El antipoeta no toma ninguna
decisión sin una filosofía que la sustente, es decir,
sin haber leído y reflexionado sobre el tema. Así es
como el "Código de Manú" lo encaminó
hacia su actual condición de anacoreta. Hamlet también
tuvo algo que decir en eso.
Mejor no creer en los presagios. Ni en los buenos ni en los malos.
Ignorar las nubes que un poco más allá de Melipilla
cubren por completo el día soleado, así como al gato
que se cuela entre nosotros y pisa por primera vez la casa del antipoeta.
Mejor ser realistas y actuar en consecuencia. "Si quiere la invito
a comer humitas, pero no se haga ilusiones, no
doy entrevistas". El gato motiva las primeras reflexiones de
Parra acerca del misterio insondable de estos animales que incluso
se han infiltrado en sus poemas. Tres "artefactos" nuevos
- uno de ellos más bien remozado- , más otros tantos
que cubren sus muebles, hablan del ingenio incesante de este hombre
nacido en San Fabián de Alico en 1914 y protagonista de una
de las más importantes renovaciones de la poesía chilena
del siglo veinte.
Por todas partes, libros con improvisados marcadores revelan sus
lecturas periódicas y variadas. Entre ellos conviven en perfecta
armonía Neruda, la Mistral y el propio Parra, con sus últimas
traducciones al griego, al checo, al búlgaro y al sueco. Un
poco más allá permanece abierto un grueso volumen de
Kafka, en contrapunto con Once minutos de Paulo Coelho. Y encima,
títulos recientes, como la reedición de El Paseo Ahumada,
de Enrique Lihn y Los poemas del otro, de Juan Luis Martínez,
ambos de la Universidad Diego Portales, donde lo han nombrado profesor
honorario. "Así que estoy de vuelta", dice, aludiendo
a su abrupta salida de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas
de la Universidad de Chile - después de cincuenta años-
. En plenos noventa, las autoridades no estaban para bromas. Él,
como otros profesores, debía llenar un formulario con los datos
de su proyecto de investigación. En el ítem duración,
Parra escribió: "indefinido". "Lo consideraron
un chiste de mal gusto, y me echaron".
A estas alturas, ya estamos instalados en el living, con el mar al
frente, todo envuelto en una especie de niebla, y las tazas de té
equilibrándose entre los libros.
Está solo en Las Cruces. Y está bien. Pasa el día
leyendo, releyendo y recuperando historias, cuentos de otros, como
los de su gran amigo, el filósofo Jorge Millas (quien formó
junto a él y a Carlos Pedraza el mítico grupo del Internado
Barros Arana).
También lee diarios, revistas, y muestra sin falsa modestia
las declaraciones de Harold Bloom, que son para envanecer a cualquiera:
"A mi juicio - señala el crítico- , los tres grandes
poetas chilenos son Nicanor Parra, Pablo Neruda y Gabriela Mistral".
Y eso no es todo: "(Parra) es, incuestionablemente, uno de los
mejores poetas de Occidente". Y las palabras de Ricardo Piglia:
"Lo considero el mayor poeta de la lengua después de Vallejo.
(...) Siempre he querido escribir como Parra, con esa lucidez, esa
claridad y esa ironía".
Hay tanto tema, y él se niega a la entrevista: "Después
van a decir el viejo Parra se dedicó a informarnos sobre sus
éxitos".
Con humor, Nicanor Parra recuerda lo que otros han hablado de él:
"Cuando estudiaba en Chillán, estaba en un lugar x, invisible
para dos de mis compañeros que conversaban entre ellos, y uno
le dijo al otro: Inteligente Parra, ¿ah? Y el otro le contestó:
Memorión querrai decir, huevón".
Años más tarde, el diálogo fue entre escritores.
Se lo contó Jorge Edwards: "En ese tiempo yo vivía
en Isla Negra, arriba, en los bosques, no estaba en la primera fila.
Pablito estaba en la primera fila. Entonces Jorge me dijo, Nicanor,
acabo de hablar con el poeta, le hice la siguiente pregunta: Inteligente
Parra, ¿ah? Y sabes lo que me contestó: Sí, pero
se le nota. A continuación, Jorge me preguntó a mí:
inteligente Neruda, ¿ah? Y yo le contesté, sí,
pero no se le nota". De más está decir cuánta
atención pone él a los chistes.
