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Monólogo de un solitario
(Ponencia Festival de las Ideas, Santiago de Chile; tema: la palabra en el imaginario de las ideas. Abril 2006, 18/19./ SECH/ temática: El Arte: su importancia para salvar la crisis de la escolaridad).

Por Pavella Coppola Palacios

 

Suponer que intentaremos resolver respuestas absolutas en torno al Arte es una ilusión más, casi ingenua. Cierto escepticismo resulta más asertivo que absolutismos en torno a la pregunta por el Arte. Y, ojo, recordemos que el escepticismo no es relativismo, pues lo relativo resulta ser éticamente peligroso. Quizás este derrotero agnóstico que propongo en estas palabras corresponda más bien a una mirada en que la sospecha se torna método.

Señalo dos ejes: primero, exponer la experiencia de la ausencia, de lo desaparecido, de lo faltante, de la muerte, como impulso creativo, como eje de acercamiento, en donde la memoria se desplaza para jugarnos una pasada juguetona a la hora de reflexionar , y por otro, preguntarnos a qué error nos conduce el enunciado propuesto para esta mesa redonda, esto es , la importancia del Arte para salvar la crisis de la escolaridad. Me ocuparé, intencionalmente sólo de la acepción salvadora que afecta el título de esta convocatoria.

Desde una perspectiva de la Estética del Desborde, idea que vengo desarrollando en mi libro Boceto del Desborde(1), ciertas manifestaciones de Arte y Literatura, se tornan estado de una atmósfera desgarradora, que no necesariamente actúan evidenciándose a primera vista, a la primera lectura que podría realizar un bien intencionado lector. En esta atmósfera desgarradora, la insolencia desbordada del autor es una insolencia próxima a una actitud ética a fin de transformar, poner en duda, debatir los supuestos imaginarios que se tornan asfixiantes, tanto estéticos como políticos. Dicha actitud adolece de un principio ilusorio, iluminado, provisorio, dogmático, propios de una acepción salvadora, sanadora. Más bien se trata de un estado del desgarro, no para la desesperanza, sino para la denuncia, no para el simulacro, sí para el desenmascaramiento, no para el acomodo, sí para saberse unicidad trágica en un sí a la vida. Aquí la actitud acomodaticia de la victimización es cursilería. Conducida por tal convicción y coherente al Desborde , me confronto con la muerte:

Cuando se muere un alguien que amamos caminamos por las calles como si arrastrásemos un bulto de granito sobre las espaldas. Se encorva la espina dorsal como una gran ESE, porque sobre ella la pesadez de la ausencia se torna la concretud de lo inmaterial. A veces , sucede que llega abril , el mes que gusta a los cantantes, y se nos hace nube todo Santiago, y, la pesadez sigue sobre los hombros , porque la pena no se ha esfumado, únicamente se nos vuelve mecánica su compañía.

También resulta que nos ocultamos de los amigos, de los colegas, y deambulamos más próximos al cuerpo de un anacoreta. Cuando eso sucede, entonces, jugamos con los muros. Nos atrincheramos detrás de ellos y los abrazamos como enamorados del cemento. Detrás de los muros mostramos un ojo, oteamos el paisaje y damos vuelta la esquina para no saludar a Carlos, a Sabina, a la gorda de los lentes. Quizás no me vieron estos amables, pienso. Y si me han visto, criterio tendrán para comprender que deseo la distancia ante todo, ante todo el silencio.

Registro, por una vez, las calles y sigo en soliloquio permanente, y se me atraviesa en el quiosco la imagen del que se me fue , haciéndome prisionera del espanto. Veo sus chasconas canas, su espalda prodigiosa, su franca sonrisa iluminando la chaqueta cafè-oscuro. Y el extraviado se me torna fantasma y debo transfigurar la ojeada porque una húmeda en este iris me propone esfumar el contorno del aparecido súbitamente mostrándose vivito y coleando como si estuviera , allá en esa esquina, comprando sus habituales cigarrillos.

Pero, de verdad, deseo hablar de la vida, y parece que enfermo sigo delirando con la muerte.
No es extraño, que me redondee como una grandota guagua por las noches y materialice mis palabras en memoria del siciliano. Porque del que hablo no es un espectro. Hablo simplemente de mi padre. Lo busco y rebusco entre las sombras, entre los escombros, y me torno Buscadora. Y, como Buscador, en esta arqueología que me sostiene, me confronto al ejercicio de su irreductible posibilidad natural que es el hallazgo.

