Premio Juan Rulfo de Literatura 1991, Nicanor
Parra es un artista popular en una doble acepción de la palabra:
por sus versos coloquiales, con temas y tonos de la poesía
oral de Chile, y por su poco común éxito de público.
Quizá el título más reconocido de Parra sea Poemas
y antipoemas (1954). Este Perfil es también un recorrido literario
por las atmósferas y las canciones del Chile profundo.
"No se diga que Rulfo escribe en prosa", sostiene
Nicanor Parra en verso libre. Hizo esta afirmación en su Discurso
de Guadalajara, después de haber obtenido el Premio Juan Rulfo
de 1991. Nicanor Parra es un gran poeta, un poeta excepcional, y es,
además de eso, un caso literario interesante, paradójico:
un creador literario entre dos mundos, entre dos
tiempos, entre dos o más de dos estilos, incluso entre la prosa
(siempre que sea como la de Rulfo) y el verso. Tengo el hábito
antiguo de releer a Nicanor Parra más que a muchos otros. En
todos sus textos, en sus poemas de juventud, en sus antipoemas de
la edad madura, en sus artefactos, apostillas, guatapiques de años
recientes (el guatapique de mi infancia, probablemente olvidado, es
una pequeña cápsula explosiva que sorprende, pero que
no alcanza a herir), la escritura de Nicanor es sintética,
sorpresiva, altamente coloquial, siempre cargada de ideas, de propuestas,
de afirmaciones semiserias y provocativas. Releer a este autor, por
consiguiente, es un buen ejercicio intelectual, una práctica
saludable y que me permito aconsejar a todo el mundo, a la gente de
esta orilla y a la de la otra. "La novela no-ve-la realidad/
Salvo que sea Rulfo quien la escriba", continúa Parra
en su Discurso de Guadalajara. Como se puede observar, el discurso
mencionado es un arte poética que toma como pretexto a Juan
Rulfo y su Pedro Páramo. En alguna medida, toda la obra
de Parra es una reflexión sobre la poesía, contra la
poesía "poética", en el peor sentido de este
último término, y contra la novela o la prosa "prosaica",
esto es, la que nunca escribió ni quiso escribir Juan Rulfo.
El resumen de la doctrina se encuentra en otros dos versos: "Rulfo
nos da una imagen de México/ Los demás se reducen a
describir el país..."
Me propongo abandonar aquí al Rulfo de Parra y pasar al Nicanor
de mi experiencia personal, de mis encuentros y ocasionales desencuentros,
de mis lecturas reiteradas a lo largo de casi medio siglo. Parra es
enormemente popular en algunos lugares del mundo y curiosamente desconocido
en otros. Es poco académico en el sentido más auténtico
de la expresión y tiene, a pesar de sus conexiones evidentes
con la tradición del idioma, un lugar aparte, marginal, de
francotirador. Si pensáramos en la prosa latinoamericana, habría
que compararlo, más que con Juan Rulfo, con Macedonio Fernández
o Felisberto Hernández, el autor uruguayo de Las hortensias
y de otras historias insólitas. Es difícil, por otro
lado, encontrarle parentescos en la literatura española moderna.
A primera vista, tiene pocos puntos de contacto, con excepción
del tono de García Lorca vagamente perceptible en poemas de
juventud: "A recorrer me dediqué esta tarde/ las solitarias
calles de mi aldea..." Una reflexión más atenta,
sin embargo, me hace pensar en dos escrituras también, como
la suya, excéntricas, aunque ya consagradas hace rato por la
crítica oficial: las greguerías de Ramón Gómez
de la Serna y el Juan de Mairena de Antonio Machado. De hecho,
junto a muchos latinoamericanos y a autores como Stendhal, Adorno,
Gombrowicz, Rimbaud, los únicos españoles citados en
el Discurso de Guadalajara son Antonio Machado y Cervantes: "Qué
es Pedro Páramo?/ Qué es El llano en llamas?/
Unas pocas palabras verdaderas!" No sé si Parra comprendería
la referencia a Gómez de la Serna, pero Machado y Cervantes,
claro está, no son poco. Y me parece que encajan muy bien con
la concepción parriana de la modernidad en literatura.