Lo cierto es que esa relación tuvo los altibajos propios de
dos grandes egos. El mismo Parra recuerda haber oído a Matilde
Urrutia comentarle a Neruda: "hasta que consiguieron separarlos".
Según él, una entrevista que Antonio Skarmeta le hizo
a Neruda para la revista Ercilla en los sesenta contribuyó
a crear esa distancia. Ante una pregunta sobre los otros "monstruos"
de la poesía chilena, Neruda respondió algo así
como: "mis compañeros son los poetas franceses".
De los chilenos, y particularmente de Parra, no dijo nada.
La identidad es
una cruz
Mucho antes, el antipoeta había quedado en deuda con el autor
de las Residencias. Fue a principios de los cincuenta. Se encontraba
en Chile un poeta venezolano y Neruda quiso pasar unos días
con él y otros escritores amigos en Isla Negra. Al llegar,
Nicanor se dio cuenta de que no tenía su maletín, donde
llevaba los manuscritos de Poemas y antipoemas. El pensó
devolverse, ir a un restorán en Melipilla, donde seguramente
lo había olvidado. Pero Neruda le dijo que no fuera a ninguna
parte: hay una sola persona que puede recuperar ese maletín.
Yo. "Y lo recuperó, vía PC, ¡gracias a los
compañeros!"
En la noche, y frente a todos, Neruda dijo ¡Acto de magia!,
sacándolo de debajo del poncho. Todavía se sorprende
Nicanor de haber recuperado ese maletín que cualquiera se podría
haber llevado, porque era de cuero. Claro, seguramente habrían
botado los papeles que tenía adentro... Cosas de la poesía,
la gestión de Neruda salvó la obra fundamental de Nicanor
Parra.
Con la misma pasión, Parra puede pasar de los recuerdos a
la física cuántica y desde ahí a Shakespeare,
sin poner siquiera un punto aparte:
"En materia de estudios científicos fui un fundamentalista,
interesado en los fundamentos, desde dónde se hablaba, con
qué derecho, y entonces necesariamente tenía que desembocar
en la filosofía. Muy rápido llegué al principio
de relatividad, que dice más o menos lo siguiente: que no hay
observadores privilegiados. El mundo se presenta para todos en los
mismos términos. Las consecuencias políticas de esa
afirmación son tremendas". Y también para la poesía:
"El poeta es como un hombre del montón y tiene que escribir
entonces para todos, sin pensar que hay lectores privilegiados. Ése
es el paso".
Y es el paso que, precisamente Parra dio con la antipoesía.
"El poeta tradicional recurre al lenguaje privilegiado, el lenguaje
poético que llamaban. En esa trampa cayó incluso el
propio Heidegger. En la antipoesía, lo que cuenta es el habla
común, que es el lenguaje en que todos nos expresamos, el habla,
los giros idiomáticos. Y las metáforas pasan a pérdida".
Y si de habla común se trata, ¿cuáles son las
posibilidades de la traducción? Parra es categórico:
"La poesía no se puede traducir. Ésa es la respuesta.
Shakespeare, que ya estaba en una poesía del habla, no se puede
traducir al castellano". Lo que hay que hacer entonces es reescribirlo.
"Esa es una tarea pendiente: reescribir el Hamlet en idioma español
actual". Tarea en la que él ya ha avanzado algo. Acaba
de volver, por ejemplo sobre la reescritura de una frase que en su
versión dice Escribir bien es propio de gente ruin".
El sólo propone la frase: "No, yo no opino; yo no tengo
punto de vista". Y las razones también las descubre en
Hamlet: "Eagleton (Terry) dice que la gracia de Hamlet es que
es un "hueco vacío", que él no tiene identidad.
Aspirar a una identidad es la tontería más grande, a
pesar de que a nosotros nos decían lo contrario en la universidad.
Y todo el mundo defiende su identidad".
Leyendo sobre esta materia, Parra hizo el siguiente artefacto: Ahí
va Nuestro Señor Jesucristo con su identidad a cuestas, "porque
la identidad es una cruz, y hay que liberarse de esa cruz. Hamlet
es el modelo a seguir. Y él no puede tener opiniones. Graciosamente,
uno de los consejos de Polonio a Laertes es escúchalos a todos,
pero que el tono de tu voz lo conozcan solamente algunos y que nadie
sepa lo que tú piensas; déjalos a ellos explayarse.
Es muy inglés. Deja que los demás hablen, tú
mantente en tus cuarteles de invierno".
