Mi amigo, el doctor Eduardo Bianco, de la Fundación Interamericana
del Corazón, prepara su intervención a las comisiones
de Salud y Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados,
mientras terminamos de almorzar con dirigentes de los consumidores,
Stefan Larenas, Lezak y Yul, en un grato restaurante de Valparaíso,
el nuevo O´Higgins.
En el parlamento se ha comenzado finalmente a discutir el primer tratado
de salud pública de la historia de la humanidad y estamos invitados
a dar a conocer nuestras opiniones. El tabaco, afirmará luego
el doctor frente a los diputados, es el único producto legal
que mata a la mitad de sus consumidores. El tabaco mata hoy más
gente que el Sida, que el alcoholismo, que los accidentes de tránsito,
que las drogas ilegales, que los suicidios y que los homicidios.
Las comisiones unidas se reúnen en la sala Inés Enríquez
Fröedden del segundo piso del raro edificio del parlamento de
este día martes de diciembre. La tendencia general entre los
parlamentarios, sorpresa positiva, es legislar a favor del control
del tabaco. El ambiente dentro de los parlamentarios es muy crítico,
sin embargo, con el Ministro de Salud, Pedro García, quien
a última hora ha decidido participar en la Comisión.
Durante una hora y media el Ministro se defiende como gato de espaldas,
frente a las impugnaciones de los congresistas. Lo acusan de haber
demorado un año en enviar el Convenio al Congreso y que no
exista, hasta ahora, una agenda legislativa sobre el tabaco. Hemos
venido a hacer una presentación precisa, como ciudadanos, para
defender el derecho a que las tabacaleras realmente informen a los
consumidores que su producto provoca enfermedades mortales. El derecho
a la información que ya está garantizado en la actual
ley del consumidor, debe ser respetado por las tabacaleras. No estamos
en contra de los fumadores. Estamos a favor de los derechos de los
no fumadores.
Mi padre comenzó a fumar a los 13 años. Fumaba más
de una cajetilla diaria. No dejaba el cigarrillo ni en las peores
condiciones de salud. En Chile a nadie se le ocurría, por entonces,
decir que fumar dentro del hogar era pernicioso, no sólo para
él, sino para los niños. Mis hermanos y yo fuimos fumadores
pasivos durante largos años, atrapados en ese destino. Finalmente,
mi padre, noticia negra y definitiva, murió de cáncer
al pecho. Su ocaso fue unos de los momentos más afligidos y
desconcertantes de mi vida. Verlo como se le iba fatalmente la vida.
Siempre le escuché, sobre todo de joven, desdeñar a
los que hablaban de los riesgos del tabaco. No veía él
-no quería ver- la cadena a la que estaba encadenado. Pero
ahí estaba sufriendo él, sufriendo nosotros, -una temporada
en el infierno- su grave y penosa enfermedad. Tal como van sufrir,
tal como van a tocar fondo, a los menos, una cantidad significativa
de fumadores.
(Mañana lo dejo…)
Eduardo Bianco habla en la Cámara sobre como las tabacaleras
han conocido los efectos negativos del tabaco, desde hace más
de 50 años. Desde 1953 sabían que sus productos enfermaban
y mataban a las personas. En ese tiempo las tabacaleras resolvieron
ocultar, negar y generar desinformación. No solo ocultaron
el daño, sino que teniendo pleno conocimiento de la naturaleza
adictiva del tabaco y su droga, la nicotina, utilizaron esa información
para hacer más adictivo el producto.
Nuestras aprensiones son positivas. Pronto se aprobará el
Convenio de Control de Tabaco. Es hora de celebrar. Salimos de la
antiestética residencia del Congreso, ingresamos por un callejón
al restaurante Jota Cruz, esa reliquia de de Valparaíso, con
raras colecciones de vasos y jarros en enormes vitrinas, mientras
un par de señores cantan, con voces whiskosas y acompañados
con un acordeón y unas maracas, ese himno de Valparaíso
del gitano Rodríguez "Yo no he sabido de su historia,
/ un día nací allí, sencillamente. / El viejo
puerto vigiló mi infancia / con rostro de fría indiferencia.
/ Por qué no nací pobre y siempre tuve / un miedo inconcebible
a la pobreza".