Breve
evocación de Ernesto Livacic
Por
Oscar Barrientos Bradasic.
Nos enteramos
hace poco del fallecimiento de Ernesto Livacic Gazzano, destacado catedrático
e investigador de la literatura, que obtuviera el Premio Nacional de Educación
en 1993.
Lo conocí hace ya muchos años. Tenía un
aspecto de quijote sonriente y su diálogo implicaba siempre un permanente
viaje, una palabra austera, pero sincera y elocuente. Cuando uno es adolescente
(y para colmo escribe) viene llegando de la patria de la niñez y habitualmente
lleva en el morral todos esos fantasmas de la incomprensión que se aparecen
continuamente como el efrit de las Mil y una noches, para recordarnos que ejercitamos
un oficio desgarrador y sorprendente. Así me ocurría a mí,
en aquellos años y me sigue ocurriendo.
Alguien me sugirió
que le escribiera a Ernesto Livacic apelando un poco a esa complicidad que se
da entre los magallánicos. Yo había visto su nombre muchas veces
en los textos escolares de literatura.
Ernesto Livacic tuvo siempre en
esos momentos una actitud generosa, poco común en el mundo de las letras.
Leyó mis inciertos poemas y relatos de aquel entonces y me dio algunos
consejos para transitar por la escritura, que se me aparecía como un mundo
fascinante y tortuoso a la vez.
Desde ahí, nuestra relación
epistolar se tradujo con los años en una amistad que me dio fe de su generosidad.
Recuerdo cuando me dijo con una sonrisa no exenta de cierta picardía -Pronto
seremos colegas- cuando supo que yo estudiaba Pedagogía en Castellano en
la Universidad Austral.
Nuestros encuentros fueron espaciados pero llenos
de esa coloquialidad orgullosamente provinciana que nos caracteriza a los magallánicos.
De hecho, recuerdo que en más de oportunidad me confesó su idea
de volver a Punta Arenas, aquella ciudad a orillas del estrecho que une los dos
océanos más grandes del planeta y que era ya parte de nuestro imaginario
conversacional.
Cuando publiqué mi primer libro de relatos titulado
"La ira y la abundancia" me escribió una carta muy afectuosa
que todavía conservo. También nos tocó compartir una mesa
de conversación en un Congreso de Cultura Chileno- Croata que organizó
la Universidad de Magallanes el año 2001 y juntos recordamos la figura
de un crítico chileno muy interesante como es Yerko Moretic.
Lo
vi por última vez, justamente en Magallanes y a pesar de la notoria diferencia
de edad, parecía estar siempre insuflado por una juventud alegre y vivencial.
Creo que algunos de los que esbozábamos versos inseguros a lo largo de
un espeso mar de hojas de roneo, en la ciudad más austral del planeta sin
otro escudero que el largo silencio del crepúsculo magallánico,
le debemos mucho.