Finlandia
en la literatura
Por
Omar Pérez Santiago
(http://omarperezsantiago.blogspot.com)
El
embajador de Finlandia, Ivo Salmi dio una comida en homenaje a Matti Brotherus,
de viaje en Chile. Matti es traductor del español al finés. Un ser
muy espontáneo que vale la pena conocer y que ha traducido a José
Donoso, Luis Sepúlveda, García Márquez, Neruda, Mario Vargas
Llosa y un largo etcetéra. En esa comida estaban los escritores Skármeta,
Edwards, Cameron, Marchant y los periodistas Pablo Guerrero de El Mercurio y Pablo
Marín de La Tercera. Estaban también Sergio
Badilla y su señora Rita, pues otro de los motivos del encuentro
era dar conocer que el poeta Badilla está invitado este año a la
Reunión Internacional de escritores de Lahti, el más importante
festival literario del país. La Reunión Internacional de Escritores
se organiza anualmente en los hermosos parajes de la Mansión de Mukkula
en Lahti, justo los días antes del San Juan. Esta reunión forma
un punto de encuentro para escritores de todos los países del mundo para
intercambiar opiniones sobre literatura y para discutir el papel de su arte en
el mundo moderno. El embajador anunció que luchará para que esta
práctica de invitar a un chileno o chilena cada año se mantenga.
Sobre
literatura finlandesa lean mi versión de un cuento de Rosa Liksom
(1958), una escritora bastante prestigiosa. Seudónimo de Anni Ylävaara.
Nació en Ylitornio, en el norte de Finlandia. Rosa Liksom es también
dibujante de cómics.
Estación
Gagarin
Rosa
Liksom
Imagine señorita, que usted a los 18 años
se case con la reina del barrio y, después de 5 años, se encuentre
al borde del suicidio. Eso fue lo que me ocurrió a mí. La chica
tenía un lindo cuerpo y rasgos
faciales impecables. Me enamoré de ella y le pedí que fuera mi esposa.
Ella aceptó, nos casamos y ella quedó esperando el primer niño.
Todo estaba en su lugar, tanto en la fertilidad como en la economía.
Yo llevaba mi sueldo en un sobre cerrado a mi casa. El niño nació,
y con él, la desgracia. Mi esposa comió como un cerdo cebado y yo
estuve forzado a trabajar de sobre tiempo para poder comprar todas la delicias
que ella exigía.
Se veía como ella engordaba.
Y no
sólo eso.
Yo no tenía éxito cuando le pedía
que se bañara.
Las onerosas cremas de maquillaje se secaron tranquilamente
en el tocador. Su pelo se paraba y su rostro mantuvo siempre un gesto de descontento.
En fin, yo pensé que todo podría cambiar para mejor si teníamos
otro niño. Lo hicimos. Ella se puso aún más gorda, no lograba
ir a la despensa, y yo estuve obligado -además del trabajo, la pega extra
y lo niños-, a llevarle comida a cada rato a nuestro lecho matrimonial.
Ella
sólo se hinchaba y exigía besos. Pensé pedirle a ella un
pequeño favor: Mi amorcito, sería posible que comieras con un poquito
más de control y te peinaras el pelo.
Pero no pude decirlo. La habría
herido, y yo no lo deseaba, pues la amaba. Me quedé callado, y yo intenté
solo evitar los húmedos besos. Los niños crecieron y yo me hundí
en la amargura.
Entenderá, mi estimada señorita, que no pude
seguir acariciándola y se le paraban los pelos, me amenazaba con correazos
y escándalos. Pensó solicitar un helicóptero, tomar a los
niños y volar donde su abuela. Quedé asustado y le rogué
que no me abandonara. Le prometí mejorarme en todo. Y estuve luego forzado
a correr a la pastelería y recoger dos tortas de crema y treinta pastelillos.
Y por la noche sentí sus quemantes abrazos. La soporté durante años,
por los niños y por mí mismo.
Un día sentí que
me debía marchar. Dejé una linda carta en la mesa en la que prometía
apoyar a los niños con todo lo que necesitaran. Alcancé a llegar
hasta la estación de trenes antes que mi mujer me detuviera. Ella había
pedido un camión. Desde el camión gritó con un megáfono
que me mataría si yo inmediatamente no volvía con ella. Fue una
real zurra que los niños miraron con risa burlona. Eso pasó. Estuve
obligado a reconocer que mi mujer está hecha de acero templado y yo mismo
de delgada tela. Yo le llevo estos queques y chocolates y me subordino a sus abrazos
transpirados.
Traducción mía, de la versión
sueca de Tapan Ritamäki