Consejos que él ha llevado a la práctica absoluta,
aislándose en Las Cruces:
"Yo me vine para acá a partir de una filosofía
mucho más extremista todavía, porque Hamlet seguía
en el mundo. Es que me llamó la atención un aforismo
de Nietzsche que dice "Matrimonio entre los veinte y los treinta,
útil y necesario; entre los treinta y los cuarenta, puede que
útil, pero no necesariamente necesario, y después de
los cuarenta, a menudo pernicioso, acarrea la decadencia espiritual
del hombre". Y yo agregué una frasesita: cosa que no toleran
las mujeres. Y a continuación, Nietzsche dice: esto lo aprendí
de la gente que más sabe sobre el mundo, que son los hindúes,
saben más que los chinos y que los hebreos".
No lo pensó dos veces y se fue de cabeza a leer el Código
de Manú, el libro de los antiguos maestros hindúes,
que encontró en su propia biblioteca.
"Las edades del hombre superior o sacerdote brahmán son
cuatro: primero, novicio o lector de las Sagradas Escrituras; segundo,
galán o fundador de familia; tercero, anacoreta; cuarto, asceta
o mariposa resplandesciente... La etapa del anacoreta comienza cuando
nace el primer nieto". Es el momento en que el hombre superior
o sacerdote brahmán tiene que renunciar al mundo. "Y eso
significa, primero, renunciar a la mujer; segundo, a la familia; tercero,
a los bie-nes materiales, y cuarto, a la fama. Y se va solo al bosque,
¡y desnudo! Tiene que irse desnudo al bosque en pos de brahma
o alma universal de la que fuimos mutilados contra la voluntad divina
por unos demonios disfrazados de dioses".
Renuncié a la mujer, renuncié al mundo...
De vuelta del bosque y ya recuperada el alma universal, el hombre
superior alcanza la categoría suprema, la del asceta. El que
se queda "pegado" en algunas de estas etapas es castigado:
"El castigo consiste en que cuando muera volverá a renacer,
y bajo una forma inferior... Y el que sí cumple, ése
será premiado, y el premio consiste en que no volverá
a renacer nunca más, porque existir es la mayor de las humillaciones.
¡Chupalla! Esos son los hin-dúes. Yo leí el Código
de Manú y me vine para acá. Renuncié a la mujer,
renuncié al mundo, renuncié a los bienes materiales...,
no tanto tampoco, porque esta es una casa con vista al mar y vale
sus buenos dólares, pero es una transacción".
En la particularidad de su bosque, Nicanor Parra confirma que en
julio aparecerá el primer volumen de sus Obras completas en
Galaxia Gutenberg, preparadas por Ignacio Echeverría y con
prólogo de Ricardo Piglia. Sin embargo, comenta: "Cuentan
poco esas cosas... Lo que cuenta para mí es mirar este panorama,
el paisaje, ver que pasa una gaviota. Eso tiene sentido. Y las colinas,
y la neblina. Y las palmeras, a pesar de que son burguesas, pero según
el principio de complementariedad, también son cartas del naipe".
Menos entonces piensa en escribir sus memorias: "No, no está
en el personaje". Aunque sus razones son también prácticas:
"Ayer fui a San Antonio y compré Once minutos, de Coelho,
por curiosidad, porque en El Mercurio vi que era el más vendido
del año. Quería saber por qué se vende este libro.
He leído unos dos o tres capítulos... y sigo sin saber
por qué la gente lo lee. Él cree que se puede construir
una frase que funciona y que a continuación puede escribir
otra que también funciona y así sucesivamente. No, lo
que me pasa a mí es que muy de tarde en tarde puedo encontrar
una frase que se sostiene por sí sola, pero no puedo escribir
otra a continuación".
Las lecturas de Parra parecen no tener límite y es así
como la mentada búsqueda de la fama entre los poetas la relaciona
con algunas palabras de Francis Fukuyama en El fin de la historia
o el último hombre. "Él dice que lo que hace marchar
al mundo, no es la economía, no es el estómago, ni el
bajo vientre, según Freud, sino que es otra cosa: es la voluntad
de poder, el afán de reconocimiento. Nosotros, lo que más
queremos es que nos reconozcan, que el interlocutor se forme una buena
idea de nosotros. Y esa es la búsqueda de la fama".
