Agradezco la invitación a presentar esta
obra , a lanzarla, se dice normalmente. Sí, la lanzaremos en
todas las direcciones para que la poesía recupere entre nosotros
el sitial social que un tiempo tuvo.
¿Pero -me pregunto- con qué título puedo intervenir
en este diálogo -porque de eso se trata- entre
dos escritores, dos poetas eminentes? Uno solo puedo invocar y no
es poco importante: el de lector apasionado, a veces compulsivo, incluso
de poesía y de crítica literaria.
Hoy celebramos la forma clara y contundente, categórica como
es su estilo, en que José Miguel Ibáñez
analiza y celebra a Nicanor Parra, que irrumpió en la
década de los 50 con un espíritu cargado de rebeldía,
angustia y humor negro y desenfado malicioso.
Distingue el autor en Parra la poesía de excelente calidad
de la antipoesía, que en el fondo -en sus palabras- es más
poesía, de la buena, esa que realiza perfectamente un acercamiento
en imágenes entre experiencia humana y lenguaje. Y así
de lleno entramos en la sustancia de la obra de Parra.
Según José Miguel Ibáñez, antipoemas
han existido cíclicamente en la historia, cuando se ha reaccionado
contra la rutina verbal, el engolosinamiento del lenguaje sobre sí
mismo, buscando mayor libertad expresiva, un acercamiento a la realidad
humana, aprovechando el habla común y corriente de la gente.
Se recurre entonces a la ironía intentando un enganche nuevo
entre poema y prosa.
La antipoesía tiene, pues, un sentido finamente burlesco que
se transforma en sátira o crítica social. En Parra no
se trata de una opción de banderías ideológicas
o políticas, sino de algo más profundo y esencial: es
la revelación de las paradojas de la existencia, que darán
origen después a sus artefactos. Blanco de sus dardos son el
mundo moderno, la política, la religión, la educación,
la ciencia y el propio arte. Ibáñez no titubea en admirar
ese impulso subversivo.
Incluso el propio Parra se ríe de sí mismo: "Yo
soy un tipo ridículo... / Yo pastor protestante / Yo camarón,
yo padre de familia / Yo pequeño burgués /... Yo comunista,
yo conservador / yo recopilador de santos viejos"... y en otra
parte continúa: "Ay de mí, ¡ay de mí!
Algo me dice/ que la vida no es más que una quimera / una ilusión,
un sueño sin orillas / una pequeña nube pasajera".
En otro lugar Parra afirma: "Y la poesía reside en las
cosas o es simplemente un espejismo del espíritu". Busca
Parra el acoplamiento de la vida y el arte. Se trata -según
Ibáñez- de un ideal imposible de lograr, pero estimulante.
Entonces, como todo poeta está siempre en diálogo con
los anteriores, me acordé de un pasaje muy sugerente de una
conferencia de García Lorca donde sostiene: "La poesía
es algo que anda por las calles. Que se mueve, que pasa a nuestro
lado. Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el
misterio que tienen todas las cosas. Se pasa junto a un hombre, se
mira a una mujer, se adivina la marcha oblicua de un perro, y en cada
uno de estos objetos humanos está la poesía. Por eso
yo no concibo la poesía como abstracción, sino como
cosa real existente, que ha pasado junto a mí". Parecen
ecos de nuestro antipoeta.
Pero la poesía -pese a esta búsqueda de la realidad-
es una construcción aparte y como tal distante. Según
García Lorca: "Pone ramas de zarzamora u erizos de vidrio
para que se hieran por su amor las manos que la buscan". Y a
veces la rosa encantada -según Parra- se transforma en una
flor llena de piojos, aunque se trate de versos libres, los más
artificiosos de todos según el propio Parra atribuye a Ezra
Pound.
La antipoesía de Parra enarbola como estandarte la claridad
del lenguaje: es "poesía del amanecer", como una
"cámara fotográfica que se pasea por el desierto".
Ibáñez señala en el libro otros tantos poetas
que pretenden esa misma simplicidad expresiva. El verso se despoja
de los artificios y "camina casi siempre al borde del fracaso",
pero es capaz de emprender el vuelo.
