Escuchar absorto al poeta, escritor y profesor Naín Nómez[1] es sencillamente recorrer el camino de la poesía y literatura latinoamericana y sus más sinuosos recovecos. Un testigo formidable y, a la vez, uno de los protagonistas de una generación que, desde las letras, vieron entrever entre versos, ensayos, novelas o cuentos, la construcción de un mundo distinto.
En palabras de Gonzalo Robles Fantini, a fin de intentar situar al profesor Nómez y su obra señala: "Si bien históricamente pertenece a la Generación del 60, el grupo dentro del cual se le cataloga marca discordancia con sus pares de promoción. Integrante de la Escuela de Santiago, que aunaba a poetas del Pedagógico reunidos en el Departamento de Castellano de esa casa de estudios, cultivaron una poesía urbana, altamente narrativa, fragmentaria y con una permanente desconfianza y tensión con el lenguaje, y que develaba la enajenación en la vida de las ciudades. De esta forma tomaban distancia de la poesía de provincia, de la corriente lárica de Jorge Teillier y de la antipoesía de Nicanor Parra"[2]. Para luego concluir de manera elocuente sobre la contundente obra del Profesor Nómez: "De su obra se ha comentado que versa sobre el exilio eterno, y no es tan alejado de la realidad, pues el mismo poeta define que este proceso nunca termina, y que además existe un fenómeno de exilio interno, que afecta a todos los ciudadanos modernos- incluso a los que nunca se han visto forzados a abandonar su patria-, que corresponde a la alienación social que vivimos, a la mutación constante de cultura y pérdida de identidad, que necesariamente se va resignificando, producto de las migraciones y hasta de la tecnología que abstrae a las personas en su mundo aislado, enajenado de la sociedad en que habitamos’’.[3]
II. Baldío: El sueño persistente de una pandemia construida en verso
En el contexto de la Feria Internacional de Libro de Santiago, Filsa, 2022, me encuentro con el profesor Nómez en el Centro Cultural Estación Mapocho. La perfecta excusa es su poemario Baldío (Palabra Editorial 2020), para poder entrevistar con Naín Nómez, a mi modesto parecer, uno de los autores e intelectuales más importantes de Chile en la actualidad, así como un maestro para generaciones de poetas y escritores como la nuestra. En definitiva, un referente imprescindible que ha influido y seguirá influenciando a los nuevos escritores que, como quien suscribe estas páginas, se acercan al fenómeno poético y narrativo, precedidos de una obra como la del profesor Nómez, la cual es, al mismo tiempo, un índice y un cánon literario en sí mismo (en la terminología de Roberto Bolaño).
Como muy certeramente escribe el crítico literario Grinor Rojo sobre este maravilloso texto: "En Baldío, Nómez apaga la luz y le cierra la puerta a la especie. Sobrecogedor en su pregunta de cierre, yo no sé de otro poeta chileno en el que la cercanía del apocalipsis se haya manifestado con este grado de ansiedad: ¿Mutaremos?"[4].
En efecto, los primeros versos de Baldío nos sitúan ante un ambiente que perfectamente se puede conectar con el inicio de la Metamorfosis de Kafka. En ellos Nómez, en un estilo envolvente nos dice:
"Cuando despertó
la pandemia todavía seguía ahí
y recordó el cuento de Monterroso
con algo de ironía con algo de pavor
Durante los días anteriores
tuvo varias pesadillas
pero ninguna comparada con ésta
Como persona letrada
rememoró La Peste de Camus
El año de la peste de Dafoe
y En las montañas de la locura
de Lovecraft en la versión
cinematográfica de Carpenter
o los films directamente virales
como Contagio de Soderbergh…’’[5].
Estos primeros versos de Naín Nómez son, a la vez, un verdadero marco conceptual de referencias, los cuales sirven como sustento para el subtexto que subyace en estos versos. Un contundente discurso tributario de Foucault, donde los conceptos del filósofo francés, bien podrían ser parte integral, cual superestructura de la cual Nómez se nutre para la conformación de esta estructura poética. Para muestra estos sorprendentes versos de Baldío que Naín Nómez nos regala:
"…fuera de la biovigilancia y el control
era solo un aviso
de lo que vendría
cuando la utopía
de la comunidad inmune
fantaseaba por el nuevo sujeto
del tecno patriarcado
se convirtiera
en el reality show más espectacular
de las últimas décadas
un desfile de fantasmas con mascarilla’’[6].
