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Nadia Prado
Lom Ediciones, 2003
"Yo toco un agua silenciosa"
Gabriela Mistral
BOCADOS
Furia y aire, agua y risa, detrás de todo,
como todos los días, estoy hablando solitaria.
Las palabras me recogen con una cuerda que ata mi cuello
y me hacen caminar, y luego dicen que yo dije viaje.
El olvido es despreciable
aterrorizante cuando me pregunto interminablemente ayer
¿qué hice?
Una sola sombra,
una sola duda como ave de rapiña
rapta mis anteriores destellos de imagen,
quedo doliente y adobada a la inanición
que las manos sienten
cuando el pensamiento me traiciona
como un ave que me roba el alimento
que debía comer en una isla,
donde nada más puedo ingerir,
donde si grito nadie vendría,
es el terror de la memoria,
del pasajero mudo que se vuelve el cerebro,
callado, sin mover los ojos
increíblemente grandes
así veo mi imagen
estoy débil
algo más débil
mi cuerpo yace
pero parece tan grande,
porque me obliga a divagar
divagar mientras afuera todos hacen ruido,
aquí dentro conmigo
puedo recordar.
Es un día normal,
sólo que yazgo
Es un día común,
sólo que veo
pienso
En un día de sol,
sólo que lluevo
oscuro
Es un día de frío,
sólo que ardo
quieto
Es un día indefenso,
sólo que he matado,
débil
Es un día común,
sólo que mi cuerpo y yo nos amamos
es un día de amor
estoy sola conmigo
pienso atrapada en esta mano que rota hostigosamente.
Arrodillada, de espalda, de bruces.
Imágenes del aburrimiento.
A ratos alguien viene,
no le dejo entrar,
si entra me mata,
si entra no le hablo más a mí.
Un gran lago son las palabras todas juntas,
a la orilla la memoria que merodea el antes,
del otro lado veo borrosa una rama que se mece tan incierta como
yo.
La ciudad grita de horror, mientras tanto,
cierro los ojos y simulo no temer a nada.
Me robas las imágenes que no alcanzo a ver si existen o se
ausentaron,
pero yo, es cierto, no sé quién soy.
Me arrullo en el canto de las letras que imagino,
en lo alto las estrellas pasan las noches,
el lago detiene su paso hacia el fondo,
pero yo no tengo que mirar desde esta distancia,
es verdad, si miro hacia arriba están quietas,
pero abajo se mueven como si el lago las meciera.
La naturaleza grita en su fragilidad,
cuando el lago cambia las estrellas por cientos de cuerpos agónicos,
boca arriba la noche,
boca abajo se comían las estrellas antes del fin.
Yo de este lado,
pequeña e ignorante,
veía que las estrellas salían de sus ojos y volvían
al cielo,
brillaban como si estuvieran diciendo algo,
como bocas que se abren y cierran,
como si hablaran,
como si gritaran,
como si la lengua titilara de espasmo y dolor.
A lo largo de los años, dejé de creer que las estrellas
son sólo belleza.
Si les doy un tiro apuesto a que sangran y dicen
un aullido que también el lago conoce.
Cuántas cosas podría decir el paisaje,
si lo camino hablas,
si caigo en él y mi oreja queda durmiendo cara a cara en
la tierra
puedo oír que alguien ríe,
y luego un llanto que traspasa como un rayo que va a dar al cielo,
el cielo se une con el aire,
se une con la tierra,
se une con lo que ella guarda.
El disparo dio en el cuerpo y perforó el agua,
allá abajo todavía se escucha
el fondo de un corazón que no quiso hundirse.
La contienda del yo, que rociado de su yo vuelve vacío
a construir una pequeña casa donde vivía anónimamente
para hacer sus únicas y silenciosas palabras.
En el bar los parroquianos me llaman para que haga un divertimento
y recite algunas cosas. Los dueños del local se acercan para
tomarse fotos conmigo, con aquella ficción se regocija mi
corazón latino. Alguien me invita uno, dos, varios whiskys,
pienso recordando a mi madre: soy famosa. Mientras saco las venas
con las que antes escribía y la cabeza rota como si fuese
una cuenca que da vueltas en la yema de mi dedo, mi brazo sangra
como hace diez años, cuando nací sencillamente vestida
y entera de llagas adentro delirando por alguien que me amaba, pero
rezó para odiarme. Mis uñas arañan la tierra,
soy un muerto enterrado vivo, mi mano quiere esconderse, pero el
cuerpo resucita. Sacudo los ojos y se me caen como si fuesen polvo,
escriben como mi vena cadáver escribe, ciega y muda, atenta
a lo que dice cuando de un solo chasquido de víbora se encona
con el viento. No comprendo cuando hay que callar, cierro los ojos
en silencio.