La poesía de Nicanor Parra viene de dos vertientes muy diferentes,
muy distanciadas entre ellas. Arranca de grandes momentos de la poesía
culta, desde los poetas metafísicos ingleses, los malditos
franceses, los modernistas latinoamericanos, con Rubén Darío
y también con Ramón López Velarde, pero encuentra
a mitad de camino, en años ya maduros, la inspiración
popular, sobre todo en la poesía gauchesca y en el Martín
Fierro de José Hernández. La revelación del
Martín Fierro lleva a Parra a encontrarse con el Chile
campesino, provinciano, profundo de su infancia y adolescencia. Creo
ahora que fue un descubrimiento común hecho con Violeta Parra,
su hermana de la sangre y del alma. En alguna medida, fui un testigo
de ese proceso. Violeta había comenzado como cantante popular,
en el sentido más bien comercial del término, hasta
que decidió buscar en el campo, entre viejos cantores y cantoras,
las raíces de lo que se llamaba por tierras de Chillán
adentro, hacia la cordillera, canciones a lo humano y a lo divino,
profanas y religiosas. Así encontró formas musicales
originales, que después llegaron a todas partes, en esta búsqueda
de un pasado remoto, de una especie de Edad Media que todavía
persistía en el sur de Chile. La llegada de Nicanor al Martín
Fierro y a la poesía popular fue paralela, producto de
la cercanía y del constante intercambio de impresiones con
sus hermanos Violeta y Roberto. Me acuerdo de largas sesiones en la
casa de Nicanor, a comienzos de la década del cincuenta, en
las que un anciano cantor popular interpretaba en su guitarrón,
con el estímulo de un vaso de vino pipeño, versos a
lo humano sobre el banquete del Rey Nabucodonosor. Era el tema medieval
de la danza y la abundancia inagotables, el de Jauja, el de la Ciudad
de los Césares en la imaginación colonial chilena. Poemas
populares como "La cueca larga", que rompieron con la línea
de vanguardia que llevaba la poesía de Nicanor hasta esa etapa,
derivaron en parte de aquellas sesiones, de aquella atmósfera.
El descubrimiento o redescubrimiento tardío, a comienzos de
los noventa, de la obra de Juan Rulfo no es ajeno a todo esto. Tiene
un sentido enteramente coherente. Parra vio en Rulfo un contacto con
el mundo campesino e indígena, con la tradición oral,
con la tierra, con sus mitos y sus apariciones. En uno de los fragmentos
en verso del discurso que ya he citado varias veces dice: "El
error consistió/ En creer que la tierra era nuestra/ Cuando
la verdad de las cosas/ Es que nosotros/ somos/ de/ la/ tierra/ No
sé/ El respetable público dirá." Ese "respetable
público" circense, propio del lenguaje criollo, reducido
a menudo a "el respetable", es un detalle que define bien
la poesía de Parra, que se sitúa siempre entre lo coloquial
extremo y el terreno de las ideas, de las abstracciones, de las provocaciones
intelectuales.
Nicanor Parra es de Chillán adentro, de las tierras donde Violeta,
su hermana, encontró los cantares a lo humano y a lo divino,
donde se inspiró él para escribir "La cueca larga"
("Soy de Niblinto/ donde los huasos mascan/ el vino tinto...").
Es un huaso chillanejo que estudió matemáticas en la
Universidad de Chile, en Santiago, y que después partió
a Inglaterra a perfeccionarse en matemáticas superiores. Llegó
a ser profesor de física matemática y director de la
Escuela de Ingeniería de la Universidad. He visto a salas atestadas
de públicos juveniles, en los Estados Unidos, en Santiago de
Chile, en Concepción, pendientes de las palabras, de las comas,
hasta de los silencios de Nicanor. En la época de la dictadura,
en una plaza pública, anunció que iba a leer un soneto
censurado. Guardó silencio durante el tiempo aproximado de
la lectura de catorce sílabas, impertérrito, y recibió
una ovación que recuerdo todavía. Me dije para mis adentros
que era, además de poeta y de matemático, un actor de
primera línea. Su poesía recoge mucho del surrealismo
y de su humor negro, pero asimila en un momento decisivo, maduro,
la inspiración popular. No sólo la poesía gauchesca
y el Martín Fierro, como ya dije, sino también
los versos de Domingo Zárate Vega, quien recitaba su poesía
a gritos, dando saltos, en los barrios periféricos de Santiago,
sobre todo en el sector de la Quinta Normal, y se presentaba como
"el Cristo de Elqui".
A fines de la década del sesenta, Nicanor solía visitar
La Habana como invitado oficial. En aquellos mismos años cometió
la imprudencia de aceptar una invitación a tomar té
de la señora del presidente Nixon. Ahora me cuenta que se encontraba
en la Casa Blanca, en medio de una visita turística guiada
por un profesor de literatura, y que Pat Nixon apareció al
final de una galería, le hizo un guiño y lo invitó
a tomar unas galletas de almendras y unos pastelillos de hojaldre.
Todo es posible. El caso es que fue desinvitado de Cuba para siempre
y crucificado en efigie por los jóvenes universitarios del
Chile de vísperas de Allende. Alguien lo vio en un patio de
la facultad universitaria donde enseñaba las teorías
de Newton, sentado en una silla de palo, frente a una mesa donde había
un cartel escrito a mano que decía: "Doy explicaciones".
No sé si alguien, alguno de los jóvenes vociferantes
de aquella época, quiso escucharlas. Eran tiempos difíciles,
como decía nuestro amigo fallecido Heberto Padilla. No sé
si peores. En ningún caso mejores. Deberíamos escuchar
ahora, de todos modos, las explicaciones prometidas por Nicanor, en
broma y en serio, en verso y en prosa.