III. Entrevista a Naín Nómez: ‘’La verdad es que los traspasos de obras y autores van cambiando en el tiempo’’.
La mejor forma de poder adentrarse en los recovecos e intersecciones de un autor tan completo como es el Profesor Naín Nómez, siempre es preferible escucharlo y leerlo de su propia boca. A continuación, Naín Nómez a fondo en primera persona.
—¿Qué motiva y en qué contexto escribe Baldío? ¿Cómo fue su proceso creativo? —Resulta indudable que la pandemia nos afectó a todos de manera irreversible: el encierro, los muertos, la incertidumbre, el dolor, la anormalidad, los límites, la soledad, etc. Sobre todo, el tener que enfrentar un fenómeno nuevo que no habíamos vivido antes, especialmente en el primer momento cuando no se sabía mucho de su origen, cómo combatirla y que iba a pasar en el futuro. El encierro me dio tiempo para leer mucho sobre el tema. Empecé con el libro colectivo Sopa de Wuhan publicado en marzo del 2020, donde una serie de pensadores como Giorgio Agamben, Žižek, Nancy, Butler, Badiou y otros, escribían sobre el virus. Leí diarios, revistas, libros y escuché todo tipo de informaciones al respecto. Todo ello en muy poco tiempo. Tomé elementos de aquí y de allá e hice un compendio de citas, frases, notas y pensamientos relativos al tema, incluyendo mis propias observaciones. Seleccioné todo aquello que me pareció relevante incluir en el poema, obviamente trasvasijado en lenguaje poético. Hay materiales que dejé fuera porque no cabían, no correspondían o se salían del marco que me había propuesto desarrollar. En mayo de 2020 lo había terminado y empecé a divulgarlo por correo e internet entre los amigos. En junio de ese mismo año apareció publicado en la revista ZUR de la Universidad de Concepción, fue subido a la página deLe Monde Diplomatique, publicado parcialmente en la revista del Departamento de Lingüística y Literatura Árboles y Rizomas, en castellano, inglés y portugués y en los Anales de la Universidad de Chile y en la revista LAR del fallecido Omar Lara. El crítico francés Alain Sicard lo tradujo al francés y lo publicó en la revista Europe y el profesor canadiense Keith Ellis al inglés para publicarlo en la revista BIM de Barbados. Actualmente se encuentra en preparación una edición en la revista Global Literature Today en China junto a un estudio sobre el libro del profesor Ellis. A ello habría que agregar algunos estudios publicados en revistas académicas o virtuales como las reseñas de Grínor Rojo y Julián Gutiérrez entre otras.
—¿Cuáles son las influencias literarias o autores que han sido relevantes en su construcción como autor? —Creo que cuando era niño, leí mucho a Neruda, me sabía poemas de memoria y era mi poeta preferido. También algo de Huidobro, algo de Pablo de Rokha, algo de Humberto Díaz-Casanueva y los poetas de la segunda vanguardia: Rosamel del Valle, Omar Cáceres, La Mandrágora. También poetas más directos, como José Martí, Carlos Pezoa Véliz, Diego Dublé Urrutia, todas lecturas de segunda mano aprendidas en el colegio de memoria o a través de antologías. Probablemente mis primeras lecturas fueron muy precarias, aunque fui el mejor lector que tenía la biblioteca de mi colegio. Empecé a escribir como a los 11 o 12 años, creo que poemas de amor a alguna niña que me gustaba en el colegio del lado. A los 13 o 14, publiqué mi primer poema en el diario La Mañana en un homenaje al aniversario de mi segundo colegio, el Superior de Comercio de Talca, fue un poema dedicado a un río en la cordillera, el Armerillo. Luego pertenecí a un grupo literario que se armó en la ciudad y publiqué varios poemas más en el periódico mencionado bajo la mirada crítica del director del mismo. A esa altura (15 o 16 años) leía todo lo que caía en mis manos, siempre dentro de la provincia: narrativa, teatro, poesía, daba lo mismo. Mucho libro de aventuras: Salgari, Julio Verne, Karl May, Jean Ray, Sabatini; policiales: Simenon. Leblanc, Conan Doyle, Stanley Gadner, Wallace; ciencia ficción y terror: Lovecraf, Poe, Asimov, Bradbury, etc. etc.