Mi sombra libra batalla por los espacios. Vaciada en las manos
vulnerables de una imagen que se parece a alguien como yo.
En el mar se perdió el papel que lancé. No sé
si el mar se acaba.
En el mar se perdió una parte de la foto.
En la montaña se perdió un trozo de la foto.
Eso no aparece en los carteles electrónicos. Tal vez era
un making off,
pero yo lo vi tan real que me confundí. Ha de ser una confusión.
Eran mis ojos o sólo eran mis ojos satisfaciéndose
con mirar.
Después de la satisfacción de mirar me voy a dormir.
La ficción es un destino colectivo o la saciedad personal.
Cuando lo que se dice no tiene peso porque la boca se abrió
y salió el odio, el odio antes que el placer. El odio antes
que el placer es mi perturbador deseo de aniquilar a otros para
existir más.
La boca se abrió y salió la luz que me alumbraba pisando
bellas hojas y bellos pétalos. Allí convertidas en
polvo yo lucía mejor.
El carnaval se abrió con las páginas enteras de los
diarios que hablaban de mí, de mí así de mí
asá, pero yo seguía a borbotones diciendo el odio
que tenía por todas esas palabras que no dije.
Letras que se conformaban para saciar mi luz, mi luz era mi voz,
mi luz era mi imagen, mi luz era yo convertida en estampita que
hoy compran con devoción.
Me fui a ser rebelde a holygud, la ironía es un producto,
mantequilla que se derrite apenas la digo, mantequilla que se parte
en dos, que dura mientras el sol aparece. Como dura poco mucho me
dan.
Un objeto para la devoción desarrollada, un objeto latinoamericano
como un fruto jugoso que cambió su acidez por un poco de
aspartamo. Un poema como oferta y demanda, un poema canto presidencial,
un poema alegoría de un lejano y angosto país.
Me revuelco en todos, muerdo la mano que me dio de comer y digo
que pasé hambre. Fui rebelde cuando me escondí de
la dictadura golpeando con botellas de vino a las muchachas que
no querían besarme. Las hojas caen.
Soy bueno para la economía de mi país, subo un 3,5
y salgo 5 veces en el diario al mes, una vez en televisión
y otras tantas protestando para convertirme en mito.
Mi boca voraz dice, mi boca voraz recibe y dice, come, escupe, picotea
la realidad antes que ni siquiera logre darme cuenta. Mi boca. Mi
pobre boca que no dice lo que quiere, lo que puede no quiere decir.
Lo que dice no quiere, lo que puede no quiere.
Mi boca ignorante y su mezquino real. Un personaje caligrafiado
que se pierde y encuentra en su voracidad, cuando habla, cuando
calla, cuando miente, cuando mata. Habla, calla, miente, mata; se
perdona y se regocija.
Estos ojitos pobres y esta boca que maldecía nunca se alimentaron
solos.
Mis ojos disueltos miraban, yo les decía, con lo que quedaba
de ellos cerrados y en silencio, quién era yo. Me arrastraban
día a día, como un par de ojos con un par de pies.
Con lo que decía desde mí, decía que era nada,
nada posible, nada imposible, sólo un trazo que yo misma
dibujé para amar, y que semejante a mí, que decía
mí. La costra ahora es cáscara que me cubre por completo.
Los ojos son ambiciosos, atrapan vanas imágenes. La dicha
es como estocada, duele al entrar y al salir.
Enterada de aquella totalidad e imperfecta golpeo las letras en
el abecedario. Como un pétalo, un cuchillo, como un laberinto
que mis dedos recorren, como el desierto, como la nieve.
Los granizos de imágenes rompen mi cabeza.
Todavía algo azota en mí. No sé si se golpean
las palabras entre ellas o en mi contra. Como pétalos que
deshace mi mano, destructora y generosa, abierta y cerrada, tijereteo
la historia, aminorada y sobreviviente, intento horas certeras sobre
el terruño que se adiestra.
