Aparece al fondo, como una silueta larga y estilizada, misteriosa,
casi evanescente. De camisa blanca de lino y jeans azul gastado, nunca
se le vio mejor que ahora. La edad parece sentarle, las penas también.
Oscar Bustamante se muestra tal cual es: lúcido, cálido,
un tipo a la mano, que no
se interesa por ser lo que nunca será. Arquitecto de la Universidad
Católica de Valparaíso -casa que lo marcó a fuego
en sus visiones-, exitoso profesor universitario durante casi un decenio,
se recicló tarde en la literatura. Debutó en las letras
a los cuarenta y con su primera edición, a los 50. Muchos premios
y reconocimientos después, su vida le dio la razón a
la Biblia: hay un tiempo para todo y éste era el de Bustamante.
En doce años ha publicado cuatro novelas y dos libros de cuentos
(El día en que se inauguró la luz y Café
cortado), todos con enorme éxito de crítica y ventas.
Hoy, después de ocho años, edita su nueva novela, El
jugador de rugby, con un fuerte acento autobiográfico.
"Dos veces estuve con el contrato editorial firmado y me echaba
para atrás. Es que, por hablar de hechos que me sucedieron
cuando chico, termino tocando a gente de mi familia. Eso me complicaba,
pero ya lo asumí". El libro sale a la venta en el otoño
y mezcla recuerdos con ficción.
Le cuesta aterrizar en el doloroso tema del cáncer, por el
cual perdió el riñon izquierdo hace siete años.
Ahí está, dice, dando la pelea. Desde el último
brote maligno, el peligro no ha vuelto a aparecer. Y él -evasivo
y, al fin, humano- ha convertido el tema en uno que, derechamente,
no existe en su vida. "Llevo tres años invicto y no me
he controlado porque me siento estupendo. Ni siquiera tengo médico
de cabecera porque, en el fondo, soy un maricón. Quedé
tan traumatizado con las cirugías, que ahora evito el tema
aunque, claro, me da vueltas en la cabeza".
-Un schock como éste cambia a las personas.
-Obvio. A mí me cambió la óptica de las cosas.
Digamos que hoy soy un gran selectivo, siento que ya no tengo tiempo
para hacer cosas que no me interesan. Acepto exclusivamente los proyectos
que me conmueven, que me remecen. Por ejemplo, cuando mi amigo Arturo
Fontaine, a quien considero un tipo excepcional, me ofreció
el nuevo edificio del Centro de Estudios Públicos, hice el
anteproyecto en un dos por tres. Me pareció interesantísimo
y pude aplicar mi visión de una arquitectura limpia, minimalista,
muy ligada a la Bauhaus. Es mi estilo y aquí me lo respetaron.
Se inauguró hace diez días, al cumplir el CEP 25 años.
-Y todos han vuelto a hablar de su mano como arquitecto...
-Bueno, más que recibir halagos, lo importante para mí
es que quedó funcional y estético, como creo que debe
ser hoy la arquitectura. Remodelamos una casa antigua muy bella y
le anexamos todo un centro de eventos subterráneo con una plaza
dura. El proyecto exigió ser audaz e investigar a fondo. Los
grandes desafíos necesitan inmensa dedicación...
"EL CÁNCER ME HA HECHO
MENOS INDECISO"
Siempre me ha costado tomar decisiones (esto me viene de mi madre,
quien para comprar un mantel gastaba semanas de tienda en tienda),
pero ahora estoy mucho más definido. Me cuesta, pero me obligo.
Es que no soy un tipo que tenga las cosas claras...".
-¿...Alguien las tiene?
-(Se ríe) Tienes razón. No sé, pero a mí
el paso del tiempo me angustia cada vez más, es galopante.
Encuentro atroz que el verano se vaya, en invierno siempre me bajoneo
por la falta de luz, el frío. Mi época de esplendor
es la primavera y el verano, hasta abril. Soy alguien que ha vivido
muy inmerso en la naturaleza y en invierno ésta se apaga. Me
cambié a Santa Lucía para poder subir a cada rato el
cerro, que me encanta, para tener a mano la ciudad, una de mis inspiraciones
literarias.