Ahora, con el tiempo derivé a la lectura de otros poetas, narradores, dramaturgos. Ya en la universidad, mientras estudiábamos, formamos el grupo de la Escuela de Santiago en los sesenta con poetas de Filosofía y Castellano (Jorge Etcheverry, Erik Martínez, Julio Piñones y yo) y nuestros y nuestras próceres eran otros: Ezra Pound, P. S. Eliot, Walt Whitman, Saint John Perse, Samuel Beckett, Witold Gombrowicz, Cardenal, Mistral, Violeta Parra, la poesía indoamericana primigenia, los poetas Beatniks (Ferlingheti, Corso, Ginsberg), entre muchos otros. Por mi cuenta, me interesaba Omar Kheyyan, Gibrán Jalil Gibrán, el tango, la canción popular, Paul Eluard, Henry Michaux, algo de Bretón, Pierre Enmanuel, Gonzalo Rojas y Enrique Lihn. Como se ve, una lista bastante machista. En esos años conocí a la poeta Irma Astorga y a través de su amistad empecé a leer más poesía de mujeres, especialmente de los años cincuenta (Stella Díaz, Carmen Ábalos, Eliana Navarro, Cecilia Casanova, Sara Vial), aunque también conocí la poesía anterior de Winétt de Rokha y la de mi coetánea Cecilia Vicuña. Antecedentes de todo esto hay en el número 33-38 de la revista Orfeo de 1968, donde aparece una antología de la poesía chilena, que muestra nuestras preferencias juveniles y que fue atacada por moros y cristianos. En contraste con la mayor parte de nuestra generación, nosotros éramos poetas urbanos, latinoamericanistas y estéticamente vanguardistas. Criticábamos la poesía de los lares en ese tiempo en boga, así como la antipoesía.
En la actualidad, los traspasos literarios se han multiplicado hacia poetas de Chile, Latinoamérica y el mundo. Puedo citar, aunque sea de pasada a Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Juan Gelman, Enrique Molina, Alejandra Pizarnik y Olga Orozco de Argentina; Efraín Huerta, Octavio Paz, José Emilio Pacheco y Coral Bracho en México; Idea Vilariño en Uruguay; César Vallejo, Carlos Germán Belli, Blanca Varela y Antonio Cisneros en Perú; Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Luis Rogelio Nogueras en Cuba; Vicente Gerbasi y Eugenio Montejo en Venezuela; Álvaro Mutis en Colombia. Las canadienses Margaret Atwood y Gwendolyn Mac Ewen además de Michael Ondatjee; el alemán Hans Magnus Enzerberger; el polaco Czeslaw Milosz, en fin, son tantos que en este momento esta lista se haría tediosa.
—Cuál es su opinión sobre el actual panorama de la poesía chilena. —Desde sus inicios, que puede focalizarse en los primeros años del siglo XX, la poesía chilena moderna y contemporánea, no ha dejado de crecer en términos cuantitativos y cualitativos. En una historia de la poesía chilena no pueden dejar de considerarse cuatro momentos fundamentales.
I.-La poesía chilena moderna aparece con retraso con respecto al resto de América Latina, pero ello contribuye a su fortalecimiento, porque en su matriz original cuya base es el Modernismo (el primer movimiento propiamente latinoamericano), hay componentes culturales heterogéneos que le dan un carácter especial: naturalismo, nacionalismo, cultura popular, intimismo, romanticismo tardío, nativismo, americanismo, simbolismo, protesta social. De ahí que a partir de 1900 en la poesía aparezcan poetas tan disímiles como los modernistas Luis Rocuant o Manuel Magallanes Moure, los naturalistas como Diego Dublé Urrutia y Antonio Bórquez Solar, la protesta social de Víctor Domingo Silva, el intimismo esteticista de Pedro Prado, la poesía popular de Juan Rafael Allende o Carlos Pezoa Véliz, etc. Esta heterogeneidad crea una amplitud estética que dispara las líneas poéticas hacia escrituras diversas que permanecerán en la tradición poética hasta hoy.
