En su casa de Las Cruces, el poeta
ingresa a su décima década de vida comiendo arrollado
huaso, anotando todo lo que le dice su nieta Lina Paya, alimentando
gatos y publicando su esperada traducción de “El rey Lear”,
de Shakespeare.
Los 90 años, que cumplirá el próximo
domingo, sorprenderán a Nicanor Parra en plena actividad
creadora. Es seguro que, con su reconocida habilidad para esquivar
la retórica de los homenajes, pasará de puntillas por
la aparatosa institucionalidad que suele arruinar este tipo de efemérides.
El inminente lanzamiento de “Lear Rey & Mendigo” (Ediciones
Universidad Diego Portales), su personalísima traducción
de “El rey Lear”, de Shakespeare, es una prueba más de que
Parra no se duerme en los laureles. Aunque bien podría: mal
que mal, hace medio siglo, la aparición de su libro “Poemas
y antipoemas” no sólo remeció la literatura chilena,
sino que cambió para siempre lo que hasta entonces se entendía
por poesía, lo que no es poco.
Desde hace tiempo que Parra se relaciona difícilmente
con las entrevistas: no las concede o las concede a regañadientes,
convencido de que los cuestionarios y las grabadoras son un estorbo
para la conversación. “Toda pregunta es una impertinencia,
una agresión”, dice, con paradójica amabilidad. A pesar
de sus reticencias, cuando se lo visita en su casa de Las Cruces no
cuesta hablar con él. Tras los comentarios preliminares (sobre
el clima, pero también sobre la crisis del gas o sobre los
días que Alejandro Guillier pasó en la cárcel:
todo, o casi todo, le interesa), hacen su arribo una botella de vino
y un generoso trozo de arrollado huaso. El arrollado huaso es, según
Parra, lo mejor de Las Cruces. Y el vino, como diría un chillanejo,
malo no es.
Unos hiphoperos han escrito “antipoeta” en la puerta de su casa.
A primera vista, da la impresión de que Parra vive en medio
de un museo de cachureos: viejas máquinas de escribir arrumbadas
bajo la escalera -que constituyen una obra que ha titulado “La máquina
del tiempo”-, decenas de libros en la mesa de centro, varios de sus
famosos “artefactos visuales” esparcidos por ahí y decenas
de fotografías (hay una grande, muy bella, en blanco y negro,
donde su hermana Violeta aparece sirviéndole un navegado).
El conjunto provoca una curiosa ansiedad en el visitante.
Es un secreto
Desde la terraza se alcanza a ver la tumba de Vicente Huidobro en
Cartagena. En realidad, lo que se ve es un puntito blanco que el poeta
se empeña en señalar, como quien comparte un chiche.
En ese puntito blanco yace Huidobro, el antipoeta y mago, o bien,
como ha escrito Parra, “el mejor cocinero del planeta”, “un cobarde
que arranca para adelante” y “el primer metafísico del Mapocho”.
Aunque alguna vez se definió como “un drogadicto de la página
en blanco”, Parra pasa la mayoría de las tardes con cuaderno
y lápiz en mano: no hay una cuenta oficial, pero deben ser
miles las páginas que ha pergeñado en los últimos
años. Entre las actividades aparentemente anodinas que, es
de suponer, podrían convertirse en materia de su poesía,
Nicanor Parra vive preocupado de alimentar a los gatos vagabundos
que de vez en cuando se dejan caer por su casa y de desentrañar
la hermética filosofía de Rosita, su nana.
Después de almorzar en una de las picadas de la zona -pescado
frito, ensalada chilena y, para capear la tentación de la siesta,
sólo media botella de vino-, una mesera se acerca a Nicanor
Parra y le pide que se saque una foto con ella. Él la abraza
paternalmente y la mira con cara de pololo.
Volvemos a la casa en su Volkswagen gris. “Toda la vida he tenido
escarabajos”, dice el conductor (sin duda uno de los más longevos
del mundo). Durante
el trayecto habla de autos y de lo difícil que es encontrar
un mecánico que no intente pasarse de listo.