-¿Todavía se declara pesimista?
-Sí. Y rezongón. No sé por qué les ando
buscando el lado negativo a las cosas, aunque reconozco que a mí
me ha ido bien. Esa arista se me agudiza en el invierno y es mi lucha
diaria. Tiene que ver con mi formación de arquitecto: en los
años '60, mi maestro, Alberto Cruz Covarrubias, nos mandaba
a la calle a croquear los defectos urbanos de Valparaíso, a
ver qué soluciones se nos ocurrían. Ahí nació
mi mirada crítica que luego se convirtió en la fuente
de mi escritura. Cuando las cosas funcionan bien, no hay escritura.
Los grandes temas literarios son de la existencia y ella, en general,
nada contra la corriente. La idea proviene de la Biblia: sólo
cuando uno muere, descansa en paz (sonríe, irónico).
-Y usted quiere paz.
-Y calma. No necesito nada más.
-¿Y qué hace con su arrastre entre las mujeres?
-(Se desconcierta, titubea) Mira... ¡qué complicado hablar
de esto! A mí me encantan las mujeres, pero he llegado a la
conclusión de que no quiero volver a pasar por el horrible
tormento del desamor. A estas alturas de mi existencia, con 62 años,
no quiero herir a nadie. En ese sentido mi perspectiva ha cambiado.
—No quiere equivocarse...
-Ni hacer sufrir a los que me rodean, aunque reconozco que el resplandor
del amor es fantástico. Con la Carmen nos conocemos hace 40
años y hemos alcanzado una relación de ternura. Tenemos
tres hijos: Sebastián (33), que es arquitecto; Andrés,
pintor (30); y Oscar, músico de jazz, quien vive en Bélgica
(28). La familia es algo fuerte pero, claro, uno no es perfecto. Quiero
pensar en que me he convertido en un gallo más manso. Tal vez
eso me salve...
"EMPECÉ MUY TARDE, DESPUÉS
DE LOS CUARENTA"
La escritura me abrió un mundo de sorpresas maravillosas que
yo no conocía, aunque lo intuía, porque siempre lei
mucho. En especial a Faulkner, Joyce y la obra de Juan Rulfo, con
quien comparto la siguiente tesis: Escribo por afición. Si
me viene la afición, escribo. No soy escritor profesional...
En mi caso, me cayó del cielo un oficio espectacular. No me
gano la vida en esto -nunca he dejado de ser arquitecto- y, si algo
cae, es residual. Hago literatura para obtener respuestas a mis dudas
y temores, para desentrañar misterios. En este juego, el cómo
es lo trascendente. Los temas son los mismos que determinan la condición
humana: el amor, el desamor, (a derrota, lo efímero, el gozo,
la traición, la envidia, las ambiciones.
Bustamante proviene de una antigua familia de agricultores. Su padre
compró el fundo Santa Rosa de Lavaderos (a 30 kilómetros
de Talca) cuando él nació y, en esas 800 hectáreas
de bosques nativos y cerros agrestes, se crió. Por eso, la
naturaleza de Chile ha definido toda su creación. El jugador
de rugby, su nueva novela, no es una excepción: "Narra
la historia de un niño de doce años a quien sus padres,
en dificultades matrimoniales, inscriben en un internado del norte
de Inglaterra. Es parte de mi propia infancia: estuve interno cuatro
años en un colegio idéntico durante los años
'50. Lo autobiográfico es la atmósfera, pero lo central
de la trama es ficción. Mira, ocurrió algo extraño
cuando estaba escribiendo. De repente me acordé del contraste
que sentía en esos años, entre la rigidez inglesa y
la dulzura del campo en Maule. Esa sensación marca la novela".
—El paisaje maulino también ha sido locación de alguna
de sus obras...
-Asesinato en la cancha de afuera, mi primera novela, se inspiró
en un crimen que se cometió en la zona de Santa Rosa de Lavaderos.
