Molesto por el “vendaval
nerudiano”, Hahn reclama que próximamente Nicanor Parra cumpla
90 años, “y yo no he visto que se haga absolutamente nada con
respecto a él”. Dice que los premios deben llegar como algo
inevitable. Además, le manda a decir al jurado que “lean las
obras de los postulantes y no las cartas de recomendación”.
Postulado por la editorial Andrés Bello para la versión
2004 del Premio Nacional de Literatura, Óscar Hahn se
jacta de ser escasamente premiado. Los hechos lo confirman: entre
su primer y segundo premio, los únicos recibidos en su vida,
pasaron 43 años. El
primero fue en 1960, cuando la Sociedad de Escritores le otorgó
el premio Alerce de Poesía y el segundo sobrevino el 2003,
ocasión en que obtuvo el Altazor por parte de sus propios colegas,
los escritores.
También presume de haber dejado temblando a Enrique Lihn
cuando le mostró uno de los libros de su biblioteca: era ni
más ni menos que un ejemplar de la primera edición de
Las flores del mal, el canónico volumen de Baudelaire.
Lejos del asombro, hoy el poeta de Imágenes nucleares
imparte clases de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de
Iowa, en Estados Unidos, centro por el que han pasado -en calidad
de alumnos o profesores- importantes autores como el dramaturgo Tennesse
Williams, el cuentista Raymond Carver, el poeta Robert Lowell, el
novelista John Irving y más de 30 premios Pulitzer, según
relata Hahn con una mesura que a veces incomoda y que el mismo Enrique
Lihn destacara en su momento.
Pero de su obra Lihn también habló y dijo que la poesía
de Hahn era “un choque de los distintos actos del lenguaje, una convivencia
democrática de lo culto, lo popular, lo banal, lo religioso”.
De esa primera época sus poemarios más importantes son
Esta rosa negra (1961), Arte de morir (1977) y Mal
de amor (1981), el único libro de poesía que fuera
prohibido por el gobierno militar después de haber sido impreso
y distribuido. Luego vendrán Estrellas fijas en un cielo
blanco (1989) y Versos robados (1995), que Lom reeditó
y presentó esta semana con la presencia de su autor. El mismo
sello publicó además Apariciones profanas (2002),
último trabajo de Hahn reunido en libro, aparte de numerosas
antologías personales publicadas tanto en Chile como en el
extranjero. Celébre es también su Antología
del cuento fantástico hispanoamericano del siglo XX, publicado
por Universitaria, así como sus estudios sobre la obra de Carlos
Pezoa Véliz y la poesía de Vicente Huidobro, conjunto
que hace de Hahn uno de los aportes más significativos a la
hora de poner las obras en la balanza del próximo Premio Nacional.
- ¿Hace algunos años usted afirmó
que pronto dejaría la poesía, es cierto?
- Sí, es verdad; estuve considerando dejar de escribir.
Yo creo, fundamentalmente, porque estaba demasiado abrumado por cosas
que me impedían concentrarme en lo que yo quería, que
era la literatura, pero la verdad es que uno no abandona la poesía,
la poesía lo abandona a uno. Uno no puede proponerse dejar
la poesía, porque después de que yo me había
propuesto abandonarla, la poesía me dijo. ‘oiga caballero,
venga para acá; esto no es decisión suya’, y ahí
estaba de nuevo escribiendo poemas que terminaron siendo el libro
Apariciones profanas.
EL VATE SIN SU OBRA
- El poeta Armando Roa Vial señaló hace algunas
semanas en este mismo medio que en Chile existe ‘una profesionalización
de la literatura; seres interesados en la búsqueda de becas,
de premios, de manoseos al poderoso de turno’. ¿Qué
opina al respecto?
- Vivo hace treinta años en Estados Unidos, así
es que no estoy familiarizado con el medio literario chileno. Pero
Roa Vial tiene razón. Muchas veces se confunde lo que es la
verdadera literatura con lo que yo llamaría lo extraliterario:
becas, premios, honores... Desde que empecé a escribir, la
literatura para mí estuvo en las obras. Son las obras las que
tienen que ser valoradas. Ahora, esas otras cosas también existen.