Por la tarde, el tema es Lina Paya, su nieta. Lina Paya tiene 4 años,
pero cuando le preguntan la edad responde: “Es un secreto”. La ocupación
predilecta del abuelo es registrar meticulosamente las ocurrencias
de la niña: “Aspiro a estar más con ella y a anotar
todo lo que me dice. Ella dice lo que siente y no lo que el interlocutor
quiere oír”.
De la sabiduría infantil de Lina Paya a la lucidez de Shakespeare
hay apenas un paso, asegura Parra. Tenemos mucho que aprender de Hamlet,
agrega: “Las verónicas, por ejemplo. Cuando Hamlet se sentía
acorralado no sacaba la espada: prefería hacerles verónicas
a sus adversarios”. A los toros hay que torearlos, concluye. Hace
poco un periodista le preguntó si se acordaba de la primera
vez que leyó “Hamlet”:
-No lo recuerdo. Es como si me acordara de cuándo fue la primera
vez que me comí una manzana -dijo Parra, extrañado.
Una mejor respuesta hubiera sido, quizás, la de Lina Paya:
-¿Cuándo fue la primera vez que leyó “Hamlet”?
-Es un secreto.
“Toute l’écriture est de la cochonnerie”. Nicanor Parra se
declara fascinado por este poema de Antonin Artaud, cuya lectura debería
ser obligatoria, dice, para los jóvenes poetas, aun a riesgo
de condenarlos al silencio. “Toda escritura es una inmundicia, una
porquería’’... “Toda la poesía es una mierda”..., farfulla.
Buscando de reojo la complicidad de su interlocutor, remarca: “Habría
que traducir ese poema”. Pues bien, ensayemos: “Aquellos que discuten
sobre las ideologías de moda, aquellos cuyas mujeres conversan
tan inteligentemente, y esas mismas mujeres que hablan tan bien y
opinan sobre las corrientes de la época, aquellos que todavía
creen en una orientación del pensamiento, aquellos que siguen
parámetros, que dejan caer nombres, que recomiendan libros,
ésos son los más cerdos de todos”. El remate de Artaud
da para desalentar al más entusiasta: “Eres bastante innecesario,
jovencito”.
Aunque más de un jovencito innecesario debe haberle leído
poemas en su terraza, Parra piensa que el género literario
del momento no es la poesía ni mucho menos la novela, sino
la crónica, y por eso elogia las columnas de Rafael Gumucio
y Patricio Fernández (“ése es el Vicente Huidobro de
ahora”, dice). Se declara lector de “El Mercurio” y de “The Clinic”,
porque constituyen “el centro y la periferia”: “Lo mío siempre
ha sido el discurso central periférico”, le gusta puntualizar.
Los poetas, piensa, deberían dedicarse más bien a recopilar
chistes de don Otto. Como este clásico, su favorito:
-¿Su mujer todavía le pone el gorro con el vecino en
su propio sofá?
-No, pogque ya vendí el sofá.
Si bien los antologadores suelen preferir otros poemas suyos, Nicanor
Parra piensa que uno de sus mejores textos es “El poeta y la muerte”.
Y lo lee, disfrutando del fraseo, complacido:
A la casa del poeta
llega la muerte borracha
ábreme viejo que ando
buscando una oveja guacha.
Estoy enfermo después
perdóname vieja lacha
La muerte acude a buscar lo suyo, pero el poeta se resiste: “Déjame
morir tranqüilo/ te digo vieja vizcacha”. Debería pronunciarse
“tranqüilo”, precisa, marcando el sonido de la “u”. Así
se habla: tranqüilo. Como sea, es un poema intraducible, como
“Hamlet” o como “El rey Lear”. Parra se siente cómodo cuando
habla del lenguaje. Es su tema. Es su trabajo. Y dice:
Mira viejo dehgraciao
bigoteh e cucaracha
anteh de morir teníh
quechame tu güena cacha.
La puerta se abrió de golpe:
Ya pasa vieja cufufa
ella que se le empelota
y el viejo que se lo enchufa.
Se ha hecho tarde. En la mesa de centro hay varias ediciones de “El
rey Lear” y otras tantas traducciones de la poesía de Parra
a los idiomas más peregrinos. Dejamos, entonces, tranquilo
-o tranqüilo- al poeta. Se levanta la sesión.