Con ella, di un paso en adelante. Dejé que los personajes hablaran
por sí mismos. Ignacio Valente, quien la criticó muy
bien, me convirtió en escritor. Esto fue en 1991 y, después
de salir en la portada de la Revista de Libros, pensé que a
lo mejor tenía futuro en la literatura. Lo conseguí
todo a la primera, me costó creerlo.
Siguieron Recuerdos de un hombre injusto y Explicaciones
de todos mis tropiezos que, en 1996, ganó el premio del
Fondo del Libro y la Lectura. Es la favorita de Oscar y, junto Asesinato
en la cancha de afuera -que Catalonia reeditará este 2005-,
son las más conocidas por el público, dice el escritor.
"Trabajo para devolverle su identidad a Talca. Con Javier Pinedo,
director del Departamento de Estudios Humanísticos de esa universidad,
estamos en un ambicioso proyecto urbanístico que me conmueve
hasta los cimientos. Por eso lo acepté", lanza Oscar.
"En el Maule está mi campo, la casa de la abuela donde
mis hermanos y yo nacimos. Talca se está desintegrando, fea,
aburrida, sin identidad. Necesita un estudio que remoce y recupere
sus hitos urbanos: lo vamos a hacer con Pinedo, aunque no ganemos
un peso".
La arquitectura lo moviliza. Y, según él, le presta
sus bases para escribir.
-¿Cómo es eso?
-Al hacer una obra, estoy entrenado para la mirada global: no se pueden
seccionar los diseños, no se puede resolver la cocina sin pensar
en el jardín y la biblioteca. Hay que tener una solución
global desde el principio. Después se desarrolla y pule. Esto,
que proviene de la arquitectura, yo lo aplico a la literatura. Esquematizo
la novela o el cuento en mi cabeza, me aclaro la forma de narración,
la estructura, las voces que hablan. Luego me interno en el tema y
dejo que fluya.
-Ademas de El jugador de rugby, usted trabaja en una
séptima novela.
-Desde hace un año y medio. Tentativamente se llama Ocaso
de un rebelde. Trata de un urbanista bohemio y medio loco, que
se traslada desde París a Talca. Aplico mucho el humor, creo
un mundo tragicómico. Mira, yo aprendí mucho con mis
lecturas. Cuando Rulfo escribió El llano en llamas,
cruzó una barrera en la literatura de su país: en vez
de describir a los peones, éstos aparecieron con su propia
voz. A mi juicio, con Rulfo habló México por primera
vez. En Ocaso de un rebelde dejo que el personaje, refinado,
descentrado y gracioso, se exprese a sus anchas. Me ha obligado a
investigar: fui a una disco popular en Talca y a un evento de motociclismo.
-Lo esta pasando bomba...
-¡Muy bomba...! Creo que nunca me he divertido tanto. Después
de todo, para eso es la literatura. Y la vida. Para pararse de frente
y acariciarla, darle de golpes, lo que sea, pero no quedarse indiferente
frente a ella. ¿No encuentras? •
* * * ´´``* * *
Adelanto
El jugador
de Rugby
Capítulo: Vacaciones
de invierno
Caminábamos por calles estrechas, repletas de gente joven agrupada
en las veredas, conversando junto a vitrinas de ropas colorinches,
tipos de chaquetas largas y cuellos de gamuza, pantalones muy apretados
en las canillas y corbatas delgaditas, tomados de la cintura de niñas
con peinados raros, mascando chicle y faldas que apenas les cubren
el traste, mirando a todo el mundo muy fijo y haciendo señas
que sólo ellos entienden. Un lugar para gente que no quiere
estar sino ahí, cuyas sonrisas no se sabe si son para reirse
o para hacerse amigo de uno.
Una música diferente subía hasta la vereda desde el
sótano de un edificio. Esteban me miró extrañado.
