¿CONOCES
A MARCIAL MENA?
ORLANDO
MAZEYRA GUILLÉN
"Dejé
de divertirme cuando descubrí la diferencia entre escribir bien y mal,
y luego hice un descubrimiento más alarmante aún: la diferencia
entre escribir bien
y el verdadero arte. Una diferencia sutil, pero feroz.
Después de eso, cayó el látigo ."
Truman Capote
Sólo una pregunta (para comenzar bien y no irme por las tangentes
como suelo hacerlo casi siempre): ¿conoces a Marcial Mena? Yo intuyo que
sí: Marcial es un joven solitario, un tipo real, un sujeto que está
hastiado de esa maldita indecisión congénita que lo ha catapultado
al inextricable dédalo del fracaso.
Él está harto
de ser un manojo de titubeos; pero, sobre todo, Marcial está extenuado
de vivir rodeado de jóvenes desalentadores que lo tildan de ser un mero
«idealista». Sus amigos
lo llaman soñador, necio, iluso o simplemente despistado, por el simple
hecho de que él está peligrosamente convencido de que los jóvenes
de su pasiva generación son los únicos que pueden –¡y deben!–
cambiar el mortal rumbo que sigue su vergonzoso y desorientado país tercermundista
("¡país que no vale un carajo!", como suele disparar su
abuelo Orlando cada vez que la selección nacional muerde polvo de la derrota).
Para evadir a esa indiferencia desdeñosa que cree que todos muestran
hacia él, Marcial decidió aislarse del mundo, pues alejarse de los
demás significaba para él la mejor manera de apartarse de la agobiante
incomprensión y del severo rechazo. Nunca imaginó que el remedio
iba resultar siendo peor que la enfermedad, porque, en su soledad extrema, él
ha cultivado una siniestra compañera: la frustración; pero Marcial
intenta huir de ese sentimiento, oscuro y corrosivo, que le carcome a cuentagotas
el escaso ego que aún se insinúa en su más recóndito
interior.
Pero, ¿por qué razón se siente frustrado?
¿Cuál es su verdadero problema? Marcial sabe muy bien que todo este
embrollo empezó hace varios a ños, cuando un día se sintió
inflamado con la ilusión de llegar a ser un reconocido periodista; pero
su propia indecisión, añadida a la enorme cuota de pesimismo que
le inyectó su entorno íntimo, le hicieron estrangular a esa vocación
que él veía como el único medio que lo podría llevar
a alcanzar esa ansiada felicidad que todo ser humano persigue.
Marcial
inmoló a su vocación más genuina: el periodismo ("carrerucha
para acribillarse de hambre", diría su madre antes de dibujar una
elocuente mueca); se dejó llevar por esos intereses metálicos que
le impone un mundo consumista… y eligió como nueva aspiración a
la rutilante y vertiginosa ingeniería informática.
Él
está a punto de ser un flamante ingeniero informático, pero cada
vez que explora su interior –cosa que lamentablemente hace muy a menudo–, siente
ese obstinado vacío que, opresivo, lo somete y que lo obliga a chapotear
en el hediondo fango de sus ingratos recuerdos y sueños marchitos.
Un
día de esos (o mejor dicho, un día de aquéllos), Marcial,
solo, ensimismado, siente unas desenfrenadas ganas de escribir. Esta actividad,
que lo convierte en una especie de reo de la pluma y el papel, lo empieza cautivar.
Él cree haber encontrado una nueva pasión, muy parecida pero más
intensa y cautivante que la anterior. Marcial escribe, escribe y no para de escribir…
Pero, poco a poco, va descubriendo la siempre truculenta realidad: Marcial no
sirve para esos complejos menesteres.
Fue la tradicional Semana Santa mistiana,
el breve periodo en el que Marcial quiso entregarse por completo a la insaciable
creación literaria. Pero su falta de talento y su anémica imaginación
lo llevaron a evocar los pasajes más recordados de su somnolienta vida:
su solitaria infancia en Pucallpa, su etapa escolar en Colegio San Jerónimo
y su todavía inconclusa vida universitaria. Él trató de amalgamar
recuerdos pero, debido a su impericia, no pudo evitar salirse siempre del contexto:
sus narraciones –al menos para mí– se ven desafortunadamente invadidas
por percepciones superficiales y por un costumbrismo enfermizo que alcanza cotas
intolerables.