* * * *** * * *
Un pájaro
de tomo y lomo
Por Ignacio
Echevarría
Tengo a mi cargo la preparación de las “Obras completas”,
de Nicanor Parra, que prontamente serán publicadas por
el sello Galaxia Gutenberg, y he debido hacerme obligatoriamente esta
pregunta: ¿para qué? La sola idea de reunir las obras
del antipoeta da cabida a la extrañeza e incluso al escepticismo,
pues la trayectoria entera de Parra parece consistir en una fuga permanente
de toda cerradura, de todo acabamiento, de toda institucionalización:
precisamente, parece huir de cuanto sugiere la noción misma
de obras completas.
La antipoesía, ya se sabe, no es un movimiento literario más:
es un proyecto redentor del lenguaje, entre cuyas estrategias se cuentan
el boicot y el incendio de todos los templos -el libro, entre ellos-
en que la palabra ha quedado secuestrada. En efecto, los “Artefactos”
(1972) se presentan en una caja que contiene dos tacos de postales
sin numeración ni orden aparente. Algo similar ocurre con los
“Chistes par(r)a desorientar a la (policía) poesía”
(1983), por no mencionar los “artefactos visuales” expuestos en 2001.
¿Cómo embutir objetos de esa naturaleza en el severo
empastado de unas obras completas? Más allá de los insorteables
problemas técnicos, hay que contar, en relación a los
artefactos y a los chistes, con un menoscabo importante de su intención
y de su eficacia. Asimismo, salen a pérdida numerosos antipoemas,
discursos y manifestaciones de toda especie calculadamente desperdigados
por su autor en los más diversos lugares y ocasiones, siempre
con desconcierto de la expectativa con que pudieran ser recibidos.
Sin embargo, hay motivos para perseverar en una tarea tan peregrina
como las citadas “Obras completas”: pese a sus limitaciones, son un
oportuno instrumento para preservar y divulgar una “operación”
literaria cuya trascendencia comienza a ser imprescindible evaluar.
Además, la suma de la obra de Parra hace posible observar el
diálogo que ésta sostiene consigo misma y con su tiempo,
a la vez que muestra la secuencia épica y dramática
que, mucho más allá de un plano retórico, articula
su desarrollo desde “Cancionero sin nombre” (1937) hasta los últimos
“trabajos prácticos” del escritor.
Por otra parte, me parece significativo que las “Obras completas”
de Nicanor Parra estén siendo encauzadas en un sello editorial
que ha publicado ya las obras completas de autores como Federico García
Lorca, Ramón Gómez de la Serna, Pablo Neruda y Franz
Kafka. La obra de Nicanor Parra posee vínculos dialogantes
con todos esos nombres, pero sorprendentemente (y sus “Obras completas”
han de contribuir, entre otras cosas, a despejar esta sorpresa) es
quizás con Kafka con quien mantiene una afinidad más
secreta y más profunda. Curiosamente, entre los legajos de
Kafka se encuentra un apunte -un “artefacto”, cabría decir-
que describe inmejorablemente la urgente e insensata determinación
de editar las “Obras completas” de Nicanor Parra. El apunte dice:
“Una jaula salió en busca de un pájaro”.
* * * *** * * *
Unas lechugas vistas
el día anterior
Por Roberto
Merino
Los aniversarios de los nacimientos o de las muertes de escritores
traen una obligación un poco incómoda: la de pensar
de otra manera -de una manera más rimbombante y pública-
lo que uno quizás preferiría pensar en privado. Implican
además -según la conocida anécdota de Borges-
“un entusiasmo excesivo en el sistema métrico decimal”. Llama
la atención, en este sentido, que hoy estemos sumidos en dos
festejos muy distintos: el virtual centésimo cumpleaños
de Neruda y los noventa años de Nicanor Parra.
Hay una relación evidente entre ambos autores. Durante mucho
tiempo Parra demoró la publicación de “Poemas y antipoemas”
porque no los sentía listos para enfrentar el dominio absoluto
que la figura de Neruda ejercía en la poesía local.
No obstante, el propio Neruda fue uno de los primeros lectores y admiradores
de esta obra. Parra finalmente publicó el libro en 1954, y
en el mismo momento apareció el primer volumen de las “Odas
elementales”.
