"CUENTOS
PARA MURCIÉLAGOS TRISTES" de Oscar Barrientos
Fantasmas en la bahía
Por Mario Valdovinos
Óscar Barrientos ha obtenido premios, ha sido antologado
y traducido, en fin, un destino literario. Eso se advierte en el estilo
con que compone estos once Cuentos para murciélagos tristes,
escritos, casi sin excepción, con un lenguaje que pasa por
el barroco, no excluye arabescos, despliega una prosa serpenteante
y por momentos recargada.
Todos están ambientados en Puerto Peregrino, un espacio geográfico
y mítico que da cabida a todas las
formas de la locura, la ciudad portuaria, como se le designa, llena
de calles umbrías; de meandros para extraviarse, de bares y
de habitantes mojados y fantasmales. A la vez páramo, rincón
telúrico, teatro de sombras, reconstrucción verbal y
paisaje alucinado.
En su arte de la composición del cuento no es difícil
distinguir voces; según Borges, cada escritor funda a sus predecesores.
Bien, allí está la silueta de uno de sus ancestros,
el ciego bonaerense, detenido para mirar algún zaguán
de Puerto Peregrino.
Cuentos fantásticos, a falta de mejor nombre, son los de Barrientos,
aunque con un anclaje en la realidad; en apariencia laberínticos,
pero con un trazo argumental no difícil de seguir por un lector
atento; en buena medida, cubiertos de un lenguaje poético que
los hace muy distintos de los que están al uso y capaces de
soslayar la retórica. En algunos de ellos la voz narrativa
que elige, en general la misma, personal y digresiva, suele asfixiar
a los personajes y se nos aparecen en exceso mediatizados por el narrador.
No obstante estos obstáculos, puede exhibir con orgullo no
sólo abundantes fragmentos escritos en estado de gracia, sino
un trío de relatos memorables: "El
hombre que tenía dos sombras", en el que el
poeta Aníbal Saratoga habla de Totanlus y Chevi, símbolos
de los géneros de la poesía y del cuento encarnados
en la inmaterialidad de dos sombras; "El
Basilisco", donde el narrador viaja a Terión,
páramo habitado por los cabreros, seres ahítos de fábulas,
y "Breviario del dios dormido", en el que nos desafía
a preguntar por Eolia y la respuesta será que se trata de una
república fundada en la copa de un árbol.
Citas, dedicatorias, epígrafes conforman un universo narrativo
que puede tanto embriagar como tornarse indescifrable, pero está
claro que el escriba magallánico arriesga, se lanza a la bahía
del puerto y emerge triunfante con sus fábulas y sus mitos,
en especial por las atmósferas y el grado de elaboración
que exhiben sus relatos.
También destacamos el cuento "Ese
consabido soneto impostor", en el que Julio Malatrassi
es un profesional de dos oficios inverosímiles y envidiables:
cortejador de muchachas y sonetero.
En los Cuentos para murciélagos tristes la vida es "un
dibujo fugaz trazado por un dios aburrido".
Difícil que esto le ocurra al lector.