionamiento que dice relación con  la posibilidad de presentar un nuevo relato nacional fundado en los discursos de la diferencia que por omisión y por parte irán articulando el contenido del imaginario país.

 

 

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BIBLIOGRAFÍA

- Álvarez, Ignacio(2009) Novela y Nación en el siglo XX chileno: ficción literaria e identidad. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.
- Anderson, Benedict (1993). Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica.
- García Canclini, Néstor (1995) Consumidores y ciudadanos: Conflictos multiculturales de la globalización. México: Grijalbo.
- Fernández, Nona (2006). Avenida 10 de Julio Huamachuco. Santiago de Chile: Uqbar.
- Jelin, Elizabeth (2002) Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo XXI.
- Mouffe, Chantal (2006) Hacia una radicalización de la democracia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
- Moulian, Tomás (1997) Chile actual: anatomía de un mito. Santiago de Chile: LOM ediciones.
- Rojo, Grínor (2000) Diez tesis sobre la crítica. Santiago de Chile: LOM ediciones.
- Rojo Grínor, Salomone, Alicia y Zapata, Claudia  (2003) Postcolonialidad y nación. Santiago de Chile: LOM ediciones.
- Rojo, Grínor  (2005) Globalización e identidades nacionales y postnacionales… ¿de qué estamos hablando? Santiago de Chile: LOM ediciones.
- Sarlo, Beatriz (2001) Tiempo presente. Notas sobre el cambio de una cultura. Buenos Aires: Siglo XXI.
- Subercaseaux, Bernardo (2002) Nación y cultura en América Latina. Diversidad cultural y globalización. Santiago de Chile: LOM ediciones.

 

NOTAS

[1] El presente artículo se enmarca en la investigación correspondiente al proyecto Fondecyt de la Universidad de Chile  N°1110886 "El tema de la violencia en la narrativa chilena de la postdictadura y su origen en el conflicto entre lo individual y lo colectivo" del investigador responsable, Cristián Montes Capó.

[2] Traducción de Ignacio Álvarez.

[3] Pongamos por ejemplo paradigmático a Grete validando la versión de la madre que tiene a su hijo desaparecido y afirma que se encuentra en el “kinderhaus”, y tomando la decisión de estrellar el furgón en el Canal San Carlos en base a ella.

[4] Las cursivas corresponden al original.

[5] Las cursivas corresponden al original.



 

 

 

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Por Milena Gallardo Villegas