No podría haber dos libros más distintos, a pesar de
la equívoca adscripción de ambos autores por el uso
del lenguaje común en la poesía. No se trata, en el
caso de Parra, de una simplificación del vocabulario y de las
ideas. Si escribe sus poemas con el lenguaje de todos los días
-llamado también de la tribu, o de la calle-, lo que hace en
forma predominante es poner en escena sus mecanismos: oblicuidad,
sugerencias veladas, la facultad de dar a entender antes que decir.
En Parra la chilenidad es estructural; en Neruda, una celebración
didáctica. Neruda -aun en sus obras finales- sueña con
oleajes gigantescos, extensiones planetarias y materias orgánicas
subterráneas; Parra, alentado por el “humor metafísico”
de Kafka, piensa “en unas lechugas vistas el día anterior”,
lo que no es menos abismante y misterioso.
Como sea, hoy miramos a Nicanor Parra en el espejo de sus noventa
años y la imagen que proyecta es la de un hombre histórico.
Para los poetas chilenos se localiza aún como una referencia
inevitable, como un hecho de la realidad, como una constelación
que hay que tomar en cuenta antes de cualquier intento de embarque.
Para los periodistas es algo así como un oráculo del
que se esperan excentricidades sentenciosas.
Decía Cristián Huneeus que la palabra clave de Nicanor
Parra era “hoy”. Claro: esto no es visible sólo en su conciencia
de vivir el presente, sino también en el ímpetu con
el que habla de sus descubrimientos ideológicos y literarios,
sin importarle si éstos suenan o no tardíos. Parra habla,
alternativamente y sin relatividades, de la ecología, del videoclip,
de Macedonio Fernández, de Portales, de Shakespeare, y pareciera
estar hablando del universo entero y de la historia.
Escribiendo esta nota me he acordado de una visita que le hice a
Parra -medio de colado- una tarde hace más de veinte años,
en su casa de La Reina. No fue una visita memorable, pero sí
recuerdo haber percibido en ese lugar una mezcla de domesticidad acogedora
y de tendencia al absurdo. Había olor a leña, canastos
con manzanas verdes y membrillos, y en una de las murallas dos portadas
de “La Segunda” con títulos que al poeta le resultaban significativos:
“Se suicidó Laura Allende” y “Baleado el Papa”.
Parra hacía -cosa que parecía en él muy natural-
un poco de teatro con sus desencuentros con la vida práctica.
Mostraba, recuerdo ahora, una carta de reclamo que había enviado
a un diario, cuyas páginas no numeró convenientemente,
de modo que al ser publicada pareció escrita por un demente.
También en esa ocasión fue víctima de un latero
telefónico, que se tomó más de media hora para
explicarle algo poco interesante. Parra colgó al final en medio
de todo tipo de gesticulaciones, alegando que no sabía decir
que no, que podían tenerlo pegado al teléfono durante
una semana.
* * * *** * * *
Como
les iba diciendo
Nicanor Parra
Yo soy número uno en todo
no ha habido -no hay- no habrá
sujeto de mayor potencia sexual que yo
una vez hice eyacular diecisiete
veces consecutivas
a una empleada doméstica
yo soy el descubridor de Gabriela Mistral
antes de mí no se tenía idea de poesía
soy deportista: recorro los cien metros planos
en un abrir y cerrar de ojos
a lo mejor ustedes no tienen idea de nada
han de saber que yo introduje el
cine sonoro en Chile
en cierto sentido podría decirse
que yo soy el primer obispo de este país
el primer fabricante de sombreros
el primer individuo que sospechó
la posibilidad de los vuelos espaciales
yo le dije al Che Guevara que Bolivia no
le expliqué con lujo de detalles
y le advertí que arriesgaba su vida
de haberme hecho caso
no le hubiera ocurrido lo que le ocurrió
¿recuerdan ustedes lo que le
ocurrió al Che Guevara en Bolivia?
imbécil me decían en el colegio
pero yo era el primer alumno delcurso
tal como ustedes me ven
joven-buen mozo-inteligente
genial diría yo
irresistible
con una verga de padre y señor mío
que las colegialas adivinan de lejos
a pesar de que yo trato de
disimular al máximo.