El escritor no se debe dejar enceguecer en su búsqueda por
este tipo de reconocimiento, hasta el punto de que tenga actitudes
de envidia o de rechazo hacia sus colegas de oficio. Los elementos
extraliterarios son un mal inevitable, pero no puede ser misión
del escritor andar buscando becas o premios.
- Desde Estados Unidos, ¿se ve demasiada preocupación
en los poetas y narradores chilenos por la profesionalización
de la literatura, o es una cosa normal que también ocurre en
otros países?
- La verdad es que en Estados Unidos yo no veo eso. Pero, por
otra parte, también hay un factor muy importante de diferencia,
y es que Estados Unidos es un país bastante rico y entonces
los escritores tienen muchísimas oportunidades. Por ejemplo,
hay más becas que postulantes a becas, y eso marca la diferencia.
En cambio aquí lo que sucede es que es un medio pequeño
y sin muchos recursos económicos, con pocas oportunidades para
los escritores, entonces se producen estos enfrentamientos y resquemores
entre unos y otros.
- En su poema “La sociedad de los poetas muertos” usted dice:
‘Los que votaron en contra de darle tal o cual premio / se lamentan
de que jamás le dieran tal o cual premio’ ¿Qué
juicio le merecen las omisiones del Premio Nacional, sobre todo en
los casos emblemáticos como Jorge Teillier y Enrique Lihn?
- ¡Y Huidobro! Bueno, yo creo que mi crítica está
dirigida a la hipocresía. A la gran hipocresía nacional
de honrar a los escritores cuando están muertos, pero no cuando
están vivos. Por ejemplo, todos los homenajes a Neruda por
sus 100 años. Habría cumplido 100 años si estuviera
vivo, pero está muerto, y sin embargo Nicanor Parra cumple
90 años este año, y yo no he visto que se haga absolutamente
nada con respecto a él. Yo reclamo la carencia de esto. El
vendaval nerudiano lo cubre todo. Además, deja la impresión
de que no hubiera poesía chilena; hay Neruda y punto, el resto
no existe.
- En unos versos posteriores del mismo poema citado, usted hace
una crítica más explícita, y dice: ‘Los que evitaban
saludarlo hasta en la puerta de su casa / proponen poner una placa
junto a la puerta de su casa’.
- También me refería a la hipocresía como
en el caso de Enrique Lihn y Jorge Teillier, porque existen personas
que están vivas actualmente en Chile y que fueron parte de
ese jurado. ¿Qué hicieron esas personas? ¿Dónde
estaban? ¿Por qué no votaron por Lihn o Teillier? Sin
embargo algunos de ellos, me imagino, ahora se lamentarán,
pero no votaron y ellos (los poetas) están muertos.
- ¿Qué opinión tiene de las polémicas
que se han dado en los últimos años, a partir de la
entrega del premio a Raúl Zurita y de la postulación
de Isabel Allende?
- Es curioso, porque las polémicas se han dado fundamentalmente
entre los escritores y no entre el grueso del público. Siempre
se trata de presentar esto como si fueran problemas del ciudadano
común y corriente. El ciudadano común y corriente no
anda preocupado de eso, anda preocupado de mandar a sus hijos a la
escuela, de darles de comer todos los días, no si el candidato
es la Isabel Allende o Juan Pérez. Son problemas inventados
por puros escritores. Alguien me dijo: ‘¿no crees que el jurado
ideal del Premio Nacional debería estar constituido sólo
por escritores?’. Yo le dije: ‘no necesariamente, porque es bien posible
que un jurado de no escritores sea más objetivo que un jurado
compuesto por escritores’.
- ¿Qué validez le entrega usted al Premio Nacional
de Literatura?
- El mismo que a todos los premios. Es decir, si no hay una obra
detrás que respalde el premio, no hay reconocimiento que valga.
