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El País de Mentira: Una Inestabilidad Honesta
A Partir de © Copyright (1) de Nadia Prado

Por Gabriel Nicolás Larenas Rosa
gblnicolas@gmail.com



Que hay un yo que se traiciona. Que hay un yo que se miente porque se reconoce por fuera. Sí. A veces. En los apartes de la felicidad escenificada en los cuales la multiplicad del yo se revela frente al uno estable y vulnerable; la adicción de Alicia (otra vez), “aficionada a imaginar que era dos personas al mismo tiempo”(2). Porque es difícil mantener real la tajante entre acción y confesión, sea secreta o pública. El ser en contraste al intento de querer ser en la observación (el desdoblamiento) de uno para verificarse a si mismo como una copia correcta en donde “las imágenes habladas cuentan por sí mismas lo que son el interior” (84). Me encuentro frente a un texto que equipara los movimientos del cuerpo con las escenas de la calle, la luz y la sombra. Me lleva a una palabra incrustada, un ácido que todavía no se desvanece en mi lengua: padecer, en relación a la vulnerabilidad del tener que pronunciar un eco. Un texto que padece las ficciones del yo y la multitud al asistir a un país de mentira construido por las múltiples palabras de los múltiples habladores; el desmenuzamiento del rol, útil, metafórico, perverso, del engaño hablado por un yo que, pese a ser un articulado mentiroso, es una variante real de quien se expresa. Una voz de Nadia Prado se entrecruza: “escribo los objetos en la ingenuidad  del lápiz que cree que atrapa la realidad, pero lo que existe es lo que creo que existe, más allá, a lo lejos destellos que engañan”(68). La ingenuidad, entonces, no está en la palabrera, está en los objetos. Son ellos los que cargan la respiración con significados del presente.

© Copyright de Nadia Prado se adelanta, en el pasado, a las rasgaduras del impacto de las campañas identitarias producidas por este bizarro y asfixiante monumento titulado Bicentenario. Bizarro, en el sentido de que cuando el coloso nacionalismo aparece, nadie ha notado su ausencia, quizás, porque el nacionalismo con todas sus reglas se ha camuflado en el diario quehacer “un antepasado furisoso que ahora se ha vuelto amable […] Mi deseo, febril y estúpido, se vuelve simulacro cuando comprendo que soy utensilio, herramienta de costumbre que se fabrica y se destruye…”(84). El texto revela su reclamo, a veces impaciente, otras desbaratado, por la necesidad de confesar, en dicho terreno identitario, la ambigüedad y la renuncia del ser; una necesidad escrita fidedigna y sensible. El cuerpo reacciona con cierta furia e ironía, sin ganas de respaldarse de la investigación inteligente, la actitud o el fundamento de la seriedad contemporánea. El texto va de la voz íntima o quizás la voz única seleccionada a la tierra, del nombre del aparataje cotidiano al nombre continental; “la provincia, una larga lengua que no logra encontrar las preguntas con sus respuestas” (92). Cuestiona la con-fabulación lingüística de la inscripción a partir de las variables de tierra: cuerpo, razón, habitación, con las de aire: sentimiento, inspiración, fonema. Pienso en la palabra del sitio, América, la repetición diaria, el atardecer, la sola palabra imagen o territorio… “con cuántas palabras se puede escribir, con cuántas palabras podría hablar sin desalojar tanta indecisión, tanta posibilidad de imagen que mis ojos de color indefinido acogen”(34).

Podría decir que © Copyright es una explosión honesta a la capacidad vertiginosa de definir un algo ya dado con palabras, pero de sentir enmudecida. Explota en la duda de si las acciones sentimentales tienen o no relación alguna con las palabras emitidas, silenciadas y finalmente las que generan una ejecución, esta sea factual o enunciativa. Es por esto que me ciño a la honestidad sensible como una característica particular del texto poético; se  devela constantemente la sospecha hacia las palabras, ya no en el giro lingüístico intelectual, pero en la relación de la mente articuladora con sus múltiples partes, buscando así aquello dicho en las imágenes inestables, el recuerdo embrujado, el reflejo como una sugerencia material que la voz se confirma: “yo no he visto las palabras al cerrar y abrir los ojos”(34).