Y aquí permítanme una disgresión. Entre las
cualidades que Italo Calvino dice haber buscado en su escritura hay
dos que se relacionan con la obra de Parra. Me refiero a la exactitud
concebida como un proyecto de obra bien preciso, evocación
de imágenes visuales nítidas y un lenguaje preciso para
interpretar la imaginación. Calvino sostiene que "a veces
piensa que una epidemia pestilente ha golpeado a la humanidad en la
facultad que le es más propia, es decir en el uso de la palabra,
una peste del lenguaje que se manifiesta como pérdida de su
fuerza cognitiva y carencia de inmediatez, como automatismo que tiende
a nivelar las expresiones usando fórmulas genéricas,
anónimas y abstractas, que diluye los significados... y apaga
las chispas que nacen del choque de las palabras con las nuevas circunstancias".
Se trata de reemprender la lucha permanente del escritor con el lenguaje
tras formas expresivas precisas y sutiles.
En Parra este esfuerzo de exactitud es llevado al extremo en los
artefactos, verdaderas sentencias axiomáticas, poesía
de los grafitti, y también en sus discursos. Se afana Parra
por alcanzar la exactitud usando el lenguaje de todos los días,
la palabra adecuada, la frase justa, sin recurrir a signos cabalísticos.
La otra cualidad indicada por Calvino es la levedad de un verso que
puede volar como la luz.
Permítanme traer a colación las imágenes que
usa Calvino para graficar la ligereza de la escritura. Recurre a un
ejemplo mitológico para describir la contradictoria relación
del poeta con la realidad, donde está la poesía, pero
no como cosa sino como misterio, como posibilidad o llamado. Sostiene
el escritor italiano que a veces la realidad le parecía petrificada,
carente de sentido, como la Medusa que con su mirada todo lo inhibe
y lo cercena. El único héroe capaz de vencer a la Medusa
es Perseo, que vuela con sus sandalias aladas, y que no mira la realidad
de frente sino su reflejo en el escudo que usa, para escapar a su
maleficio y así poder cortarle la cabeza a la Gorgona. De la
sangre de la Medusa nace Pegaso, caballo alado que llegará
a la fuente donde beben las musas. Pero Perseo, que monta sobre Pegaso,
no abandona la cabeza cortada (la realidad), sino que la lleva consigo
envuelta en un saco para mostrarla a sus enemigos, tomada por sus
pelos convertidos en serpientes para que ellos huyan despavoridos.
Luego Perseo para lavarse las manos -según Ovidio en la Metamorfosis-
deja sobre las hojas la cabeza de la Medusa boca abajo, y éstas
se transforman en corales que las ninfas persiguen para usarlos como
adornos en sus alegres correrías.
Así el poeta logra desprender de la sangrante realidad la
poesía, una poesía flaca, esencial. Pero debe ser capaz
de vencer a la Gorgona para emprender el vuelo: "en el jardín
que parece un abismo / la mariposa llama la atención".
Es una clara referencia a la levedad.
Luego de estas divagaciones, volviendo al libro en comento, José
Miguel Ibáñez analiza la experiencia existencial que
está detrás de la antipoesía para descubrir el
alcance metafísico de su ironía. Se trata del absurdo
del mundo, pero en Parra la conciencia de la culpa se mezcla con una
fuerte compasión por la condición humana. Cree Ibáñez
encontrar en esa actitud un sincero sentimiento religioso, al cual
dedica un interesante capítulo, sentido de Dios que se refleja
en sarcasmos, blasfemias e imprecaciones.
Dedica un atento análisis el autor a Los sermones y prédicas
del Cristo de Elqui de 1978 y a dos importantes poemas: "Un hombre"
(1968) y "El hombre imaginario" (1985). Termina la obra
con un esbozo del contexto literario en que surgió Parra y
en un paralelo con Neruda.
Al mostrar el cuadro de relaciones literarias cruzadas donde se desarrolla
la antipoesía, omite el autor, tal vez por modestia, la influencia
que el propio Parra ha tenido en su poesía. Volviendo a leer
su monumental poema "Historia de la filosofía", no
puede pasar inadvertida esa relación. Termina con los siguientes
versos que evocan las formas parrianas:
hoy golpeamos las puertas de la Iglesia Católica
queremos nuestra casa natural
queremos emplearnos en la adoración
si no nos dejan entrar no respondemos no respondemos
en cualquier momento declaramos la tercera guerra mundial
y ahí sí que dejamos la grande pero la grande
nosotros los abismos del corazón.
Celebremos este libro, en el que, leyendo a José Miguel Ibáñez
Langlois, aprendemos a apreciar mejor el significado profundo de Nicanor
Parra.
Para que la poesía vuelva a ocupar el sitial que tuvo entre
nosotros.