El artículo es la introducción
del libro de Omar Pérez Santiago, Escritores de la Guerra.
Vigencia de una Generación, que será presentado
el día 10 de noviembre, por los escritores Pía Barros,
Ramón Díaz Eterovic y Jorge Calvo, en la 24 Feria Internacional
de Libro de Santiago
"Crear
una pequeña flor es una tarea de siglos"
William Blake
La labor de un escritor o de una escritora es ansiar escribir la
historia más preciosa jamás contada.
La labor de un escritor o de una escritora, sin distinción
de la era que le tocó vivir, es trabajar con esas pistolas
cargadas -las palabras y la imaginación- e intentar escribir
la historia más bella del mundo.
¿Por qué hablamos de generaciones entonces?
Porque la realidad en que nos toca vivir cambia. Y como escritor de
ficciones somos mundanos, socialmente contaminados y por lo tanto
hay que trabajar la materia de lo imaginario a partir de esa realidad.
"El hombre parte del hecho de que hubo mucho tiempo sin novela
pero nunca una novela sin tiempo." (Carlos Fuentes).
Esas diferencias contextuales, el mundo social e histórico,
establecen, no puede ser de otro modo, las distintas formas y sentidos
de la literatura.
Y nuestra realidad, la de los escritores o escritoras que nacimos
entre los años 1950 y 1964, está muy delimitada en sus
orígenes. En esa época primordial, hace ya más
de 30 años, un general dirigió primero una guerra con
tanques, aviones y miles de soldados a un palacio de gobierno que
era defendido por un pedíatra que, hace ya más de 30
años, llevaba la cinta presidencial, un casco, y estaba armado
con una vieja metralleta.
Lo que vino después fue el asfixiante dominio de la Secta de
los Assasin, creación de una mente delirante. Por las noches
la urbe mostraba sus épocas viles de bajeza, se desplazan por
Santiago, en varios autos dejando una nube de terror, la secta de
los Assasin, cuyas sonrisas los hace parecer mitad bestias y mitad
humanos, vienen de torturar y violar a mujeres; entran a un boliche
del centro de Santiago; obligan al tabernero a cerrarlo; dejan sus
metralletas en una esquina; y beben y comen, riéndose de las
víctimas, en un atmósfera densa de humo y cargado de
pesados olores. Otro culto homicida surgió en las entrañas
del fanatismo: la Secta de los Matanceros, cuya función era
eliminar a los testigos. Los ataban a rieles de trenes y los lanzaban
al mar, supuestamente para que no hablaran nunca más. Su cita
preferida era: "Ahorra tus gritos, que nadie te oirá"
Para que Los Assasin actuaran, para que estos actuaran sin errores,
se declaró el Estado de Guerra. Llegaron a tener tal influencia
que otras Sectas, que al comienzo veían a los Assasin como
simples funcionarios, llegaron a temerles. Es que su principal carácter
era la ofuscación. La Secta de Los Comunicadores, por ejemplo,
mutaron el lenguaje y, desde entonces, donde decía opositor,
escribieron "terrorista", donde decía defensor de
derechos humanos decían "tontos útiles". Ellos
también sabían que el lenguaje no era inocente y que
el lenguaje también es responsable. Según la leyenda,
los Assasin y los Matanceros hicieron desaparecer a tres mil personas.
Un informe de expertos encuentra el testimonio de 35 mil personas
que pasaron por sus torturas. Aunque ha pasado ya su época,
se dice que aún hay lugares donde, si uno se detiene un tiempo,
puede oír quejidos y llantos. Por algunas razones nebulosas,
los martirizados preferidos eran jóvenes, incluido niños
y niñas.
A algunos de esos jóvenes se les ocurrió, en esas condiciones,
escribir, muchas veces sin poder publicar lo que escribían
y con el mundo editorial sometido a censura previa. Es la generación
de los Escritores y Escritoras de la época de la Guerra que,
nacidos entre los años 1950 y 1964, tenían entre 9 y
23 años al golpe militar de 1973.
Un porcentaje importante de ellos (entre un veinte o un treinta por
ciento) se exiliaron o auto exiliaron. Varios de ellos estuvieron
en la cárcel.
El joven literato se vio a menudo impulsado -por convicción,
por generosidad, por coraje, por tantos otros motivos- a poner su
acción en las premuras del momento y a luchar contra la Secta
de los Assasin y defender la libertad.
