CARA
DE ÁNGEL Y COLORETE:
EL HOMOEROTISMO TROYANO*
Por
Erick Tejada Sánchez**
Ciertos deseos y pasiones deben leerse y vivirse entre líneas.
Sobre todo vivirse, hablando bajito y con las luces apagadas, después
que todos se han ido a dormir. A veces incluso hay que prescindir
del uso pleno de nuestras facultades, para no paralizarse del espanto
que deriva de los conventos, aunque en verdad, en verdad hablando,
el pudor se deshecha de a pocos con cada preservativo.
En los párrafos que siguen, escudriñaré en "Cara
de Ángel"(1),
un cuento memorable de Oswaldo Reynoso, los artificios del género
y su "matriz heterosexual"(2)
para asimilar las disidencias, de manera no menos violenta y efectiva
que la de su franca y abierta coacción institucional.
Exploración previa: masculinidad y violencia
La construcción y reafirmación de la masculinidad es
un asunto difícil y en muchos pasajes doloroso. Es una empresa
afectivamente castradora, que en todo momento persigue la supresión
compulsiva
de cualquier exteriorización de las emociones a través
del llanto o de alguna otra forma que insinúe debilidad, una
condición incompatible con el ideal masculino.
Todas las instituciones sociales, como la familia o la escuela, operan
para internalizar los roles de género en los individuos, que
no tienen en absoluto la posibilidad de elegir. El 'sexo' se consagra
como un fenómeno pre-discursivo(3),
'natural', y por lo tanto incuestionable. Socialmente se genera una
expectativa sobre los comportamientos que corresponden a quienes poseen
un pene -o una vagina-, que no pocas veces entra en conflicto con
las pulsiones íntimas de los individuos. Así, Cara de
Ángel se confiesa: "Esa noche hubiera sido bueno llorar".
Las implicancias de este proceso de masculinización para el
adolescente protagonista son bastante claras: "Siempre he
querido ser un hombre. Pero siempre he fracasado. Tengo miedo de ser
cobarde(4). Si uno quiere
tener amigos y gilas hay que ser valiente, pendejo. Hay que saber
fumar, chupar, jugar, robar, faltar al colegio, sacar plata a maricones
y acostarse con putas. He intentado todo, pero siempre me quedo a
la mitad, ¿será porque soy cobarde?".
El empleo de la violencia es un elemento central de la identidad
masculina. El hombre, se asume, es violento por naturaleza.
Cara de Ángel admite apesadumbrado: "Siempre tengo
que trompearme para demostrarles que soy hombre". También,
como una forma de violencia asociada a la masculinidad, se cuenta
la transgresión permanente de las normas.(5)
Llámalo amor si quieres
Como en esta parte del relato, muchas herejías sexuales adolescentes
no pasan de las meras insinuaciones. Para descubrir que uno puede
ser de veras un chico malo, hacen falta cientos de miradas cómplices
y silentes, decenas de tocamientos accidentales y otras tantas concurrencias
-¡oh!- inesperadas y a veces desesperadas, aprendizajes acumulados
no exentos del todo de algunos daños colaterales.
La coartada de Colorete es siempre la perfomance de macho: burla,
chantaje, violencia; la feminización de la víctima.
La pantomima empero, no puede resultar infalible, y como suele suceder
en tantas alcobas, semejante bravura no resiste por mucho tiempo la
exasperante intimidad: "Uno a uno los muchachos se fueron.
Al final sólo quedó Colorete. Me
asustó su mirada. Ya no había cólera ni burla
en sus ojos: había ternura, extraña, terrible. Cuando
se dio cuenta que lo miraba, se avergonzó. Quise darle la mano
y decirle: "Te comprendo". Pero qué difícil
es sincerarse sin cebada. Sé que esa tarde Colorete quiso decirme
algo, sin embargo, calló: tuvo miedo. Sin decir nada, se fue."
Cara de Ángel se asusta, titubea, sin llegar empero a ser
tajante ni a intimidarse del todo. Con cebada sería más
fácil, sin duda, mucho más. Y siempre trata bien a Colorete,
y por eso se extraña hasta casi la desesperación cuando
es llevado a la fuerza para pelear con él. En el camino abriga
junto al temor, la esperanza de que todo sea un juego. Pero se trata
de un procedimiento de rutina, por el que como hemos visto, todos
los hombres que pretendan asumirse como tales, tienen que pasar.
Como en otras tantas situaciones, lo masculino se revela frágil,
impostado, performativo(6):
"De pronto, algo se quiebra, se desmorona en su interior y
se duele por él, por sus amigos, por su mamá".
Colorete, calculador, sabe que Cara de Ángel no tiene chance
de rehusarse; revela como prólogo al ritual, su estampa inequívoca
de macho: "Orgulloso, exhibe su pecho moreno y musculoso".
Pronto, toda su brutalidad se hará presa inequívocamente
del deseo homosexual. Su ira lo arrastrará hacia el pecado
nefando cuando se halle jinete encima de su rival, mientras éste
yazga boca abajo, tendido sobre el piso.
Detengámonos aquí para reparar en que la dominación
y el sometimiento del(a) compañer@ son expresiones fundamentales
de la sexualidad masculina sobre la que recae el papel 'activo'. Su
correlato es la subordinación y la humillación en el
caso extremo de quien desempeña el papel receptivo, ése
que está consagrado para la mujer en los términos binarios
del sistema sexual. El hombre puede permitirse una relación
homosexual sin dejar de ser hombre ni poner en duda su masculinidad
en la medida en que conserve su rol insertivo -léase penetrativo-
y no involucre sus afectos(7).
