.......... Heberto Padilla era nervioso, eufórico,
incisivo, alcanzaba en la conversación momentos de brillo
insuperable. Nunca parecía cansarse de analizar situaciones y de
saltar de una conclusión a otra, sin perder el hilo conductor.
Amaba toda la poesía del mundo, pero sobre todo la del
romanticismo inglés -John Keats, Shelley, Byron-, que conocía a
fondo y que recitaba con gusto, a voz en cuello; y la de algunos
latinoamericanos. Tenía un espíritu provocador, que no bajaba la
guardia en ningún momento, incluso en circunstancias peligrosas, y
practicaba con verdadero exceso los hábitos de la confesión a
gritos y del arrepentimiento. No es extraño que en un momento
dramático haya hecho una autocrítica difícil de creer. Siempre
ponía gran atención en las autocríticas más célebres del mundo
comunista y es probable que se hubiese imaginado la suya desde
mucho antes. ...... A pesar de la distancia, tenía un conocimiento
sensible, curioso, de los universos mentales de la Rusia
posestalinista, conocimiento enriquecido por la lectura de los
clásicos rusos del siglo XIX y de comienzos de la era soviética.
En otras palabras, desde Gogol y Dostoievski hasta Vladimir
Maiakovski, sin olvidar a su contemporáneo y amigo Eugenio
Evtuchenko. Emir Rodríguez Monegal, el gran crítico uruguayo, a
propósito de mi retrato de Padilla en Persona non
grata, escribió que le había parecido un "Stravrogin del
Trópico", un personaje de Los endemoniados de
Dostoievski. |
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........ El problema de
Padilla en su famoso "caso" consistió en que calculó mal. Creyó
que su prestigio internacional, sus amistades con escritores
conocidos, su falta de toda influencia política, lo protegerían de
cualquier acción clara y decidida en su contra. Pero en el caso
suyo intervino un factor imprevisto, nuevo, que ninguno de
nosotros supo medir a tiempo. Fue la relación del régimen
castrista con la Unidad Popular de Salvador Allende, fenómeno que
sacaba al castrismo de su sofocante aislamiento en América Latina.
Padilla fue acusado de darme datos y comentarios negativos sobre
lo que sucedía en el interior de Cuba, datos que yo, en mi calidad
de representante diplomático, naturalmente transmitía a las
autoridades allendistas. Ya no se trataba de un pecado de simple
frivolidad intelectual. Era, en los tiempos que corrían, en la
dimensión policial que había alcanzado esa atmósfera, en su
incesante delirio, un delito de alta traición. El caso Padilla,
por ese motivo, estuvo a punto de ser mi propio caso. Fui acusado
con severidad y con furia por el régimen de Castro ante el
gobierno chileno. Pero las costumbres políticas de Chile, hasta
entonces por lo menos, eran muy diferentes. Las acusaciones
cubanas fueron recibidas con indiferencia, con algo de sorna, y
pude seguir viaje a París y reanudar mi trabajo en la embajada
chilena, junto a Pablo Neruda, con una relativa calma. Insisto en
lo de relativa. Mi idea actual es que Chile, en contacto con la
versión caribeña de la Guerra Fría, cambió para siempre, y creo
por desgracia que para mal. ..... Ahora recuerdo a Heberto Padilla en mangas de camisa,
fumándose un "tabaco" enorme, bebiendo un "extraseco en las rocas"
y hablando, con asombro, con burla, con lucidez implacable, de la
Historia con mayúscula. Su poesía me parece una prolongación de
aquellas conversaciones y de esa incesante reflexión. Sus versos
adoptaban un tono coloquial reflexivo que venía de la mejor
tradición moderna: de Cavafis, de T. S. Eliot, de César Vallejo, y
hasta de nuestro Nicanor Parra. En sociedades más cultas, menos
atormentadas, menos castigadas por sus inflexibles y celosos
caudillos, habría obtenido el reconocimiento debido y ocupado un
lugar de honor. Pero estamos muy lejos de todo aquello. Por eso
murió solo, en su oficina de profesor universitario, en algún
campus del fondo de los Estados Unidos, mundo para él, como para
nosotros, vasto, ancho y ajeno. A nosotros, los que hemos
conseguido sobrevivir, nos toca recordar con emoción, con
tristeza, con el asombro admirativo de los comienzos, y dar
testimonio.
en Letras
Libres.
En 1968, antes de que Padilla fuera preso, Julio
Cortázar escribió:
"Yo persisto en creer que todo
intelectual cubano debe, en las filas de la Revolución,
guardar el derecho a la libre crítica y a no estar sometido
a una autocensura que no podría llevarlo más que a la
mediocridad."
"Padilla no es ese hombre nuevo en
quien las revoluciones fundan sus esperanzas. A caballo
sobre dos épocas, vestido con un pasado que no se puede
quitar como una camisa, no puede evitar ser herido allí
donde los más jóvenes aportan su adhesión completa. Como yo,
como otros, Padilla está condenado a permanecer, en parte,
''fuera del juego''".
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