Golpeando la puerta del siglo XXI, la escritora responde, quizás, evidenciando en un diálogo persecutor interno, a la concentración de textos de ímpetu publicitario del nuevo Yo-Histórico-Chileno de nuevo siglo. Pero ¿qué es del habitante si el país es de mentira? ¿qué es del sedentario sentado en un espejismo que le construyeron a raíz de intereses invisibles en el fervor, intereses que no eran suyos? ¿cómo padece el cuerpo tanta ambigüedad nacional? ¿o será que no existe? Desde el interior, se gestan preguntas para un diálogo que tu y yo sabemos no terminará, o quizás se acorrale también en las cajas del olvido, del silencio. Olvido yo que estoy siendo ahora entre la verdad y el engaño. La voz me recuerda “lo que escucho en el silencio es que estoy aquí” (74). Olvido que jamás no podré ser yo, en la desnudez de la cultura y que con todos los artilugios humanoides de ésta, yo jamás podré ser yo, pues alguien me dirá quien soy desde su íntimo espionaje. A no ser de que a toda mi devastadora decepción y a la extremidad de mi goce le ponga un sello, un sello culturalmente reconocible, que sirva como puerta de entrada o escape a la globalización, al copyright, es decir, la normativa del derecho de enunciarse pero con un orden. Orden que equivale para mi hoy, una serie de posibles mentiras de bajo goce, pues el sello se marca entre líneas de tiempo estimulando una estructuración, un arreglo, de eventos en dimensiones paralelas, en las cuales una verdad a partir e una mentira, genera y codifica cuerpos a partir de esa verdad, ya que sí, “en realidad, están hablando las estrellas,”pero vistas por “un ojo seco casi inerte” (32). Aquí no hay ceguera, hay un extraño ablandecer de las agudezas de la visión. La imagen que regresa tiene mayor claridad simbólica que aquellas que chocan con la retina. Produce la incerteza permeable hacia todo lo decodificado por la razón. La voz ya no es animista, al contrario, es carnalista, ya que todo sentido, por el cuerpo, ha sido desviado, arrebatado, ya todo tiene carne, todo sangra, inclusive las estrellas y el agua después de un bala. Son esas mismas imágenes las que proponen una búsqueda de las narrativas borradas de la historia, sea, nuevamente, de la historia de la multitud o de la historia de los secretos, por lo cual se ha de estimular una ceguera para evadir anestesias, quebrar la carne resistente, sobreviviente, y volver a construir firmezas visuales y lingüísticas, ya que desbaratar es parte del proceso, no el fin. 

Las palabras entonces (3) son una señal que el habla no sólo constata y contradice el olvido para la emergencia del fenómeno; es también una repercusión carnal, corporal, en crisis, suicida y traumática, real como la inexistencia orgánica del territorio bautizado (distante de lo genérico, de aquello que se constata); engañoso como admitir que las palabras no influyen en una ficción no revelada, pero cotidiana, ya que “juntar cosas es como juntar palabras, por eso cuando amanezco muda soy un cadáver en un país de mentira” (32). Es una ficción del yo que canta hasta morir. “La ficción es un destino colectivo o la saciedad personal”(8). De ahí, del comprenderse un habitante de mentira, un narrador, para entrar a la multitud del País de Mentira, emerge la soledad existencial acostrada a nuestro cuerpo domestico; una soledad por causa del olvido, sí, por buscar recuerdos en el cuerpo lírico del otro y no aceptar que muchas veces nos forzamos a oposiciones equivocadas, recuerdos no comprometidos a nuestras horas de atención. La honestidad a partir de tal engaño yace también en admitir que “si recuerdo, quiero olvidar lo que recordé, pero recuerdo tanto que ya no quedan espacios en mi cabeza” (24), es decir, tomar la crisis de un cuerpo saturado como el desorden compositivo que permita, como un órgano, hacer fluir todo aquello que nos obliguen o elijamos digerir para crear liberaciones próximas, para que así no requiramos más de las promesas de la posterioridad. 


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NOTAS

(1) Prado, Nadia. © Copyright. Santiago: LOM, 2003.

(2) Carroll, Lewis. Alicia en el País de las Maravillas. Barcelona: Edicomunicaciones, 1999., p. 23

(3) Pensando particularmente en este texto con discusiones que emergen desde J.L Austin en “Cómo hacer cosas con palabras” (1962).




 

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