21
de setiembre: día del desagravio nacional
Orlando
Mazeyra Guillén
Este
dictamen de la Corte Suprema chilena debe ser, ante todo, una lección que
ojalá algún día aprendamos. Si Chile es un país democrático
y próspero es porque nuestros vecinos han entendido que la Justicia y la
Libertad sólo se alcanzan cimentando una auténtica independencia
de poderes.
Ahora, sólo a nosotros nos corresponde hacer de este
21 de setiembre una fecha trascendente que sea, pues, recordada por las nuevas
generaciones como el Día del Desagravio Nacional, el día en el que
el regocijo nos inyectó una generosa cuota de esa esperanza que dice que
el tiempo pone cada cosa en su lugar.
Es de elemental honestidad reconocer
que dejarle todo el peso de las decisiones al poder judicial o "confiar en
la justicia peruana" me resulta un olímpico dislate. Pero, es cierto,
no nos queda otra. ¿Estarán nuestros magistrados a la altura de
las circunstancias? No lo sé, esperemos que ellos, a los escépticos
como yo, nos tapen la boca condenando a la versión nipona del Chivo dominicano.
Fujimori
volverá al país y eso está bien. Lo que estaría mal
es que el oportunismo político lo convierta en una estupenda cortina de
humo de esas que pervierten al país y hacen las delicias de los viles y
rufianes. Sería un error, también, que el aprismo y el fujimorismo
armen soterradamente una posible alianza vituperable –que ya tiene un antecedente
en las elecciones de 1990– que aligere el camino hacia la impunidad que, a partir
de hoy, intentarán construir los carceleros de la memoria y los ensalzadores
de la carroña como Carlos Rafo, sin duda, el florón de la corona.
Hoy más que nunca debemos tomar nota estricta del voto unánime de
la justicia chilena condenando la violación de los derechos humanos (La
Cantuta y Barrios Altos).
Señores jueces y fiscales: si Alberto
Fujimori ha hecho algo en vida no es sino arrinconar a la justicia, esquilmar
al pueblo y sodomizar la libertad; méritos suficientes para recibir los
rigores del calabozo más lóbrego e ínfimo en donde no quepan
ni él ni su juez más inexpugnable: su propia conciencia.