Sucede , entonces, que este soliloquio lo hago superlativo y me acomodo a conversar con la memoria de mi padre, tantas veces escena de un atardecer nostálgico, en su departamento, allá en Ñuñoa, abiertas las ventanas de par en par. Prosigo en mi indagación de arqueóloga, prosigo la búsqueda exigida por la obsesión eminente del hallazgo. Y, en este ir y venir, esto es, en este devenir, los acontecimientos se suceden como sintagmas, paradigmas decimos hoy. La memoria se me torna un depósito perfecto para mi faena de arqueólogo, que musita una algarabía de palabras, una algarabía de ideas, cierto tumulto caótico de interrogantes en torno al Arte y la Literatura. Hago, entonces, un puente entre lo extraviado, lo ido y la vida, el símbolo.

Mi interlocutor, que es la memoria de mi padre, no resiste la tentación socrática, y arremete:
-Oye, tú, Buscadora, qué dices cuando dices ARTE?
- Quizás nada, meras especulaciones, reclamo con un guiño en la nariz itálica.
- Nada ya es una especulación, resiste.
- Sí claro, presumo cortante entre dientes.
- No se me enoje, declara.

Y, un tanto desconcertada, finalizo el diálogo y suspendo nuestra cháchara por un instante en mi escenario mimético para luego actualizarlo. Explico: instalo tal conversación en la suspensión que habilita mi condición de memoria, es decir, lo extravío del presente para encajarlo como posibilidad fotográfica, en donde el encuadre congela aquella escena viva de imaginación para más tarde hacerla brotar en minutos, en presentes, en futuros espaciales.

Retomo mi divagación, suerte de soliloquio con el presente. Me confronto ante la posibilidad que el arte sea un sanador de crisis. Cierta resistencia a tal definición se vuelve significante. ¿Sanador de qué sería el arte? ¿Su debilidad , su frágil salud, podría conseguir las reparaciones que todo sanador persigue? ¿La condición de "iluminador" que afecta la naturaleza del que sana, no sería más bien un portentoso oportunismo que arrastra el significado positivista de Arte? ¿Acaso con la afirmación soberbia que el Arte es sanador de afecciones, no nos aferramos a una concepción aristócrata, conservadora que se ha ido manifestando a lo largo del tiempo, de la historia del arte, de la literatura, para distanciarla de lo afectado, de lo accidentado que es nuestro mundo cotidiano? ¿Acaso el que hace Arte, en primera instancia, no es un faenador de materia, de vida, de técnicas? ¿Por qué , entonces, persistir en su condición distante, extraviada de la vida? ¿Por qué aquí la vida y allá su sanador, el Arte? ¿Por qué, insistir en plantear mal el problema y a partir de tal sentencia hacernos parte de su angustiante sitial divino, como si se tratara de una condición que le hemos imputado maliciosamente para asegurarnos que se trata de algo inalcanzable, efímero, mítico, en el peor sentido de la palabra?

Nietzsche, el mal comprendido, el ideologizado, sometió a una dura arqueología el origen de la tragedia y excavó profundo para decirnos que ante todo la tragedia era una posibilidad inherente a lo humano y que desde ahí comprenderíamos el desgarro como ejercicio para connotar nuestra propia unicidad. Insistió, una y otra vez, en hacer del Arte una probabilidad humana. Roberto Matta, sentenció que había que aprender a conjugar el verbo ojo. Porque en el verbo ojo está toda la materia para hacer Arte. Walt Whitmann le cantó a los puentes de Manhattan y se asombró con la habilidad ingenieril del hombre, del fabricante. Rolando Cárdenas poetizó la labor y hurgó en el homo laborans y en el homo faber cuando en el poema Urdimbre sentencia: "Era la mano sarmentosa de la casa/ que cogía tiernamente el albo ovillo/y lo hacía rodar por la madera./ Toda la pieza se iba cubriendo / con una ancha capa del color del agua pura/ y toda la casa era una isla/ llevada blandamente por el viento y la corriente de pleamar/en medio de un gran silencio blanqueado.(...) ".

Para el hombre primitivo pintar las cavernas podría haber sido un rito, pero también podría haberse tratado de un acto verbal, en el sentido, que sus pictogramas ante todo indican cierta iniciación de la habilidad escritural del hombre.

Andrea Mantenga con su Cristo muerto, posibilita en un primer plano indagar los subterfugios geométricos de la perspectiva e insiste en centralizar la composición para dar con el exigido punto de fuga. Además , de utilizar el recurso temático de la muerte de Cristo, la composición pictórica se torna posibilidad de dialogar con la preocupación del hombre renacentista, a saber su peculiar aproximación a la ciencia.

Shakespeare nos habla de la diáspora y pone en boca de Ricardo II, protagonista de la obra homónima, estas divagaciones: "Pronuncio contra ti estas palabras sin esperanzas: no vuelvas nunca". El Duque Mowbray de Norlfolk le responde: "el habla que he aprendido (...) debo olvidar ahora(...) ¿Qué es, pues, tu sentencia sino una muerte muda, que roba a mis labios las palabras que exhalaba su aliento nativo?"