Vivo, como si nada, más, bebo aire, respiro agua, precipitándome
errada a gastar mi existencia, que aunque se proteja del placer
eufórica dice lo que ve como si fuera a quedar ciega, como
si la cobardía de extender su insignificante vida le diera
felicidad.
Como si yo misma fuese tiempo en el girar de la cabeza, nunca deja
de sospechar de aquellos que someten su pobre vida.
Tu cara se repite y yo la veo como quiero. Se repite entre millones
de cosas que he visto tan solo una vez, pero millares de veces las
he visto como imagen que se arraiga en mi recuerdo, aunque a veces
se apague, perdido y sacrificado, humillado y roto, aunque el orgullo
sólo sea posible en aquellos en que la humillación
nunca pudo lograr éxito.
El verano es un agujero que sangra y deja anegada a la tierra, el
invierno es el cielo que llora, o la sangre del universo estrellado,
el sol y la luna son el alma y el cuerpo del cielo, o el ojo y el
corazón del universo, porque ojo es frío y tenso y
el corazón ardiente y voluptuoso.
Desde la montaña miro la doméstica naturaleza, arriba
el silencio y la indiferencia del viento que viaja y ríe
de nuestras patas ancladas a la estabilidad de la ciudad que sucumbe.
Pájaros con su pasión hacen arder al infierno, vuelan
haciendo hendiduras con los sonidos que indagan dónde caer
eligiendo a menudo estos labios con los que les hablo a mis manos
de ti, una carta que ellos recitan y que vuela para encontrarse
con quien la espera. Mi alma despegada varios metros atrás
arroja un pétalo a cada ojo, para borrar las manchas del
flagelado y grotesco acontecer de los días masivos y mansos.
Desde lo alto tomo mi cráneo y lo arrojo al sumiso suelo
de la ciudad, quedan esparcidos conceptos y rayas que algunos leen,
entienden y borran. Otros vocablos he dejado flotando, esos que
no han sido ultimados por la precariedad del entendimiento común
son los que saltan al vacío, en el renejo de la austeridad
de aquellos que piensan en grandes edificios y cifras, porque esas
frases eyectadas al infinito van a recorrer la totalidad del espacio
y del tiempo, para decirte que el hematoma de ignorancia y precariedad
que inunda las ciudades se borrará si buscas en ese vacío,
en ese lugar imposible que todavía nadie ha situado, imágenes
nunca vistas, una fatiga que se encolerizará cuando tomes
lo que corresponde, sin la muchedumbre resignada.
Un cuerpo que no es utensilio, un cuerpo que derrota la electricidad,
que no olvida y que sabe que hay algo nuevo tras la pervertida pantalla
de la producción. Un cuerpo que insiste, un espíritu
que brinca de los corrales, lejos de la necesidad despreciable para
nuestros vicios.
Aparta de mí tu ausencia, la cotidianidad verbal y usurera
que nos hace creer que no hay dicha. Antes que se resquebraje en
mí, la frase rompe mi cuero.
Yo, yo dije, no dije, no era yo, recuerdo no era.
Palabras como esquirlas incrustadas unas a otras. Las mismas palabras
aparecen en la pantalla de luminosos puntos que se traman.
Pantallas electrónicas, grandes pantallas horizontales. Puntos
luminosos que decían yo.
Yo decía pantalla, decía lo que veía, relataba
lo que veía, aun hoy, todavía hoy. Y soy la misma
pese a todos los estados, pese a todos los días. La misma,
yo.
Imágenes que aparecen, sonidos que me hacen temer. Las imágenes
ser feliz e infeliz.
En la pantalla un making off. Pero luego pasaron una noticia
real, luego pasaron otra artificial, luego una real, luego una artificial,
luego una real, luego una, quizás real, no, artificial, no
tiene ninguna importancia, no recuerdo. La escenografía semeja
algo cercano al lugar donde vivo.
Hace diez años mi brazo sangró, pero ya no sangra.
Mi brazo no existió, pero si tapo el oído con cualquier
mano siento un insecto gigantesco que fuera de estas paredes algo
lo hace lamentarse.
El de hace diez años sangra abundantemente, ahora, durante
mi cercanía a la vejez, cuando los días frente a la
ventana van y vienen con una secuencia repetida, la incidencia ocurre
en todo el continente. La duda se expresa dentro de mí, no
afuera, afuera algo hace que se ordene y me aquiete.
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