Los 97 años de Nicanor Parra tienen resonancia no solamente porque dan motivo a la aparición del segundo tomo de sus Obras Completas, sino porque la fama de Parra como uno de los poetas mayores de la lengua castellana (y no sólo de ella) parece incrementarse. En plena lucidez, el poeta acentúa sus rasgos cuestionadores, su ironía y humorismo desenfrenado al servicio de una crítica implacable a una sociedad enajenada. Usa una poesía que se escribe y habla en lengua común, ajena a lirismos y grandilocuencias y prosigue el trabajo con sus “artefactos” y desplantes visuales. Profundiza su oficio de traductor, que ha llevado a la cumbre su Lear, Rey & Mendigo, versión en “chileno” del texto de William Shakespeare.
El famoso crítico literario norteamericano Harold Bloom ha escrito: “…Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo Neruda produjeron versos tan brillantes que Parra tuvo que colocarse a sí mismo en relación dialéctica con ellos. Ironista consumado, Parra burla afablemente el proceso de la influencia declinando convertirse en otro Neruda. En lugar de eso retrocede hasta Aristófanes y Catulo y se reclama heredero de esa gran familia a la que pertenecen François Villon y John Skelton y que tiene como centro a Rabelais”.
Como diría el propio Parra, ¿no será mucho? Lo sorprendente es que no lo es. El niño que creció en medio de la pobreza dura, que escasamente pudo educarse —a pesar de que en su familia florecía el talento y la genialidad natural se ha convertido en celebridad—, por su esfuerzo y por su mirada visionaria en un momento hace más de sesenta años se dio cuenta que la poesía se estaba estancando, que la retórica y el lirismo declamatorio la separaban del hombre común, de ese que empezaba a aparecer como individuo, más allá de las grandes corrientes históricas y luchas colectivas. Comprendió, además, que sin perjuicio de la épica era necesario centrarse en el hombre y la mujer que deben preocuparse de sí mismos y los demás, y que en la nueva poesía que había que crear, el individuo debía reconocerse en las palabras, en los giros y muletillas habituales, en el verbo de la tierra, suelto de amarras que le traía los ecos de San Fabián de Alico y de Chillán.
Hace casi sesenta años, Nicanor Parra irrumpió en la poesía de manera inusitada. Un libro breve, Poemas y antipoemas, lo lanzó a la fama. Por fin aparecía algo nuevo, original y sorprendente. Emergía el “antipoema” que quería destruirlo todo para empezar a construir. El impacto fue certero, aunque no todos se dieron cuenta y algunos pocos dijeron, con razón, que no se trataba de algo particularmente inédito, porque ya aparecía en las vanguardias de los años veinte. No faltaron los que calificaron la idea del antipoema como un trasplante de la moderna poesía inglesa y norteamericana.
Entre los que dieron cuenta de la importancia de Parra estuvo Tomás Lago, todavía muy cercano amigo de Neruda. Ya en 1942 ante Cancionero sin nombre había percibido que Parra tenía algo especial. Con Poemas y antipoemas no vaciló en escribir que era “el poeta más importante de la nueva literatura chilena por su calidad divergente, de tesis contradictoria, de fuerza mestiza”. Señalaba que la proyección de la obra de Nicanor Parra sería “la piedra angular de la nueva poesía”. Y explicaba que “su esfuerzo es la única posibilidad de creación en los días que corren, la única salida del embotellamiento de un nuevo academismo, no por ilustre menos estéril y tedioso”. Y remataba: “¿Quiere usted saber lo que pasa en la poesía chilena? ¿Quiere usted saber de verdad lo que pasa? ¿Quiere usted saber de qué lado habrá de venir la próxima exhalación inflamable? Escuche a Nicanor Parra; escuchemos a Nicanor Parra”.
Parra y Neruda
En ese tiempo se hablaba de la excesiva influencia de Neruda en la poesía chilena, se criticaba su abrumadora fecundidad y una retórica que encubría facilismo y falta de emociones verdaderas. Parra tuvo una rivalidad con Neruda, primero disimulada por oportunismo para que el poeta mayor, el famoso, el astro rey del firmamento nacional, le sirviera para su ascenso. Después eso fue cambiando, sin llegar a una ruptura estruendosa.
La cosa era más compleja. En la entrevista que Mario Benedetti hizo a Parra en 1969 hay muchas cosas interesantes, pero tal vez las más importantes son dos. Benedetti pregunta: ¿Cómo llegó a la concepción del antipoema? Respondió Parra: “Me pareció que todo el problema estaba en la palabra ‘vida’, y la antipoesía no es otra cosa que la vida en palabras. También tengo que advertir algo en relación con el lenguaje. Me pareció que el lenguaje habitual, el lenguaje conversacional estaba más cargado de vida que el de los libros, que el lenguaje literario, y hubo un tiempo en que yo no aceptaba en los antipoemas sino expresiones coloquiales. El ‘test’ que aplicaba a una expresión era si se podía usar o no en una conversación real; después me tranquilicé un poco y acepté también como elementos vitales las propias creaciones humanas”. Luego Benedetti pregunta si su poesía era anti-Neruda. Esta fue la respuesta: “Para ser sincero, siempre Neruda fue un problema para mí, un desafío, un obstáculo que se ponía en el camino. Entonces había que pensar la cosa en términos de ese monstruo. De modo que en ese sentido, la palabra Neruda está allí como un marco de referencia. Más tarde la cosa ha cambiado. Neruda no es el único monstruo de la poesía, hay muchos monstruos. Por una parte, hay que eludirlos a todos y, por otra, hay que integrarlos, hay que incorporarlos. De modo que si ésta es una poesía anti-Neruda, también es una poesía anti-Vallejo, es una poesía anti-Mistral, es una poesía anti todo, pero también es una poesía en que resuenan todos esos ecos, de modo que no sé si es realmente justo decir que en la actualidad la antipoesía se puede definir exclusivamente en términos de Neruda”. (Entrevista publicada en Marcha, Montevideo, 17 de octubre de 1969).
Parra tiene el mérito no disputable de haber cambiado la poesía. No sólo introduciendo el juego y la paradoja: “¿Y tú me lo preguntas? Antipoesía eres tú”. Hizo más. La puso al alcance si no de todos, de los que quisieran acercarse sin temor. Su poesía pasó a ser de todos los días, a disposición de la gente común. Hizo bajar a la tierra la poesía que estaba en las manos de los poetas del Olimpo, épicos, líricos y melancólicos. Aplicó el termocauterio de la ironía, de la frialdad aparente, del rigor matemático, de la risotada y el sentido común. Con sus “artefactos” expandió la imaginación hacia otros universos conceptuales. No tiene, sin embargo, el triunfo asegurado para siempre. Surge una tendencia que repite fenómenos conocidos y criticados por él mismo. Una retórica de la simplicidad y el desparpajo que puede convertirse en espectáculo banal, chabacano o hasta en tontería. ¿Se habrá instalado Nicanor Parra en su propio Olimpo?
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Nicanor Parra: Antipoeta casi centenario
Por Hernán Soto
Publicado en “Punto Final”, Nº 742, 16 de septiembre de 2011