No le gustó, pero a mí sí. Me sentí a
tono con su pulso, sin pausas, vertiginosa, sorprendente. Dos marineros
bajaron abrazados de niñas de esas, mientras uno de ellos lanzaba
gritos de alegría : ¡Yea, yea!, gritaba. Estaban
a tono. Le hice una seña a Vinski, que se encogió de
hombros. Me siguió escaleras abajo. A través de la mampara
de vidrios vi al saxofonista inclinado sobre su culebra dorada, envuelto
en una nube de humo del cigarrillo entre sus dedos. Más atrás,
un guitarrista negro y en la esquina del escenario, el baterista,
también negro, todos arrinconados por diez mesas repletas de
tipos bebiendo cerveza, riendo y hablando en voz alta.
Nos quedamos de pie junto a la puerta. Ese ir y venir del sonido del
saxofón me comunicaba con una parte desconocida de mí.
Lugares habitados por personas, tal vez peligrosas pero atractivas,
mágicas, como las señalaba el tío Armando. Era
una palabra que repetía siempre. Cuando el organillero tocaba
frente a la casa de calle República, se asomaba en el balcón
y le gritaba: "Eres mágico"..., y el organillero
le daba vueltas a la manivela con más entusiasmo. Una tarde
lo hizo pasar al salón y estuvieron bebiendo una botella de
vino. La música se colaba por debajo de las puertas y llegaba
a todas partes, hasta el patio de la cocina donde yo, un poco avergonzado,
me había ido a refugiar mientras la abuela refunfuñaba:
"¡Ay!, este Armando, por Dios. Si es lo único que
faltaba en esta casa...".
Dos niñas abrieron la puerta y se detuvieron junto a nosotros.
"¿Echando una miradita?", nos preguntó la
de pelo rubio. Un globo de su chicle se infló y explotó
justo después que el baterista cerró el tema. Lanzó
una carcajada y nos dijo: excuse us, y se deslizó rozándome
con las tetas echadas hacia adelante. Su amiga, de pelo cortito, teñido
como el alquitrán, pasó a mi lado y sus ojos azules
y saltarines parpadearon bien rápido luego de haber penetrado
en los míos durante un par de segundos. De despedida, caminando
hacia el interior del local me llamó: "¿Te vas
a quedar toda la noche ahi? Puedes agarrar un resfrío, sabes.
¿Por qué no nos acompañan?".
El corazón se me detuvo. Eran de esas, seguro, bueno, pero
la manera de ladear la cara me hizo sentirme muy bien, lo mismo que
la gabardina con el cuello subido, mi chaleco de marinero y la cajetilla
de Capstan en la mano. Vinski, a mi lado parece que no se sentía
tan bien. Se veía demasiado correcto. Con su gabardina cruzada
parecía espía ruso.
"Tú no eres inglés...", me dijo de sopetón
la rubia. Enseguida se presentó: "Yo soy Denise y ella
es Marjorie", y el globo de su chicle explotó en el preciso
momento que el saxofonista soplaba ronco. "...Soy muy buena fisonomista.
Tú eres de los West Indies. Te puedo apostar todo lo que tengo
puesto, que no es mucho...", nos aseguró inflando el globo.
Nos miramos con Vinski. Estábamos pensando en lo mismo... A
todo esto Marjorie no había vuelto a abrir la boca y sonreía
mascando suavemente su chicle, salvo que de tanto en tanto me miraba
y hacía parpadear sus ojos azules, un tono más intenso
que los de Ella, aunque la verdad, yo en ese momento no estaba pensando
en Ella.
Me vi obligado a levantar la mano y a pedir cuatro cervezas. Enseguida
pregunté si cerveza estaba bien. Los consejos de tío
Agustín son útiles: "Sobrino. Nunca sea cagado
enfrente de mujeres. Aunque esté en la ruina, sea siempre rangoso.
Es infalible. Se sueltan el elástico de inmediato...".
"¡Eres latino! Yo lo sabia...", exclamó Marjorie.