Raúl Zurita hace de Chile un espectáculo del dolor, pero no para agobiarnos, sino para saber de la esperanza. Hernán Miranda convence con el poema Todo encaja en todo y nos dice: El macho encaja en la hembra y la hembra en el macho/ tal como el cuchillo encaja en los labios de la herida/ sangrante/y el árbol de corteza arrugada en el paisaje que lo rodea.(...). Jan van Eyck insiste en su arte flamenco en la posibilidad cotidiana que nos ofrece la luz cuando desciende el haz por una ventana lateral y despliega así un juego de texturas sobre el ropaje y sus pliegues de aquella dama apareciendo como figura central. Y, las manos del hombre son menesterosas cuando nos entregan catedrales góticas e iglesias románicas, articulando las formas arquitectónicas para simplificar la complejidad del equilibrio, toda vez que utilizan los recursos de una ventana ojival, de un arco de medio punto. Y, la arcilla, material prodigioso de la Venus de Willendorf se formó al compás de la sabiduría inicial del faenador prehistórico.

Ante tal espectáculo, ¿qué más próximo a la vida, sino el Arte, su metáfora? ¿no es acaso pertinente poner patas arriba la pregunta y en vez de insistir en la condición sanadora del Arte, arriesgarnos a sostener que el arte es lo más próximo a lo humano, y, por tanto , saber que su materialidad habla, canta, formatea el accidente que somos?

¿No será mejor desistir de lo positivo para buscar en la negación de lo planteado la propia condición estética que nos hace sensibles y fabricadores de universos semióticos? ¿No será cosa que nos hemos habituado a pensar y a sentir de una sola modalidad, olvidándonos que somos ante todo asombro? ¿No será cosa que de tanto exigir innovación, hemos hecho de ésta más bien un monstruo conservador, de faz arrugada; un monstruo que ha perdido toda lozanía?

¿ Acaso con tal soberbia no nos hemos distanciado de la silenciosa y portentosa faena de crear? ¿Hemos, entonces, hecho de nuestra reflexión una inflexión en torno al Arte y la Literatura?
Retorno, entonces, al diálogo con mi progenitor, vuelvo cansada a esa tarde que rememoro, a esa suerte de fotografía suspendida en mi memoria, y le hablo:

- Oye, tú, Padre, qué dirías si te pregunto lo que es Arte?
- No sé, me responde.
- ¡cómo que no sé!, provoco.
- Bueno, quizás un grano de imaginación, mucho oficio y unos milímetros de sana insolencia.
- Suena congruente, afirmo. E insisto, con cierta coquetería, pareciera ser que dejas en el tintero algo que hoy he insistido: la mansedumbre que nos habita.

Entre lo bello y lo feo, entre thanatos y eros, entre brutalidad y vida, entre lo esperpéntico y lo afable, nos hemos debatido en el escenario de procesiones morales. Cierta tensión de estos polos ha posibilitado nuestro pasar existencial, nuestra maestría política para dirimir en función de los contrapuntos. Pero, más acá de lo ético, esos contrapuntos han posibilitado -a su vez- saber de la forma y su aparición compleja, han conseguido postular referentes bellos, porque simplemente los necesitamos para estar en el mundo y ser en este estar. La función educativa que arrastra el ejercicio creativo, que arrastra el Arte y la Literatura, no debe confundirse con una naturaleza sanadora , sino más bien se le debe inferir su significancia ontológica, por un lado, y su significancia política, por este otro. En este doble vínculo, podríamos reconocer nuestra condición humana, cierta tensión entre lo público y privado como estados de un mismo desgarro ; reconocer, por tanto, en este doble vínculo nuestro propio límite es insistir en la apertura que nos otorga la vida . La creación artística, entonces, nos ofrece la posibilidad de jugar con lo dado, de poetizar lo cotidiano, de inferirle cierta soltura a los apremios de la vida cotidiana: nos permite, jugar ante todo, nos permite escabullirnos a fin de ocultarnos entre los muros para luego distender la seriedad obligada de la soberbia.

Por ahora, resuelvo seguir deambulando por las calles de santiago en abril para ocuparme de mis muertos y propongo, de modo humilde irnos todos a enderezar tantos entuertos(2).

 

 

NOTAS

(1) Cfr. Pavella Coppola, Boceto del Desborde, Ediciones Universidad Academia Humanismo Cristiano, 2006.

(2) Tomo en préstamo este verso del poema Mario Ferrero, y este sencillo cambio de materia. Poema suscrito a Liquidación de Saldos. Poemas Casi Nuevos, de Salvattori Coppola, obra inédita y póstuma.

 
 


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