Delirio con método
Hacer bajar a los poetas del Olimpo. Esa es la tarea en la
que se involucró Nicanor Parra quien, ya en 1937, había escrito en
Cancionero sin nombre: "Déjeme pasar señora / que voy a comerme
un ángel". Pasarían 17 años hasta la publicación de Poemas y
antipoemas que sienta las bases de su gran movida estética, la que
revolucionaría, según los críticos, la manera de poetizar en todo el
mundo hispanoparlante.
"Según los doctores de la ley, este
libro no debiera publicarse: / La palabra arco-iris no aparece en él
en ninguna parte", especifíca Parra en Advertencia al lector con su
tono ladino. Corría 1954 y había cumplido 40 años. La tarea no había
sido menuda, porque tenía claro que para atreverse a abrir la boca era
necesario hacerlo diferenciándose de titanes del calibre de Neruda, de
la Mistral, de Huidobro y al mismo tiempo conseguir mediante lo
escrito, una densidad equivalente. ¿Qué hacer frente a estos
monstruos? "Por una parte hay que eludirlos a todos, y por otra hay
que incorporarlos", contestó alguna vez. En Estados Unidos, los poetas
de la llamada generacion beat como Allen Ginsberg, Jack Kerouac,
Laurence Ferlinghetti y Gregory Corso lo saludan como a uno de los
suyos, lo traducen y lo difunden.
Hoy día la voz de Parra
forma parte del patrimonio común y su modus operandi caló hasta decir
basta -porque abundan sus imitadores- en las generaciones que le
siguieron. A sus Versos de salón (1962), siguieron Canciones rusas
(1967), Obra gruesa (1969, con la que se hizo acreedor al Premio
Nacional de Literatura), Artefactos (1972), Sermones y predicas del
Cristo de Elqui (1979), Hojas de Parra (1985) y Poemas para combatir
la calvicie (antología, 1993). Paralelamente su producción se amplió
al campo de la visualidad y del objeto a través de sus Trabajos
Prácticos y a sus Discursos, género que sintetiza su pensamiento y
modo de apearse como crítico de la cultura de su tiempo. Lo que le
interesa, nos dice, es cuando se hace presente en el texto lo que él
llama"reason in madness" o sea el delirio, pero con método. Para quien
desee entrar en su mundo recomendamos Conversaciones con Nicanor
Parra, de Leonidas Morales publicado por la Editorial
Universitaria: además de ser muy entretenido a nivel biográfico, da
cuenta de cómo el poeta fue encontrando sus propias claves
literarias.
No hay primera
sin segunda
.....
Hubo una segunda visita a Parra, un sábado tres días después de la
primera. Le pedimos una hora para aclarar unas dudas. Nos quedamos
todo el día con él.
... 11
a. m. Estamos en el pequeño comedor aledaño a la cocina. Del maletín
sacamos una edición de Hamlet, recién salida de imprenta, de la
editorial Universitaria. Nuestro anfitrión se interesa de inmediato:
el traductor es un chileno, un anónimo héroe de la erudición llamado
Juan Cariola. Según el antipoeta, lo hizo mejor que nadie. Cuenta que
cuando llegó esta traducción por primera vez a sus manos quedó
boquiabierto y buscó al autor en la guía de teléfonos. "Había varios
Juan Cariola, pero este es Juan Cariola L (ele), ¿o no?". En efecto,
le corroboramos comprobando el detalle en los créditos y otra vez, su
memoria caballa. "Me contestó una señora y me dijo que sí, que Juan
Cariola era su hermano pero que había muerto y que ella no sabía nada
de quienes podían informar sobre sus demás trabajos". Como ése, dice,
hay otro caso notable: el del sacerdote jesuita Juan Salas Edwards,
quien, en 1904, tradujo a Esquilo, directo del griego. Sale y vuelve
con un bello ejemplar que encontró por casualidad hundido en las
estanterías de una librería de viejos. ¿Quién celebra y aprovecha en
Chile estas proezas?
....
Tocan la puerta. Corita anuncia a las visitas. Son tres jóvenes. Parra
me dice que le interesan porque tienen que ver con una antigua casa de
Las Cruces que a lo mejor se puede salvar de la demolición. Le digo
que entonces me voy. Me dice que no, que lo siga. Me lleva a un
dormitorio del segundo piso. Abre la ventana de par en par por donde
entra todo el paisaje y me deja frente a una pequeña mesa cubierta con
un mantel de terciopelo amarillo donde hay algunos de sus cuadernos
manuscritos. Ahí mismo se debe sentar él a menudo aunque, según me
aclara después, esta es la pieza de su hijo Juan de Dios. De Colombina
y Juan de Dios le tocó ser mamá y papá, por eso son tan apegados con
él, me voy enterando. Llegó incluso el momento de optar por separarse
un poco; los dejó a ellos en la casa de La Reina y dice, así como para
callado y bajito, respecto de las relaciones con las personas en
general: "Que nunca te arrastren; que te sigan".