"Te das cuenta Denise, que no era del Commonwealth. Tú
siempre te equivocas...", a lo que Denise, muy risueña,
le guiñó un ojo e hizo explotar su chicle. A todo esto
el baterista se adentraba en un solo que estaba a punto de desarmar
la tarima. Terminó y el saxofonista retomó la melodía,
soplando en bajo como los frenos de un camión. Denise nos miró
diciendo que el baterista era great y que lo adoraba. Inmediatamente
miró a Vinski y le preguntó si acaso era mudo. Esteban,
sin inmutarse, le respondió que estaba acostumbrado a hablar
lo indispensable y sin cambiar de expresión y a boca de jarro,
le preguntó: "Cuánto. ¿Cuánto por
hacerlo...?".
El globo explotó a destiempo con la música. Denise se
había echado hacia atrás y miraba a Vinski con cara
de pena. Encendió un cigarrillo con un encendedor que asemejaba
una pistola, y le dijo: "Pensé que eras alguien con educación...
Tienes que aprender a distinguir a una lady cuando la ves.
¿No es asi? -y miró a Marjorie en busca de apoyo- ...Bueno,
no todos nacen con clase. Es una pena".
Marjorie recién había recibido una atención mía
con una sonrisa muy bonita. Le había encendido el cigarrillo.
Pero la cosa seguía tensa. Denise miraba la orquesta y hacía
globos que explotaban ruidosamente mientras Vinski mantenía
una sonrisa vaga. Evidentemente había sido muy brusco. Según
el tío Agustín todas las mujeres tienen su corazoncito:
"Sobrino, siempre hay que ser delicado. Nunca se sabe qué
le pueden entregar, pero será bastante más si usted
se comporta como caballero...".
Marjorie se inclinó hacia mí. Su pecho quedó
sobre la mesa y muy tiernamente me preguntó si el clima era
muy caluroso de donde yo venía. Le contesté algo así
como que sí y no... Se acercó un poco más y agregó
si acaso había muchos nativos, y bueno, le dije que estaban
en extinción. Ella arrugó la nariz exclamando que era
una pena, porque los adoraba. Luego de un silencio en que sus ojos
parpadearon, me preguntó qué hacía en Inglaterra,
y yo sin dudar le respondí que jugaba al rugby, y ahí
ella lanzó un gritito asegurando que era una coincidencia,
ya que su dad era jugador profesional, aunque ya retirado,
y que por otra parte casi no lo veía porque las había
abandonado, a su mommy y a ella. "...Se fue con una niña
de veinte años. La verdad es que no sé si debo culparlo".
Sentí que las cosas iban bastante bien, aunque no era posible
asegurar todavía nada, porque la pregunta de Esteban aún
flotaba en el aire. Denise seguía amurrada, fumando y haciendo
globos, lanzándole a Esteban miradas furiosas. Marjorie al
contrario, se le veía contenta, tanto que me pidió si
le podía ofrecer otra cerveza. Levanté la mano, pero
en el preciso instante Vinski le preguntó de sopetón
a Denise: "Bueno, ¿se puede saber cuánto cobran
por hacerlo...? Y agregó: Yo no quiero más cerveza".
Denise y Esteban se quedaron en el Sweet Fifty's discutiendo acerca
de modales, mientras el cantinero animaba a los músicos gritando,
yeah, yeah, great...
El sonido del saxo nos acompañó hasta la esquina. Ahí
Marjorie se detuvo bruscamente y me miró muy seria. Eran lindos
sus ojitos. Linda su nariz, también pequeñita. Me dijo:
"...Mira, no te voy a engañar. Yo cobro, tú sabes,
por hacerlo. No me gusta, pero bueno, así son las cosas...",
y se dio media vuelta como desesperanzada de algo. Encendió
un cigarrillo y lanzó el humo hacia la oscuridad, arrastró
un pie en el pavimento lamentando algo oculto, luego súbitamente
me tomó de la mano y me entregó una sonrisa. "Vamos.
Me gustas... Siempre me gustaron los jugadores de rugby...".
•
imagen:
dig. sobre una fotografía de Francisco Pereda