No era fácil, pero hubo valor y coraje. Se ha forjado un carácter
moral que la sociedad necesitaba.
Pero nada nos hará perder una cierta lucidez analítica.
Uno no escribe, necesariamente, mejor o peor, por haber sido contrario
a los Assasin, esa autoridad moral no lo convierte a uno en una autoridad
literaria ni es garantía de excelencia literaria. Las obras
cumbres son resultado, más que del contexto, de una síntesis
superior y verdadera, una aventurada combinatoria de talento, de prudencia
y de sabiduría.
No se ha demostrado aún, hasta donde yo sé, que la libertad
o la represión sean traba o estímulo, para la creación
literaria. Nadie se convierte en un gran escritor por el simple hecho
de estar en contra de un régimen de asesinos. El arte y la
moral tienen una necesaria autonomía, sin una clara relación
directa y simplista. Hay una conjugación, una conjugación
entre el escritor y sus circunstancias, que no es unilateral ni vulgar.
Los resultados de la narrativa chilena deben medirse por su arte,
por su belleza. No por efectos cívicos, propagandísticos,
utilitarios o pedagógicos.
Y los resultados del arte narrativo son hasta ahora -no puede ser
de otro modo- desiguales y de algún modo circunscritos.
Estoy haciendo una afirmación cualitativa, hay que leer las
novelas. No hablo de las novelas que más han vendido o que
han tenido mejor crítica, hablo de toda la narrativa escrita
por mi generación. Pues aquí existe otra trampa, que
yo no quiero caer, hay libros que apenas han sido conocidos por el
público y la crítica. No es problema mío. No
es un problema de los escritores. No es problema mío ni de
los escritores que el mercado actúe como actúe y que
los medios sean selectivos a la hora de levantar u obviar a un escritor
o a una escritora. No es problema de un escritor el comercio o la
autosatisfacción facilista. El escritor debe ser fiel a su
vocación independiente.
Permítanme ser exigente y autocrítico. Hay logros reveladores
a nivel de la novela, aunque circunscritos, y dentro de los primeros
habría que nombrar a Roberto Bolaño. De esa manera,
el exilio, esa realidad chilena, cobró su precio.
Ha ocurrido que los escritores y escritoras de esta generación
han caminado por vías diversas y disímiles. Hablar de
temáticas o estilos centrales sería un error analítico
inexcusable. Establecer una normalización sería atropellar
una notable y saludable amplitud. De algún modo, cada escritor
busca su camino, su propia voz.
O dicho de otro modo: lo que nos une es la variedad. Aunque todavía
existen los normalizadores de uno u otro signo, la realidad es más
desordenada y dispersa, y no hay otra cosa que leer y degustar, afinar
el paladar y así diferenciar las buenas novelas de las menos
buenas.
Las novelas de esta generación soportan una variedad de estilos,
temáticas, géneros y niveles de lenguaje. La pasión
por lo lúdico y lo paródico, la disolución irónica
de la solemnidad, el humor, la incorporación de íconos
de la cultura de masas junto a elementos de la llamada alta cultura,
la presencia profusa de lo metaficcional. Testimonios de la variedad
y de la fragmentación de la sociedad actual es la prosa antidiscursiva,
desestructurada de modelos y certezas narrativas, que mezcla materiales
estéticos y entrecruza inesperados planos de significación.
Asimismo, esta generación busca también, por primera
vez de modo sistemático, establecer lo que antes se llamaba
literatura de género: literatura policial, feminista, erótica,
cibernética o del folletín. Esto que antes era considerado
para-literatura por los normalizadores o defensores de una literatura
central, ha entregado durante los últimos años buenas
novelas. Y es, además, un intento positivo de encontrarse con
el público, contando una buena historia, evitando la camisa
de fuerza de escribir sólo para una eventual crítica
académica.
Así también se ha redescubierto, casi de modo sistemático,
la fuerza de la novela histórica para contar o desmistificar
la historia. Varios escritores hacen el trabajo de imaginar la construcción
histórica, interpelando, a la vez, estos narradores, a los
historiadores profesionales. Es más incitante leer la novela
de Juanita Gallardo sobre Balmaceda, que leer un libro de historia
sobre Balmaceda. De ese modo se hace relativo el abismo entre novelistas
e historiadores, poniendo en cuestión a la ciencia histórica,
o más bien, a cierto tipo de ciencia histórica. Estas
novelas están evidenciando el aserto del profesor Jorge Peña
Vial de que la ficción y la historia, desde el punto de vista
formal y en sus estructuras, tienen un desarrollo muy semejante y
están más emparentadas de lo que suele admitirse.