Ningún premio nunca le ha dado categoría a nadie. Sólo
le da los 15 minutos de fama a los que aludía Andy Warhol,
y eso es todo. Por ejemplo, las obras de Huidobro, Lihn y Teillier,
son mucho mejor cotizadas que un montón de los que están
en la lista de los premios nacionales. El escritor tiene que honrar
al premio y no el premio al escritor. Y quiero decirle al jurado que
su tarea estará mejor hecha cuando lea las obras de los postulantes
y no las cartas de recomendación. Las obras de los postulantes
son la mejor carta de recomendación.
- Usted se ha jactado de no ganar muchos premios en su vida...
- Bueno, me sigo jactando (risas). Claro, porque después
de todo tengo 66 años y en total habré ganado dos o
tres premios. Pero lo que deseo demostrar, aunque ya parezca majadería,
es que lo que vale es la calidad de las obras literarias, independientemente
de los premios. En una encuesta el año 2000 se determinó
que los más grandes novelistas del siglo XX eran James Joyce,
Franz Kafka y Marcel Proust, y ninguno de los tres ganó el
Premio Nobel.
- ¿Tiene algún proyecto literario actualmente en
preparación?
- Es paradójico pero el proyecto aparece siempre al final.
Tener un proyecto tiene elementos de voluntarismo, los proyectos son
muy racionales. A mí los poemas me empiezan a salir y eso es
todo, cada poema es una pieza suelta de un rompecabezas mayor.
“El desorden de chile es como la vida”
Oscar Hahn lleva el pelo cano y los ojos claros en un rostro salpicado
por una barba muy fina, todo lo cual le otorga una apariencia pasiva,
casi contemplativa. Extremadamente sobrio al hablar, su timidez le
juega malas pasadas y lo delata, como cuando el fotógrafo lo
apuntó con su cámara y él se apanicó.
Prefirió detener la entrevista, para retomarla luego de realizada
la sesión. Oriundo del norte (Iquique), hace muchos años
que Hahn no vuelve a pisar su región. “Tampoco me han invitado”,
aclara con un humor que pasa prácticamente desapercibido.
Eso sí, todos los años viene de visita por un mes a
Chile, cuando el frío y la nieve abundan en las calles de Iowa,
donde asegura que todo funciona con exactitud. “En cambio, el desorden
de Chile es como la vida” dice el poeta. Alojado en un hotel santiaguino,
confiesa que prefiere buscar conversación entre personas alejadas
de los libros, “como las que hacen el aseo del hotel, los recepcionistas
y toda esa gente que no sabe nada de discusiones sobre premios nacionales
o de literatura”. Hombre de pocos pero buenos amigos, Hahn repite
una misma sensación vinculada a la liturgia del regreso cada
vez que aterriza en el país: “Al principio llego completamente
perdido, pero después de unas semanas recupero mi pasado. Claro
que esto siempre sucede cuando ya tengo que irme”.
Desde hace 27 años Hahn encabeza una cátedra de Literatura
Hispanoamericana en la Universidad de Iowa, lo que le ha permitido
inaugurar nuevos cursos como el de literatura fantástica y
otro más llamado “Polémicas literarias en Hispanoamérica”,
en donde el medio local tendría seguramente mucho paño
que agregar. “Es muy interesante, porque los alumnos se motivan con
esto y se arman tremendas discusiones con bandos y grupos dentro de
las aulas”. Pero donde Hahn parece estar más a gusto es con
la literatura fantástica, género que ha desarrollado
en una antología fundamental sobre el tema y en sendos libros
de ensayo, Fundadores del cuento fantástico hispanoamericano
(1998) y Magias de la escritura (2001), ambos de Andrés
Bello, editorial que está detrás de su postulación
al Premio Nacional. De hecho, sus Obras selectas (editadas
por este mismo sello) obtuvo el año pasado el Premio Latino
de Poesía, concedido por el Instituto de Escritores Latinoamericanos
de Nueva York al mejor libro publicado en lengua castellana en el
2003.