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Aguas de Alicia Genovese
Buenos Aires: Ediciones del Dock, 2014

Por Nadia Prado
Universidad de Chile. 
nadiacamposprado@gmail.com

En Aisthesis   N°56,  Santiago de Chile.  dic. 2014




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El placer amniotico de leer y nadar[1]

"Donde hay agua, aún se puede vivir" escribe Celan, mientras que Bachelard anota: "[E]l ser humano tiene el destino del agua que corre". Leo, entonces: se puede vivir aún y el origen en el curso de las aguas. Habitar a distancia de la inmovilidad y el anquilosamiento. Procedencia y domicilio que se alteran entre sí y que nunca se arraigan. Desde ese derrame y su posibilidad, me quedo en lo que apunta Arnaldo Calveyra en el epígrafe que abre Aguas: "Extraño que la tierra se divida entre agua y pensamiento". Entre que nos sitúa en una cierta gravitación, que no es otra cosa sino la esencia dialógica de la poesía. Movimiento de una variación del pensamiento: nadar y pensar. Exilio y distancia, deseo del lugar poético e intersticio sopesado en ese placer amniotico en el que se mueve Alicia o el convencimiento de algo que no se desea atrapar ni concluir completamente. Agua y pensamiento, y acaso la conciencia haya surgido más bien de una acuosidad absoluta y no de un estallido, y el inicio, entonces, no fueron partículas sino un movimiento que atravesó el esqueleto de la tierra, cuyo curso tuvo un ínfimo deseo: respirar y escribir, deslizarse como pez o serpiente por la "corriente del lenguaje que es su agua", como dice la autora en  Leer poesía  (37-38).

Este saber de la finitud es inscrito a través de la imagen de la orquídea, esa "perfección sensible" que "tolera más la falta que el exceso" (15). Justamente, el poema es leído en la fragilidad de ese único tallo, enhiesto pero siempre a punto de la caída porque, al igual que nosotros, "necesita convencerse de que puede morir" (15). Convencimiento desde el que ingresa en esa reflexión evitando inundarse, alejándose del aguacero, de la intensidad de la lluvia, de la verticalidad que se ve llegar y que nos hace ponernos a resguardo mientras nos inmiscuimos en el ritmo oscilante del nadador. Agua, lago, río, libro para  ser en medio  de algo que nos rodea y que modera la caída ante la certidumbre del fin. Ser en medio del líquido en el que se hunde la palabra para soltar el aliento: "Los nadadores de aguas abiertas / hablan del agua, incansables; / la diferencian, la asocian / como si persiguieran / un rastro infinito" (9). Estar en la visión y en la escucha, preguntarle al agua y dejarla en su misterio, intuir en un universo acuoso donde la palabra se transporta a sí misma. Los nadadores testean al filo para dejarse ir, "[e]n el aliento la obsesión por el agua (...) siempre al borde de ser tragados, siempre en el límite de lo incompatible", para abrirse camino hacia "el mundo de la carne y de los intercambios humanos" (10-11).

Para los antiguos griegos, según Montaigne, era fundamental, para no ser acusado de extrema ineptitud, saber leer y nadar (1.111). Es lo que hace Alicia Genovese: surfear en el oleaje del verso libre, como señala en  Leer poesía, ensayo que escribió simultáneamente a  Aguas y cuyas páginas son el inicio de esta bella concepción acuosa del poema. Rastro infinito, animal prehistórico, densa, liviana, amarga, cálida en su abrazo es el agua de Alicia.  Leer y nadar que ha sido en y para ella destino y espacia-miento entre lagos antárticos argentinos, manantiales del norte de Florida, mar de Necochea de la infancia o Delta del tigre de hoy. Atravesar y abrirse paso entre el "agua reticente", "agua herida", "agua del primer sí", como todo poema. Deseo y confusión, es decir, agua y pensamiento, diálogo sobre sí y sobre otras, manteniendo en el acto de escribir siempre esa "piedad con los detalles" que nos pide Szymborska en su poema "Foramníferas". La poesía vivía aquí porque estaba, y estaba porque vivía. Una, entre otras, que emerge y nada en estas  Aguas es María Inés Mato, la nadadora sin pie que busca inscribiendo travesías magníficas a través de esa otra manera de hablar: "María Inés mato nado las aguas más frías del planeta / (...) Con una pierna menos y sin prótesis entrenó como una disidente; / en el verso libre encontró ritmos, / palabras que sostuvieran el calor; / en la falta de gravedad del agua / se llenó de voces; / nadar es hablar con la respiración" (12).