II.-El segundo momento corresponde a las vanguardias literarias que en Chile tiene en un primer momento al menos cuatro poetas relevantes: Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha. Sin dejar de lado los poetas de la segunda vanguardia que también serán autores destacados como Humberto Díaz-Casanueva, Rosamel del Valle, Winétt de Rokha, Olga Acevedo, Gustavo Ossorio, Omar Cáceres, los vanguardistas de Valparaíso, el grupo La Mandrágora y otros. Esto ocurre entre 1916 y 1930 aproximadamente.
III.-El tercer momento se desarrolla en los años cincuenta del siglo XX con lo que se podría denominar las neovanguardias, a las cuales pertenecen especialmente Nicanor Parra y Gonzalo Rojas, pero que cuenta con voces tan ilustres como Jorge Teillier, Enrique Lihn, Miguel Arteche, Stella Díaz Varín. Armando Uribe, Efraín Barquero, Delia Domínguez, Irma Astorga y Alfonso Alcalde, entre muchos más.
IV.-El cuarto momento anuncia la salida de la dictadura instaurada en 1973 y se desarrolla a partir de 1982 aproximadamente, aunque tiene antecedentes en las publicaciones de Juan Luis Martínez en 1977 y de Raúl Zurita en 1979. Es una especie de neo-neovanguardia o una poesía de postdictadura que trae nuevas claves, estilos, temáticas y escrituras a la larga tradición de la poesía anterior. Además, por primera vez se presenta un colectivo de poetas mujeres cuyas estrategias textuales son personales y no están específicamente marcadas por la tradición anterior. Paralelamente se establece una tradición de poesía nueva en el sur del país signada por el entorno y temáticas propias. Es a partir de este momento que podríamos hablar de la poesía actual.
Estas nuevas matrices estéticas que se generan hace ya más de 30 años, tienen una enorme influencia en la poesía que conocemos hoy día. A diferencia del conformismo que se generó en el campo político y económico durante el proceso postdictatorial, la literatura y especialmente la poesía ha venido conformando un vasto tejido de escrituras diversas y heterogéneas difíciles de clasificar, pero que en su mosaico incluyen trabajos críticos frente al proceso del “tecno-neo-liberalismo”. Desde mi punto de vista, podemos hablar de 3 grandes momentos que se desarrollan entre los años 1983/84 hasta nuestros días.
El primer momento iría que va de 1983/84 hasta 1994/95, se caracteriza por la aparición de poetas que muestran la representación del sujeto marginal de la ciudad neoliberal. A la poesía de la tradición de los años cincuenta y sesenta del siglo XX, se agregan los poetas que se inician en los setenta (además de Martínez y Zurita, podemos citar a Cociña, Lira, Cameron, Gonzalo Muñoz, Diego Maqueira) y en los ochenta (Llanos, España, Torres Ulloa, Serrano, Leonora Vicuña, Memet, Redolés, Polhammer, etc.). Un lugar preponderante lo ocupa la poesía de mujeres (Marina Arrate, Carmen Berenguer, Eugenia Brito, Elvira Hernández, Rosabetty Muñoz, Soledad Fariña, Paz Molina, Teresa Calderón, Verónica Zondek, por ejemplo). También los poetas que escriben desde el sur del país como Clemente Riedemann, Sergio Mansilla, Juan Pablo Riveros, Sonia Caicheo, Elicura Chihuailaf, Nelson Torres, Carlos Trujillo, Cristián Formoso, Tulio Mendoza, Carlos Decap, entre otros. Los poemarios fluctúan entre la tradición y la reescritura, la instalación residual de la clausura y nuevas rupturas que se focalizan en lo pluritemático y lo pluriformal. Hacia la frontera con el segundo periodo (1994), prima la presentación de un mundo desencantado, donde el énfasis está puesto en la espe(cta)cularización de la nueva sociedad, por medio de la cultura de la imagen, la transnacionalización de las hablas y un sujeto que se vuelve hacia la interioridad. Hay una marcada diferencia entre los que comienzan a publicar en los setenta, los ochenta y los noventa. Hacia el fin de este momento aparecen las voces de Malú Urriola, Nadia Prado, Lionel Lienlaf, David Preiss, Alejandra del Río, Germán Carrasco, Rafael Rubio, Damsi Figueroa, Javier Bello, Armando Roa Vial y Luis Ernesto Cárcamo, entre otros y otras.