... No
me atrevo a moverme de la silla donde estoy pero distingo en el ropero
abierto los lomos de las Obras Completas de Kafka, el Poema del Mío
Cid, La divina comedia y El lazarillo de Tormes. Desde la terraza
del primer piso, y cada tanto, suben por el aire las risas de los
visitantes: Parra ya los tiene en su saco de seductor. En uno de los
cuadernos abiertos leo: "Estoy de acuerdo con Arteche: la antipoesía
no vale nada / Pero cómo convencer al resto del mundo de que él y yo
estamos en la razón".
... Han
llegado quince jóvenes más. Son estudiantes de arquitectura y algunos
de ellos forman parte activa de las Antiparra Productions, grupo no
organizado de acciones varias asociadas de una u otra manera a la obra
del poeta. Ahora se trata de hacer un plano de la casa de Isla Negra.
Para allá partimos en caravana. La casa queda entre un montón de
pinos. Se la compró Parra con el adelanto que recibió por su Obra
gruesa. La idea es hacer de ella un antimuseo: alternativa de
competencia para la casa de Neruda y un universo donde ha quedado
suspendida toda la sibilina estética de don Nica. En ese laberinto de
piezucas reinan sus Trabajos prácticos, hechos de nada. Un huevo
parado sobre la cubierta de una vieja cómoda: el descubrimiento de
América. Una cruz sin Cristo con la lectura: "voy y vuelvo". Una Venus
de Milo con el siguiente cartel: "soy frígida, sólo me muevo con fines
de lucro". Una pantufla huacha acompañada de la lectura "levántate y
anda". Cajas de fósforos, botellas, un caballito de plástico donde se
balanceaba cuando chico su hijo Juan de Dios, condensan la parriana
manera de mirar. Los estudiantes miden muros y puertas. En lo que
podría ser un garaje, está escrito con palitos "Capilla Literaria".
Parra abre las puertas. Adentro, en efecto, hay un púlpito y dos
hileras de sillas a sus costados. El garaje creció. Parra lo fue
amliando y dice que la construcción empezó a ser como una gallina con
un ala abierta. Después le hizo un cucurucho arriba: la pajarera. Una
estudiante baja de allí comentando lo linda que la encuentra. Parra le
dice: "es tuya cuando la necesites".
... La
tropa completa, incluyendo a una gringa surfista que aterrizó por azar
en el grupo, se dirige a almorzar al Caleuche. Eso queda al lado del
mar. Desde el estacionamiento llega un niño de unos nueve años y le
pregunta: "Señor, ¿usted es Nicanor Parra?". Se llama Boris Avendaño,
cursa quinta preparatoria ahí en la escuela local y cuida autos en sus
ratos libres. "A veces", le contesta Parra y modifica: "Sí", le dice,
"yo soy el hermano de la Violeta". El niño le pide un autógrafo. Parra
le escribe un artefacto que dice: "Help: El Siglo XX y yo nos estámos
muriendo". Estamos sentados al sol en un lugar en el que dan ganas de
quedarse para siempre. Parra saca, del bolsillo, un gorro como de
torrante y se lo encacha: parece un personaje de Los Cuentos de
Canterbury. Los que quedaron lejos se abocan a sus pasteles de
jaiba. Los que está cerca del poeta se ven envueltos en uno de sus
cuentos. Ha sacado a colación una de sus lecturas favoritas: las
memorias de Pascual Coña, un cacique mapuche. "Cuando leo a
Shakespeare veo a Inglaterra y el alma del hombre, lo que no es poco
decir. Cuando leo a Pascual Coña veo a Chile por primera vez", dice y
recuerda que, como el cacique, él también llegó del sur en tren a
Santiago. Tenía 15 años y traía, como único derrotero, un papelito con
una dirección anotada: Matucana 618. Se la había dado, por si se le
ocurría ir a la capital, un profesor primario que había pasado por
Chillán. Recién bajado del tren se sentó un rato sobre la maleta de su
abuela. ¿Qué hacer? Pregunto por la calle. Quedaba justo ahí y buscó
la dirección. Se encontró con una mampara de vidrios catedral y un
corazón de Jesús de lata sobre el dintel. Respiró: "Si había mampara
quería decir estaba todo bien", comenta. Esa noche durmió en un sofá.
El resto ya es historia.
en
revista Paula. noviembre de 1998