Colorete por ejemplo, a sabiendas de todos, convive con un homosexual,
pero es -supuestamente- el que penetra y además anda enamorado
de Marina. En consecuencia está fuera de duda que él
sea un verdadero hombre.
La escena continúa, con Colorete aún montado sobre
su oponente: "... con los brazos le rodea el pecho ajustando
fuerte, al mismo tiempo, que, ansioso, mete la cara por los sobacos
de su rival y aspira con deleite. (Le gusta el olor de mi cuerpo piensa
Cara de Ángel). Voltea el rostro y lo mira. Los ojos de Colorete
ya no tienen furia, tienen un brillo extraño que asusta. Es
el mismo brillo y la misma ansiedad que vio en los ojos de Gilda la
noche que casi le toca las piernas. Cara de Ángel siente miedo
desconocido y oscuro." No cuenta sólo el hecho de
que en el combate Cara de Ángel haya sido doblegado, sino que
Colorete lo ha feminizado, ensayando satisfacerse voluptuosamente
con él, desde su posición de macho dominante. Doblemente
humillado, Cara de Ángel logra zafarse, pero luego que la collera
se abalanza sobre él para robarle, Colorete logra la sanción
colectiva de sus pares; el veredicto social que lo reconoce finalmente
como hombre, al final del espectáculo, cuando le dice
en voz alta a Cara de Ángel: "Te creía limpio
pero me gustas más así: Un día de estos te agarro,
de verdad".
El vergonzante sacramento del género no termina, y el perdedor
debe comparecer para deleitar al guerrero vencedor y a su corte; la
derrota, que es señal de su debilidad y su afeminamiento, reafirmado
por el sensual deleite en los ojos de Colorete, marca su exclusión
transitoria de su pandilla, la ruptura de su comunidad. Ya no es uno
más de los suyos. Feminización y cosificación
son sinónimos en el vocabulario sexista. Cara de Ángel
debe masturbarse frente a los hombres expectantes y atentos; la excitación
colectiva sublimada en el forcejeo, la batalla y el pillaje, ha manado
finalmente, transparente y homoerótica, hacia la superficie.
Las jerarquías, no obstante, permanecen intactas.
Corolario
Ensayaré una conclusión y una moraleja: "Cara
de Ángel", de Oswaldo Reynoso, es una narración
dramática de cómo un deseo sexual proscrito encuentra
su 'Caballo de Troya' en un ritual hegemónico y recurrente,
ajustado fielmente al ideal genérico de la masculinidad, para
realizarse y trascender, inclusive hasta ser impunemente visible,
a pesar de ser ilegítimo dentro de los marcos del sistema sexual.
La transgresión aquí, por lo tanto, nunca ocurre, puesto
que las prácticas desviadas se narran con el lenguaje de la
dominación y por esa razón, no son condenadas ni reprimidas.
Esa codificación del episodio homoerótico en clave de
género, anula cualquier potencialidad libertadora de la práctica
material -o mejor, corporal- de la disidencia sexual, puesto que al
asumir sus categorías, termina sometiéndose y reforzando
simbólicamente la institucionalidad heterosexista.
* Publicado en Dragontea
(blanconegro). Recopilación de Literatura No Heterosexual
(Arequipa, marzo 2006): 65-69.Una versión preliminar de este
artículo se publicó en la revista virtual Espergesia
en octubre de 2004.
** Estudiante de sociología de la UNSA.
NOTAS
(1)
Reynoso, Oswaldo (2002): Los inocentes. Ediciones San Marcos.
Lima
(2) La 'matriz heterosexual' del género,
explica Butler, es la 'rejilla de inteligibilidad cultural a través
de la cual se naturalizan cuerpos, géneros y deseos'. En: Butler,
Judith (2001): El Género en disputa. Paidós,
Buenos Aires.
(3) Ibíd. Butler alude a la concepción
intencionada y falsaria del 'sexo' como una categoría pre-cultural,
del dominio de la 'naturaleza' y de la biología, como si aquello
que es 'natural' no se estableciera histórica y culturalmente
por convenciones sociales.
(4) En el sistema binario del que aquí
se trata, no ser hombre es ser cobarde; no ser hombre es ser mujer;
las mujeres por lo tanto son cobardes.
(5) Para deslindar con posturas esencialistas,
hay que precisar que más que de los hombres, la cultura
de la transgresión o de la pendejada, asume anti-valores que
proceden de una cultura machista, hegemónica todavía
en nuestro medio y que involucra a hombres y mujeres. (Las otras identidades
de género obviamente quedan están excluidas en el modelo
binario).
(6) La idea del 'género performativo'
es la piedra angular de la teoría queer.
(7) Ugarteche explica con maestría
y sencillez: 'El macho en esencia anula la relación con sus
sentimientos, sean de amor, de tristeza u odio, y la sustituye por
la conquista depredadora y el cálculo racional... El macho
tiene un pene duro que entra donde sea preciso: hombre, mujer, animal,
lo que sea placentero y esté disponible'. En: Ugarteche, Óscar
(2005): Machos, los de antes. Quehacer No. 152. Desco. Lima.