En el segundo momento que iría entre 1994/95 hasta 2004/2005, la poesía se desarrolla en un ámbito cada vez más desencantado, con imaginarios que evocan una ciudad fantasmal y fuertes críticas al sistema neoliberal. Los textos se sitúan en lugares vacíos o en el espacio del simulacro. Hay coincidencias en señalar que los y las poetas buscan un camino de autoafirmación predominando el énfasis en las formas discursivas. Se releva la metapoesía y el soporte simbólico de la escritura, lo que se manifiesta en la parodia, la ironía, el pastiche y el testimonio de un sujeto que ve la caída de sí mismo. Son identidades líquidas y fragmentadas que buscan asideros locales o globales como parte de un imaginario que se articula con la crítica de la promoción anterior, pero con una búsqueda distinta, cuyo foco es la reescritura de la tradición que incluye el “memorial de la historia”. Muchos poetas que se iniciaron antes, adquieren su madurez en este momento. Aparecen otros poetas, entre ellos una cohorte de autores de origen mapuche, entre los cuales pueden mencionarse a Jaime Huenún, Bernardo Colipán, Adriana Paredes Pinda, Graciela Huinao, Juan Paulo Huirimilla, Roxana Miranda, o César Millahueique.
Un tercer momento se desarrolla más o menos a partir de 2004/2005 y dura hasta aproximadamente los años 2015/2016. Los poetas que se inician en el periodo son los que el poeta Felipe Ruiz llama “los novísimos” y Héctor Hernández evoca con el símbolo del “Halo”. Es el momento que representa el “fin de la fiesta según el título de un libro de Pablo Paredes o los “restos de (la) fiesta” de acuerdo con Luis Ernesto Cárcamo. Se plantea el surgimiento de identidades híbridas o desterritorializadas y de sujetos que se desplazan por lugares vacíos. Se escribe desde la recuperación del barrio, de la población, de los espacios periféricos, donde asoma la cultura del desecho, de la ruina, de los basurales que son los residuos materiales de la sociedad tecno-neoliberal, que divide físicamente los territorios de lo alto y lo bajo. La ciudad pasa a ser un lugar de tránsito entre un sector y otro y que se habita de un modo fantasmal. Los poetas representan el modelo como una distopía, un sistema del que son expulsados hasta sus bordes. Al mismo tiempo, se rompen los binarismos de género diseminando el deseo erótico y sexual como algo ambiguo que se difumina en los espacios y los movimientos. Los textos son excesivos y los autores no se repliegan en la escritura como los poetas de los noventa. Sigue habiendo metaliteratura, ironía, sarcasmo, parodia o la sensación de despertar de una pesadilla colectiva. Pero entre las nuevas estrategias textuales está la ampliación del placer, el uso de los nuevos lenguajes tecnológicos, los códigos de la tribu global y especialmente los “chiles” invisibilizados, como una fiesta alternativa a la propuesta oficial. Las ampliaciones del registro poético se extienden hacia la poesía visual y la poesía sonora, que ya había tenido antecedentes en la tradición poética desde las vanguardias. Podemos mencionar entre muchos y muchas otras a Kurt Kolch, Mario Gubbins, Jaime Pinos, Gladys González, David Bustos, Juan Cristóbal Romero, Diego Ramírez, Leónidas Rubio y nuevos poetas de origen mapuche como César Cabello, Ivonne Coñuecar, David Añiñir o Daniela Catrileo.
Este panorama no agota la variedad y heterogeneidad de la poesía chilena actual, que debe también considerar a los poetas de promociones anteriores que sigue escribiendo y publicando desde los años sesenta hasta ahora.