O como Diana Nyad, la nadadora de 61 años que cruza las 103 millas entre Cuba y Cayo Hueso, mientras va alejando el miedo, mirando en la noche y librada a otro deseo: "Cuando hunde la cabeza al nadar sucede / lo que importa: el ser frente al obstáculo elegido / para probar que es" (19). Porque "cuando nada parece no haber llorado nunca, cuando nada parece que la melancolía no le hubiese roto los deseos nunca" (19).

Se nada en la inconstancia, en esa intensidad del miedo amplificando aquello que nos asusta y desafía. Y avizorar ese "fracaso [es] lo que ahueca el aire como un graznido" (20). La intensidad del hundimiento en el silencio, en medio de "la voluntad de ir" (20) hacia la frontera que es el agua, caer en sus "coordenadas desiertas que borran cualquier marca" (13). Hay límites callados, secretos que se deben cruzar, parece decirnos María Inés Mato y Diana Nyad, que cruzó esas 103 millas sin jaula de protección contra los tiburones, en medio de la magnitud del hielo del agua logrando que la llanura líquida dejara de ser incierta. La poesía es, entonces, anguila, culebra, tortuga que permanece empujada en la corriente, animal que desova e intenta dominar su movimiento en el férreo desplazamiento ondulante. Zigzag, línea recta, y así como el caparazón le impone a la tortuga "conciencia constante de equilibrio" (16), así las páginas de un libro. En esa reticencia: la ondulación, la extranjería necesaria para leer y nadar, pero también equilibrio para la filiación y la descendencia porque "cada animal paga su cuota de adaptación" (17).

Como el poema, los nadadores de aguas abiertas avanzan, descubren, se sostienen sin lograrlo. Es el afán por testear, por dejarse ir en el placer de ese "tallado fugaz e inasible" (18). Como el pensamiento, remontan, se obsesionan y, escribe Alicia, "alzan oscuras masas de soledad" (10). Es la "masa líquida" del poema, su borde sin deslinde, la dificultad-plácida en la que estamos "siempre al borde de ser tragados" (10). Placer amniótico y necesidad, voluntad de ir de las  materias fluyentes y lábiles  que somos, en lo cotidiano, que suspende el vértigo y la irrupción de esa magnitud que se vuelve esa otra masa de soledad que es el pensamiento. Alicia anota: "Me dejo estar en la ducha, / hago la plancha, floto / en el verano del río. / En diálogo con el agua tomo / las mejores decisiones. / En el agua pienso / en el agua descanso / encuentro / la boca blanda / hacia todas las cosas" (21).