En algún momento –momento que, para ser honestos,
ni él ni yo recordamos con certeza–, Marcial percibió que sus narraciones
eran turbias, aburridas y poco descriptivas; esto fue achatando de a pocos sus
deseos de escribir. Y después de casi una semana de trabajo intermitente,
él dejó de escribir… dejó de escribir para nunca más
volverlo a hacer.
¿Fracasó? Sí, pero no. ¿Cómo
así? Con todas sus limitaciones de por medio, Marcial elaboró una
obra rara, una obra distinta. El cree haber escrito una novela mediocre ("una
novela a la altura de su autor", como alguna vez sentenció él
mismo después de apurar nerviosamente un vaso de cerveza en el bar La Ramadita);
pero lo cierto es que cualquier lector medianamente avispado puede percatarse
al instante de que lo suyo no es novela por ningún lado… son simples anécdotas
empapadas con una pizca de ficción, relatos entrelazados, recuerdos rebuscados,
memorias distorsionadas…
La primera vez que terminé de revisar sus
manuscritos, apagué el velador de mi mesa de noche preguntándome
"¿conoces a Marcial Mena?". Llegué, en medio de la oscuridad
de mi tibia alcoba, a una conclusión apurada (que es un símil de
la conclusión a la que llego cada vez que Marcial merodea mis pensamientos):
no lo conozco y a veces estimo que nadie lo conoce. Valgan verdades: ¡juraría
que ni él mismo se conoce en absoluto!
Antes de terminar, agrego
una sola cosa: cierta mañana dominical, saliendo de la parroquia del vecindario,
Lucrecia, la extraña novia de Marcial, se me acercó discretamente
para ponerme al tanto de que una buena cantidad de los manuscritos de su novio
andan dispersos por toda la ciudad: «Ni siquiera el propio Marcial sabe
quién demonios sacó tantas copias». Por suerte, mi mala conciencia
alcanzó a permitirme un gesto de moderada sorpresa. «Incluso, y aunque
parezca mentira: ¡están apareciendo algunos de sus relatos en internet!»,
agregó muy ofuscada . Debe ser cierto, porque de no ser así, tú,
amigo lector, no estarías leyendo estas líneas… Y ya que no te conozco
(y aún a sabiendas de que tu respuesta es bastante obvia), cumplo con formularte
la misma pregunta que les hago a todos los que se animan a revisar sus manuscritos:
¿acaso tú conoces a Marcial Mena?
Si encuentras a alguien
que lo conozca, llámenlo: díganle que ya no escriba, que lo mejor
que puede hacer es dejarse vencer por la hoja en blanco… porque dejarse llevar
–escribir, escribir, escribir– sería volver a caer en la tentación
del fracaso.
Yo, antes que verlo escribiendo, prefiero verlo muerto… y
tú sabes que no exagero.
M.M.
ORLANDO MAZEYRA GUILLÉN
Escritor peruano (Arequipa, 1980). Estudió en el colegio De La Salle y,
posteriormente, en la Universidad
Católica de Santa María (UCSM), de Arequipa. Ganador
del primer Concurso Nacional Universitario Nicanor de la Fuente (Nixa) 2003, organizado
por la Universidad Nacional
Pedro Ruiz Gallo (UNPRG), de Lambayeque, con su novela corta Todo
comenzó en la Universidad. Artículos suyos han aparecido en
el diario El Pueblo,
de Arequipa, en la revista de política y cultura
Espergesia, en el diario Liberación,
de Lima, la Biblioteca
Virtual Miguel de Cervantes, de España, y las revistas
El Hablador (Lima, Perú), Voces
(Madrid, España) y El Parnaso (Granada, España), así como
en el Proyecto
Quipu: Literatura descentralizada, que promueve Gustavo Faverón
Patriau y en el Proyecto
Sherezade de Narrativa Contemporánea de la Universidad de Manitoba
(Winnipeg, Canadá). También ha publicado un microrrelato en El
coloquio de los perros.