—¿Cuál cree que es el rol que en el actual contexto político y cultural deben desempeñar los artistas e intelectuales? —Debo confesar que no creo en un rol mesiánico de los escritores desde su escritura. Ya en los años sesenta del siglo pasado, nuestro grupo estaba absolutamente comprometido con los cambios sociales y políticos, íbamos a leer a las poblaciones marginales de Santiago junto al Quilapayún y el Inti Illimani y hacíamos protestas en las calles criticando el alza de la locomoción o las desigualdades económicas. Pero lo que se escribe debe ser revolucionario o innovador desde la relación que el escritor tiene con la tradición literaria y cultural del país, de América Latina o de otros continentes. Los cambios de la realidad no se hacen desde la escritura. Se hacen con la participación personal o colectiva en cada coyuntura de la historia que se vive. Se puede escribir sobre la desigualdad social, la represión, las transformaciones políticas o las vidas marginales, pero siempre teniendo como primera prioridad el carácter estético de la escritura. Lo que se dice es importante, pero más aún es el cómo se dice. La literatura no cambia la realidad, pero la reflexión que genera, la imaginación que desarrolla, el sentido que cobran las cosas del mundo en la representación literaria ayudan a ampliar la conciencia, a mostrar otros mundos posibles, a ejercer una crítica profunda sobre la realidad que vivimos. Y ello se hace no con el lenguaje del panfleto, del llamado a la acción o del pasquín revolucionario. Se hace invitando a pensar, a imaginar, a darle sentido a la vida, a mostrar las carencias de nuestra sociedad, a reflexionar sobre nosotros mismos y nuestro comportamiento con los demás. La poesía realiza la tarea inversa de lo que hace el celular y los medios virtuales, que nos alienan y nos convierten en zombies ajenos a la realidad. La poesía, a través de la imagen y la metáfora, nos hace enfrentarnos con nuestra intimidad, con nuestra soledad, con nuestras carencias y las del mundo que nos rodea. Ahí está la tarea fundamental del escritor, del artista, del intelectual. Para poder resistir las tentaciones de un mundo cada vez más individualista y tecnologizado y por lo tanto, cada vez más ajeno, requerimos un pegamento cultural que nos devuelva la comunidad perdida y la solidaridad con los otros seres humanos que nos rodean: eso solo puede entregarlo el arte, la literatura, la poesía. Disculpa que ejemplifique con algunos de mis libros de poesía. Historias del reino vigilado (1981) es una antología de textos de 16 años, pero en buena parte se trata de poemas que aluden a la situación política en Chile antes y después del Golpe. También incluye los primeros poemas del exilio. En ese sentido, es un libro político, pero también un libro de la memoria, de los afectos, de las diferencias territoriales, de las decepciones y los sufrimientos, de la amistad y los desencuentros. Todo ello con un lenguaje que quiere ser personal y cuyo desarrollo puede seguirse en la antología. Países como puentes levadizos (1986), es un poemario sobre el exilio, pero también sobre la situación del desarraigo humano y del no saber en qué territorio se está, si aquí o allí. Movimiento de las salamandras (1999), el cual obtuvo el Premio Nacional del Libro y la Lectura, insiste en la situación del desarraigado, pero ahora desde una perspectiva universal y donde el sujeto individual da cuenta de sus dolores, sus angustias, sus felicidades, sus amores y sus solidaridades. Exilios de medusa (2015), cuenta a través del mito de Medusa la historia marginal de las mujeres, pero también es un libro complejo que tiene varias dimensiones y lecturas. Por último, sabemos que Baldío (2020), es una crítica al neoliberalismo y las secuelas de la globalización tecnológica y cultural. Son algunos de mis poemarios más importantes. En gran medida, los problemas que tenemos hoy en nuestra sociedad no se neutralizan con más dinero, policías, medidas punitivas, orden, zanahorias o garrote. La comunidad perdida solo se recupera si nos damos cuenta que somos seres humanos, que debemos apoyarnos unos a otros, que debemos luchar por los mismos derechos, que requerimos más comprensión sobre el mundo en que vivimos y que somos capaces de proyectarnos en un futuro común. Para eso sirve el arte, la literatura, la poesía. No cambia el mundo, pero ayuda a entenderlo, a recuperarlo, a criticarlo y a transformar las distopías del presente en las posibles utopías del futuro.