Se trata del descenso necesario para desintegrarnos y en ese "barro del fondo" abrir los ojos cubiertos (antiparras, sí) y ver. No por ausencia de luz, sino por absorción del límite, esa sombra nos guía hacia la escritura. Oscura masa de soledad, límite de lo incompatible, agua en que Pizarnik "alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta", debatirse amniótico en que la permanencia y el control es solo una promesa, porque "debajo el agua" manifiesta "su tracción irreductible". Nadar, leer,  tracción  insuperable de las palabras. Todo aquello dotado de movimiento que recobra a los ojos que no se detienen, pues en esa imantación estos siguen a las cosas, tracción de las imágenes ligada a la memoria: ese ojo de agua que se abre en todas las cosas (24) y trae de regreso, haciendo atravesar desde mucho antes de su manifestación, el dolor. La "época fértil" que nos cuenta Alicia a través de la mitología egipcia, en que una silueta imaginaria emerge desde el fondo del Nilo. Así, el río "liberado a su derrame" inscribe su promesa. Y desde esta memoria isla, envuelta en líquido, sabemos que "el agua devuelve lo que no le pertenece". Ese cuerpo asesinado es "un relato que no descansa y no deja de hacerse a cada intento" (26), el cuerpo de María Bianco, la madre de Ana, es rizoma, cuya emisión hace reaparecer todo: "El agua devuelve / lo que no le pertenece (...) / devolvió cuerpos tirados al océano, / el de la madre de Ana / con el oleaje, / desconocida en la playa / de Santa Teresita" (29).

Aguas, ritmos y tonos alojados en la memoria y en el inconsciente que se parecen a cuando "llueve en medio de la isla y la casa se enciende como un fósforo con los relámpagos" (60). Lo que no aparece cobra de pronto intensidad en su regreso y, como una tormenta eléctrica, invade y cruza todo dándole nombre a la ausencia; nombre, movimiento eterno que nos permite participar en el recuerdo, y en ese espacio de búsqueda y de silencio decirlo alternadamente, porque "[l]os sentidos crecen en lo que calla" (59) y escribir es un acto de memoria, ocasión redoblada para conmemorar a otros, espacio en que algo ocurre de nuevo y se hace posible una vez más: "María Bianco / en los huesos el nombre / como un hilván, / un hilo tironeado, / ombligo de las cosas / que devuelve (...) el corazón que recobra / el roce de una blusa / y en su perfume, un pulso / de vida y muerte alternas" (29). Exactamente eso: un pulso alterno, una intermitencia en que variamos, un día tras otro y, sin embargo, nunca más ese roce, ese perfume, "ni olor en el cuello del abrazo, ni piedra raspada que nombre cuando Ana traía flores frescas a la casa de calle Lavalleja" (30). Comprendo y comulgo con Alicia: "La memoria es un lazo despiadado". Memoria que también es residuo de otros tiempos, de los Puelches en el río Salado, del territorio de mapuches y tehuelches, de las lagunas-lenguas que soñamos: lakuma, cuncumén, espíritu, murmullo del agua originaria (53), memoria de las mujeres yámanas con las que María Inés Mato le habla al mar del sur que nada: "Brazada tras brazada, de la guerra abre olvidos; / una huella de espuma, un puente blanco, en rastro en el agua de los vencidos" (13).

Las Malvinas, otras muertes propiciadas que se inscriben aquí como "un nosotros, lastimados, rozados por la pólvora literal de la historia, atravesados por los vendavales mayores" (32). Memoria, sueño y pesadilla en las aguavivas que recuerdan las cabezas viscosas de los represores, sus "cabezas sin rostro, con los filamentos de las medusas". La memoria atraviesa a nado, rastro de espuma y destello se vuelve. Al nadar y al leer hemos custodiado "el pulso y el calor". Nos hemos mantenido vivos, porque "las aguas del poema exigen más que pericia" (34), de orilla a orilla, como si mantuviéramos una palabra en su fugacidad, como la vela que transporta el poeta Gorchakov en Nostalgia de Tarkovski. Hondos nadadores, hondos lectores, esperando que salten los peces y las letras desde la finitud y la fragilidad, mirando cómo algo es y al mismo tiempo sucumbe y, sin embargo, la promesa de levedad, su deseo, reemplaza la carencia: "Cuando me hundo / en el desierto de la falta / un agua interna aparece, / en ondas crecientes / como un mar / soplado por la adversidad" (39).