Y va más allá: "Habría que liberarse de
la voluntad de poder, tal vez eso lo hizo Hamlet. Si es hueco vacío
significa que él ya no está en la competencia. Pero
el común de los mortales, nosotros, qué hacemos. Yo
no me puedo defender del afán de ser el mejor. Y si no me reconocen,
me da rabia y poco menos que me pongo a llorar. Pedirle a uno que
se despoje de eso a lo mejor es pedirle demasiado. Pero yo admito
que es una tontería. Es caer en una trampa, esperar que la
Revista de Libros lo ponga a uno en la portada y en lo posible a los
demás les haga chinas (carcajadas)... Y quedar como el único.
No basta con ser Top Ten. No, no, no. Top One o nada. Me imagino que
ustedes conocen a muchos literatos que están en esa línea...
Y es un espanto. Por eso, una de las fórmulas que tengo para
salir de eso es No a las entrevistas, no a la vida literaria, y estoy
mejor solo, mirando el paisaje o la nada del paisaje; en este momento
no pasa nada, no hay ni viento... Yo dije que no iba a decir nada
y no he hecho otra cosa que hablar".
PARRA Y EL SURREALISMO
O cuando los poetas se encontraban en la calle
Jorge Cáceres era, en opinión de Parra, el mejor de
los surrealistas chilenos. "Era un príncipe. Si ha habido
un Hamlet alguna vez, ése fue él. Lo descubrió
Luis Oyarzún, cuando los dos estaban en el Barros Arana".
Pero Braulio Arenas, "que era el administrador del grupo Mandrágora"
supo que Oyarzún y Cáceres eran los más talentosos
y consideró que había que salvarlos de estos "viejos"
("los poetas del Internado, nos llamaban en aquella época;
pero no llegamos nunca a formar un grupo como el surrealismo o como
los huidobrianos").
"¡Y dejaron de saludarnos! - recuerda Nicanor- . Lucho
se quedó entre dos aguas y Cáceres se plegó absolutamente
al surrealismo. El surrealismo ya se había impuesto y para
ellos nosotros éramos unos pobres guitarreros".
Quince años después se produjo el reencuentro. Fue
en un café de la calle Mosqueto donde había una exposición
de los artistas visuales denominados septembristas. En la puerta,
la exposición era anunciada con un afiche de Roberto Matta
donde aparecía una mujer desnuda acompañada de la leyenda
Se ruega tocar. "Tal vez de ahí saqué la idea de
los artefactos visuales", reflexiona Parra.
Cáceres se le acercó y le dijo: "Nicanor, usted
ha hecho lo que nosotros no pudimos y queríamos hacer".
Se refería a los antipoemas. Y agregó: "Artaud
estaría encantado".
"Teófilo (Cid) también me dio luz verde".
En cambio Braulio Arenas nunca lo hizo. Al punto de que un día
se lo encontró en la calle, caminando desde la plaza a la Alameda,
y Parra, que le había regalado Poemas y antipoemas, pensó
"va a tener que decirme algo". Pero Arenas trató
de eludirlo, "y yo me puse frente a él". Finalmente,
le lanzó su juicio: "tú eres algo así como
un buen poeta mexicano".
A pesar de eso, a veces iban juntos al cine, del cual Braulio Arenas
era un fanático. Pero su juicio no cambió. Lo último
que dijo de la antipoesía fue que "eso es salir a cazar
moscas con bombas atómicas". Todo un artefacto.
Otro que le mezquinó la aprobación y que lo eludía
fue Eduardo Anguita, que según las bromas de la época
formaba un grupo integrado por una sola persona: él. "Una
vez nos encontramos frente a Nascimento, cuando no estaba en la calle
de la plaza, sino como dos cuadras hacia la cordillera; lo vi mirando
una vitrina, y dije ya, le llegó a Anguita porque ahora lo
voy a pillar y voy a establecer un contacto con él. Me acerqué
y me puse a mirar la vitrina también. Me miró, y me
dijo ¿para dónde va usted, señor? Yo le contesté
voy en esta dirección. Él respondió Yo voy en
la contraria. Y se fue".
Años después, poco antes de morir, Anguita celebró
la obra parriana. "Y eso sí que es difícil de conseguir
- asegura Nicanor- . Porque posiblemente él sea el poeta más
riguroso que ha producido este país. Yo lo leo y digo cómo
es posible que no se diga que esto es lo máximo de la poesía
chilena. Pero eso también me pasa con Lihn".