Y esto se conecta a la vez con algo muy extendido en la narrativa
de esta generación, esto es, la cercanía o la tendencia
a la disolución o evaporación de los contornos entre
la ficción y la realidad, en el coqueteo con el testimonio.
La narrativa, en este aspecto, se ha hecho más volátil
y más irresoluta.
Pero la narrativa no son sólo novelas. Están los cuentos.
Hay grandes cuentistas en mi generación. Y se podría
afirmar, sin temor a equivocarse, que uno de los aportes principales
de mi generación la han hecho los cuentistas. El cuento Danubio
Pardo de Jaime Collyer, Los Pájaros de la Catedral de
Uppsala de Jorge Calvo, Los favores concedidos de Lilian
Elphick, Muertes de Pía Barros, Senzini de Roberto
Bolaño, Matar al marido es la consigna de Sonia González,
Ulises Mardones de Sergio Gómez, A la lumbre de la
ciudad oncena de Roberto Rivera, Que buena voz se perdió
para el tango de Ramón Díaz Eterovic, Déjalo
ser de Diego Muñoz, Pelando a Rocío de Alberto
Fuguet, Pequeña novela gótica de Marco Antonio
de la Parra, Color Arena de Carolina Rivas, Yo nunca fui
a Tijuana de Mauricio Electorat, entre otros muchos, son cuentos
de gran estilo y profundidad, seguros y sensibles, que están
a la par de los grandes cuentistas latinoamericanos (Quiroga, Borges,
Cortázar).
El futuro de esta generación es un desafío. Dice Augusto
Roa Bastos que el hombre es como un río. "Tiene barranca
y orilla. Nace y desemboca en otros ríos. Alguna utilidad debe
prestar. Mal río es el que muere en un estero..." (Hijo
del Hombre). Es decir, nosotros los escritores y escritoras de esta
Guerra nunca buscada, no tenemos evasivas para asumir con coraje,
humildad y alegría el compromiso de nuestra pasión.
La única obligación real de un escritor es ser fiel
a su escritura. Aceptar la soledad del papel, escribir y luego sentirnos
más claros y más livianos y luego sorprendernos por
la cantidad de tiempo que le hemos dedicado a un libro.
Nuestra generación aún no se despliega, la mayoría
son cuarentones, tienen quince o veinte años aún de
expansión y, estoy seguro, esta generación producirá
sus mejores obras. Aunque, ya está dicho, nadie sabe la cantidad
de tiempo que necesita el hombre errante para encontrarse a sí
mismo.
Este es un aspecto de cantidad y de esfuerzo. Déjenme decirlo
con un chiste de Borges: 'Si diez mil monos se ponen a escribir en
diez mil máquinas de escribir durante mil años es inevitable
que surja de pronto la Divina Comedia.'
De eso se trata. Desear escribir la historia más hermosa del
mundo, esa es la obsesión de cualquier escritor, como si uno
fuera un testigo de un misterio humano, para que susciten los sueños
del hombre, sus anhelos y sus abismos.
Inicialmente, varios de los artículos de este libro se publicaron
en el Utopista Pragmático, dirigida por Eduardo Yentzen, que
circuló como suplemento dominical del diario La Nación.
Esos artículos, que han transitado también en el ciberespacio,
principalmente en la página Proyecto Patrimonio que dirige
Luis Martínez S., se han ampliado ahora, manteniendo su visión
panorámica y periodística, algo cáustica, sobre
los márgenes de la generación de narradores de los ochenta.
He agregado entrevistas a Pía Barros, Ramón Díaz
Eterovic, Reinaldo Marchant y Jorge Calvo; críticas realizadas
en medios extranjeros a Pedro Lemebel, Alberto Fuguet, Ramón
Díaz Eterovic, y una visión ensayística inicial.
También se agrega un listado bibliográfico, el más
completo realizado hasta ahora, sobre los narradores y narradoras
nacidas entre 1950 y 1964 y que han publicado algún libro de
cuentos o novela.