Manantiales, ríos, mares, una verdad para ser nadada (41), y entonces: "La inmersión es la entrega; / descender / de la ilusión del cielo / o permanencia / y por debajo nadar" (41). Y así, aun cuando me retiro, mi distancia nada y lee y, a lo lejos, una ciudad, a lo lejos una imagen, a lo lejos y cerca imagino una palabra para esa ciudad y para esa imagen que comienza a ser una ciudad o un nadador que se acerca llegando primero con su esfuerzo a la orilla. No tengo acceso a estas aguas completamente, solo voy pensando allí donde para Alicia "pensar [es] unir, planear / la continuidad, la metonimia del agua" (43).

Lo que hay en Aguas es la potencia de un movimiento - Agua y pensamiento o "[e]l universo [que] es cada cosa, / probar y probar / el agua desemejante" (46)-, entre la fragilidad y la insistencia, para, "fuera de la burbuja autosuficiente" (46), en "fiebre y (...) desazón" (45), volver sobre el manto agitado del agua. Así remontamos lo real, esa catarata intempestiva, lluvia lenta, golpe a lo lejos en el aquí y ahora del poema.

Genovese, como las nadadoras de aguas abiertas, es disidente, salta a "[e]ste poema que habla del futuro", a "[e]ste poema [que] habla del presente, a "[e]ste poema [que] habla del pasado / y de lo incierto" (49). Entonces, donde hay agua aún se puede vivir, es decir, donde hay agua aún se puede escribir. Sentir y comulgar con "el yacaré en su pesada zambullida, / [con] el ciervo sorprendido / bebiendo en la corriente, / [con] la gallineta a los gritos / en los humedales" (50). Pensar la duración de la vida, pensarla en imágenes y palabras. Alejarse de la estática, absortos y rendidos al lenguaje del agua.

La experiencia poética es ese movimiento entre ocaso y acaso, en medio de las cosas en el mundo que en su cadencia nos llevan consigo, porque dos brazos son un pez y una serpiente, dos remos para llegar hacia lo que se nada, hacia lo que se lee, porque como escribe Alicia: "El desierto no es la nada / es lo dejado por el agua, / el corazón que amarillea / y se perpetúa en intentos" (52). La experiencia y el poema derramados el uno hacia el otro; posibilidad y fluctuación. Rompiente,  palabra en archipiélago  imprevisible de la escritura. Entre agua y pensamiento linfa el lenguaje y la intención, acaso porque el cuerpo se hunde y suelta su aliento con lentitud, allí donde "el río como sábana se extiende sobre el cansancio" (57), allí donde la piedad se configura para Alicia como "soplidos entre las cañas [y], dos gotas de lluvia que justifican en [su] oído la necesidad de lejanía" (58).

Aguas profundas donde el nadador, el que lee, se sostiene en su propio límite alterando el ritmo y el aliento, alejado y cerca de la orilla. Allí, una palabra, como el planeta, gira sobre sí misma y se derrama. La memoria del agua: "Rocío de la introspección", como anota Alicia, que la horada pero que, al mismo tiempo, es furia y docilidad que "avanza sobre el drenaje del corazón". Tracción, drenar, nadar y leer porque "[e]n el paisaje del desierto / el agua es / como la primera palabra" (54).

 

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Nota

1 Texto leído en La Chascona, Espacio Estravagario, el 8 de mayo de 2014, con ocasión de la presentación de Aguas de la poeta argentina Alicia Genovese.

 

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Referencias

- Bachelard, Gastón. La poética del espacio. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2000. Medio impreso.

- Celan, Paul. Obras completas. Madrid: Trotta, 2009. Medio impreso.

- Genovese, Alicia. Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2011. Medio impreso.

- Montaigne, Michel de. Los ensayos. Barcelona: Editorial Acantilado, 2007. Medio impreso.

- Pizarnik, Alejandra. El infierno musical. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 1971. Medio impreso.

- Szymborska, Wisiawa. "Foramníferas". Aquí. Madrid: Bartleby Editores, 2009. Medio impreso.



 



 

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