Sólo un escorzo final. Cómo ya señalé, en general la literatura y la poesía no cambian la praxis ni la vida concreta del ser humano, aunque contribuyen a mostrar su complejidad, sus posibilidades de existencia, su riqueza cultural, y los caminos de la historia individual y colectiva; las relaciones de amor, odio, soledad y solidaridad que forman nuestra relación con la vida y la muerte, con la desesperación, el dolor, el placer y la alegría. El arte, la poesía, expanden nuestra conciencia y nos hace ser parte de una comunidad imaginada, tal vez utópica y que representa la posibilidad de sublimar la degradación que nos amenaza permanentemente en nuestra vida cotidiana personal y colectiva. Solo a veces, logra el arte tocar directamente la realidad injusta o dolorosa y efectivamente cambiarla o transformarla a través de la denuncia (como ocurrió con el caso Dreyfus y Emilio Zolá en Francia en el siglo 19), pero no es lo usual. Esa función del intelectual que tiene que ver con el proceso de la modernidad y la institucionalidad del campo literario como diría Bourdieu, hoy día está llegando a su fin y el intelectual cada vez pesa menos en los asuntos de Estado. Aunque es verdad que su influencia simbólica aún existe, se trata de un peso meramente simbólico que en la materialidad del día a día pasa casi desapercibida. El artista, el escritor, el poeta es como decía Camus, la figura simbólica de Sísifo, que sube la montaña con un enorme peñasco a cuestas y que al llegar a la cumbre vuelve a caer, proceso que se repite una y otra vez: tarea casi inútil pero que nos habla de búsqueda la trascendencia humana.
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Notas
[1] NAÍN NÓMEZ (Chile, 1942) es profesor de Filosofía de la Universidad de Chile, Master of Arts de Carleton University y Ph. D. en la Universidad de Toronto, Canadá. Ha sido profesor en la Universidad de Chile, en la Universidad Técnica del Estado, en Queen’s University de Canadá, California State University en Long Beach en Estados Unidos, la Universidad de California en Irvine, Estados Unidos y la Université de Poitiers en Francia. Actualmente, es Profesor Titular y Académico de Excelencia en la Universidad de Santiago (Chile). Ha participado en el consejo editorial de diversas revistas tales como Orfeo, Laru Studies, Nomadías, Rocinante, El Espíritu del Valle, Revista de Literatura Chilena, Lingüística y Literatura y Revista del Pacífico entre otras. Entre sus publicaciones poéticas se cuentan Historias del reino vigilado/Stories of a Guarded Kingdom. Edición bilingüe. 1981; Países como puentes levadizos. 1986; Burning Bridges. Canadá, 1987; Movimiento de las salamandras, 1999; Ejercicios poéticos para cocinar, 2012; Exilios de medusa, 2015, entre otros poemarios. Entre sus libros de crítica se destacan Pablo de Rokha. Una escritura en movimiento, 1988; Pablo de Rokha. El Amigo Piedra, 1990. Pablo de Rokha. Historia, utopía y producción literaria, 1991. Pablo de Rokha y Pablo Neruda. La escritura total. Con Manuel Jofré, 1992. Poesía chilena contemporánea. Breve antología crítica, 1992, 1998. Antología crítica de la poesía chilena: Tomo I (1996), Tomo II (2000), Tomo III (2002), Tomo IV (2006). Ha publicado varias antologías de poetas chilenos y más de 100 artículos de su especialidad. En la actualidad, prepara los tomos V y VI de la Antología Crítica de Poesía. [2] Ver https://urbesalvaje.wordpress.com/2015/01/09/nain-nomez/ [3] Idem op.cit [4] Extracto contratapa del libro Baldío de Naín Nómez (Palabra Editorial 2020) [5] Nómez, Naín, ‘’Baldío’’ página 9 [6] Ídem op.cit páginas 10 y 11.
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"Baldío":
La perfecta excusa para homenajear a un imprescindible.
Entrevista a Naín Nómez
Por Rony Núñez Mesquida
Escritor y Columnista Le Monde Diplomatique Chile